LA VENEZUELA QUE NOS MERECEMOS
Antonio Sánchez García | mayo 31, 2017 | Web
del Frente Patriotico
Se ha ido forjando una comunión entre las aspiraciones
libertarias de las más amplias masas de nuestra población, en el interior de la
república incluso tanto o más activa y militante que en las grandes ciudades, y
la juventud venezolana, que se encuentra a la vanguardia de la lucha contra la
tiranía. Una forja que parece indestructible, cuyas metas y objetivos
trascienden incluso los de las direcciones político partidistas y en cuyo seno
deben estar incubándose los liderazgos que asumirán la tarea de reconstruir la
república y sentar las bases de la Venezuela que nos merecemos.
Antonio Sánchez
García @sangarccs
Han pasado diez años desde aquella mañana en que Enrique Krauze, el intelectual
mexicano de mayor relevancia luego de la muerte de su maestro, Octavio Paz, nos
reafirmara su esperanza en la gran cruzada que veía asomarse tras la emergencia
del estudiantado universitario en el escenario político venezolano. Por cierto,
los mismos diez años transcurridos desde el asalto del chavismo al más antiguo
y prestigiado canal de la televisión venezolana, RCTV. Motivo y causa de esa
súbita y vibrante insurgencia de quienes hasta entonces se habían mantenido al
margen de la contienda entre el régimen – a nuestro parecer enrumbado entonces
y sin aparentes fisuras hacia lo que el devastador caudillo llamara “la isla de
la felicidad cubana” – y las fuerzas opositoras.
“Ustedes
amanecen” – me dijo admirativamente, al despedirse. “Y Ustedes, los mexicanos?”
– le pregunté. “Entramos a lo más oscuro de la noche” – me replicó sin dudarlo
un segundo. La razón de esta aurora y de ese crepúsculo se debía, según el gran
historiador mexicano, a la presencia o a la ausencia del imprescindible
sujeto histórico del cambio: la juventud. Lo he contado recientemente y nos reafirmamos
en la visión: mientras Enrique Krauze expresa su desasosiego por la oscuridad
que se cierne sobre un país profundamente castigado por el eclipse del Estado
de Derecho y la proliferación del crimen y las imbricaciones del narcotráfico y
la política, sin que hechos tan espeluznantes como el asesinato periódico y
sistemático de periodistas que se atreven a denunciar tales hechos delictivos
parezca conmover a quienes en el pasado fueron los actores más activos de la
resistencia contra esa particular forma de “dictadura perfecta” representada
por el PRI – inolvidables los hechos que sacudieran al mundo desde la Plaza de
Tlatelolco -, en Venezuela asistimos a una de las más conmovedoras y
trascendentales cruzadas contra la opresión y la dictadura, tanto o más hundida
en las ciénagas del narcotráfico sostenido por las autoridades civiles y
uniformadas que en México, cuya carga más pesada y cruenta es llevada en
hombros por una juventud que derrocha generosidad y entrega políticas sin
esperar una sola recompensa que no sea la libertad, su máxima aspiración.
Enrique Krauze
conocía entonces las posibles derivaciones de ambos fenómenos: la apatía de la
juventud mexicana y/o sus compromisos con las trasnochadas y fracasadas
políticas derivadas del marxismo leninismo bajo la versión caribeña del castro
guevarismo cubano, y el compromiso de nuestra juventud, libre de perniciosas
ideologías y ubicada en las antípodas, con aspiraciones profundamente
democráticas y liberales. Un fenómeno único en América Latina y posiblemente en
el mundo. “Los jóvenes son los grandes ausentes del escenario
político mexicano” – declara en la edición de hoy, lunes 29 de mayo del
2017, del periódico El País, de España. Y califica a México de “país en
‘shock” por “la impunidad, la violencia y la corrupción”.
“Habla mucho del papel de los jóvenes” – le pregunta su
entrevistador. ¿Qué siente más entre ellos? ¿Hartazgo, desaliento, apatía?”.
“ Los jóvenes son una categoría demasiado amplia, porque en México también
están los llamados mirreyes, clase detestable que me recuerda a los
señoritos satisfechos de Ortega y
Gasset” – responde Krauze. “Viven enamorados de sí mismos y borrachos de
una vida de excesos cargados a la American Express de sus papás. Pero es
cierto, en muchos jóvenes responsables encuentro hartazgo, asco con respecto a
la corrupción, incertidumbre. Todas esas actitudes tienen sentido y son
explicables. Pero ganas de destrucción, en el sentido de tomar una pistola e
irse a la sierra, ánimos revolucionarios, no los veo. Pero sí percibo ganas de
tirar todo por la borda, en el sentido de desinteresarse, de no participar, de
no creer que tienen un papel que jugar. Y más vale que lo hagan pronto.”
Insisto en destacar las profundas diferencias entre el caso
mexicano y el caso venezolano, porque el nuestro es único y absolutamente
inédito en América Latina y de muy profundas consecuencias para el futuro de la
región. Se ha ido forjando una comunión entre las aspiraciones libertarias de
las más amplias masas de nuestra población, en el interior de la república
incluso más activa y militante que en las grandes ciudades, y la juventud
venezolana, que se encuentra a la vanguardia de la lucha contra la tiranía. Una
forja que parece indestructible, cuyas metas y objetivos trascienden incluso
los de las direcciones político partidistas y en cuyo seno deben estar
incubándose los liderazgos que asumirán la tarea de reconstruir la república y
sentar las bases de la Venezuela que nos merecemos.
