Día de la Raza, o como se llame
ROGER VILAIN | EL UNIVERSAL
viernes 9 de octubre de 2015 12:00 AM
Junto a mi mesa conversan dos tipos mayores. Alzan la voz, gesticulan, piden más café, y por mucho que me escudo intentando escapar de esas diatribas con "No digas noche", de Amos Oz, un comentario hace saltar mi taza, los libros, el cenicero y la botella de agua mineral.
Tengo la costumbre de vivir y dejar vivir. Tamaña máxima la aprendí de mi padre hace una punta de años, de modo que entre ceja y ceja llevo la convicción de que cada quien con su cada cual, cada oveja con su pareja, cada loco con su tema o cada luna con su medianoche. Lo contrario es cercenar la más íntima de las necesidades, que es la de privacidad, y es darle un hachazo a la libertad en el mero centro del occipital. Conmigo no cuenten para eso.
Pero a veces se entremezcla la gimnasia con la magnesia y qué va, el cóctel resulta intragable a cualquier hora, lo que me hace fruncir el ceño, levantar como zorro las orejas, detenerme a propósito del bodrio que mis vecinos tejen a quemarropa. Entonces ya ven, este viernes comento en voz alta para ustedes. Y es que el mundo chorrea belleza, enigmas que bien valen el recogimiento y la contemplación, pero también miserias, escupitajos cargados de prejuicios y resentimientos que, como está el patio, hay que despacharlos rápido sin darles tregua ni respiro.
No sé de qué iba la charla en su contexto general y me interesaba un pepino, pero alguien habló de Venezuela, y luego de América, y de España, y de ahí surgió la acusación, la palabra genocidio -que por supuesto no ha sido lavado todavía, decían-; entonces se materializó el prejuicio, cobró vida el dedo acusador, irrumpió ante mis narices la imbécil creencia de que todo el mal que nos agobia hoy tiene certificado de nacimiento en la Conquista y comienza en aquellos días llenos de espadas, de sotanas y de cruces.
No conozco un sólo país ajeno a la pólvora o al cuchillo, a la violencia demencial en cualquiera de sus manifestaciones. No existe sociedad humana virgen, de espaldas a mil avatares en que las injusticias no se abracen con la sangre, con la explotación o la traición, con las más bajas pasiones a la hora de anexarse territorios, defender dioses, imponer cosmovisiones y enarbolar mejores formas de matar o pisotear. Así que no me vengan con cuentos: dos buenos señores dándole a la lengua, consumiendo café plus con cremita de cereza y chocolate derretido encima y que, pobrecitos, lancen como si nada cuatro chasquidos inocuos producto de conversación ociosa en cafetín de pueblo; vamos, no debería ser para tanto. Pero lo es. De percepciones así, de sentirnos dueños del circo y sus alrededores, de tanto suponer que Cristo ha bajado, que lo tenemos agarrado por las barbas, que nos convida a una cervecita fría mientras asiente dándonos palmadas en el hombro, nace la creencia de que somos superiores, de que nos ultrajaron y hay que cobrar venganza antes o después, pero cobrarla. A partir de disparates como ése nacen las más alocadas supercherías sobre nosotros y sobre el lugar que ocupamos en la trama dura y caníbal de este mundo, que ya sabemos no es ningún lecho de rosas.
Nacionalismos de todos los pelajes, complejos de superioridad o de inferioridad letales, ideas de pureza racial o cultural y otros delirios por el estilo, o Nerón, Hitler, Stalin, Milosevic, Pinochet, Castro, Pol Pot; detente un segundo, míralo con calma y dime si no hay que educar en serio para poner de patitas en la calle a cuanto huela a suposiciones parecidas, a "asépticos" diálogos como éste, a tanto tirio y troyano incapaz de meterse en la historia sin gríngolas ideológicas, sin demagogia chauvinista a la hora echarle una ojeada al pasado y al presente.
