Paul Gustave Doré (Estrasburgo, Francia, 6 de enero de 1832 – París, Francia, 23 de enero de 1883) fue un artista francés, pintor, grabador,escultor e ilustrador
Batalla entre la Oscuridad y la Luz
Batalla entre la Oscuridad y la Luz
La quiebra moral de un país
El mal gana cuando adormece nuestra la voluntad de cambio
RAFAEL LUCIANI | EL UNIVERSAL
sábado 31 de octubre de 2015 12:00 AM
Cada día somos testigos y víctimas de acciones que no pueden ser analizadas solamente bajo las premisas de un debate político o económico. El habernos habituado a una cultura de la muerte que secuestra, tortura, practica el ensañamiento y viola los derechos privados y procesales, cambia la impostación de cualquier juicio sobre nuestra sociedad.
Hablar del mal, señalar las cosas por su nombre y llamar la atención a la responsabilidad de cada uno -por acción u omisión- en la situación dedeshumanización actual, es urgente y necesario si existe la intención de recuperar lo que hemos perdido moralmente.
Es imperativo reconocer que ha fracasado el país político y que necesitamos cambiar urgentemente; que hay formas de vida y estilos culturales que no sólo nos están deshumanizando cada día más, sino que también impiden caminar hacia la reconstrucción del bien común. El mal no nace por imposición de un régimen, sino de personas que voltean sus miradas ante los males menores y justifican lo injustificable. El mal nace de un proceso lento de acostumbramiento, división y adormecimiento de la capacidad para enjuiciar a los actores e instituciones que lo producen.
El mal tiene muchas formas, pero la más profunda y obscura es cuando se hacehábito, es decir, cuando permea nuestros modos de pensar, actuar y vivir, e irrumpe en nuestras conciencias pervirtiendo el modo como vemos lo que sucede a nuestro alrededor sin considerar que nuestras palabras y acciones son capaces de robarle la esperanza y el futuro a todo un país.
Según Tomás de Aquino, el mal es un estado de carencia, de falta de plenitud humana. Es la «ausencia de aquella perfección que un ente debería tener para ser completo», produciendo, como efecto, que los sujetos vivan sólo de los restos de su humanidad perdida. Esos restos que se acostumbran a actuar bajo la triste senda de la ambigüedad y el vacío de quien vive en un estado permanente de maldad. Es así que el mal moral al que nos hemos acostumbrado es el peor de todos los males, porque «hiere la naturaleza humana, va contra la razón, contra la conciencia y contra la verdad».
El mal ha de ser llamado por su nombre. No hablar, discernir ni tomar postura ante el drama que vivimos significa ser copartícipes de un proceso de deshumanización que nos va permeando poco a poco y, aunque sin notarlo, nos acostumbra a vivir bajo el estigma de la humillación y el quiebre de la voluntad de cambio.
Ya el mal no responde a simples decisiones de individuos aislados, sino a una estructura que lo ha institucionalizado y lo proyecta cotidiana y sistemáticamente mediante acciones y políticas públicas que van eliminando nuestra libertad creadora. El efecto es moralmente devastador pues nos paraliza y logra que sólo pensemos en la propia sobrevivencia.
Patrick Hayden describe la consecuencia del mal moral como el aniquilamiento del «ser personas» mediante el uso perverso del poder político con el fin de destruir sistemáticamente el estatuto humano, su más real dignidad, y someter así a cada uno a la lógica de la humillación y la sobrevivencia.
Las sociedades se paralizan cuando consideran que lo que les sucede es algo banal y transitorio, o que es un mal menor soportable bajo la falsa ilusión de un posible cambio que sucederá en algún momento cuando la realidad ya no dé más. Pensar así sólo revela que el mal se ha hecho estructural, que ha logrado su victoria porque ha pasado a ser endémico; que nos ha quebrado emocionalmente, polarizándonos y haciéndonos creer que no existe un futuro mejor. El mal gana cuando adormece nuestra la voluntad de cambio.
Doctor en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani
Hablar del mal, señalar las cosas por su nombre y llamar la atención a la responsabilidad de cada uno -por acción u omisión- en la situación dedeshumanización actual, es urgente y necesario si existe la intención de recuperar lo que hemos perdido moralmente.
Es imperativo reconocer que ha fracasado el país político y que necesitamos cambiar urgentemente; que hay formas de vida y estilos culturales que no sólo nos están deshumanizando cada día más, sino que también impiden caminar hacia la reconstrucción del bien común. El mal no nace por imposición de un régimen, sino de personas que voltean sus miradas ante los males menores y justifican lo injustificable. El mal nace de un proceso lento de acostumbramiento, división y adormecimiento de la capacidad para enjuiciar a los actores e instituciones que lo producen.
