El Museo de Bellas Artes también es un descuido
Las esculturas de los jardines están deterioradas por el sol y la humedad.
Piezas de Harry Abend y Jesús Soto deterioradas por el sol (N.Rocco)
JESSICA MORÓN | EL UNIVERSAL
domingo 7 de julio de 2013
Es miércoles, a las 11:00 de la mañana. Las salas del Museo de Bellas Artes no están completamente vacías. Un grupo de estudiantes observa con detenimiento las piezas de Pablo Picasso, Diego Rivera, Georges Braque, Marcel Duchamp, Fernand Léger y Marie Laurencin. Unos pasos más adelante, una pareja de estadounidenses intenta entender por qué no puede entrar a la sala 7, donde, se supone, están expuestas algunas esculturas de la artista venezolana-alemana Gertrude Goldschmidt, mejor conocida como "Gego".
"Estamos cortos de personal. Algunas salas están cerradas y tienen que esperar hasta las 3:00 p.m. a que llegue otra persona", dice el vigilante, que custodia las salas 1, 2 y 3, ante los ojos atónitos de los visitantes.
Pero la sorpresa no termina allí para los presentes. "Además, la exhibición de esa artista (Gego) no está completa. Hace meses que se llevaron una retícula para restaurarla y no la han traído", agrega el trabajador, que ni sospecha que sus palabras están siendo grabadas.
Hay más inconvenientes. La sala 6 no está abierta al público. En la puerta hay un cartel que dice: "En montaje". Y la sala 9 también está cerrada. Así que el recorrido continúa en la 8, donde las pinturas y serigrafías de Luis Chacón, Josef Albers, Alirio Oramas y Víctor Vasarely acompañan El Mural de Bruselas (1958),de Jesús Soto.
La valiosa pieza del escultor venezolano, elaborada hace más de 50 años en hierro y aluminio, "está bien conservada", asegura el restaurador Francisco Camino, quien no tarda en observar que el imponente mural está cubierto de polvo y de telarañas.
"Las piezas necesitan de una limpieza periódica. Hay que aplicarles un producto de ph neutro, pero primero el departamento de conservación debe determinar si el tipo de material lo soporta, de lo contrario la obra puede perder la pintura original, incluso se puede corroer", afirma el experto, quien advierte que sobre todo las esculturas ubicadas en las zonas verdes, esto es, en los jardines del Museo de Bellas Artes, han sufrido los efectos del sol, la humedad, el polvo y la contaminación. Y sin que ninguno de sus directivos parezca advertirlo siquiera.
Algunas piezas ni siquiera conservan su placa de identificación, así que los visitantes no sabrán a ciencia cierta cuál es el nombre de la obra, quién es su autor, y en qué año fue creada. Otras sencillamente asaltan a la vista porque sus bases de metal están oxidadas, corroídas, con huecos, y hasta bañadas por una capa de excremento de ave.
"Tener obras a la intemperie amerita mayores cuidados", explica el restaurador. "El excremento de las aves, por ejemplo, genera un proceso corrosivo sobre la pintura, que se debe remover de inmediato apenas se detecte", agrega el especialista en conservación de piezas de arte moderno y contemporáneo, quien advierte el gran deterioro en piezas de no poca importancia museística.
Como la obra Puerta(1992), de Carlos Rojas, cuya estructura de hierro "presenta desprendimiento de su superficie pictórica", amén de que la pintura está craquelada y hasta golpeada", tal como advierte Camino, quien insiste acerca de la gravedad de la corrosión filiforme.
No es la única pieza en estado semejante. El hollín, por ejemplo, terminó por afectar visiblemente a la obra Homenaje a Miguel Arroyo, de Harry Abend, así como una escultura sin título de Alejandro Otero. Ambas han terminado cubiertas por una capa de ceniza color negra. Y ello pese a que el museo "cuenta con dos grúas que permiten acceder a estas piezas de gran altura y para poder remover las impurezas", advierte el restaurador.
