Santa Teresa de Jesús - 15 de octubre
«Fundadora de las carmelitas descalzas, doctora de la Iglesia, la primera mujer que recibió este alto honor. Apóstol incansable, escritora, poeta, mística excepcional. Es una de las grandes maestras de la vida espiritual»
Por Isabel Orellana Vilches
Madrid, 14 de octubre de 2015 (ZENIT.org)
En este mes de octubre misionero el santoral nos ofrece la vida de dos insignes carmelitas, ambas de nombre Teresa, que unieron a Jesús. Teresa de Lisieux, de cuya trayectoria se hizo puntual eco esta sección de ZENIT hace unos días, y la fundadora Teresa de Cepeda y Ahumada, considerada una de las grandes figuras de la Iglesia, de poderoso influjo en santos y beatos. Imposible precisar el número de personas anónimas que la eligieron y continúan tomándola como modelo, pero seguro que son multitud. Se han vertido tantas reflexiones en torno a ella que nada nuevo se puede añadir. Seguimos admirados de su entrega, agradeciendo a Dios su fecunda existencia, de la que se ha hablado y escrito incesantemente en este año en el que se celebra el V centenario de su venida al mundo.
Nacida el 28 de marzo de 1515 en Ávila, España, tenía una personalidad impactante. Mujer de empuje, audaz, soñadora, apóstol incansable, mística y doctora de la Iglesia, primera a la que se le confirió tan alto honor, escritora, poeta…, ha logrado que su vida y obra, que mantiene su frescura original, prosiga en lo alto de este podium de santidad. Se enamoró de Cristo precozmente, y quiso derramar su sangre por Él siendo mártir a la edad de 6 años; huyó para ello con su hermano Rodrigo, pero los encontraron. La vida eremítica formó parte de sus juegos infantiles. Después, pasó un tiempo entre devaneos, atrapada por el contenido de libros de caballería y el cortejo de un familiar. Su madre murió dejándola en la difícil edad de los 13 años. Internada por su padre a los 16 en el colegio de Gracia, regido por las madres agustinas, echaba de menos a su primo, que era el galán que la pretendía.
Aunque se hallaba en contacto con la vida religiosa, el mundo seguía disputándosela a Cristo; ser monja no estaba en sus planes. Hasta que en 1535, después de ver partir a Rodrigo, casarse a una de sus hermanas, e ingresar una amiga en el monasterio de la Encarnación, hablando con ésta descubrió su vocación, y entró en el convento a pesar de la oposición paterna. Una grave enfermedad la devolvió a los brazos de su padre en 1537. Luchó contra la muerte y venció, atribuyéndolo a san José, aunque le quedaron secuelas. En 1539 volvió a la Encarnación. La vida en el convento era, como hoy se diría, demasiado light. Tanta apertura y comodidades, entradas y salidas, no eran precisamente lo más adecuado para una consagrada. Y en la Cuaresma del año 1544, el de la muerte de su padre, ante la imagen de un Cristo llagado, con ardientes lágrimas suplicó su ayuda; le horrorizaba ofenderle.
Era su amor vehemente, sin fisuras, alimentado a través de una oración continua: «La oración no consiste en pensar mucho, sino en amar mucho». Comenzó a experimentar la vida de perfección como ascenso de su alma a Dios, y a la par recibía la gracia de verse envuelta en místicas visiones que incendiaban su corazón, aunque hubo grandes periodos templados por una intensa aridez. Susurros de su pasión impregnaban sus jornadas de oración: «Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero...». Demandaba fervientemente la cruz cotidiana: «Cruz, descanso sabroso de mi vida, Vos seáis la bienvenida […]. En la cruz está la vida, y el consuelo, y ella sola es el camino para el cielo…».
Hacia 1562 vivió la experiencia mística de la transverberación: «Veía un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo, en forma corporal, lo que no suelo ver sino por maravilla [...]. No era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos que parecen todos se abrasan. Deben ser los que llaman querubines [...]. Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios».
