Zaza Urushadze
Mandarines (afiche)
Por NARCISA GARCÍA
Papel Literario 16 DE JUNIO DE 2017 03:00 AM
A la resistencia
Estonia y Georgia fueron países ocupados por la Unión
Soviética y proclamados partes de ella. Estonia fue ocupada también por la
Alemania nazi, a quienes los estonios vieron en principio como un ejército
salvador, para darse cuenta pronto de que se trataba de una ocupación más.
Cuando acaba la Segunda Guerra Mundial el territorio es declarado República
Socialista Soviética de Estonia, y así permaneció hasta alcanzar la
independencia en 1990, aunque esta solo fue admitida y aceptada por la URSS en
1991, tras las manifestaciones conocidas como la Revolución Cantada, en la cual
dos millones de letonios, estonios y lituanos formaron una cadena humana para
exigir la independencia de sus países de la Unión Soviética. De Georgia es
oriundo Josef Stalin: esta permaneció como la República Socialista Soviética de
Georgia, y en 1991 declaró su independencia. Sin embargo ha permanecido en
guerra con separatistas abjasos y chechenos desde entonces, pues estos quieren
independizarse –y han dado la pelea con ayuda rusa– y los georgianos quieren
mantenerse unidos. La guerra civil se prolongó hasta 1995 y luego reinició en
2008 como una guerra étnica, para finalmente firmarse un decreto en Rusia que
declaraba a Osetia del Sur y Abjasia como países independientes. Ningún país en
el mundo reconoce esta independencia salvo tres: Rusia, Nicaragua y Venezuela.
El cine georgiano tuvo su época dorada, como muchos de los
países soviéticos, entre los años sesenta y los ochenta. Cuando se disuelve la
Unión Soviética, la producción cae por los ajustes económicos y crisis que el
sistema comunista había procurado. Sin embargo muchos cineastas se han valido
de la creación del Centro Nacional de Cinematografía en 2001 para la hechura de
sus películas. Zaza Urushadze hace cine desde 1989, y Mandarinas (2013)
es su quinta película.
“La guerra es una idiotez” declaró el director a El País de
España. Esta frase bien podría resumir los asuntos que trata Mandarinas,
una película de muy bajo presupuesto, mínima, contenida, donde cuatro
personajes llevan la trama hacia adelante sin extravagancias. El talento del
elenco es, pues, imprescindible: rodada toda en el mismo lugar, resulta
imperativo que los actores logren lo que hicieron. Mantener la naturalidad sin
caer en representaciones teatrales grandilocuentes. Es cautivadora además por
la presencia del cuarto personaje, Margus, quien, como representando el
pragmatismo, lo único que quiere es que su cosecha de mandarinas no se pierda
(la mandarina es conocida como “el oro de Abjasia”).
Durante la guerra de Abjasia (1992-1993), en un pueblo
estonio, el carpintero Ivo (Lembit Ufsak) salva la vida de un soldado checheno,
Ahmed (Giorgi Nakashidze), y de uno georgiano, Niko (Misha Meskhi) con ayuda de
un médico, y su amigo y vecino Margus, un cultivador de mandarinas. Uno se cura
más rápido que el otro, y supone un peligro para Ivo tenerlos en su casa a
ambos mientras se recuperan. Aquel con el oficio de Cristo ha trasladado el
gran conflicto a mínima escala a su propia casa. Y los sienta a la mesa. La civilización
a la hora de la comida.
¿Cómo lidiar con el odio cainita? ¿Qué implica dejarse
llevar a matar o morir por una ideología? ¿Cómo es que el otro es
insignificante frente a ella? En Mandarinas, una cinta que asemeja
un western callado, austero, melancólico, no se ofrecen
respuestas, salvo tal vez una, la sentencia más evidente y pesada de Urushadze:
el entendimiento puede estar por encima de la violencia, y solo tal vez, tras
permanecer en un espacio común cuyas normas se hacen respetar, como sucede en el
hogar de Ivo, algunos se atrevan por fin a volverse contra los que considera
suyos para proteger a quienes conforman la nueva casa.
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