"Una institución cultural no debe exhibir piezas en este estado. Para ello cuentan con un departamento de conservación que se ocupa de evitar que una obra llegue a estos extremos. A largo plazo hay que recurrir a la restauración", apunta él.
Una empleada que prefiere mantener su anonimato, revela que años atrás las autoridades contrataban a una empresa privada para que se encargara del mantenimiento de las piezas de arte. "Solo que ahora ya nadie se acuerda del arte", dice. jmoron@eluniversal.com
"Estamos cortos de personal. Algunas salas están cerradas y tienen que esperar hasta las 3:00 p.m. a que llegue otra persona", dice el vigilante, que custodia las salas 1, 2 y 3, ante los ojos atónitos de los visitantes.
Pero la sorpresa no termina allí para los presentes. "Además, la exhibición de esa artista (Gego) no está completa. Hace meses que se llevaron una retícula para restaurarla y no la han traído", agrega el trabajador, que ni sospecha que sus palabras están siendo grabadas.
Hay más inconvenientes. La sala 6 no está abierta al público. En la puerta hay un cartel que dice: "En montaje". Y la sala 9 también está cerrada. Así que el recorrido continúa en la 8, donde las pinturas y serigrafías de Luis Chacón, Josef Albers, Alirio Oramas y Víctor Vasarely acompañan El Mural de Bruselas (1958),de Jesús Soto.
La valiosa pieza del escultor venezolano, elaborada hace más de 50 años en hierro y aluminio, "está bien conservada", asegura el restaurador Francisco Camino, quien no tarda en observar que el imponente mural está cubierto de polvo y de telarañas.
"Las piezas necesitan de una limpieza periódica. Hay que aplicarles un producto de ph neutro, pero primero el departamento de conservación debe determinar si el tipo de material lo soporta, de lo contrario la obra puede perder la pintura original, incluso se puede corroer", afirma el experto, quien advierte que sobre todo las esculturas ubicadas en las zonas verdes, esto es, en los jardines del Museo de Bellas Artes, han sufrido los efectos del sol, la humedad, el polvo y la contaminación. Y sin que ninguno de sus directivos parezca advertirlo siquiera.
Algunas piezas ni siquiera conservan su placa de identificación, así que los visitantes no sabrán a ciencia cierta cuál es el nombre de la obra, quién es su autor, y en qué año fue creada. Otras sencillamente asaltan a la vista porque sus bases de metal están oxidadas, corroídas, con huecos, y hasta bañadas por una capa de excremento de ave.
"Tener obras a la intemperie amerita mayores cuidados", explica el restaurador. "El excremento de las aves, por ejemplo, genera un proceso corrosivo sobre la pintura, que se debe remover de inmediato apenas se detecte", agrega el especialista en conservación de piezas de arte moderno y contemporáneo, quien advierte el gran deterioro en piezas de no poca importancia museística.
Como la obra Puerta(1992), de Carlos Rojas, cuya estructura de hierro "presenta desprendimiento de su superficie pictórica", amén de que la pintura está craquelada y hasta golpeada", tal como advierte Camino, quien insiste acerca de la gravedad de la corrosión filiforme.
No es la única pieza en estado semejante. El hollín, por ejemplo, terminó por afectar visiblemente a la obra Homenaje a Miguel Arroyo, de Harry Abend, así como una escultura sin título de Alejandro Otero. Ambas han terminado cubiertas por una capa de ceniza color negra. Y ello pese a que el museo "cuenta con dos grúas que permiten acceder a estas piezas de gran altura y para poder remover las impurezas", advierte el restaurador.
"Una institución cultural no debe exhibir piezas en este estado. Para ello cuentan con un departamento de conservación que se ocupa de evitar que una obra llegue a estos extremos. A largo plazo hay que recurrir a la restauración", apunta él.
Una empleada que prefiere mantener su anonimato, revela que años atrás las autoridades contrataban a una empresa privada para que se encargara del mantenimiento de las piezas de arte. "Solo que ahora ya nadie se acuerda del arte", dice. jmoron@eluniversal.com
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