En otra de las visiones le fue dado a contemplar el infierno. Fue tan terrible que determinó el rigor de su entrega y emprendió la reforma carmelitana así como su primera fundación. Tenía 40 años, y Dios iba marcándole el camino que debía seguir. San Juan de la Cruz se unió a su empeño. La reforma no fue fácil. Las pruebas de toda índole, insidias del diablo, contrariedades, problemas internos, dudas y vacilaciones de su propio confesor, así como el trato hostil dispensado por la Iglesia, entre otros, le infligieron grandes sufrimientos. A pesar de su frágil salud, tenía un potente temperamento y no se dejaba amilanar; menos aún, cuando se trataba de Cristo. Así que, acudió a los altos estamentos, se codeó con reyes y nobleza, fue donde hizo falta, y se entregó en cuerpo y alma a tutelar y enriquecer espiritualmente las fundaciones con las que regó España. Todas nacieron a impulso del mismo Dios que las inspiraba.
Era una excepcional formadora. Tenía alma misionera; lloró amargamente pensando en las necesidades apostólicas que había en tierras americanas, donde hubiera querido ir. Plasmó sus experiencias místicas en obras maestras, imprescindibles para alumbrar el itinerario espiritual como «El camino de la perfección», «Pensamientos sobre el amor de Dios» y «El castillo interior», que no vio publicadas en vida. La Inquisición estuvo tras ella; incluso quemó uno de sus textos por sugerencia de su confesor. Fortaleza y claridad, capacidad organizativa y sabiduría para ejercer el gobierno, confianza y entereza en las contrariedades, humildad, sencillez, sagacidad, sentido del humor, una fe y caridad heroicas son rasgos que también la definen.
Devotísima de San José decía: «solo pido por amor de Dios que lo pruebe quien no creyere y verá por experiencia cuan gran bien es recomendarse a ese glorioso Patriarca y tenerle devoción». Aunó magistralmente contemplación y acción. Recibió dones diversos: éxtasis, milagros, discernimiento… Murió en Alba de Tormes el 4 de octubre de 1582. Pablo V la beatificó el 24 de abril de 1614. Gregorio XV la canonizó el 12 de marzo de 1622. Pablo VI la declaró doctora de la Iglesia el 27 de septiembre de 1970.
Madrid, 14 de octubre de 2015 (ZENIT.org)
En este mes de octubre misionero el santoral nos ofrece la vida de dos insignes carmelitas, ambas de nombre Teresa, que unieron a Jesús. Teresa de Lisieux, de cuya trayectoria se hizo puntual eco esta sección de ZENIT hace unos días, y la fundadora Teresa de Cepeda y Ahumada, considerada una de las grandes figuras de la Iglesia, de poderoso influjo en santos y beatos. Imposible precisar el número de personas anónimas que la eligieron y continúan tomándola como modelo, pero seguro que son multitud. Se han vertido tantas reflexiones en torno a ella que nada nuevo se puede añadir. Seguimos admirados de su entrega, agradeciendo a Dios su fecunda existencia, de la que se ha hablado y escrito incesantemente en este año en el que se celebra el V centenario de su venida al mundo.
Nacida el 28 de marzo de 1515 en Ávila, España, tenía una personalidad impactante. Mujer de empuje, audaz, soñadora, apóstol incansable, mística y doctora de la Iglesia, primera a la que se le confirió tan alto honor, escritora, poeta…, ha logrado que su vida y obra, que mantiene su frescura original, prosiga en lo alto de este podium de santidad. Se enamoró de Cristo precozmente, y quiso derramar su sangre por Él siendo mártir a la edad de 6 años; huyó para ello con su hermano Rodrigo, pero los encontraron. La vida eremítica formó parte de sus juegos infantiles. Después, pasó un tiempo entre devaneos, atrapada por el contenido de libros de caballería y el cortejo de un familiar. Su madre murió dejándola en la difícil edad de los 13 años. Internada por su padre a los 16 en el colegio de Gracia, regido por las madres agustinas, echaba de menos a su primo, que era el galán que la pretendía.
Aunque se hallaba en contacto con la vida religiosa, el mundo seguía disputándosela a Cristo; ser monja no estaba en sus planes. Hasta que en 1535, después de ver partir a Rodrigo, casarse a una de sus hermanas, e ingresar una amiga en el monasterio de la Encarnación, hablando con ésta descubrió su vocación, y entró en el convento a pesar de la oposición paterna. Una grave enfermedad la devolvió a los brazos de su padre en 1537. Luchó contra la muerte y venció, atribuyéndolo a san José, aunque le quedaron secuelas. En 1539 volvió a la Encarnación. La vida en el convento era, como hoy se diría, demasiado light. Tanta apertura y comodidades, entradas y salidas, no eran precisamente lo más adecuado para una consagrada. Y en la Cuaresma del año 1544, el de la muerte de su padre, ante la imagen de un Cristo llagado, con ardientes lágrimas suplicó su ayuda; le horrorizaba ofenderle.
Era su amor vehemente, sin fisuras, alimentado a través de una oración continua: «La oración no consiste en pensar mucho, sino en amar mucho». Comenzó a experimentar la vida de perfección como ascenso de su alma a Dios, y a la par recibía la gracia de verse envuelta en místicas visiones que incendiaban su corazón, aunque hubo grandes periodos templados por una intensa aridez. Susurros de su pasión impregnaban sus jornadas de oración: «Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero...». Demandaba fervientemente la cruz cotidiana: «Cruz, descanso sabroso de mi vida, Vos seáis la bienvenida […]. En la cruz está la vida, y el consuelo, y ella sola es el camino para el cielo…».
Hacia 1562 vivió la experiencia mística de la transverberación: «Veía un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo, en forma corporal, lo que no suelo ver sino por maravilla [...]. No era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos que parecen todos se abrasan. Deben ser los que llaman querubines [...]. Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios».
En otra de las visiones le fue dado a contemplar el infierno. Fue tan terrible que determinó el rigor de su entrega y emprendió la reforma carmelitana así como su primera fundación. Tenía 40 años, y Dios iba marcándole el camino que debía seguir. San Juan de la Cruz se unió a su empeño. La reforma no fue fácil. Las pruebas de toda índole, insidias del diablo, contrariedades, problemas internos, dudas y vacilaciones de su propio confesor, así como el trato hostil dispensado por la Iglesia, entre otros, le infligieron grandes sufrimientos. A pesar de su frágil salud, tenía un potente temperamento y no se dejaba amilanar; menos aún, cuando se trataba de Cristo. Así que, acudió a los altos estamentos, se codeó con reyes y nobleza, fue donde hizo falta, y se entregó en cuerpo y alma a tutelar y enriquecer espiritualmente las fundaciones con las que regó España. Todas nacieron a impulso del mismo Dios que las inspiraba.
Era una excepcional formadora. Tenía alma misionera; lloró amargamente pensando en las necesidades apostólicas que había en tierras americanas, donde hubiera querido ir. Plasmó sus experiencias místicas en obras maestras, imprescindibles para alumbrar el itinerario espiritual como «El camino de la perfección», «Pensamientos sobre el amor de Dios» y «El castillo interior», que no vio publicadas en vida. La Inquisición estuvo tras ella; incluso quemó uno de sus textos por sugerencia de su confesor. Fortaleza y claridad, capacidad organizativa y sabiduría para ejercer el gobierno, confianza y entereza en las contrariedades, humildad, sencillez, sagacidad, sentido del humor, una fe y caridad heroicas son rasgos que también la definen.
Devotísima de San José decía: «solo pido por amor de Dios que lo pruebe quien no creyere y verá por experiencia cuan gran bien es recomendarse a ese glorioso Patriarca y tenerle devoción». Aunó magistralmente contemplación y acción. Recibió dones diversos: éxtasis, milagros, discernimiento… Murió en Alba de Tormes el 4 de octubre de 1582. Pablo V la beatificó el 24 de abril de 1614. Gregorio XV la canonizó el 12 de marzo de 1622. Pablo VI la declaró doctora de la Iglesia el 27 de septiembre de 1970.
Nacida el 28 de marzo de 1515 en Ávila, España, tenía una personalidad impactante. Mujer de empuje, audaz, soñadora, apóstol incansable, mística y doctora de la Iglesia, primera a la que se le confirió tan alto honor, escritora, poeta…, ha logrado que su vida y obra, que mantiene su frescura original, prosiga en lo alto de este podium de santidad. Se enamoró de Cristo precozmente, y quiso derramar su sangre por Él siendo mártir a la edad de 6 años; huyó para ello con su hermano Rodrigo, pero los encontraron. La vida eremítica formó parte de sus juegos infantiles. Después, pasó un tiempo entre devaneos, atrapada por el contenido de libros de caballería y el cortejo de un familiar. Su madre murió dejándola en la difícil edad de los 13 años. Internada por su padre a los 16 en el colegio de Gracia, regido por las madres agustinas, echaba de menos a su primo, que era el galán que la pretendía.
