Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org) Rocío Lancho García | 1883 hits
“La doctrina cristiana no es un sistema cerrado incapaz de generar preguntas, dudas, interrogantes, sino que está viva, sabe indicar, animar. Tiene un rostro no rígido, tiene cuerpo que se mueve y se desarrolla, tiene carne tierna: se llama Jesucristo”. Así lo ha indicado el Santo Padre en su discurso en el encuentro con los representantes del Congreso Nacional de la Iglesia italiana, en la catedral de Florencia. Allí estaban presentes los 2.500 participantes reunidos del 9 al 13 de noviembre con el tema “En Jesucristo el nuevo humanismo”.
Al inicio de su extenso discurso, el Papa ha explicado que “podemos hablar de humanismo solamente a partir de la centralidad de Jesús, descubriendo en Él los rasgos del auténtico rostro del hombre. Es la contemplación del rostro de Jesús muerto y resucitado que recompone nuestra humanidad, también de esa fragmentada por las fatigas de la vida, o marcada por el pecado. No debemos domesticar el poder del rostro de Jesús. El rostro es la imagen de su trascendencia. Es el misericordiae vultus. Dejémonos mirar por Él. Jesús es nuestro humanismo”. El Papa ha recordado que el rostro de Jesús es similar al de muchos de nuestros hermanos humillados, esclavizados, vaciados. Además, ha advertido que si no nos abajamos no podremos ver el rostro de Jesús. “No veremos nada de su plenitud si no aceptamos que Dios se ha vaciado”, ha indicado. Y por tanto, “no entenderemos nada del humanismo cristiano y nuestras palabras serán bonitas, cultas, refinadas, pero no serán palabras de fe. Serán palabras que resuenen a vacío”.
Francisco ha presentado algunas secciones del humanismo cristiano que es el de los “sentimientos de Cristo Jesús”. De este modo, el Santo Padre ha presentado tres de estos sentimientos.
El primero es “la humildad”. A propósito ha explicado que “la obsesión de preservar la propia gloria, la propia dignidad, la propia influencia no debe formar parte de nuestros sentimientos. Debemos buscar la gloria de Dios, y esta no coincide con la nuestra”. La gloria de Dios “nos sorprende siempre”, ha observado.
El segundo sentimiento del que ha hablado es el “desinterés”. Y ha precisado que más que el desinterés “debemos buscar la felicidad de quien está cerca de nosotros. La humanidad del cristiano está siempre en salida. No es narcisista, autoreferencial”. Por esto ha advertido que “cuando nuestro corazón es rico y está muy satisfecho de sí mismo, entonces no tiene sitio para Dios”. Nuestro deber --ha añadido-- es trabajar para hacer de este mundo un lugar mejor y luchar. Nuestra fe es revolucionaria por un impulso que viene del Espíritu Santo.
El otro sentimiento del que ha hablado el Santo Padre es la felicidad. “El cristiano es un bendito, tiene en él la alegría del Evangelio. En las bienaventuranzas, el Señor nos muestra el camino”, ha recordado. Jesús habla de la felicidad que experimentamos --ha precisado- solo cuando somos pobres en el espíritu. Asimismo, el Pontífice ha indicado que las bienaventuranzas que leemos en el Evangelio inician con una bendición y terminan con una promesa de consolación. Para ser “beatos”, para gustar la consolación de la amistad con Jesucristo, es necesario tener el corazón abierto. También ha explicado que las bienaventuranzas son un espejo en el que mirarnos y nos permiten saber si estamos caminando en el sentido justo: son un espejo que no miente.
A continuación, ha especificado que estos tres sentimientos nos dicen que “no debemos estar obsesionados con el poder, también cuando esto toma el rostro de un poder útil y funcional a la imagen social de la Iglesia. Por eso ha advertido que si la Iglesia no asume los sentimientos de Jesús, se desorienta, pierde el sentido. “Los sentimientos de Jesús nos dicen que una Iglesia que piensa en sí misma y en los propios intereses sería triste”, ha afirmado el Papa.
