Rabia. Es lo que siente el venezolano frente a la crisis que le arrebata cada día la capacidad de administrar sus ingresos y su futuro. Y esta situación está palpándose peligrosamente en las familias y en la sociedad. “La tasa de separaciones y conflictos de las parejas ha aumentado 25% en los últimos años”, señala la psiquiatra Rebeca Jiménez, de acuerdo con datos de sus consultas y que considera elevados al evaluar el impacto negativo que la crisis política, social y de valores –“multifactorial” la define– genera en sus pacientes.
Advierte que la rabia, asociada a la frustración, puede llevar al venezolano a la violencia. “Cuando se somete a una persona a situaciones de este tipo por periodos prolongados, se acumula la rabia y puede convertirse en violencia y en cualquier enfermedad emocional”, afirma.
El venezolano, dice, está por eso a salvo de eventuales estados depresivos. “La rabia hace que no se entre en depresión, porque esta se expresa en abandono, y la rabia está motorizando a la gente a no quedarse paralizada en ese océano emocional, lo cual parece positivo porque no hay antidepresivos para responder a tratamientos adecuados. Además, la idiosincrasia del venezolano no es la del depresivo. Hemos sido en todo caso un pueblo eternamente adolescente y ahora nos ha tocado comportarnos como adultos, y eso no nos gusta. Todo lo que está pasando está transformándonos en seres más maduros”.
En la desesperanza. Jiménez, especialista en neurofarmacología y en neuroinmunología, aclara que una cosa es la tristeza y otra la depresión. La condición de la mayoría de la población venezolana es, sin duda, cierto nivel de tristeza. “Eso está asociado a la desesperanza, a la poca capacidad de los venezolanos de tomar decisiones en su vida cotidiana, a la dificultad de satisfacer sus necesidades básicas. Están sintiendo que su vida no les pertenece y eso causa tristeza. Lo que vemos no solo en consultas sino en las colas de los supermercados, en un café, es que el contenido del pensamiento del venezolano está asociado a un sufrimiento importante”.
El estrés y la frustración son los estadios siguientes, explica. “Somos una sociedad descorazonada, se ha perdido la capacidad de ser optimista y de alegrarnos del disfrute de la vida”.
—¿Cómo se manifiesta este panorama en las familias?
—Esta crisis multifactorial está generando retos para que los venezolanos busquemos recursos internos. En el clima emocional de las parejas, si dos personas están bajo profunda frustración, estrés y rabia, el intercambio afectivo no se da. Las parejas se han convertido en socios ante la adversidad, pero el amor ha sido pospuesto para poder funcionar y afrontar la situación amenazante en la que la gente siente que está. He visto con frecuencia parejas jóvenes que deciden cuál de los dos comerá ese día para poder darles de comer a sus hijos todos los días. He sabido también de casos en los que niños de dos años de edad llevan hasta 12 meses sin tomar leche.
A pesar de que la sociedad venezolana es matriarcal y la mujer suele vivir situaciones complicadas, el hombre por ser la figura paterfamilias proveedor está sometido a una profunda crisis y metaboliza sus emociones constreñidas con rabia. Los niños desde los 6 años, por su parte, transmiten angustia sobre las cosas que sus padres no pueden resolver, puntualiza Jiménez.
“Las crisis son una prueba de resistencia, de valores y fe. La gente las está afrontando como puede, pero sabemos que la vida son ciclos. La gente debe vivir en el presente para no debilitarse más. Hay que ir hacia la supervivencia”.
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