Razón del nombre del blog

Razón del nombre del blog
El por qué del título de este blog . Según Gregorio Magno, San Benito se encontraba cada año con su hermana Escolástica. Al caer la noche, volvía a su monasterio. Esta vez, su hermana insistió en que se quedara con ella,y él se negó. Ella oró con lágrimas, y Dios la escuchó. Se desató un aguacero tan violento que nadie pudo salir afuera. A regañadientes, Benito se quedó. Asi la mujer fue más poderosa que el varón, ya que, "Dios es amor" (1Juan 4,16),y pudo más porque amó más” (Lucas 7,47).San Benito y Santa Escolástica cenando en el momento que se da el milagro que narra el Papa Gregorio Magno. Fresco en el Monasterio "Santo Speco" en Subiaco" (Italia)

lunes, 14 de septiembre de 2015

Jesús Tenreiro Degwitz por Federico Vegas

Jesús; por Federico Vegas

Por Federico Vegas | 12 de julio, 2015
En días recientes se celebró el día del arquitecto. Prefiero los recuerdos a 
las celebraciones, y terminé juntando estas notas y fragmentos de ensayos 
sobre el profesor que más he admirado.
Jesús Tenreiro Degwitz (1936 -2007) // Fotografía de Pablo Rodríguez.
Jesús Tenreiro Degwitz (1936 -2007) // Fotografía de Pablo Rodríguez.
Cuando conocí a Jesús tenía un yeso desde el tobillo hasta el fémur. Apareció en el cafetín
de la Facultad de Arquitectura y venía, según recuerdo, de tener un enfrentamiento
 terrible en el Consejo de Facultad. Era tentador relacionar el yeso con el conflicto,
asociar la fractura de aquel profesor alto, fibroso, y rostro de Orlando “El furioso”,
a una patada prodigiosa, pero algo en su expresión no cuadraba con aquella primera
impresión. Sus movimientos elegantes y contenidos me llevaron a intuir que era un tipo
dado a las aventuras espirituales, alguien que concedía a las contiendas físicas apenas
el mínimo inevitable.
En ese tiempo yo sólo conocía de su obra una imagen del edificio de la CVG en Ciudad
Guayana. Era una foto aérea, pequeña, borrosa, que había aparecido en alguna revista
de la Facultad; sin embargo, era más que suficiente para justificar su leyenda y mi
admiración. Visité el edificio veinticinco años más tarde y me conmovió tanto como la
primera vez. Me refiero a que a lo largo de mi visita me mantuve en un mismo estado
de asombro y suspenso, pues no lograba acostumbrarme, saciarme con a la poesía del
lugar, y cada vez que cerraba y abría los ojos me sentía ante una nueva revelación.
Edificio CVG (Corporación Venezolana de Guayana), Ciudad Guayana, Estado Bolívar (1967-1968)
Edificio CVG (Corporación Venezolana de Guayana), Ciudad Guayana, Estado Bolívar
(1967-1968) // Haga click en la imagen para ver en tamaño completo.
Al instante la geometría precisa y legible se apodera del espectador; luego vienen las
segundas y terceras lecturas. Esa mañana de mi visita recordé las pirámides y los
grabados del templo de Salomón; disfruté del juego y el rigor del diálogo entre el
ladrillo y la estructura de hierro; me llené de ideas y sensaciones sobre alma y
carácter, frescura y austeridad. Es, sin duda alguna, el edificio de mis contemporáneos
(palabra que se expande después que uno cumple los cincuenta años) que más me
ha invitado a pensar.
Regresemos al accidente. Fue diez años mas tarde cuando supe el origen de aquel
yeso. Jesús Tenreiro había estado viajando en un velero con unos amigos y
 pernoctaban en Curazao. Estaba sentado en un muelle tarde en la noche conversando
con un amigo, y las largas piernas le colgaban en la oscuridad rozando un mar casi
inmóvil. Como todo preámbulo de un accidente, él recuerda bien los detalles de
aquella conversación; no solo el tema, también la sensación de paz, o quizás el
placentero esfuerzo de convertir pensamientos confusos y profundos en ideas nítidas,
racionales, compartidas. Mientras los dos amigos miraban las estrellas, los fondos
oscuros del mar hacían de las suyas, y algún velero mal amarrado se fue acercando
