Para la juventud de los 60/70 hubo un escritor dios que después
impuso Hugo Chavez con Francisco de Asis Sesto (Farruco) como Ministro de la
Cultura, insigne hijo de un abogado honorable exiliado español de la Guerra
Civil de aquel país, cuya obra “Los Miserables” regalaron en las Plazas Bolivar
de todo el territorio nacional, como profecía de lo que íbamos a vivir 18 años
mas tarde. Ese escritor fue Víctor Hugo (Victor Marie Hugo (Besanzón, 26 de
febrero de 1802-París, 22 de mayo de 1885), poeta, dramaturgo y novelista romántico
francés),
considerado como uno de los más importantes en lengua
francesa. También fue un político e intelectual comprometido
e influyente en la historia de su país y de la literatura del siglo XIX. Su implicación política, que le supuso
una condena al exilio durante los veinte años del Segundo Imperio francés(1852-1870),
permitió a posteriores generaciones de escritores una reflexión sobre la
implicación y el compromiso de los escritores en la vida política y social. En
definitiva la cosa empieza con Los
Miserables y el destino de Jean Valjean, y su historia, que a un pobre tipo por robarse
unos panes para matar el hambre de su sobrino le den 19 años de cárcel (como
estamos viviendo en pleno mes de mayo del 2017 los venezolanos, como unos
miserables, obedeciendo a las características a las que nos redujo la ideal
Revolucion bolivariana de Hugo Chavez y sus castro/comunistas), a muchos les
resultó algo terrible. “Los Miserables” ha sido un icono de los jóvenes rebeldes,
esa novela del político, poeta y escritor francés Victor
Hugo publicada en 1862, esta considerada como una de las obras más conocidas del siglo XIX.
La novela, de estilo romántico, plantea a través de su argumento un
razonamiento sobre el bien y el mal, sobre la ley, la
política, la ética, la justicia y la religión.
El autor confesó que se había inspirado en Vidocq, criminal francés que se redimió y
acabó inaugurando la Policía Nacional francesa, para crear a
los dos protagonistas y que la historia de su país le había inspirado para
situar el contexto histórico: por ello, los personajes viven la Rebelión de junio (1832) y los
posteriores cambios políticos. Además, el autor analiza los estereotipos de
aquel momento y muestra su oposición a la pena
de muerte. En su núcleo, al fin, la novela sirve como una defensa de los
oprimidos sea cual sea el lugar o situación sociohistórica que vivan. En las
Universidades venezolanas la mayoría (yo no) era francófilo, y hablando en las
noches de tertulias bohemias empezaron a
pensar en esa burguesía francesa, que había condenado a Jean Valjean y que ponía
a Napoleón allá arriba, y comenzaron a virar hacia una izquierda que como “buenos
revolucionarios” iban a destruir y vivírsela de lo lindo, eso si dentro de la idealización
del símbolo del irreverente tipo “caviar”. Ahí nacio la disconformidad, por ahí
empieza la visión crítica de la sociedad y la trasladan a la realidad
venezolana y ven lo que pasaba aquí e instauran la utopia igualitaria
comunista, que nos
ha traido al hambre y la miseria que hoy vivimos TODOS.
Además, como revolucionarios debían tener “vocación artística” que los llevaba
al teatro y a escribir poesía (si no lean los poemas de Tarek William Saab, el
Defensor del Pueblo actualmente, del ínclito Rodriguez Araque y de Isaias
Rodriguez, el cursi ex Fiscal General en los tiempos de Hugo Chavez, por no
nombrar a los “intelectuales” que han acompañado el proceso después de haber
disfrutado los mejores cargos en la llamada Cuarta Republica), debian vincularse
con la gente de izquierda, convirtiendose en habitué de los bares de Sabana Grande
en Caracas y peñas en las ciudades de Merida, Valencia, o donde vivieran, que
en honor a la verdad eran un circo. Ahí
iban los intelectuales pero también iban las putas, los comerciantes de la
zona, traficantes, chulos, había de todo. Y estaban los emigrados de la Guerra
Civil española quienes se fajaban a hablar hasta por los codos porque unos eran
anarquistas, otros comunistas, tenían historia y eran violentos, y muchos nos
dieron clase en las Universidades, en mi historia destaca el Prof. Bartolome
Olivier, que nos dio “Historia de la Cultura” en la Escuela de Letras en la
UCAB. En definitiva a Venezuela llego de todo. ¡Las cosas que
se veían en esas “peñas literarias” y la ideología que esos exiliados de todas
partes nos transmitían llenos de “sabiduria”!.Para mí fue una gran escuela no
solo la Universidad y el Instituto Pedagogico ,sino la bohemia de los años setenta en Sabana
Grande, la llamada “Republica del Este” etc..