Aunque se hallaba en contacto con la vida religiosa, el mundo seguía disputándosela a Cristo; ser monja no estaba en sus planes. Hasta que en 1535, después de ver partir a Rodrigo, casarse a una de sus hermanas, e ingresar una amiga en el monasterio de la Encarnación, hablando con ésta descubrió su vocación, y entró en el convento a pesar de la oposición paterna. Una grave enfermedad la devolvió a los brazos de su padre en 1537. Luchó contra la muerte y venció, atribuyéndolo a san José, aunque le quedaron secuelas. En 1539 volvió a la Encarnación. La vida en el convento era, como hoy se diría, demasiado light. Tanta apertura y comodidades, entradas y salidas, no eran precisamente lo más adecuado para una consagrada. Y en la Cuaresma del año 1544, el de la muerte de su padre, ante la imagen de un Cristo llagado, con ardientes lágrimas suplicó su ayuda; le horrorizaba ofenderle.
Era su amor vehemente, sin fisuras, alimentado a través de una oración continua: «La oración no consiste en pensar mucho, sino en amar mucho». Comenzó a experimentar la vida de perfección como ascenso de su alma a Dios, y a la par recibía la gracia de verse envuelta en místicas visiones que incendiaban su corazón, aunque hubo grandes periodos templados por una intensa aridez. Susurros de su pasión impregnaban sus jornadas de oración: «Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero...». Demandaba fervientemente la cruz cotidiana: «Cruz, descanso sabroso de mi vida, Vos seáis la bienvenida […]. En la cruz está la vida, y el consuelo, y ella sola es el camino para el cielo…».
Hacia 1562 vivió la experiencia mística de la transverberación: «Veía un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo, en forma corporal, lo que no suelo ver sino por maravilla [...]. No era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos que parecen todos se abrasan. Deben ser los que llaman querubines [...]. Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios».
En otra de las visiones le fue dado a contemplar el infierno. Fue tan terrible que determinó el rigor de su entrega y emprendió la reforma carmelitana así como su primera fundación. Tenía 40 años, y Dios iba marcándole el camino que debía seguir. San Juan de la Cruz se unió a su empeño. La reforma no fue fácil. Las pruebas de toda índole, insidias del diablo, contrariedades, problemas internos, dudas y vacilaciones de su propio confesor, así como el trato hostil dispensado por la Iglesia, entre otros, le infligieron grandes sufrimientos. A pesar de su frágil salud, tenía un potente temperamento y no se dejaba amilanar; menos aún, cuando se trataba de Cristo. Así que, acudió a los altos estamentos, se codeó con reyes y nobleza, fue donde hizo falta, y se entregó en cuerpo y alma a tutelar y enriquecer espiritualmente las fundaciones con las que regó España. Todas nacieron a impulso del mismo Dios que las inspiraba.
Era una excepcional formadora. Tenía alma misionera; lloró amargamente pensando en las necesidades apostólicas que había en tierras americanas, donde hubiera querido ir. Plasmó sus experiencias místicas en obras maestras, imprescindibles para alumbrar el itinerario espiritual como «El camino de la perfección», «Pensamientos sobre el amor de Dios» y «El castillo interior», que no vio publicadas en vida. La Inquisición estuvo tras ella; incluso quemó uno de sus textos por sugerencia de su confesor. Fortaleza y claridad, capacidad organizativa y sabiduría para ejercer el gobierno, confianza y entereza en las contrariedades, humildad, sencillez, sagacidad, sentido del humor, una fe y caridad heroicas son rasgos que también la definen.
Devotísima de San José decía: «solo pido por amor de Dios que lo pruebe quien no creyere y verá por experiencia cuan gran bien es recomendarse a ese glorioso Patriarca y tenerle devoción». Aunó magistralmente contemplación y acción. Recibió dones diversos: éxtasis, milagros, discernimiento… Murió en Alba de Tormes el 4 de octubre de 1582. Pablo V la beatificó el 24 de abril de 1614. Gregorio XV la canonizó el 12 de marzo de 1622. Pablo VI la declaró doctora de la Iglesia el 27 de septiembre de 1970.
Cardenal Blázquez: "¡Qué regalo nos hizo Dios al darnos a esta mujer genial!"