lentísimo y silencioso hasta que, de pronto, le aprisionó a Jesús la tibia y el peroné
contra el borde del muelle. Aquel quiebre sorpresivo parecía ser una señal que
venía de la aguas ilegibles y lo mordía en medio de su discurso apolíneo. No era una
fractura que surgía de la acción, sino de la contemplación.
Aldo Rossi explora en su Autobiografía Científica el sentido de las fracturas.
Cuenta de un terrible accidente en automóvil que lo dejó  por semanas en la cama
de un hospital de Belgrado pensando “en la presencia de las cosas y en su separación
de las cosas”. El proyecto para el cementerio de Módena lo concibió mientras
percibía a su propio esqueleto como una serie de fracturas que debían ser
 reensambladas.
Planta general, cementerio de San Cataldo en Modena. Aldo Rossi y Gianni Braghieri, Modena (Italia), 1971-1984. // Haga click en la imagen para ver en tamaño completo.
Planta general, cementerio de San Cataldo en Modena. Aldo Rossi y Gianni
Braghieri, Modena (Italia), 1971-1984. // Haga click en la imagen para ver
en tamaño completo.
La “contemplación” también tiene mucho que ofrecernos. “Templa” era para los
romanos la practica de hacer augurios. Según esto, “templar” viene a ser el arte
de prefigurar mientras se observa un espacio. El etimologista Varrón le da en
tiempos de Augusto un triple sentido, el “natural” que se centra en el cielo, el
“auspicial” en la tierra y el “analógico” bajo la tierra. Luego nos da ejemplos de
“los grandes Templos de los dioses celestiales de resplandecientes estrellas
salpicados”, y de los “Profundos e infernales templos ‘aquerónticos’ del Orco”.
Es difícil mientras se conversa con un amigo mantener una vigilia que nos permita
comprender órbitas celestes y corrientes marinas, luminosidad y oscuridad,
certezas y misterios. La capacidad de contemplar que alerta nuestro sentido de lo
natural no suele ir de la mano con la de auspiciar y asumir el drama de las verdaderas
analogías.
Jesús siempre estaba pendiente tanto de las señales en el firmamento como de las
que brotaban de las profundidades de la tierra. El poeta W.H. Auden habla de tres
tipos de héroe, el estético, el ético y el religioso. Jesús era un héroe religioso.
La heroicidad religiosa no es transferible de un individuo a otro, pues su tema no
es una verdad universal sino absoluta. Por esta razón el héroe religioso tiende a no
relacionarse con los demás. No puede transmitir sus conocimientos sino tan sólo su
pasión. Y aquí llegamos, según Auden, a la mayor trampa en que caen estos héroes:
no pueden encontrar otro amor que el de la entrega; digamos que el amor por el amor
mismo. La última conclusión del poeta es dura: “Es usualmente la miseria y no la
felicidad su verdadera tentación”.
En nuestra arquitectura a Jesús Tenreiro le tocó asumir el drama y las metas de los
 héroes religiosos. El lograba hacer casas con el espíritu de un templo, y templos con
la dulzura de una casa. Su obra, cuentos y hazañas rebasan el tema de este ensayo;
por ahora sólo quiero decir que asumió plenamente la tragedia de una pasión de
la cual le resulta imposible deshacerse.
O si debería darles al menos un ejemplo. Cuando estaba diseñando la Abadía de
Güigüe debió convencer a los benedictinos sobre un acabado para la cubierta, muy
bello pero muy costoso. Los monjes dudaban con el estribillo de “pero nadie lo ve”,
y Jesús utilizó un lógico argumento para aquellos cultos clientes:
—¿Y qué hay de los ángeles de quiénes tanto hemos hablado?
Abadía Benedictina San José, Güigüe, Estado Carabobo (1986-1990). // Fotografía de Oswaldo Durán. // Haga click en la imagen para ver en tamaño completo.
Abadía Benedictina San José, Güigüe, Estado Carabobo (1986-1990). //
Fotografía de Oswaldo Durán. // Haga click en la imagen para ver en
tamaño completo. Premio Nacional de Arquitectura 1991
Hay otro ejemplo similar, pero desde la visión de un héroe ético y menos apocalíptico,