El mal tiene muchas formas, pero la más profunda y obscura es cuando se hacehábito, es decir, cuando permea nuestros modos de pensar, actuar y vivir, e irrumpe en nuestras conciencias pervirtiendo el modo como vemos lo que sucede a nuestro alrededor sin considerar que nuestras palabras y acciones son capaces de robarle la esperanza y el futuro a todo un país.
Según Tomás de Aquino, el mal es un estado de carencia, de falta de plenitud humana. Es la «ausencia de aquella perfección que un ente debería tener para ser completo», produciendo, como efecto, que los sujetos vivan sólo de los restos de su humanidad perdida. Esos restos que se acostumbran a actuar bajo la triste senda de la ambigüedad y el vacío de quien vive en un estado permanente de maldad. Es así que el mal moral al que nos hemos acostumbrado es el peor de todos los males, porque «hiere la naturaleza humana, va contra la razón, contra la conciencia y contra la verdad».
El mal ha de ser llamado por su nombre. No hablar, discernir ni tomar postura ante el drama que vivimos significa ser copartícipes de un proceso de deshumanización que nos va permeando poco a poco y, aunque sin notarlo, nos acostumbra a vivir bajo el estigma de la humillación y el quiebre de la voluntad de cambio.
Ya el mal no responde a simples decisiones de individuos aislados, sino a una estructura que lo ha institucionalizado y lo proyecta cotidiana y sistemáticamente mediante acciones y políticas públicas que van eliminando nuestra libertad creadora. El efecto es moralmente devastador pues nos paraliza y logra que sólo pensemos en la propia sobrevivencia.
Patrick Hayden describe la consecuencia del mal moral como el aniquilamiento del «ser personas» mediante el uso perverso del poder político con el fin de destruir sistemáticamente el estatuto humano, su más real dignidad, y someter así a cada uno a la lógica de la humillación y la sobrevivencia.
Las sociedades se paralizan cuando consideran que lo que les sucede es algo banal y transitorio, o que es un mal menor soportable bajo la falsa ilusión de un posible cambio que sucederá en algún momento cuando la realidad ya no dé más. Pensar así sólo revela que el mal se ha hecho estructural, que ha logrado su victoria porque ha pasado a ser endémico; que nos ha quebrado emocionalmente, polarizándonos y haciéndonos creer que no existe un futuro mejor. El mal gana cuando adormece nuestra la voluntad de cambio.
Doctor en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani
La revolución y el disparate
Según Popper, una verdad consiste en algo relativo, y más en el plano de lo social
ROGER VILAIN | EL UNIVERSAL
viernes 30 de octubre de 2015 12:00 AM
Karl Popper mostró que la verdad no es inamovible, es decir, logró enseñarnos que ésta se mantie- ne en pie hasta que una nueva la hace tambalear. De ahí que en el ámbito del conocimiento cuanto consideramos verdadero lo es por tiempo definido.
Según Popper, una verdad consiste entonces en algo relativo, y mucho más en el plano ya no de las ciencias naturales sino en el de lo social, donde el saber incrementa su condición resbaladiza. En La sociedad abierta y sus enemigosPopper da en el blanco a propósito de la convivencia humana y las trampas que se le presentan. Nada más peligroso, cuando de gobernar se trata, que aquellos incapaces de entender lo que con tanta suspicacia vislumbró el filósofo austríaco. Si quienes detentan el poder se creen ungidos por certezas infalibles o por verdades incuestionables, entonces se está a un paso del acto de fe, del caudillo iluminado, del personalismo más atroz, lo que llevará tarde o temprano a dictaduras de todos los pelajes.
Es lo que ha ocurrido con la izquierda recalcitrante, latinoamericana y universal, que como dijera el buen Petkoff, "ni olvida ni aprende". Aunque hablar de ellas hoy en día implica utilizar el plural (¿acaso pertenecen Lula, Correa, Ortega, Kirchner, Lagos o Mujica al mismo bando?), sabemos que una izquierda moderna termina por aceptar la democracia, la alternancia en el poder, la economía de mercado, dejando sólo para las gradas el desvencijado sonsonete de sus disparates ideológicos. No existe otra manera que renovarse, modernizarse, para al fin entender cómo generar riqueza y repartirla. Lo otro, esquivar la democracia, es miseria y es atraso.
Hay que preguntarse lo siguiente: ¿por qué la revolución cubana acabó siendo el parapeto destartalado que sin dudas es? ¿Por qué eso que dieron en llamar socialismo del siglo XXI se trocó en el patético aquelarre de estos días? Varias razones responden, por supuesto, pero una de las fundamentales es que fueron concebidos en función de una verdad única escondida en la chistera. Fidel Castro, Hugo Chávez y el resto de la feligresía (en realidad ambos han sido los jefes supremos de una religión) creyeron tener a Dios agarrado por las barbas. Se sintieron poseedores de una certeza inalterable.