En la clausura del V Centenario del nacimiento de santa Teresa de Jesús y el Año Jubilar Teresiano
Por Redacción
Madrid, 15 de octubre de 2015 (ZENIT.org)
Este jueves por la mañana se ha clausurado el V Centenario del nacimiento de santa Teresa de Jesús y el Año Jubilar Teresiano que concedió el papa Francisco para todas las diócesis españolas entre octubre de 2014 y octubre de 2015. El día de la fiesta litúrgica de la mística y doctora de la Iglesia, el 15 de octubre, ha marcado el inicio y el fin de esta celebración jubilar para la Iglesia católica en España.
El acto central de hoy ha sido la celebración eucarística que ha presidido el cardenal Ricardo Blázquez Pérez, arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE), en la Plaza de santa Teresa, en Ávila, a las 11.30 horas.
Los voluntarios, que han estado presentes en todos los actos del Año Jubilar, acogían desde las primeras horas de la mañana a las casi nueve mil personas que han participado en la Misa de clausura del V Centenario, informó la CEE en un comunicado.
Antes del inicio de la celebración eucarística, se han vivido dos momentos solemnes: alrededor de las 8.00 horas entraban en la Plaza los miembros del Ilustre Patronato de la Santa Vera Cruz portando la imagen del Cristo de los Ajusticiados, que ha ocupado un lugar destacado en el altar. Justo antes de comenzar la Eucaristía, se han colocado frente al altar las imágenes de santa Teresa y la Virgen de la Caridad, que se han trasladado en procesión desde la catedral.
La celebración eucarística ha comenzado con el saludo del obispo de Ávila, diócesis que ha vivido con gran intensidad este año jubilar. Mons. García Burrillo ha dado la bienvenida a todos los participantes y se ha dirigido de manera especial a los más de 500 voluntarios que han asistido a los peregrinos en los distintos actos que han tenido lugar durante el V Centenario.
"La santa nos recibe", "año de gracia extraordinario" señalaba Mons. Garcia Burillo, quien ha acabado pidiendo a Teresa de Jesús que "nos ayude a renovar nuestro castillo interior".
Por su parte, el cardenal Blázquez resumía al iniciar su homilía lo que ha supuesto la celebración de este V Centenario: "Hemos quedado sorprendidos por la capacidad de convocatoria de santa Teresa y hemos reavivado en la Iglesia y en la sociedad el mensaje inmarcesible que continúa emitiendo. ¡Qué regalo nos hizo Dios al darnos a esta mujer genial! Ávila ha quedado para siempre ennoblecida con su nacimiento, con su vida y con su obra". Para el presidente de la CEE "ha merecido la pena ponernos en camino" para ir de la mano de la santa "desde el encuentro con el Señor a todas las periferias y para renovar la dimensión misionera de nuestra vida cristiana".
Durante la homilía, el cardenal Blázquez ha resaltado como santa Teresa fue capaz de comprender la revelación de Dios y la persona de Jesucristo con "claridad y hondura".
También ha recordado cómo Cristo era el centro de su vida y cómo reivindicó "con decisión" su humanidad. En este sentido ha recordado que "la Humanidad sacratísima de Jesucristo abarca en la pluma de Teresa todo el itinerario del Señor desde su nacimiento en Belén, vida escondida en Nazaret, pasión y crucifixión en Jerusalén, glorificación y presencia eucarística hasta la cercanía a nosotros. Está junto a nuestro lado; no se ha alejado ni desentendido de nosotros".
El cardenal Blázquez ha sido rotundo al afirma que es tiempo de caminar "¿A dónde? Al encuentro con Jesucristo (...) Es tiempo de caminar hacia las periferias geográficas y humanas como hermanos y apóstoles (...). Es tiempo de caminar al Año de la misericordia de Dios, convocado por el Papa Francisco, que se abrirá el 8 de diciembre".
El presidente de la CEE participa en el Sínodo de la familia y ha cerrado su homilía con una petición: "uniéndonos a la Asamblea de obispos, que se celebra estos días en Roma, invocamos la intercesión de santa Teresa para que los padres inicien en la fe a sus hijos. La fe se transmite particularmente enseñando a rezar a los niños y rezando con ellos".
Antes de concluir la eucaristía, ha pronunciado una alocución el Prepósito General de los carmelitas descalzos, P. Saverio Cannistrà, quien ha comenzado deseando a todos los presentes una feliz fiesta de santa Teresa de Jesús.