40 años despues estamos viviendo lo que Marianella Salazar, jovencita rebelde de los años
sesenta, graduada en uno de los mejores colegios de Caracas, junto a otras ireverentes de la epoca
escribe y define muy bien en este articulo:
Marianella Salazar: Una prueba de resistencia.
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¡PAN NO HAY!!!
dentro del drama de la violencia y la muerte ordenando a sus grupos
paramilitares o brigadas de choque que atenten contra la oposición y un
pueblo declarado en rebelión por las miserables condiciones de vida que el
régimen genocida lo obliga a padecer.
La violencia se intensifica en un *in crescendo* escalofriante que se ha
topado con una población resteada, sin miedo, hambreada y harta de un
gobierno nefasto, ladrón y fracasado. Ya no es la clase media pauperizada
la que sale a la calle, son los barrios que aun con las amenazas de los
colectivos asesinos armados por la dictadura se aprestan, a punta de
cacerolas, a exigir la salida de Nicolás Maduro de un cargo que siempre le
quedó grande.
La salvaje represión de los últimos días ha manchado de sangre las calles
del país: o son las fuerzas represivas o los colectivos, o juntos, quienes
han desatado un feroz terrorismo de Estado. Matar por una fijación
política, como el trasnochado socialismo, es una acción terrible. Hacer que
los “colectivos” se impongan por la armas y maten a personas inocentes no
tiene justificación en un sistema de libertades donde todo se podría
defender con argumentos y no con tiros; pero no vivimos en democracia sino
en dictadura, donde se impone por la fuerza y el terror el criterio de unos
pocos. Estamos frente a un vulgar dictador que aniquila a un pueblo y viola
sistemáticamente los derechos más elementales de las personas, como el
derecho a la vida.
No se puede esperar otra actuación de un régimen atrincherado, infectado de
narcotraficantes señalados con pruebas por la DEA; con un Tribunal Supremo
de Justicia presidido por un ex convicto por homicidio, y la mayoría de sus
magistrados sin cumplir los mínimos requisitos académicos; a esto se suma
la actuación de una Defensoría del Pueblo que ignora las gravísimas
violaciones de los derechos humanos y cuyo iracundo titular exhibe un
descontrol muy singular en las redes, similar al que produce el uso y abuso
de sustancias prohibidas, como los esteroides anabolizantes. En algún
momento todos serán sometidos a la justicia internacional por delitos de
lesa humanidad.
Estamos ante un escenario de altísima tensión popular y militar en contra
del régimen, que constituye una prueba de resistencia para el país
democrático; tenemos la mayor cantidad de presos políticos desde la
dictadura del general Juan Vicente Gómez, con líderes inhabilitados,
dirigentes presos o en el exilio; entonces, el régimen acorralado se juega
la ficha de convocar las aplazadas elecciones regionales con la seguridad
de que los predecibles dirigentes partidistas dentro de la Mesa de la
Unidad Democrática muerdan el anzuelo y le laven la cara a la dictadura,
aceptando un proceso electoral cargado de fraude e irregularidad, y
evitando así su salida y el llamado a elecciones generales como exige más
de 90% del país y espera la comunidad internacional.
