viernes, 6 de noviembre de 2015

El miércoles pasado tuve el gusto de aceptar una invitación que me hiciera la Academia de Mérida, a través de mi amigo Ricardo Gil Otaiza, para pronunciar unas palabras con motivo del 150 aniversario de la muerte de nuestro mayor humanista, Don Andrés Bello. Para la ocasión, no quise unirme al coro de los encomios altisonantes ni de los elogios plagados de lugares comunes, no porque no los merezca Don Andrés. Quise más bien reflexionar acerca de un tema que me atrae desde hace ya bastantes años, la tradición de los estudios clásicos en la Venezuela colonial, sin la cual, lo he dicho muchas veces, no es posible entender no solo la vasta cultura y universal mirada de Bello, sino la altura y el compromiso de los que iniciaron la emancipación de Venezuela.

Retrato de Andrés Bello realizado por Raymond Monvoisin.
Andrés de Jesús María y José Bello López (Caracas, 29 de noviembre de 1781 - Santiago, 15 de octubre de 1865)

Para recordar a Andrés Bello

MARIANO NAVA CONTRERAS |  EL UNIVERSAL
viernes 6 de noviembre de 2015  12:00 AM
El miércoles pasado tuve el gusto de aceptar una invitación que me hiciera la Academia de Mérida, a través de mi amigo Ricardo Gil Otaiza, para pronunciar unas palabras con motivo del 150 aniversario de la muerte de nuestro mayor humanista, Don Andrés Bello. Para la ocasión, no quise unirme al coro de los encomios altisonantes ni de los elogios plagados de lugares comunes, no porque no los merezca Don Andrés. Quise más bien reflexionar acerca de un tema que me atrae desde hace ya bastantes años, la tradición de los estudios clásicos en la Venezuela colonial, sin la cual, lo he dicho muchas veces, no es posible entender no solo la vasta cultura y universal mirada de Bello, sino la altura y el compromiso de los que iniciaron la emancipación de Venezuela. Por lo demás, en esta Venezuela aturdida y desesperada de hoy, que no tiene tiempo ya ni de reparar en la importancia de sus propias efemérides, no podía desaprovechar la ocasión de recordar a uno de sus más preclaros constructores, siglo y medio después de su partida.

Muchas veces he dicho a mis alumnos que una de las tareas de nuestra carrera es la de destruir prejuicios. En tiempos en los que los lugares comunes cuentan con tan poderosos aliados, de la televisión y la internet a la pereza simple y pura, a los estudiosos de las humanidades nos toca más que nunca llegar al fondo verdadero de las cosas desprovistos de pasiones y prejuicios. Tarea ardua en días de adoctrinamientos y fanatismos. Sin embargo, y que alguien me diga que no, vale la pena.

Uno de los prejuicios más odiosos con los que me he topado es el que dice que nuestro país era un auténtico desierto cultural durante la Colonia. Que durante este período no hay nada que valga la pena ser estudiado. Que la historia colonial venezolana no tiene ningún interés. Es verdad que la cultura colonial hispanoamericana, por razones que no serán difíciles de entender, fue una cultura eminentemente urbana. En ese sentido, las urbes de mayor esplendor cultural fueron sin duda las grandes capitales virreinales, México y Lima fundamen talmente. Pero esto no quiere decir de ninguna manera que en la capital de una provincia relativamente pobre no haya habido expresiones culturales de interés, ni que las artes y la cultura no hubieran florecido en Caracas de manera comparable a la de cualquier otra capital colonial. Todo lo contrario.

No faltan los trabajos que demuestran cuán apreciable fue el desarrollo de las expresiones culturales en la Caracas colonial. El maestro José Antonio Calcaño, en su célebre La ciudad y su música, nos recuerda que las primeras noticias acerca del cultivo de la música se remontan al año 1591, cuando la ciudad tenía solo 14 años de fundada. Otros, como Juan Bautista Plaza, dan cuenta del nivel alcanzado por aquellos primeros músicos coloniales venezolanos. Un tanto más habrá que decir del teatro. Desde la crónica de Don Arístides Rojas acerca de los "Orígenes del teatro en Caracas" y la de Enrique Bernardo Núñez sobre el Teatro del Coliseo en La ciudad de los techos rojos, hasta llegar a Leonardo Azparren (Documentos para la historia del teatro en Venezuela, 1994), muchos se han ocupado del tema. Y la lista para las demás artes sería larguísima. De la arquitectura se han ocupado estudiosos como Graziano Gasparini (La arquitectura colonial en Venezuela, 1965) y de la pintura hay estupendos trabajos de Alfredo Boulton (Historia de la pintura en Venezuela, 1975), por solo citar algunos. No hablemos de los estudios humanísticos. En otras oportunidades hemos hablado del avance de las humanidades y el cultivo de la lengua latina, y hemos ponderado la obra de Ildefonso Leal (Libros y bibliotecas en la Venezuela colonial, 1978) como uno de los mayores historiadores de la cultura en nuestro país. Aquí se da cuenta de las lecturas y la cultura de aquellos primeros venezolanos.

Esta es la Venezuela que hereda Andrés Bello. Este es el estado de la cultura en aquella pequeña ciudad. Uno de los biógrafos de nuestro humanista, Iván Jaksic, nos cuenta que "Caracas era una ciudad de 20.000 habitantes, para la época del nacimiento de Bello, y ya manifestaba características de gran centro urbano". Y Alejandro de Humboldt, que lo conoció, nos dice que la ciudad tenía "ocho iglesias, cinco conventos, y un teatro con capacidad para mil quinientas o mil ochocientas personas". Nada mal para la época.

Y todo esto viene porque me interesa señalar la importancia de la cultura heredada, de una tradición cultivada durante siglos, que es fundamental para entender el desarrollo intelectual no solo de una persona sino de una generación, de un país. En un momento en el que la cultura de Venezuela se ve de nuevo amenazada por el adoctrinamiento político y los fanatismos, recordar a Don Andrés Bello y su ejemplo como pensador y fundador de universidades será útil para comprender que la construcción de un país es imposible sin la tolerancia ni el respeto por la cultura heredada.

@MarianoNava

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