EL NACIONAL30 DE ENERO DE 2017 12:38 AM
Conversando ante la charcutería de un supermercado hoy
convertido en “hipomercado”, una aguda e inteligente amante del teatro me
formuló algunas observaciones después de ver El día que me quieras,
sobre el personaje de Pío Miranda en la realidad y en el momento actual.
Cabrujas retrata en esta obra, con su proverbial agudeza, el
cuadro venezolano, en la cual, en 1935, la visita de Carlos Gardel se inserta
en el día a día de una familia caraqueña que vive el sueño del artista y el
delirio de un fanático estalinista.
Pío Miranda es un convencido de la causa comunista más
ortodoxa, un creyente en el hombre nuevo y un paraíso que seguirá a la
desaparición del capitalismo y que, desprendido de la realidad, sin
preocupación por el trabajo, solo aspira al mundo mejor que le ofrece su dogma
en materia de fe política. Convencido de su causa, no tiene tiempo para
enfrentar el duro trajinar que lo conecta con la vida y el quehacer diario.
Mientras Elvira, María Luisa, Matilde y Plácido viven sus ilusiones y los
avatares propios de su edad, Pío Miranda sólo piensa y discurre sobre las
consignas del marxismo más elemental de los manuales de exportación de una
revolución fracasada.
Los Pío Miranda de Cabrujas no constituyen una ficción y hoy
adquieren las características que da el poder. Todos los hemos conocido,
amparados y cubiertos por el manto de la democracia, formados como tantos
venezolanos por una educación gratuita y becas de postgrado del Plan Gran Mariscal
de Ayacucho, siempre defendiendo sus posiciones radicales en cafetines
universitarios o en foros abiertos, con absoluto respeto por sus ideas y hoy
ubicados cómodamente en el gobierno, usurpando el poder antes anatematizado,
con olvido de su vieja posición, pero ocupados afanosa y compulsivamente en la
invención de consignas “irrebatibles” que se afincan en los órganos que todo lo
deciden “por el pueblo”.
Sería injusto no reconocer que hay revolucionarios de verdad
que han sido consecuentes con sus ideas, críticos de la situación actual de
Venezuela, que luchan por hacer realidad un sueño cuya inducción solo ha
producido hambre, miseria, exclusión y abuso del poder. Pero los hay, no pocos,
que pregonaban teorías en el pasado al amparo de las instituciones cuya
destrucción anunciaban, que, simplemente, viven de espaldas a la realidad que
no quieren ver, cómodamente instalados en el sistema y protegidos por “planes”,
“interpretaciones” y “decretos con fuerza de ley” que solo protegen al poder.
La obra de Cabrujas y sus personajes nos dejan un mensaje y
muchas reflexiones. La sociedad venezolana reclama el respeto a sus libertades.
Tenemos derecho a vivir mejor, derecho a una existencia digna, derecho a no ser
gobernados por déspotas revestidos de apariencia de legalidad; y tenemos
derecho a soñar y a vivir con las ilusiones sencillas de El día que me
quieras.
Y, por supuesto, la mirada, la voz y el canto de Carlos
Gardel iluminan un camino de esperanzas que nada tiene que ver con el delirio
de Pío Miranda, ni mucho menos con su encarnación en ilusos o en vivos de
oficio, “enchufados”, que todavía hoy nos pretenden vender un paraíso en la
tierra a costa de engaños, baratijas y vacías consignas que a nadie convencen,
como las de una “revolución” para hundir más a los pobres y enriquecer a los
poderosos; una “guerra económica” que en todo caso la perdió el gobierno; un
“desacato” que se ha convertido en la perversa justificación para liquidar la
representación del pueblo en la Asamblea; y un diálogo sin término que solo
constituye el pretexto para no llegar a ningún resultado concreto, a la espera
del milagro de una nueva engañosa “misión salvadora del pueblo”.
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