Por supuesto que España conquistó, y lo hizo a la fuerza y a la bruta, con saña y crímenes de por medio. Negarlo es una absoluta necedad pero lo otro, alimentar odios, resucitar rencores, culpabilizar y no olvidar, hoy por hoy, es una imbecilidad tallada a fuego lento. A las alturas del año que vivimos la España de la Conquista forma parte de nuestra historia, y nosotros de la de ella, la historia con mayúsculas, y quien pretenda ahora hacer lodos con aquellos polvos es un tarado que únicamente se cura con lecturas, con buenos libros, con eso que dieron en llamar cultura. Lo otro es bolsería y bajeza humana, buenas para escupir sandeces y peligrosísimas si hallan tierra fértil en la que materializarse. Al diablo con todas ellas, Siempre.
rvil35@gmail.com
Tengo la costumbre de vivir y dejar vivir. Tamaña máxima la aprendí de mi padre hace una punta de años, de modo que entre ceja y ceja llevo la convicción de que cada quien con su cada cual, cada oveja con su pareja, cada loco con su tema o cada luna con su medianoche. Lo contrario es cercenar la más íntima de las necesidades, que es la de privacidad, y es darle un hachazo a la libertad en el mero centro del occipital. Conmigo no cuenten para eso.
Pero a veces se entremezcla la gimnasia con la magnesia y qué va, el cóctel resulta intragable a cualquier hora, lo que me hace fruncir el ceño, levantar como zorro las orejas, detenerme a propósito del bodrio que mis vecinos tejen a quemarropa. Entonces ya ven, este viernes comento en voz alta para ustedes. Y es que el mundo chorrea belleza, enigmas que bien valen el recogimiento y la contemplación, pero también miserias, escupitajos cargados de prejuicios y resentimientos que, como está el patio, hay que despacharlos rápido sin darles tregua ni respiro.
No sé de qué iba la charla en su contexto general y me interesaba un pepino, pero alguien habló de Venezuela, y luego de América, y de España, y de ahí surgió la acusación, la palabra genocidio -que por supuesto no ha sido lavado todavía, decían-; entonces se materializó el prejuicio, cobró vida el dedo acusador, irrumpió ante mis narices la imbécil creencia de que todo el mal que nos agobia hoy tiene certificado de nacimiento en la Conquista y comienza en aquellos días llenos de espadas, de sotanas y de cruces.
No conozco un sólo país ajeno a la pólvora o al cuchillo, a la violencia demencial en cualquiera de sus manifestaciones. No existe sociedad humana virgen, de espaldas a mil avatares en que las injusticias no se abracen con la sangre, con la explotación o la traición, con las más bajas pasiones a la hora de anexarse territorios, defender dioses, imponer cosmovisiones y enarbolar mejores formas de matar o pisotear. Así que no me vengan con cuentos: dos buenos señores dándole a la lengua, consumiendo café plus con cremita de cereza y chocolate derretido encima y que, pobrecitos, lancen como si nada cuatro chasquidos inocuos producto de conversación ociosa en cafetín de pueblo; vamos, no debería ser para tanto. Pero lo es. De percepciones así, de sentirnos dueños del circo y sus alrededores, de tanto suponer que Cristo ha bajado, que lo tenemos agarrado por las barbas, que nos convida a una cervecita fría mientras asiente dándonos palmadas en el hombro, nace la creencia de que somos superiores, de que nos ultrajaron y hay que cobrar venganza antes o después, pero cobrarla. A partir de disparates como ése nacen las más alocadas supercherías sobre nosotros y sobre el lugar que ocupamos en la trama dura y caníbal de este mundo, que ya sabemos no es ningún lecho de rosas.
Nacionalismos de todos los pelajes, complejos de superioridad o de inferioridad letales, ideas de pureza racial o cultural y otros delirios por el estilo, o Nerón, Hitler, Stalin, Milosevic, Pinochet, Castro, Pol Pot; detente un segundo, míralo con calma y dime si no hay que educar en serio para poner de patitas en la calle a cuanto huela a suposiciones parecidas, a "asépticos" diálogos como éste, a tanto tirio y troyano incapaz de meterse en la historia sin gríngolas ideológicas, sin demagogia chauvinista a la hora echarle una ojeada al pasado y al presente.
Por supuesto que España conquistó, y lo hizo a la fuerza y a la bruta, con saña y crímenes de por medio. Negarlo es una absoluta necedad pero lo otro, alimentar odios, resucitar rencores, culpabilizar y no olvidar, hoy por hoy, es una imbecilidad tallada a fuego lento. A las alturas del año que vivimos la España de la Conquista forma parte de nuestra historia, y nosotros de la de ella, la historia con mayúsculas, y quien pretenda ahora hacer lodos con aquellos polvos es un tarado que únicamente se cura con lecturas, con buenos libros, con eso que dieron en llamar cultura. Lo otro es bolsería y bajeza humana, buenas para escupir sandeces y peligrosísimas si hallan tierra fértil en la que materializarse. Al diablo con todas ellas, Siempre.
rvil35@gmail.com
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