CUANDO ESCRIBO esto, Trump lleva dos semanas como
Presidente. Cuando ustedes lo lean, llevará cuatro, así que los estropicios se
habrán duplicado como mínimo. A mí no me da la impresión de que ese individuo
con un dedo de frente quiera cumplir a toda velocidad sus promesas electorales,
o hacer como que las cumple, o demostrar que lo intenta (hoy, un sensato juez
de Seattle le ha paralizado momentáneamente su veto a la entrada de ciudadanos
de siete países musulmanes). La sensación que me invade es de aún mayor
peligro, a saber: se trata de un sujeto muy enfermo que debería ser curado de
sus adicciones, la mayor de las cuales es sin duda su necesidad de
hiperactividad pública, de tener las miradas puestas en él permanentemente, de
no dejar pasar una hora sin proporcionar sobresaltos y titulares, provocar
acogotamientos y enfados, crisis diplomáticas y tambaleos del mundo. Su
incontinencia con
Twitteres la prueba palmaria. Quienes tuitean sin cesar, es sabido, son
personas megalomaniacas y narcisistas, es decir, gravemente acomplejadas. No
soportan el vacío, ni siquiera la quietud o la pausa. Un minuto sin la ilusión
de que el universo les presta atención es uno de depresión o de ira. Precisan
estar en el candelero a cada instante, y los instantes en que no lo están se
les hacen eternos, luego vuelven a la carga. Hay millones de desgraciados que,
por mucho que se esfuercen y tuiteen, siguen siendo tan invisibles e inaudibles
como si carecieran de cuenta en esa red (si es que esa es la palabra: lo ignoro
porque no he puesto un tuit en mi vida).
Pero claro, si uno se ha convertido misteriosamente en el
hombre más poderoso de la tierra, tiene asegurada la atención planetaria a las
sandeces que suelte cada poco rato. El eco garantizado es una invitación a
continuar, a aumentar la frecuencia, a elevar el tono, a largar más
improperios, a dar más sustos a la población aterrada. Es el sueño de todo
chiflado: que se esté pendiente de él, y no sólo: que se obedezcan sus órdenes.
Ya han surgido comparaciones entre
Trump y
Hitler. Por fortuna, son
prematuras. A quien más se parece el Presidente cuyo incomprensible pelo va a
la vez hacia atrás y hacia adelante; a quien ha adoptado como modelo; a quien
copia descaradamente, es a
Hugo
Chávez. Éste se procuró a sí mismo un programa de televisión elefantiásico
(
Aló
Presidente), obligatorio para todas las cadenas o casi, en el que
peroraba durante horas, sometiendo a martirio a los venezolanos. Era faltón, no
se cortaba en sus insultos (
“¡Bush, asesino, demonio!”,
le gritaba al nefasto Bush II que ahora nos empieza a parecer tolerable, por
contraste), le traían sin cuidado las relaciones con los demás países y los
incidentes diplomáticos, gobernaba a su antojo y cambiaba leyes a su
conveniencia, y sobre todo no paraba, no paraba, no paraba. Recuerden que la
desesperación llevó al Rey Juan Carlos, por lo general discreto y afable, a
soltarle
“Pero ¿por
qué no te callas?”, ante un montón de testigos y cámaras. Trump es un
imitador de Chávez, sólo que con tuits (de momento). Es su gran admirador y su
verdadero heredero, porque Maduro es sólo una servil caricatura fallida.
TRUMP ES UN IMITADOR DE CHÁVEZ, SÓLO QUE CON TUITS (DE
MOMENTO). ES SU GRAN ADMIRADOR Y SU VERDADERO HEREDERO, PORQUE MADURO ES SÓLO
UNA SERVIL CARICATURA FALLIDA
Pero detrás de Trump hay más gente, aparte de los 62
millones de estadounidenses suicidas que lo votaron, bastantes de los cuales
deben de estar ya arrepentidos. Detrás están
Le Pen y
Theresa May y
Boris Johnson y
Farage, están
Orbán y la títere polaca
del gemelo
Kaczynski superviviente,
está sobre todo Putin. Está el Vicepresidente
Pence, un beato
fanático, tanto que en Nueva York se me dijo que había que rezar por la salud
de Trump, paradójicamente, para que su segundo no lo sustituyera en el cargo. Y
está
Stephen Bannon,
su consejero principal, un talibán de la extrema derecha en cuya web
Breitbart News se ha escrito
que abolir la esclavitud no fue buena idea, que las mujeres que usan
anticonceptivos enloquecen y dejan de ser atractivas, que “padecer” feminismo
puede ser peor que padecer cáncer … Este comedido sabio va a estar
presente en las reuniones del Consejo de Seguridad Nacional por imposición de
Trump, contraviniendo la inveterada costumbre de que a ellas no asistan
asesores ideológicos del Presidente, que le puedan persuadir de tirar bombas
donde y cuando no conviene.