Por otro lado, el Santo Padre ha presentado también algunas de las tentaciones que enfrentamos, en concreto ha hablado de dos. La primera es la pelagiana. Esta “empuja a la Iglesia a no ser humilde, desinteresada y feliz. Y lo hace con la apariencia de un bien". Por esto ha advertido que “el pelagianismo nos lleva a tener confianza en las estructuras, en las organizaciones, en las planificaciones perfectas pero abstractas”. Y a menudo “nos lleva a asumir un estilo de control, de dureza, de normatividad”.
Asimismo, delante de los males y los problemas de la Iglesia es inútil buscar soluciones en conservadurismos y fundamentalismos, en la restauración de conductas y formas superadas que tampoco culturalmente tienen la capacidad de ser significativas.
La reforma de la Iglesia --y la Iglesia es siempre reformada-- es ajena al pelagianismo. Esta no se acaba en el enésimo plan para cambiar las estructuras. Significa, sin embargo, injertarse y enraizarse en Cristo dejándose conducir por el Espíritu.
La segunda tentación que hay que derrotar es el gnosticismo. “Esta lleva a confiar en el razonamiento lógico y claro, el cual sin embargo pierde la ternura de la carne del hermano”, ha advertido. Por eso, ha reconocido que la diferencia entre la trascendencia cristiana y cualquier forma de espiritualismo gnóstico está en el misterio de la encarnación.
¿Qué nos está pidiendo el Papa?, ha lanzado la pregunta. “Os toca a vosotros decidir: pueblo y pastores juntos”, ha asegurado. Explicando también que “yo hoy simplemente os invito a alzar la cabeza y contemplar aún una vez más el Ecce Homo que tenemos sobre nuestras cabezas”, refiriéndose a la cúpula de la catedral.
A los obispos les ha pedido que sean pastores: “esta sea vuestra alegría”. Será vuestra gente, vuestro rebaño, quien os sostenga, ha afirmado. Del mismo modo, les ha pedido que nada ni nadie les quite la alegría de ser sostenidos por su pueblo. “Como pastores no seáis predicadores de complejas doctrinas, sino anunciadores de Cristo, muerto y resucitado. Apuntad a lo esencial, al kerygma”, ha añadido el Pontífice.
A toda la Iglesia italiana ha pedido “la inclusión social de los pobres, que tienen un lugar privilegiado en el pueblo de Dios, y la capacidad de encuentro y de diálogo para favorecer la amistad social en vuestro país, buscando el bien común”. Les ha pedido también la capacidad de diálogo y de encuentro. “Dialogar no es negociar. Negociar es tratar de conseguir la propia “porción” de la tarta común. No es esto lo que digo. Sino buscar el bien común para todos”, ha explicado.
A propósito les ha recordado que la mejor forma de dialogar no es la de hablar y discutir, sino hacer algo juntos, construir juntos, hacer proyectos: no solos, entre católicos, sino junto a todos aquellos de buena voluntad.
Asimismo ha exhortado a que la Iglesia sepa también dar una respuesta clara a las amenazas que surgen dentro del debate público: “es esta una de las formas de contribución específica de los creyentes a la construcción de la sociedad común”.
A los jóvenes les ha pedido que superen la apatía, “que nadie desprecie vuestra juventud, pero aprended a ser modelos en el hablar y en el actuar”.
Este nuestro tiempo --ha precisado Francisco-- requiere vivir los problemas como desafíos y no como obstáculos: el Señor es activo y trabaja en el mundo.
Para finalizar, el Pontífice se ha permitido dejar unas indicaciones a los presentes para los próximos años: “en cada comunidad, en cada parroquia e institución, en cada diócesis y circunstancia, tratad de iniciar, de forma sinodal, una profundización de la Evangelii gaudium, para extraer de ella criterios prácticos y para aplicar sus disposiciones”.
(10 de noviembre de 2015) © Innovative Media Inc.
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