Paolo Montanari Tigri || Desde Italia
Libertè, ègalitè, fraternitè
p.montanaritigri@fastwebnet.it
En estos días se celebra el aniversario de la fiesta nacional de Francia y creo que todos, desde la escuela primaria, hemos aprendido la famosa trilogía emblemática de la revolución francesa: Libertè, égalitè, fraternitè (Libertad, igualdad, fraternidad). Pues, en sintonía con lo que afirmaba un conocido político francés del siglo pasado Leon Blum (1872-1950), la libertad, en el sentido abstracto, puede servir solamente en los tratados de ciencia política, de sociología, pero en el aspecto concreto de la vida real la libertad, término con el cual muchos "politicastros" de nuestros tiempos se llenan la boca a despropósito, para ser realmente tal tiene necesariamente que satisfacer tres cosas fundamentales: las necesidades primarias, el hambre y la miseria. El empeño básico y el verdadero compromiso de una auténtica democracia entonces, debe ser el de asegurar una vida digna a todos sus ciudadanos. Sin embargo, y en sintonía con la famosa trilogía de la revolución francesa, no es suficiente quitar el hambre o asegurar un nivel de vida medianamente aceptable. Estos son factores ciertamente importantes pero representan solamente la base sobre la cual tiene que edificarse el resto, porque el ser humano no es solamente estómago y supervivencia. Hay necesidades que solo vienen satisfechas si hay verdadera igualdad y fraternidad. Por ejemplo, no tiene sentido hablar de "Libertad" cuando el Estado es incapaz de garantizar esas normas mínimas de seguridad ciudadana, cuando hay limitaciones en la educación de nuestros hijos, cuando uno no puede disentir porque es tachado de antipatriota o de contrarrevolucionario. Por eso es importante el crecimiento de la cultura, de la formación personal, de las ideas políticas y, por ende, del respeto del otro, así tenga ideas distintas, de una justicia realmente autónoma que aplique el imperio de la ley. En otras palabras, la libertad es como el árbol que, en su plenitud y vitalidad, produce los frutos de una existencia positiva porque, como decía el barón de Montesquieu, no solamente es el único bien que permite disfrutar de todos los demás bienes, sino es una conquista cotidiana para la cual hay que luchar sin tregua, es un bien supremo que hay que proteger a como dé lugar, porque en cualquier momento puede estar en acecho la persona ambiciosa y ávida de poder que, con falsas promesas de utópica igualdad entre los hombres, puede aprovecharse de la "libertad para matar a la misma libertad".
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