Ha llegado ya, muy pronto, el momento de hacer algo. Pero
¿qué? Los Gobiernos están semiatados, las sociedades no tanto. Antes o después
a alguien se le ocurrirá un boicot a los productos estadounidenses. Según
Trump, todos los países se han aprovechado del suyo. Pero a todos el suyo les
vende infinidad de cosas (desde cine hasta hamburguesas), y de eso depende en
gran medida el éxito o el fracaso de su economía. Si la economía falla, los
empresarios y las multinacionales se enfadan mucho. Y se enfadarán con Trump,
Pence y Bannon, quizá hasta el punto de querer que se vayan, o de obligarlos a
cambiar de estilo y de ideas. El estilo Chávez es ruinoso, eso ya está
comprobado.
Trump es como Chávez
El Nacional 22 DE FEBRERO DE 2017
Debemos la analogía al destacado escritor español Javier
Marías, quien ganó hace veinte años el Premio Internacional de Novela Rómulo
Gallegos. Fue entonces la primera vez que el galardón cruzaba el mar para que
distinguiera la obra de un autor peninsular. Desde entonces Marías ha estado
pendiente de los asuntos venezolanos, razón que habitualmente lo conduce a
apreciaciones cabales sobre lo que pasa entre nosotros. En esta ocasión se fijó
en el comandante Hugo Chávez para tratar de arrojar luz sobre el flamante
presidente de Estados Unidos.
En reciente artículo publicado en El País,
Marías se alarmó ante el hecho de que los analistas, especialmente los que
pululan en las redes sociales, se empeñaran en comparar a Donald Trump con
Adolfo Hitler. Le pareció una demasía, de momento, y quiso buscar un cotejo más
razonable. Para eso se puso a pensar en los males del populismo, que no es una
planta exótica ni un producto exclusivo de los países calificados de atrasados
en materia política y social, para llegar a una conclusión difícil de rebatir:
así como ha florecido en los países que sobreviven más abajo del río Bravo,
también echa raíces y crece vigoroso en la potencia del Norte. No hay muros
para esa patología, ni alambres de púas que impidan su reproducción. Ahora
encarna en Donald Trump, un agitador aclamado por soflamas que rebuscan en los
instintos primarios de la sociedad el abono para su establecimiento.
Marías encuentra en los discursos y en la arbitrariedad de
Chávez la posibilidad de una adecuada comparación. Trump imita los programas
del caudillo barinés, afirma, abundantes en afirmaciones irresponsables y en
ataques injustificables contra la institucionalidad. Si no los calca del todo,
agrega, va por el camino de seguirlos de cabo a rabo hasta el extremo de
producir emisiones que duren horas y horas ante un público entusiasta y
cautivo. Como lo que quiere es el seguimiento de una manada de borregos como
los que acudieron a los gritos de un hombre deslenguado e irreflexivo, está
tomando apuntes para hacer lo mismo. Ya lo ha comenzado a llevar a cabo, pero
no tardará en perfeccionarlo para ser un Chávez estadounidense en la fragua de
una deplorable hegemonía.
El autor también encuentra soportes para su analogía en los
ataques de Trump contra el Poder Judicial y contra los medios de comunicación
independientes, a los cuales ya ha dedicado improperios como los que el
comandante lanzaba en sus intervenciones públicas. La puesta en marcha de
acciones inconsultas, es decir, de decisiones que no consideran la opinión del
partido republicano, lo lleva igualmente a la misma conclusión. Un ego
desbordado, una voluntad de dominación que no permite frenos ni contrapesos,
como las del milico venezolano, se adueñan de la Casa Blanca y del destino de
los estadounidenses, concluye.
Estados Unidos, una sociedad pagada de sí misma, un pueblo
en la vanguardia de la democracia occidental, seguramente sentirá que Javier
Marías está exagerando, en el mejor de los casos, o creerá que es víctima de la
locura. Sin embargo, tal y como observa desde su atalaya la conducta del nuevo
mandamás del Norte, parece que está dando en el clavo. Mal van las cosas allá
arriba, si Chávez ha encontrado un discípulo esclarecido en el flamante
inquilino del despacho oval.