NACIÓN: Hace 100 años nació Pérez Jiménez
“Lo que el general
me contó…”
■ Marcos Pérez Jiménez sesgó la historia de Venezuela a partir del ejercicio dictatorial del poder durante una década. El cadete más brillante de su generación, el pequeño hombre nacido hoy hace 100 años, en Táchira, recibió a Panorama en su casa de Madrid hace 26 años. Esto fue lo que pasó.
“Claro que puedes ir a tratar de entrevistarlo, pero el general no concede entrevistas. Al único que atendió fue a tu tocayo, Blanco Muñoz, pero ese es un historiador. Parece que no quiere saber nada de periodistas, mucho menos venezolanos. Pero, ¿quién sabe?, anda y que tengas suerte”. Con tales palabras, el entonces presidente de este diario, Esteban Pineda Belloso, avaló la búsqueda de una exclusiva que, por circunstancias benignas, se concretaría con éxito.
El 4 de noviembre de 1988, Marcos Evangelista Pérez Jiménez recibió al reportero de Panorama, en su mansión en el exclusivo barrio La Moraleja, en Madrid. El encuentro matutino transcurrió hasta después de mediodía, tiempo suficiente para agotar los tres casettes de 90 minutos en los que se grabó la extensa conversa. Un tubazo que el diario comenzó a publicar, en media docena de entregas, también publicadas por el vespertino capitalino, El Mundo.
Dios amaneció conmigo aquel sábado. Hablando de las piezas que sobre el poder había escrito William Shakespeare (en especial Ricardo Tercero y Coriolano), la voz y figura de terciopelo pálido de la hermosa actriz Olga Margallo calmó aquel torbellino de emociones, mientras comparábamos al gordito dictador tropical con la épica escénica. Ella acompañó el camino a La Moraleja, hasta la estación de Atocha, donde compartimos el último cigarrillo de nuestras vidas.“Cuídate de ti mismo, ya no de Pérez Jiménez”, sentenció la inteligente compañera española.
La llegada a la residencia fue impuntual, al revés. Media hora antes de las ocho, según la pauta. Treinta minutos de espera, con frío, de sudor helado. ¿Cómo haría para no preguntarle, a boca de jarro, sobre tantos muertos y desaparecidos? ¿Cómo controlar las emociones e impedir que las pasiones arruinaran un encuentro, más que afortunado, histórico? Sí, el ego es el enemigo mortal del buen periodismo, recordaba en aquel momento a mis sabios maestros. Pérez Jiménez había purgado cinco años de prisión, acusado de malversación de fondos públicos, pero nada por crímenes políticos. En todo caso, no sería la historia quien absolvería al creador de El Nuevo Ideal Nacional, su proyecto político para la transformación integral de Venezuela.
A la hora señalada, un hombre de la servidumbre abrió las puertas. Pronto estuve en la imponente sala de la casa, una suerte de pequeño museo de la plástica venezolana: obras en gran formato de Héctor Poleo, Centeno Vallenilla, Manuel Cabré, César Rengifo y Rafael Monasterios, entre otros artistas, decoraban. El hijo de Juan Pérez Bustamante y Adela Jiménez llegaría diez minutos después. Venía de hacer ejercicios, porque llevaba el completo atuendo Adidas, todavía sudado. Así mismo posaría para las primeras fotografías. Un tipo afable ofreció café, té caliente y galletas.
Pragmático e impositor, Pérez Jiménez estableció de inmediato las reglas para la entrevista: “Primero hablaré yo, usted guardará silencio y, cuando termine, podrá hacer todas las preguntas que quiera, siempre y cuando guarden relación con el contenido de mi exposición”, dijo. “¡Sí, mi general!”, ejercité, en silencio, mi derecho al sarcasmo precoz. De cualquier manera, el cuestionario previo, tantas veces releído junto con Olguita, estaba listo para el momento ad hoc.
Tales preguntas eran muy básicas: relacionadas con su ingreso a la Escuela Naval y Militar de Venezuela, de donde egresó, en 1933, como subteniente con el título de alférez mayor. De sus cuatro años (1939-1943) en la Escuela Superior de Guerra de Chorrillos, en Perú, donde estudió artillería, comando y estado mayor. De su ascenso a capitán, cuando regresó. De los runrunes en los baños y pasillos de aquellos cuarteles efervescentes por la política. De las influencias que recibiría por parte de los militares latinoamericanos que progresivamente tomarían el poder por asalto en sus respectivas naciones. Tiempos de cocinar aquel Nuevo Ideario Nacional, que estructuraría la base de su futuro gobierno personalista.
Una mente brillante que organiza de inmediato su visión de aquel país, agobiado por cuatro “jinetes del apocalipsis”: una deuda externa superior a los 50 millardos de dólares; una “ranchización apabullante”, que convierte a la marginalidad en una enfermedad irreversible, con lo cual se generan niveles de pobreza extrema tales que, en consecuencia, propician unos desmesurados y crecientes índices de delincuencia perversa; por otro lado, la ausencia de programas y planes en materia educativa, coadyuva en la depauperación de los niveles de inteligencia progresiva entre las masas desposeídas. “Somos un país de anuméricos, pero sin embargo vamos en camino de tener dos millones de burócratas semiparásitos”, sentenciaría, lacónico, el general.