Y claro, si quien llega al palacio de gobierno jura que es el último refresquito de la comarca, lo lógico es que pretenda imponer la visión y convicciones que le queman las entrañas. ¿Imponerlas por las buenas?, sería maravilloso. ¿Imponerlas como sea?, ya entenderá el pueblo, si alguna vez madura, que todo se hace por su bien. Más claro, señor Popper, no canta un gallo.
Por mucho que la realidad les aplaste las narices, hay pocas probabilidades de que un revolucionario convencido entre en razón. Verbigracia: el desastre de la Venezuela actual. Con la inflación más alta del mundo, los índices de escasez entre los más elevados del planeta, la corrupción como jamás antes y la educación, la sanidad o la esperanza en un futuro mejor por los suelos, lo cierto es que los responsables del descalabro de las condiciones de vida en general siempre serán otros. La CIA, el imperio, la oligarquía, la guerra psicológica, los medios de comunicación o el invento más risible de cuanta cabeza hierve por las fiebres no sudadas: la guerra económica. En fin, no existe espacio para equivocarse: después de la revolución, sencillamente el diluvio.
El 6-D crea la posibilidad de plantarle cara a tanta destrucción, con ánimo de detenerla. La realidad, los hechos, la humillación cotidiana que sufre la gente en este país pulverizado, indica que es urgente un cambio. Y el voto es el arma para lograrlo.
rvil35@gmail.com
Según Popper, una verdad consiste entonces en algo relativo, y mucho más en el plano ya no de las ciencias naturales sino en el de lo social, donde el saber incrementa su condición resbaladiza. En La sociedad abierta y sus enemigosPopper da en el blanco a propósito de la convivencia humana y las trampas que se le presentan. Nada más peligroso, cuando de gobernar se trata, que aquellos incapaces de entender lo que con tanta suspicacia vislumbró el filósofo austríaco. Si quienes detentan el poder se creen ungidos por certezas infalibles o por verdades incuestionables, entonces se está a un paso del acto de fe, del caudillo iluminado, del personalismo más atroz, lo que llevará tarde o temprano a dictaduras de todos los pelajes.
Es lo que ha ocurrido con la izquierda recalcitrante, latinoamericana y universal, que como dijera el buen Petkoff, "ni olvida ni aprende". Aunque hablar de ellas hoy en día implica utilizar el plural (¿acaso pertenecen Lula, Correa, Ortega, Kirchner, Lagos o Mujica al mismo bando?), sabemos que una izquierda moderna termina por aceptar la democracia, la alternancia en el poder, la economía de mercado, dejando sólo para las gradas el desvencijado sonsonete de sus disparates ideológicos. No existe otra manera que renovarse, modernizarse, para al fin entender cómo generar riqueza y repartirla. Lo otro, esquivar la democracia, es miseria y es atraso.
Hay que preguntarse lo siguiente: ¿por qué la revolución cubana acabó siendo el parapeto destartalado que sin dudas es? ¿Por qué eso que dieron en llamar socialismo del siglo XXI se trocó en el patético aquelarre de estos días? Varias razones responden, por supuesto, pero una de las fundamentales es que fueron concebidos en función de una verdad única escondida en la chistera. Fidel Castro, Hugo Chávez y el resto de la feligresía (en realidad ambos han sido los jefes supremos de una religión) creyeron tener a Dios agarrado por las barbas. Se sintieron poseedores de una certeza inalterable.
Y claro, si quien llega al palacio de gobierno jura que es el último refresquito de la comarca, lo lógico es que pretenda imponer la visión y convicciones que le queman las entrañas. ¿Imponerlas por las buenas?, sería maravilloso. ¿Imponerlas como sea?, ya entenderá el pueblo, si alguna vez madura, que todo se hace por su bien. Más claro, señor Popper, no canta un gallo.
Por mucho que la realidad les aplaste las narices, hay pocas probabilidades de que un revolucionario convencido entre en razón. Verbigracia: el desastre de la Venezuela actual. Con la inflación más alta del mundo, los índices de escasez entre los más elevados del planeta, la corrupción como jamás antes y la educación, la sanidad o la esperanza en un futuro mejor por los suelos, lo cierto es que los responsables del descalabro de las condiciones de vida en general siempre serán otros. La CIA, el imperio, la oligarquía, la guerra psicológica, los medios de comunicación o el invento más risible de cuanta cabeza hierve por las fiebres no sudadas: la guerra económica. En fin, no existe espacio para equivocarse: después de la revolución, sencillamente el diluvio.
El 6-D crea la posibilidad de plantarle cara a tanta destrucción, con ánimo de detenerla. La realidad, los hechos, la humillación cotidiana que sufre la gente en este país pulverizado, indica que es urgente un cambio. Y el voto es el arma para lograrlo.
rvil35@gmail.com
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