El Nacional20 DE JUNIO DE 2017 12:16 AM
Carlos Alberto Montaner.
El presidente Donald Trump se propone modificar y endurecer
la política de Barack Obama con relación a Cuba. Obama, que acertó en ciertos
aspectos sociales de su política interna, erró totalmente en su estrategia
cubana. Me parece, pues, razonable cambiarla. No todo lo que Trump hace es
equivocado. A veces, entre tweets insomnes, acierta.
Si hay algo que el jefe de cualquier Estado debe tener muy
claro, es precisar quiénes son los amigos y los enemigos de la nación a la que
le toca proteger. Trump sabe o intuye que los Castro, desde hace décadas,
intentan perjudicar a su país por cualquier medio. En 1957 Fidel Castro le
escribió una carta a Celia Sánchez, entonces su amante y confidente,
explicándole que la lucha contra Batista (la carta está firmada en Sierra
Maestra) era solo el prólogo de la batalla épica que libraría contra Washington
durante toda su vida.
Fidel Castro, que fue un comunista convencido, cumplió esa
promesa, luego reiterada docenas de veces oralmente y por la naturaleza de sus
acciones. Por eso, cuando Fidel murió, Donald Trump, que había sido electo
presidente pocas semanas antes, pero todavía no había tomado posesión, tras
calificarlo de “dictador brutal”, aseguró que: “A pesar de que las tragedias,
muertes y dolor causados por Fidel Castro no pueden ser borrados, nuestro
gobierno hará todo lo posible para asegurar que el pueblo cubano pueda iniciar
finalmente su camino hacia la prosperidad y libertad”.
En consecuencia, Trump, a los pocos meses de iniciar su andadura,
ha retomado el propósito de cambiar el régimen cubano, irresponsablemente
cancelado por Barack Obama en abril de 2015, como anunció el ex presidente
durante la Cumbre de Panamá; aunque, contradictoriamente, tuvo la solidaria
cortesía de reunirse con disidentes cubanos que habían viajado desde la isla,
gesto simbólico que hay que agradecerle.
¿Por qué Trump ha retomado la estrategia de “contener” a
Cuba, como se decía en la jerga de la Guerra Fría? Porque Trump y sus asesores,
guiados por la experiencia del senador Marco Rubio y del congresista Mario
Díaz-Balart, verdaderos expertos en el tema, piensan que Raúl Castro no ha
renunciado a la confrontación, lo que aconseja privarlo de fondos.
Muy en consonancia con la impronta que Fidel le dejó a su
hermano y a su régimen, la revolución cubana continúa siendo enemiga de los
ideales e intereses de Estados Unidos, como si la URSS continuara existiendo y
el marxismo no se hubiera desacreditado totalmente hace ya más de un cuarto de
siglo. Para Cuba la Guerra Fría no ha concluido. Para ellos, “la lucha sigue”.
Eso se demuestra en la alianza cubana con Corea del Norte,
que incluye suministros clandestinos de equipos bélicos, prohibidos por
Naciones Unidas, incluso mientras negociaba el “deshielo” con Washington. Es
evidente en el respaldo a Siria, a Irán, a Bielorrusia, a la Rusia de Putin, y
a cuanto dictador u “hombre fuerte” se enfrenta a las democracias occidentales.
Se prueba en la permanente hostilidad contra el Estado de Israel, pero, sobre
todo, queda clarísimo en la actuación de Raúl Castro en el caso venezolano.
Si Obama creía que la dictadura cubana, a cambio de buenas
relaciones, ayudaría a Estados Unidos a moderar la conducta de la Venezuela de
Chávez y Maduro, se equivocó de plano. La Cuba de Raúl Castro se dedica a echar
gasolina al incendio que devora a ese país, con el objeto de no perder los
subsidios que le genera la enorme colonia suramericana.
Los militares cubanos son el sostén esencial de la dictadura
de Nicolás Maduro, personaje formado en la Escuela de Cuadros del Partido
Comunista cubano llamada “Ñico López”. Les proporcionan inteligencia y
adiestramiento a sus colegas venezolanos para que repriman cruelmente a los
demócratas de la oposición. Los muy hábiles operadores políticos cubanos, formados
en la tradición del KGB y la Stasi, asesoran a los chavistas y le dan forma y
sentido a la alianza de los cinco gobiernos patológicamente “antiyanquis” de
América Latina: la propia Cuba, Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Ecuador.
Tiene razón el presidente Trump cuando afirma que Barack
Obama (pese a su hermoso discurso en defensa de la democracia pronunciado en La
Habana) no debió haber entregado todas las fichas norteamericanas sin que Raúl
Castro hiciera concesiones fundamentales en beneficio del pueblo cubano y de su
derecho a la libertad y la democracia. Eso es lo que Trump ahora intenta
corregir.
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