pues simplemente se trata de alguien que sabe en un momento dado algo que
los otros desconocen y pueden aprender.
Cuando el arquitecto Galia estaba supervisando la construcción de la torre de
Seguros Orinoco, un día encontró un error con la colocación de los ladrillos en
lo más alto de la torre. Cuando Galia decidió rehacer aquel borde casi inaccesible,
el maestro de obra le dijo:
—Pero arquitecto, eso nadie lo ve.
Entonces Galia le preguntó:
—Maestro, ¿supongo que usted tiene los interiores limpios?
—¡Por supuesto, arquitecto!
—Y fíjese que nadie los ve.
Cuando empecé a dar clases en la Facultad de Arquitectura, entré en el taller que
Jesús dirigía. En aquellos semestres comenzaba a sufrir de fiebre alta un movimiento
llamado “renovación”. Aquel otoño criollo de un mayo francés terminaba, como
todo movimiento que intenta vender a un mismo tiempo dogmas y libertad, en un
caos amorfo. En medio de aquel desconcierto todo discurso que tuviera apariencias
de coherencia era válido, aún estaba “prohibido prohibir”; mientras mas disparatada
la propuesta mas serios eran los fundamentos, más interminables y profusas las
presentaciones. La actitud de Jesús ante aquella perplejidad institucional fue
evidenciarla mediante un caos genuino. Caos que, bajo su tutela, sería un estado de
gracia y un desconcierto aleccionador. El instituyó la costumbre de pasar a los
realmente malos con 11. Su máxima pedagógica, para con esos estudiantes que
dudan entre el desinterés y la brutalidad, establecía: “Mientras más pronto se gradúen
y salgamos de ellos, mejor”.
Uno de sus alumnos tenía un tío que estaba por construir una fábrica de cerveza.
El astuto sobrino se presentó con unos planos técnicos recién llegados de Alemania,
levemente camuflados con Prismacolor. Los profesores nos sentamos a escuchar
su disertación inexpugnable a través de rutas de camiones, correas transportadoras,
tolvas, y calderas. A medida que avanzaban las ristras de botellas se veía venir
el silencio que deja tras de si lo exhaustivo y mediocre. A mitad de camino Jesús
rompió el sopor de aquella cadena productiva preguntando:
— ¿Y de donde crees tú que viene la cerveza?
El alumno tenía en sus carpetas todos los datos sobre la fabricación, pero nada de
los orígenes, sin embargo respondió con aires cosmopolitas.
— Profesor… Yo presumo que de Munich.
Jesús comenzó entonces una larga y bella explicación. Se remontó a Egipto, donde
Isis, Diosa de la naturaleza, había intentado seducir a Osiris, un Dios hiperactivo.
Isis nada lograba, hasta que una noche fermentó cebada y se la dio a beber a
Osiris, quien quedó sumido en una perezosa sensualidad y poseyó a la primera
cervecera, cuya imagen, y no un oso, debería estar en las latas de Polar. Esta
era la idea central, pero además nos habló, hasta estremecernos con las ganas
de beber y de diseñar en serio, de las propiedades de las aguas del Nilo, de las
liturgias fúnebres, de magia y de mieles, de sol y columnatas. Y hubiera seguido
hasta llegar a Grecia, pero el alumno logró armarse de valor y lo interrumpió:
—Pero Profesor Tenreiro, ¿Yo no entiendo en que se relaciona todo eso
con mi proyecto?
Y Jesús le respondió:
—Precisamente, en nada.
Tuve la inmensa suerte de ser su amigo. Pero fue a su muerte cuando logré
escribir las palabras con que hubiera querido agradecer su amistad:
Cuando todos veíamos a la arquitectura como un cuerpo, él nos enseñó que 
había un alma.
Cuando todos teníamos una actitud triunfante, él nos enseñó una dimensión 
trágica más profunda. Cuando todos buscábamos clientes, él nos enseñó 
a atender los mandatos de los dioses.
Cuando todos queríamos ser actuales, él nos enseñó los valores de lo eterno.
Cuando todos queríamos ser originales, él nos habló de los orígenes.
Todos estos giros, muchos de esos dolorosos, lo convirtieron en un guerrero 
solitario; no importa cuántos tratamos de seguirlo, de imitarlo, de quererlo.

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