El P. Saverino Canistrà ha ido agradeciendo y enumerando a todos los que han colaborado en este V Centenario. Además, ha exhortado: "es tiempo de caminar", y al concluir el año jubilar, "comienza lo mas apasionante"; así ha invitado a sembar en nuestra sociedad con lo que hemos aprendido este año. "Juntos andemos, Señor" es el lema que ha propuesto para seguir caminando.
Junto al presidente de la CEE han concelebrado el nuncio apostólico en España, Mons. Renzo Fratini; el obispo de Ávila, Mons. Jesús García Burillo; el arzobispo de Valencia, cardenal Antonio Cañizares Llovera; el arzobispo castrense, Mons. Juan del Río; los arzobispos de Toledo, Oviedo y Granada, los monseñores Braulio Rodríguez Plaza, Jesús Sanz Montes y Francisco Javier Martínez Fernández; los obispos de Santander, Osma-Soria, Segovia, Jaén, Zamora, Plasencia y León, los monseñores Manuel Sánchez Monge, Gerardo Melgar Viciosa, César Augusto Franco, Ramón del Hoyo López, Gregorio Martínez Sacristán, Amadeo Rodríguez Magro y Julián López Martín; el obispo auxiliar de Toledo, Mons. Ángel Fernández Collado; el obispo emérito de Segovia, Mons. Ángel Rubio Castro; el administrador diocesano de Palencia, el sacerdote Antonio Gómez Cantero, y el secretario general de la CEE, el sacerdote y periodista José Mª Gil Tamayo.
En representación de la orden del Carmelo han concelebrado el prepósito general, P. Saaverio Canistrá, OCD, y el provincial de la Provincia Ibérica, P. Miguel Márquez, OCD. Además del obispo emérito de Galloway y el obispo de Motherwell, en Escocia, los monseñores Maurice Taylor y Joseph Toal. A estos hay que añadir más de 300 sacerdotes y más de 200 miembros de la vida consagrada, con una amplísima representación de la orden del Carmelo.
Ha participado numerosas autoridades locales y provinciales, encabezadas por el alcalde de Ávila, José Luis Rivas Hernández. También se ha contado con una representación de la Junta de Castilla y León.
Con la bendición apostólica a todos los presentes ha concluido la celebración eucarística y ha quedado clausurado el V Centenario.
Madrid, 15 de octubre de 2015 (ZENIT.org)
Este jueves por la mañana se ha clausurado el V Centenario del nacimiento de santa Teresa de Jesús y el Año Jubilar Teresiano que concedió el papa Francisco para todas las diócesis españolas entre octubre de 2014 y octubre de 2015. El día de la fiesta litúrgica de la mística y doctora de la Iglesia, el 15 de octubre, ha marcado el inicio y el fin de esta celebración jubilar para la Iglesia católica en España.
El acto central de hoy ha sido la celebración eucarística que ha presidido el cardenal Ricardo Blázquez Pérez, arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE), en la Plaza de santa Teresa, en Ávila, a las 11.30 horas.Los voluntarios, que han estado presentes en todos los actos del Año Jubilar, acogían desde las primeras horas de la mañana a las casi nueve mil personas que han participado en la Misa de clausura del V Centenario, informó la CEE en un comunicado.
Antes del inicio de la celebración eucarística, se han vivido dos momentos solemnes: alrededor de las 8.00 horas entraban en la Plaza los miembros del Ilustre Patronato de la Santa Vera Cruz portando la imagen del Cristo de los Ajusticiados, que ha ocupado un lugar destacado en el altar. Justo antes de comenzar la Eucaristía, se han colocado frente al altar las imágenes de santa Teresa y la Virgen de la Caridad, que se han trasladado en procesión desde la catedral.
La celebración eucarística ha comenzado con el saludo del obispo de Ávila, diócesis que ha vivido con gran intensidad este año jubilar. Mons. García Burrillo ha dado la bienvenida a todos los participantes y se ha dirigido de manera especial a los más de 500 voluntarios que han asistido a los peregrinos en los distintos actos que han tenido lugar durante el V Centenario.
"La santa nos recibe", "año de gracia extraordinario" señalaba Mons. Garcia Burillo, quien ha acabado pidiendo a Teresa de Jesús que "nos ayude a renovar nuestro castillo interior".