Sin ese radical y profundo cambio generacional, esa
Venezuela no será posible. Contribuir a fortalecerla y prepararla es la
obligación de quienes hemos fracasado en su defensa, si bien mantenemos en alto
la esperanza en la reconstrucción. Toda vez que esta nueva generación ha
crecido y tomado conciencia de su rol histórico sin otra referencia analítica
que la dictadura legada por Hugo Chávez y Nicolás Maduro, bajo los cuales
nacieran, y que han llevado a sus máximos extremos las taras y lacras que tras
dos siglos de un mismo tránsito, unos mismos hábitos y unas mismas costumbres
terminaran por desembocar en ellas y devastar la república: el populismo
clientelar y caudillesco, militarista y estatólatra, presidencialista y
socializante, colectivista y mendicante.
Basta escuchar a algunos de nuestros dirigentes políticos –
concejales, alcaldes, gobernadores o parlamentarios – para advertir el ruinoso
y oxidado anclaje que muchos de ellos aún mantienen con esas viejas, ya
inútiles y trasnochadas certidumbres. Sacudir la conciencia, despertar las
ideas, apartar los prejuicios y abrir las mentalidades a los nuevos tiempos
bajo nuevos y revolucionarios liderazgos. He allí la tarea a la cual debemos
contribuir: abrir las compuertas del futuro y darle libre curso a la Venezuela
que nos merecemos.
MENSAJE AL BRAVO PUEBLO
Enrique Krauze | mayo 18, 2017 | Web del
Frente Patriotico
Día tras día recorro
en Twitter las imágenes de Venezuela. Siento una indignación infinita
acompañada de un sentimiento no menos abismal de impotencia. El criminal
régimen de Maduro (con sus narcomilitares y sus socios cubanos) somete a la
población a una guerra de desgaste, terror y plomo: los mata lentamente de
hambre, desnutrición, insalubridad, desabasto, inflación, miseria; los priva de
sus libertades; los reprime sin tregua, los acosa, encarcela y asesina. Y, por
si fuera poc baila en sus tumbas. Frente a esa agresión directa, cínica y
deliberada, la inmensa mayoría de los venezolanos se ha levantado, pero no con
granadas en la mano, sino en una marcha incesante y pacífica cuyo arrojo –estoy
seguro– no tiene precedente en la historia latinoamericana. Saben que no hay
opción. Deben hacerlo día tras día: les va la vida, la presente y la de las
futuras generaciones.
En muchos episodios trágicos de la historia (genocidios,
matanzas, guerras), solo unas voces levantaron su protesta. Los gobiernos que
pudieron intervenir se alzaron de hombros. No les faltaba información, les
faltaba voluntad. Al terminar los conflictos, el mundo comenzó a tomar
conciencia de la dimensión y la naturaleza de los crímenes. Pero siempre tarde.
Ningún pueblo salva a otro. Ningún hombre salva a un pueblo. Ningún hombre
salva a un hombre. Los pueblos y los hombres solo se salvan a sí mismos.
Si estuviera en sus manos, el régimen venezolano
establecería campos de concentración y exterminio. Su desprecio frente a los
que no están con ellos (que ahora son legión) es el mismo que el de los nazis o
los estalinistas: los “otros” no son realmente humanos, son “escuálidos”,
palabra atroz que denota ya una voluntad de hambrearlos hasta la muerte.
Por fortuna, la OEA (encabezada por el valeroso Luis
Almagro) levanta la voz. Por fortuna hay gobiernos como el peruano, el
argentino o el brasileño que han llamado a las cosas por su nombre: Venezuela
es una sangrienta dictadura frente a la cual el bravo pueblo (nunca más digno
de la letra de su Himno Nacional) ha decidido rebelarse sin armas. Solo con las
armas de la razón y el derecho. Y con un solo fin: restablecer la democracia,
celebrar elecciones, liberar a los presos, reconciliar a la familia venezolana.
Es una decepción que los gobiernos restantes de América (no
me refiero a los satélites de Cuba y de la propia Venezuela) no se pronuncien
de manera mucho más enfática. Es una vergüenza que un sector influyente de la
izquierda latinoamericana y europea cierre hipócritamente los ojos ante esta
tragedia e incluso apoye a Maduro: por lo visto, una dictadura de izquierda
merece ser vitalicia. Y es una paradoja cruel que el primer papa
latinoamericano, papa Francisco, repita (con su distraída tibieza o su tácita
complicidad) la historia de Pío XII y otros pontífices que fueron indulgentes
con oprobiosos regímenes dictatoriales.
Impotencia y rabia, es lo que sentimos los amigos de la
democracia venezolana. Pero también admiración por el bravo pueblo (sus
mujeres, sus ancianos, sus jóvenes heroicos) que se juega la vida en las
calles. Aunque escribí un libro sobre el delirio del poder chavista, aunque me
acerqué a Venezuela como una segunda patria (acaso la más sufrida de la patria
grande latinoamericana) no tengo recetas que dar a mis amigos venezolanos, a los
que conozco, admiro y quiero, y a los que no conozco pero también quiero y
admiro.
Mi única reflexión es esta: piensen en la luz al final del
camino. Fijen la mirada en aquel futuro en el que Leopoldo López esté libre,
cuando la democracia se restablezca. Entonces –les aseguro– su ejemplo heroico
concitará la adhesión de muchos pueblos (que ahora viven, como el mexicano,
sumidos en sus propios y abismales problemas). Millones de personas que se
precipitarán a apoyarlos y alentarlos en la tarea de reconstrucción. Y, lo más
importante, cuando llegue el día, ustedes habrán conquistado la libertad
responsable que les permitirá cuidar y explotar los recursos providenciales de
su país en un marco de civilidad y paz, completamente inmune a los demagogos y
dictadores.
Muchos pueblos masacrados en la historia no tuvieron mañana.
Ustedes sí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario