04-F 1992
No hay nada que celebrar y sí mucho que repudiar
La suma de traiciones y de acciones de oprobio
MANUEL RODRÍGUEZ MENA
Por allí viene el torrente epopéyico
Se acerca un nuevo 4 de febrero, aniversario del golpe militarista más oprobioso de nuestra historia, por los contornos sórdidos que lo marcaron, desde el inicio de su preparación hasta su ejecución sangrienta pero fracasada por los traspiés precisamente de su propio líder.
Como el líder de aquellos traspiés y personaje principal de los contornos sórdidos es el mismo que ahora lidera al régimen gobernante, todo el poder acumulado ha sido puesto al servicio del borrón de un pasado asaz sucio y de su reemplazo por una versión desmesuradamente épica y gloriosa, construida a base de falsedades y exhibida con descomedido cinismo y descaro.
El execrable crimen de lesa patria y la traición a instituciones, valores y principios que representa el 4F será celebrado ahora como gesta heroica y patriótica, con desborde de provocación y desvergüenza. El gobierno y el Alto Mando Militar se proponen agotar bombos y platillos en el que será el desfile más costoso y con el mayor número de participantes de los realizados hasta ahora.
Tenía que ser así, tratándose de quienes no tienen nada plausible que mostrar, mucho menos que celebrar o conmemorar. Y como toda tiranía necesita tener sus fechas de gloria, les ha bastado desvergüenza y descaro para convertir sus miserias en epopeya.
La lección del fracaso guerrillero
La guerrilla de los años ’60 del siglo pasado tuvo como estrategia capital el derrocamiento del sistema democrático representativo, en función del objetivo fundamental de instaurar un régimen revolucionario, al tenor de la tiranía castrista.
Empero, en el partido al cual los guerrilleros estuvieron vinculados (Partido de la Revolución de Venezuela--Ruptura), había quienes sostenían que “se rechazaba abiertamente la política estalinista, esa manera como se había desarrollado el supuesto socialismo en Rusia y después en Cuba. Decíamos que en Rusia lo que había era un capitalismo de Estado.” (afirmación de la ex-guerrillera Argelia Melet, EL NACIONAL, 9.8.2009, suplemento “Siete Días”, p.4).
Según las crónicas del evento guerrillero, dos de los factores fundamentales de su derrota fueron la acción eficaz de las Fuerzas Armadas y el vacío de apoyo popular a una acción que se proponía destruir el sistema democrático establecido. Por lo tanto, quedó claro que una nueva acción subversiva contrademocrática, en el futuro, debería evitar enfrentamiento abierto con las Fuerzas Armadas y, para ello, debía .enmascararse como democrática.
Hugo Chávez entra a la política como conspirador contrademocrático
Con posterioridad a su derrota, líderes ex-guerrilleros decidieron reencaminar su proyecto subversivo, fomentando una conspiración dentro de la propia institución castrense que antes los había derrotado. Pretendiendo comprarle un seguro a cualquier sedición, se aspiraba a que, por emerger el golpe del propio seno de las FFAA, se podía eludir el riesgo de que fuera derrotada nuevamente por ella misma. Se decidió así mismo que la bandera del golpe no sería la destrucción de la democracia, sino muy por el contrario, el derrocamiento del gobierno para “limpiar” a la democracia de sus vicios y defectos, delitos y crímenes.
A comienzos del año 1980, líderes ex-guerrilleros entraron en contacto con el entonces teniente Hugo Chávez, por mediación de su hermano mayor Adán (desde antes militante de la subversión contrademocrática), y lo captaron como un operador de su plan conspirativo. Se acordó que la insurrección se daría “cuando existieran las condiciones subjetivas y objetivas propicias”.
Las “condiciones objetivas y subjetivas”
No sería, pues, un golpe sedicioso contra un gobierno ni contra un presidente determinados, sino contra el propio sistema democrático, el mismo que estaba consagrado en la Constitución Nacional entonces vigente, al cual debía lealtad por juramento todo integrante de las FF.AA.
Entre las condiciones propicias más importantes, estaba la de que buena parte de los conjurados tuviera comando de tropa, .para actuar coaligadamente.
Otra condición necesaria era la de un estremecimiento social, mientras más cruento mejor, que al generar resentimiento social contra el régimen de turno sirviera de sólida justificación de la insurgencia antigubernamental.
Ese rol se le hizo cumplir a los sucesos del 27 y el 28 de febrero de l989, conocidos como “El Caracazo”. El 27 de febrero empezaba a regir un aumento del ciento por ciento en el pasaje del transporte público. La gente comenzó a protestar de manera cada vez más enérgica, acumulándose a esta específica protesta una reacción más general causada por la aplicación del “paquete neoliberal” del presidente Carlos Andrés Pérez. Pero la protesta se desbordó .a acciones de asalto a establecimientos comerciales, atizada por grupos estudiantiles radicales y agentes externos de los conspiradores cuartelarios, buscando provocar una reacción represiva del régimen, que efectivamente se produjo, en la forma de una torpe y desproporcionada masacre popular.
Al costo de un elevado sacrificio popular, los conspiradores cuartelarios se habían dotado de una contundente condición justificatoria del golpe de estado para el cual venían conspirando desde 1980. Una vez más, se traicionaba al pueblo llano manipulando su justa protesta hasta empujarlo a su propio sacrificio para afianzar el proyecto insurreccional en marcha.
Varias traiciones de un solo tajo
Al aceptar incorporarse a la conspiración golpista subversiva contrademocrática, el teniente Hugo Chávez aceptó tácitamente quebrantar el juramento de lealtad a las Fuerzas Armadas de las cuales formaba parte; y al comprometerse a insurgir contra el sistema político consagrado en la Constitución Nacional, asumía asimismo traicionar su juramento de lealtad a esa Constitución.