Por su parte, el cardenal Blázquez resumía al iniciar su homilía lo que ha supuesto la celebración de este V Centenario: "Hemos quedado sorprendidos por la capacidad de convocatoria de santa Teresa y hemos reavivado en la Iglesia y en la sociedad el mensaje inmarcesible que continúa emitiendo. ¡Qué regalo nos hizo Dios al darnos a esta mujer genial! Ávila ha quedado para siempre ennoblecida con su nacimiento, con su vida y con su obra". Para el presidente de la CEE "ha merecido la pena ponernos en camino" para ir de la mano de la santa "desde el encuentro con el Señor a todas las periferias y para renovar la dimensión misionera de nuestra vida cristiana".
Durante la homilía, el cardenal Blázquez ha resaltado como santa Teresa fue capaz de comprender la revelación de Dios y la persona de Jesucristo con "claridad y hondura".
También ha recordado cómo Cristo era el centro de su vida y cómo reivindicó "con decisión" su humanidad. En este sentido ha recordado que "la Humanidad sacratísima de Jesucristo abarca en la pluma de Teresa todo el itinerario del Señor desde su nacimiento en Belén, vida escondida en Nazaret, pasión y crucifixión en Jerusalén, glorificación y presencia eucarística hasta la cercanía a nosotros. Está junto a nuestro lado; no se ha alejado ni desentendido de nosotros".
El cardenal Blázquez ha sido rotundo al afirma que es tiempo de caminar "¿A dónde? Al encuentro con Jesucristo (...) Es tiempo de caminar hacia las periferias geográficas y humanas como hermanos y apóstoles (...). Es tiempo de caminar al Año de la misericordia de Dios, convocado por el Papa Francisco, que se abrirá el 8 de diciembre".
El presidente de la CEE participa en el Sínodo de la familia y ha cerrado su homilía con una petición: "uniéndonos a la Asamblea de obispos, que se celebra estos días en Roma, invocamos la intercesión de santa Teresa para que los padres inicien en la fe a sus hijos. La fe se transmite particularmente enseñando a rezar a los niños y rezando con ellos".
Antes de concluir la eucaristía, ha pronunciado una alocución el Prepósito General de los carmelitas descalzos, P. Saverio Cannistrà, quien ha comenzado deseando a todos los presentes una feliz fiesta de santa Teresa de Jesús.
El P. Saverino Canistrà ha ido agradeciendo y enumerando a todos los que han colaborado en este V Centenario. Además, ha exhortado: "es tiempo de caminar", y al concluir el año jubilar, "comienza lo mas apasionante"; así ha invitado a sembar en nuestra sociedad con lo que hemos aprendido este año. "Juntos andemos, Señor" es el lema que ha propuesto para seguir caminando.
Junto al presidente de la CEE han concelebrado el nuncio apostólico en España, Mons. Renzo Fratini; el obispo de Ávila, Mons. Jesús García Burillo; el arzobispo de Valencia, cardenal Antonio Cañizares Llovera; el arzobispo castrense, Mons. Juan del Río; los arzobispos de Toledo, Oviedo y Granada, los monseñores Braulio Rodríguez Plaza, Jesús Sanz Montes y Francisco Javier Martínez Fernández; los obispos de Santander, Osma-Soria, Segovia, Jaén, Zamora, Plasencia y León, los monseñores Manuel Sánchez Monge, Gerardo Melgar Viciosa, César Augusto Franco, Ramón del Hoyo López, Gregorio Martínez Sacristán, Amadeo Rodríguez Magro y Julián López Martín; el obispo auxiliar de Toledo, Mons. Ángel Fernández Collado; el obispo emérito de Segovia, Mons. Ángel Rubio Castro; el administrador diocesano de Palencia, el sacerdote Antonio Gómez Cantero, y el secretario general de la CEE, el sacerdote y periodista José Mª Gil Tamayo.
En representación de la orden del Carmelo han concelebrado el prepósito general, P. Saaverio Canistrá, OCD, y el provincial de la Provincia Ibérica, P. Miguel Márquez, OCD. Además del obispo emérito de Galloway y el obispo de Motherwell, en Escocia, los monseñores Maurice Taylor y Joseph Toal. A estos hay que añadir más de 300 sacerdotes y más de 200 miembros de la vida consagrada, con una amplísima representación de la orden del Carmelo.
Ha participado numerosas autoridades locales y provinciales, encabezadas por el alcalde de Ávila, José Luis Rivas Hernández. También se ha contado con una representación de la Junta de Castilla y León.
Con la bendición apostólica a todos los presentes ha concluido la celebración eucarística y ha quedado clausurado el V Centenario.
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