La dictadura está caída. Está en manos de la dirigencia de oposición darle
la estocada final y convocar a elecciones generales con un nuevo CNE y un
TSJ. El momento es crucial, no para mezquinas querellas internas que nos
pueden costar aún la libertad. Caer en la trampa electoral del régimen o de
un nuevo proceso de diálogo es oxigenar la dictadura y aumentar el
sufrimiento de un país que no los perdonará y les pasará factura. Llegó la
hora de exigir la renuncia de Maduro y de todos sus secuaces que acaparan
los distintos poderes del Estado, mantener la presión en la calle hasta
lograr la salida de la dictadura para luego convocar unas elecciones
generales que restituyan el orden constitucional.
@AliasMalula <https://twitter.com/AliasMalula>El Nacional
<http://www.el-nacional.com/noticias/columnista/una-prueba-resistencia_178994
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Miserables
LA OPINIÓN DE Fernando Luis Egaña
EL NACIONAL 06 DE MAYO DE 2017 12:04 AM
No me gusta utilizar palabras que juzgan, palabras que, en sí mismas, ya implican una connotación evidentemente negativa. Y no me gusta hacerlo, básicamente, por dos razones. Una, porque se coloca en un segundo plano el análisis de los hechos, la argumentación, la demostración de las cosas. Dos, porque tampoco me gusta que utilicen contra mí palabras que juzgan; uno se siente como sin derecho a la defensa, como condenado de antemano. Y eso, estoy seguro, no le gusta a nadie.
Pero hay veces en que no queda otro camino que apelar a esas palabras. Las evidencias que las justifican son tan abrumadoras, que no utilizarlas sería, prácticamente, una manifestación de comodidad, es decir, de complicidad, es decir, de cobardía. Una persona miserable, en la acepción que es pertinente a estas líneas, es una persona abyecta y canalla. Y nuestra patria está siendo sojuzgada, reprimida, depredada por un conjunto de personas a quienes la palabra miserable, incluso, les queda apretada.
Miserables porque han sumido a Venezuela en la miseria, en medio de la bonanza petrolera más prolongada y caudalosa de la historia. Miserables porque son los principales responsables de que nuestra nación se haya convertido en una de las más violentas del planeta. Miserables porque no han tenido escrúpulos en mentir a diestra y siniestra, embaucando al pueblo de forma despiadada. Miserables porque han transmutado la otrora democracia venezolana –con todo los defectos que se le quiera achacar– en una hegemonía despótica y envilecida. Miserables porque todo esto lo han hecho en nombre de la justicia, la soberanía, la libertad y la independencia.
Miserables, además, porque desprecian los derechos de los venezolanos, y a diario los aplastan a través de la violencia represiva y la discursiva, en medio de burlas y jactancias que, por enésima vez, los confirman en lo que son: miserables. No puedo afirmar que todos los que forman parte del poder establecido sean miserables. Pero sí lo presumo de los que integran los núcleos decisivos del poder. Entre otras razones, porque han aceptado subordinarse a los dictados del castrismo cubano, acaso una de las expresiones más incuestionables de la miseria política hecha opresión y continuismo.
Lo contrario a un miserable, en el dominio de la política o en cualquier otro, es una persona respetuosa, que no débil; firme, que no violentista; comprometida con valores afirmativos, que no un idealista sin brújula, y, sobre todo, resuelta a defender los derechos de las personas, aun a costa de su paz, de su honra e incluso de su vida. En la historia de Venezuela, en la buena historia de Venezuela, hay innumerables ejemplos al respecto. Algunos muy reconocidos, y otros muy humildes y, quizá por ello, verdaderamente notables.
Este historial, así como el coraje del pueblo en marcha, del pueblo en protesta, del pueblo en movilización, sobre todo de las nuevas generaciones, para impulsar un cambio de fondo en Venezuela, son fundamentos que nos permiten avizorar que el destino de nuestra patria no estará en manos de los miserables que la están destruyendo. No. Estos miserables se empeñan, por las malas y las peores, en controlar el presente. Pero el futuro no les pertenece.
flegana@gmail.com
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