TAL CUAL FIN DE SEMANA domingo, 4 de mayo de 2014
AMÉRICO MARTÍN, EL COMANDANTE ETERNO
Llegó a ser hombre de epopeya.
Durante los sombríos años de la dictadura perezjimenista
creó leyendas a su paso, paso de fantasma debo decir,
oculto y perseguido como pocos. Ascendió al liderazgo como
si fuera para él un destino escrito en los libros de la política.
Fue una marcha natural, no impuesta ni adornada de
jactancias. Ejemplo de sencillez creativa, sus ejecutorias
y su universal crédito no le debieron nada a los medios.
Estos no podían hablar libremente de un perseguido político,
ni el perseguido podía delatar su presencia o divulgar lo que
hacía sin infringir peligrosamente las exigencias de la
clandestinidad.
Formaba parte de la
camada más bien reducida
de dirigentes que fueron
sepultados en escondites
signados por la
provisionalidad y sin embargo
con el arrojo suficiente
para echarse al hombro
el malogrado país,
atrapado como estaba
en la garra de la dictadura
militar. Cuando se compara
a aquellos con éstos se le
abona a los que se forjaron
en la sombra y el silencio una mayor y desinteresada
abnegación porque en lugar de plagar los medios
audiovisuales o escritos, más bien estaban obligados a
rehuirlos. Sus méritos no caían bajo la sospecha
del interés y el exhibicionismo, eran de una certificada
pureza.
ANTONIO PINTO SALINAS |
Pero hay mucho de injusto
en este reparto de
reconocimientos. Nadie
escoge libremente las
circunstancias bajo las que se
desempeña, y por eso las
generaciones que no nacieron
a la política en tiempos de
dictadura, tendieron correctamente
a multiplicar el liderazgo con la
mayor exposición en las
cámaras de radio y televisión
o en los espacios de prensa.
No era vanidad personal. Así
lo demandaban los tiempos.
El nuevo líder hijo de la democracia debía en parte
su nombradía a la publicidad recibida y la destreza
como utilizaba aquellos instrumentos por fin al alcance
de la lucha. Signado por el ruido de la competencia y la
confrontación abierta, mientras más expuesto esté,
más garantiza su sobrevivencia. Es lo adecuado a estos
tiempos.
En cambio el viejo líder era hijo de la organización y el
secreto. Mientras más expuesto estuviera menos
chance tendría de sobrevivir.
Las organizaciones más
duramente acosadas fueron
AD y el PCV, sin desconocer
el notable papel jugado por
Jóvito Villalba (URD) y Rafael
Caldera (Copei), quienes a la
postre terminaron en el exilio.
AD era dirigido por dos
conductores
de primera. Rómulo Betancourt
desde el extranjero y Leonardo
Ruíz Pineda en los breñales
de la clandestinidad. No era
un reparto cómodo ni fácil.
Ruíz Pineda sabía que Rómulo ni descansaba ni dejaba
de preparar un eventual desembarco a la vieja usanza.
No desaparecía de su memoria el episodio del Falke,
que puso al general Román Delgado Chalbaud en Cumaná,
en una aventura en la que factores no imputables le
impidieron al joven Betancourt hacerse presente, como
estaba decidido. Supe que en la década de los años 50
seguía trabajando para culminar lo que no pudo lograr en
aquel episodio antigomecista.
Desde México, Rómulo había dicho que la dictadura
desesperaba de arrestar “el cadáver” de Leonardo,
y efectivamente poco después sus espías lo asesinarán.
Su cadáver ensangrentado en San Agustín estremeció
la conciencia de América.
ALBERTO CARNEVALI |
Se elevó a la cumbre de los
héroes auténticos. Pero como
el espectáculo debe continuar,
lo sucedió en la secretaría
general del partido otro
hombre excepcional, Alberto
Carnevali. Consciente de que
los golpes de Estado no llevaban
a parte alguna, reformuló la
estrategia. Habló de la rebelión
civil. La mecha de combustión
rápida sustituida por una
mecha de combustión lenta.
Para honrar su nueva política, Alberto se reunió con
los demás partidos democráticos. Así se consagró la
unidad de todos contra la dictadura. A nadie se le pidió
que depusiera sus convicciones, porque la unidad lo
es de la diversidad. Es esa la verdadera fórmula, lo demás
es impostura.
Carnevali tuvo el acierto de comunicarse con el
jefe de los comunistas. Pompeyo era un líder
extraordinario, con una gran visión política. En aquel
momento Alberto y Pompeyo, los dos hombres
más perseguidos, se reunieron. Simón Alberto
Consalvi y Homero Arellano oficiaron de intermediarios.
En reunión con Domínguez Chacín de URD,
resolvieron encomendarle a Pompeyo la redacción del primer
Manifiesto de la resistencia. No era poca cosa. No era
usual poner en manos de un comunista un texto como
ese, pero Alberto y Pompeyo eran de una madera especial.
Carnevali será detenido. Al enterarse del -sin hipérbole-
trágico suceso, Pompeyo suspende la redacción,
pero la idea quedó sembrada. Pocos años después
la Junta Patriótica retomará la tarea hasta el episodio final.
Caída la dictadura, conocí a Pompeyo.
A los honores que la leyenda le otorgaba, sumé su
estupenda sencillez, su bondad.
Era un acusado rasgo personal suyo. Tras la mítica
figura del admirado líder se descubría fácilmente
la presencia de un ser humano extraordinario.
Militó en un partido internacional que rindió culto a
Stalin, pero nunca dio señales de que cedería a una pasión
como aquella. La gigantografía que nos habla del héroe
entre los héroes, la momificación, los necios pedestales,
la mirada que desde todas las esquinas nos advierte con
severidad acerca de ignotas amenazas. El Gran timonel,
El Padre de la Patria y demás zarandajas.
Por eso cuando en 1956 escuchó Pompeyo el valiente e
histórico discurso del XX Congreso del PCUS, que
demolió al endiosado monstruo, no le resultó difícil
jurarse que nunca aceptaría la repetición de semejante
perversión.
Pompeyo permanece en la cima iluminada de sus 92 años.
Americo Martin
amermart@yahoo.com
@AmericoMartin
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