Convino por tanto en echar a andar como militarista (actuar según la razón de la fuerza) y como traidor a su condición de auténtico militar (actuar según la fuerza de la razón), como traidor a las Fuerzas Armadas, como traidor a la Constitución Nacional, como traidor a la Patria y en suma como traidor al pueblo venezolano, de cuya defensa integral había hecho su profesión. Iniciaba así una larga carrera de subversión del sistema democrático representativo, que hoy mantiene desde el poder que conquistó en 1998, en las únicas elecciones en las que ha participado sin cometer fraude.
Traicionó también a aquéllos compañeros de conspiración que teniendo convicciones de reivindicación democrática, decidieron seguirlo alentados por su falso discurso de doliente de la democracia que los gobiernos civiles “habían desnaturalizado” con vicios, defectos y delitos, cuando lo cierto era que la conspiración a la que los había convocado tenía como verdadero objetivo precisamente la destrucción de la democracia. Fue después del 4F cuando pudieron enterarse de la verdad.
Desde entonces ha sido embozadamente el militarista totalitario más contumaz de nuestra historia. Ésa ha sido la condición fundamental de su vida política y por esa misma senda ha impelido a transitar a sus seguidores. Hasta llegar a conformar hoy día, conjuntamente con los hermanos Castro, el trío de gorilas más nefastos del continente americano.
Una carrera de dobleces que perdura y crece
Así se inició Hugo Chávez en una carrera política que ha estado signada por mentiras y engaños, simulación y farsa, trampas y fraudes, demagogia y cinismo, siempre diciendo hacer lo contrario o distinto de lo que de manera solapada está realmente haciendo.
Desde su incorporación a la conjura golpista a comienzos de 1980 hasta el 4 de febrero de 1992, tuvo que mentir y fingir --por imperativo de supervivencia-- dentro de las Fuerzas Armadas. En esos doce años desarrolló gusto por la mentira y el engaño, y orgullo por su capacidad para engatusar, puesto que posteriormente ha continuado con tales prácticas sin tener necesidad vital de ellas. Al día de hoy, su vida política no ha sido sino una gran mentira continuada, en la que dice y se desdice con descarada facilidad, proclamándose el mayor de los demócratas mientras él y sus secuaces han desatado la mayor ferocidad destructiva contra la democracia venezolana.
En trece años actuando a sus anchas, nos ha demostrado que el principal de sus orgullos es el de ser el gran engañador y engatusador de nuestra historia, cosa que él mañosamente asemeja con inteligencia superior y que utiliza como fundamento de su desmedida suficiencia y ordinaria megalomanía.
Ese carácter inherente de tales vicios y defectos se ha acentuado tanto, que ha terminado por ser condición natural de su forma de ser como político y como persona. Treinta y un años de dobleces han determinado que el Hugo Chávez de hoy haya llegado a ser, por naturaleza, intrínsecamente embustero y engañoso, simulador y farsante, tramposo y fraudulento, demagogo y cínico, hablador y descarado, resabido y fanfarrón. Con la desgracia, para la Venezuela decente que es mayoría, que habiendo llegado a ser un maestro en esas malas artes, existen los incautos que al prestar oídos a su falso discurso cifran en él sus esperanzas de redención social y lo apoyan en sus felonías.
Golpe inmoral en nombre de la moralidad
En febrero de 1992 el golpe contrademocrático producto de la conspiración cuartelaria emerge con la máscara de “rebelión cívico-militar”, criticando ferozmente los vicios, defectos, delitos y crímenes de los gobernantes democráticos y enarbolando falsas banderas de auténtica democracia, honestidad administrativa, justicia, libertad y progreso social.
Purgó prisión por golpista y al salir de la cárcel por incomprensible e injustificable indulto presidencial, se echó a las calles del país con un discurso de enardecido doliente de la democracia agraviada por los gobernantes civiles. Discurso de feroz contundencia crítica contra los “malos demócratas” y profuso en ofertas democráticas durante su campaña electoral presidencial de 1998.
Trece años en el poder han demostrado, de manera contundente y fehaciente, que sus críticas a los regímenes anteriores y sus ofertas políticas no fueron otra cosa que una larga ristra de mentiras y engaños. En esos trece años el gobierno castrochavista ha incurrido en un número mayor de vicios, defectos, delitos y crímenes que aquéllos que ferozmente les criticó a los ocho gobiernos civiles anteriores, y no solamente no ha cumplido la mayor parte de sus ofertas de desarrollo político y social, sino que ha dedicado toda la potencia de su acción política y de su gestión gubernamental a ejecutar su estrategia capital de destrucción de la democracia y a lograr su objetivo supremo de instaurar un régimen militarista totalitario de hegemonía total sobre la sociedad venezolana.
No hay nada que celebrar y sí mucho que repudiar
El hecho concreto es que el 4F no le ofrece, a la mayoritaria Venezuela decente, ni un comino de motivo para celebrar.
Tampoco al líder supremo y a sus secuaces. Por eso han tenido que retorcerle el cuello a la historia y, con embustes y falsedades que nadie cree, han tenido que construir una versión
falaz que luce desnuda ante todos los venezolanos.
En cambio sí hay mucho que repudiar: Las mentiras, engaños y dobleces en las que hubo que incurrir, y las traiciones de toda laya que hubo que cometer, para poder llegar al momento aciago del 4F.
Cuando un proyecto político, para materializarse, requiere de sus ejecutores vicios y defectos, delitos y crímenes, tiene gestación sucia, nacimiento sucio y tendrá por siempre existencia sucia, por más grande y costosa que sea la parafernalia que pretenda limpiarla y prestigiarla.
La mayoritaria Venezuela decente lo está viendo y tiene clara y contundente posición sobre ello.