Días decisivos por Leonardo Padrón
18 Junio, 2017
La sensación se ha generalizado. Todo el país siente que
estamos en la antesala de un episodio mayor. El gran misterio que le
otorga tanto suspenso a los días que transcurren es cuál será el desenlace.
Podemos estar cerca del fin del mundo – a escala Venezuela – o a la víspera del
inicio de una nueva nación. Cada día, a la vertiginosa trama, se le añaden
nuevos personajes, giros inesperados y escenas de altísima temperatura en su
violencia. Violencia pura y dura. Somos un país no apto para menores de edad.
La actual situación es insostenible por mucho tiempo más, se
asegura. Pero en estos días hemos descubierto que el infierno tiene varios
sótanos. Y los gerentes de la pesadilla han demostrado que no poseen escrúpulos
a la hora de extremar sus agravios. Las fuerzas uniformadas perdieron su mayor
insignia: la autoridad moral. La violencia del régimen se ha convertido en un
“servicio a domicilio”. Allanan hogares, roban, asesinan mascotas, tumban
verjas, rompen vehículos y dañan ascensores por el puro placer de hacerlo.
Diseminan terror a manos llenas. Se han hecho trágicamente inolvidables.
Pasarán muchos años para que el ciudadano común vuelva a respetar a alguien
vestido de autoridad. Lamentable. Hoy se han ganado el odio de la gente gracias
al ensañamiento con el que están reprimiendo al país entero. Lo que hacen solo
califica de sórdido. Y esa es una palabra oscura, muy oscura.
Uno de los tantos videos que colapsan las redes sociales
muestra, en las adyacencias de la Plaza Altamira, a un grupo de motorizados de
la GNB que ronda la zona atento para reprimir a cualquier manifestación que
surja. Los motorizados, a contra vía, bajan en dirección norte-sur por la
Avenida Luis Roche y cruzan la Avenida Francisco de Miranda sin importar que el
tráfico fluye de acuerdo a las indicaciones del semáforo. Ocurre lo inevitable.
Un carro choca contra una de las motos y los dos guardias caen aparatosamente
al suelo. ¿Cuál es la reacción de la gente alrededor? Alegría, aplausos, gritos
de placer, mofa a los caídos. Nadie mostró preocupación, nadie corrió a
ayudarlos. A fin de cuentas -podría ser el pensamiento general- son nuestros verdugos
los que cayeron al suelo. Una pequeñísima victoria que les regaló el azar. Los
guardias, entonces, se levantan sin mayores saldos que lamentar. Pero ante la
emoción de los peatones por su caída, responden lanzándoles una bomba
lacrimógena. Ya es su forma natural de comunicación. No hablan. No argumentan.
No disuaden. Son robots que disparan. Ah, y roban.
El “hombre nuevo” es un robot diseñado para la violencia.
El mensaje es claro: somos la revolución, y si no nos
aceptan, somos la destrucción.
Venezuela se ha convertido en una zona de rabia. Rabia y
dolor. Una mueca creciente de dolor que asola cada rincón del mapa. Cada vez
que Nicolás Maduro hace un llamado a la paz se enluta un hogar venezolano. Cada
vez que anochece el terror sale -vestido de tanqueta- a invadir los condominios
donde la gente come y duerme. Se esfumó la vida como asunto cotidiano. Así de
feroces son estos capítulos de la realidad nacional.
Son días decisivos, dice todo el mundo. Sin duda, nos
estamos jugando el futuro de cada uno de nosotros y de la nación como organismo
vivo. Si la constituyente de Maduro se lograra imponer sería el fin de la
Venezuela que aun sobrevive en la templanza de sus ciudadanos. Nos
convertiríamos en una audiencia agónica ante una cadena presidencial gritando
espejismos en el desierto. Esta vez la diáspora tendría la prisa de las
estampidas. Millones de venezolanos saltando al vacío del éxodo. Y los que
queden, los que no tengan la opción de emigrar, serían pasto de las hienas en
su rapiña más conclusiva.
Por eso vale la pena seguir apostando por la sensatez. El
discurso salvaje del régimen debe detenerse, por su propia supervivencia
política. Pero sus cabezas más radicales no conocen las aguas del equilibrio.
Para ellos el lema sigue siendo “Patria o Muerte”. Patria para ellos, muerte
para nosotros. “Nosotros”: ese resto enorme de país que se les opone. La voz de
las calles dice que no quiere dictadura. Y lo dice de una forma tajante,
directa, sin ambigüedades. Lo dice día y noche, marchando, plantándose,
insistiendo, herido de perdigón y metra, gaseado, encarcelado, torturado, pero
irrevocable en su postura.
¿Quién más de aquel lado del río está dispuesto a atravesar
las aguas crecidas del conflicto para detener el desastre?
Se dice que la Fiscal General no está sola. Así lo creo. No
parece tener el talante de los suicidas. Hoy, en su verbo, no solo habla la
institucionalidad, sino también el instinto de supervivencia. El chavismo le
esta diciendo adiós al madurismo. Y en la misma escena, el país le dice basta
al régimen.
Todo está a punto. Hay un olor a víspera que es más fuerte
que el de las bombas lacrimógenas. Estamos en la antesala del final de un
proceso. Crujen las paredes. Arde el aire. El terror escupe sus vocales. La
dignidad ciudadana resiste y se enfrenta. Falta poco. Apostemos al triunfo de
la tenacidad. Que gane el país. Que se cancele el crimen vestido de poder. Toca
ensayar otra oportunidad de patria. Sin excesos nacionalistas, sin apostar por
caudillos mesiánicos, sin falsos profetas que prometan el paraíso perdido.
Ya hemos tenido suficiente infierno.
Leonardo Padrón
Fuente: Notiespartano/CaraotaDigital
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