“Frente a la infamia” sería el título de un libro en el que el mismo Pérez Jiménez trataría de justificar los excesos represivos de su régimen. Cuando lo citaba, sorbía su té con la mirada perdida entre los espléndidos viveros de la residencia, donde reunía unas 1.500 especies únicas de orquídeas. Por esos fastuosos jardines caminaríamos, mientras seguía hablando de los intereses que movían su propuesta para un Estado “fuerte, próspero y en desarrollo”.
Con sagaz hilación subjetiva de los hechos históricos, el general contó de sus motivaciones para instar al derrocamiento del general Isaías Medina Angarita (“brillante, pero quizás con escasas convicciones sobre el ejercicio del poder”), el 18 de octubre de 1945; de la posterior junta cívico-militar que él mismo integraría, así como el triunfo en elecciones legítimas del escritor Rómulo Gallegos, contra quien reiteraría su constante ánimo conspirativo, derrocándolo, el 24 de noviembre de 1948. Allí despachó, de un solo fuetazo, a sus archienemigos, el partido Acción Democrática y la Confederación de Trabajadores de Venezuela.
Recordó en aquellos momentos, con algunos dejos de humor y socarronería muy de su natal Michelena, a Carlos Delgado Chalbaud y Luis Llovera Páez, con quienes gobernó en triunvirato y a quienes, como en episodios calcados de la obra Julio César, de Shakespeare, sacó del camino mediante métodos poco ortodoxos. Nadie vaya a pensar que MPJ confesaría alguna culpa sobre esos hechos. El 13 de noviembre de 1950, Delgado Chalbaud fue asesinado en Caracas y tomó la presidencia Germán Suárez Flamerich. Pero era él, el general que hoy cumpliría cien años, quien realmente manejaba los hilos del poder. Pronto prescindiría de Suárez Flamerich enviándolo al exilio y así, desde el dos de diciembre de 1952, Marcos Pérez Jiménez convertiría a Venezuela en uno de esos jardines tan suyos, hermosos, pero subvertidos con cadáveres sembrados.
Orquídeas preciosas, gatos paquidérmicos, mastines entrenados, pájaros exóticos, recuerdos calcinantes. En aquellos momentos, el otoño madrileño le sentaba muy bien al general, quien establecía, jactancioso y mordaz, algún inventario de lo que el petróleo le permitió construir: carreteras, puentes, edificios gubernamentales, proyectos residenciales y otras estructuras arquitectónicas que aun hoy son símbolos de su paso por el gobierno. El régimen de la policía política altamente tecnificada, con un líder (Pedro Estrada) hecho a la medida de su sueño.
Un gobierno de las autopistas y los megaedificios: Caracas-La Guaira, el Hotel Humboldt, el del Lago, El Helicoide caraqueño. La visión desarrollista del general, alentada y auspiciada por los Estados Unidos, abriría las puertas a una mano de obra semicalificada que transformará el genotipo criollo. Llegan inmigrantes en masa desde toda la Europa devastada por la guerra y que traerá beneficios para ciertos rubros, como el comercio, la manufactura, la producción agrícola y pecuaria, entre otros.
“A mí me quería la mayoría de la gente”, musitaba el general, mientras ofrecía una manzana verde. “Durante el plebiscito eso quedó más que demostrado y aunque la palabra fraude intentó anular ese triunfo, la verdad es que todavía hoy, tres décadas después, la gente aún clama por el regreso de nuestro proyecto, que tanta falta hace..”, concluía, con cierto dejo melancólico.
La soledad del poder. En aquellas conversaciones previas con Blanco Muñoz, revelaba todos estos detalles de conspiraciones, intrigas, calumnias, odios, rencores y muertes públicas y privadas, tal como en esos guiones shakespereanos, que, junto con Olga Margallo, resumía aquella madrugada previa a la entrevista plena de coraje y lucidez. El 23 de enero de 1958, Marcos Pérez Jiménez, el general, huyó en “La Vaca Sagrada”, como llamaban a su avión presidencial. Primero fue a la República Dominicana, donde lo albergó su colega dictador, Rafael Leonidas Trujillo. Entre especulaciones y medias verdades, se habló entonces que se había llevado no menos de 200 millones de dólares. Atrás quedaba un país escindido en dos mitades, pre y post Pérez Jiménez, con vacaciones incluidas en motonetas, en la isla La Orchila, con alguna de las primeras grandes misses de la incipiente industria vernácula de la belleza cultivada, tal como orquídeas en sus jardines de La Moraleja.
En el avión de regreso desde Madrid, con 240 minutos de conversación grabados con el general centenario, el periodista pensaba en la magnificencia de la diosa fortuna. “Alexis trajo la entrevista”, comentaba con orgullo el jefe José Semprún, y, más allá, el impecable poeta Hesnor, recordando de memoria, los pasajes más dolorosos de la poesía de la ignominia, sobre todo la de sus grandes amigos adecos, en su mayoría perseguidos y exiliados. Don Esteban recibió una llamada de Miguel Ángel Capriles, quien solicitaba la anuencia para reproducir cada página, en su vespertino.
Junto con sus compañeros, con los amigos y otros que se perdieron en el malogrado esfuerzo por retratar al dictador desalmado, el periodista jamás dejó de agradecer aquella oportunidad de permitir al general centenario, que le hablara al país, y lo sometiese a una radiografía implacable.
Leerla, pensarla y repensarla, sería tal vez el mejor aliciente para un señor no tan viejo pero con unas alas enormes… Si, la memoria quema.
Por: Alexis Blanco
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Caracas, domingo 27 de abril, 2014
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