Razón del nombre del blog

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El por qué del título de este blog . Según Gregorio Magno, San Benito se encontraba cada año con su hermana Escolástica. Al caer la noche, volvía a su monasterio. Esta vez, su hermana insistió en que se quedara con ella,y él se negó. Ella oró con lágrimas, y Dios la escuchó. Se desató un aguacero tan violento que nadie pudo salir afuera. A regañadientes, Benito se quedó. Asi la mujer fue más poderosa que el varón, ya que, "Dios es amor" (1Juan 4,16),y pudo más porque amó más” (Lucas 7,47).San Benito y Santa Escolástica cenando en el momento que se da el milagro que narra el Papa Gregorio Magno. Fresco en el Monasterio "Santo Speco" en Subiaco" (Italia)

lunes, 5 de octubre de 2015

Del 4 al 25 de este mes de octubre se reúne en el Vaticano el Sínodo de los Obispos, en el que me ha invitado a participar como miembro el Papa Francisco. Esta asamblea tiene como tema central "La vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo", y es continuación de la asamblea extraordinaria celebrada durante el mes de octubre del año pasado. Estos trabajos han suscitado muchas expectativas en toda la Iglesia y los medios de comunicación han recogido la noticia. En cierto modo, el Sínodo del año pasado fue como una primera fase o una preparación del Sínodo que ahora comienza, el cual -por decirlo así- llega a la hora de las decisiones, que pondrá en manos del papa Francisco, a quien corresponde tomar las últimas disposiciones para toda la Iglesia.

'Dios bendice al matrimonio que se ama en la unidad y en la indisolubilidad'
El papa Francisco abre el Sínodo de la Familia con una misa solemne en la basílica de San Pedro
Por Sergio Mora
Ciudad del Vaticano, 04 de octubre de 2015 (ZENIT.org)
La Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos se ha abierto este domingo con una misa solemne en la basílica de San Pedro, presidida por el santo padre Francisco. Con paramentos verdes en este 27 domingo del tiempo ordinario, unos 170 padres sinodales entre cardenales, obispos y sacerdotes entraron en cortejo, mientras el Coro pontificio de la capilla Sixtina entonaba la polifonía sacra. Le seguía el papa Francisco, vistiendo casulla verde y dorada, y el palio.
Las lecturas fueron en diferentes idiomas, mientras que el Evangelio cantado en latín, narra cuando Jesús dijo: "El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra aquella; y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro, también comete adulterio".
El Papa por ello señaló que “las lecturas bíblicas de este domingo parecen elegidas a propósito para el acontecimiento de gracia que la Iglesia está viviendo, es decir, la Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre el tema de la familia que se inaugura con esta celebración eucarística”. Lecturas se centran en tres aspectos: el drama de la soledad, el amor entre el hombre y la mujer, y la familia.
Y recordando la lectura que narra de Adán en el Paraíso a quien Dios dio una compañera, señaló la soledad, "el drama que aún aflige a muchos hombres y mujeres: ancianos abandonados incluso por sus seres queridos y sus propios hijos; en los viudos y viudas; en tantos hombres y mujeres dejados por su propia esposa y por su propio marido; en tantas personas que de hecho se sienten solas, no comprendidas y no escuchadas; en los emigrantes y los refugiados que huyen de la guerra y la persecución; y en tantos jóvenes víctimas de la cultura del consumo, del usar y tirar, y de la cultura del descarte".
“Hoy se vive la paradoja de un mundo globalizado en el que vemos tantas casas de lujo y edificios de gran altura, pero cada vez menos calor de hogar y de familia” dijo Francisco. “En donde el amor duradero, fiel, recto, estable, fértil es cada vez más objeto de burla”, en donde las sociedades más avanzadas son las que tienen las más bajas tasas de natalidad y el mayor promedio de abortos, de divorcios, de suicidios y de contaminación ambiental y social.
Así Dios al darle a Adán una compañera, muestra que nada hace más feliz al hombre que "un corazón que se le asemeje, que le corresponda; para vivir la extraordinaria experiencia del amor y para ver su amor fecundo en los hijos, como dice el salmo de hoy".
Así Jesús, indica el Papa, ante la pregunta retórica que le habían dirigido enseña “que Dios bendice el amor humano, es él el que une los corazones de dos personas que se aman y los une en la unidad y en la indisolubilidad”.
El Santo Padre recordó cuando Mateo dice 'Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre', una exhortación a “superar el mezquino egoísmo” y “el miedo de aceptar el significado auténtico de la pareja y de la sexualidad humana en el plan de Dios”.
Invitó así a defender "la sacralidad de la vida" y a "defender la unidad y la indisolubilidad del vinculo conyugal como signo de la gracia de Dios y de la capacidad del hombre de amar en serio”.
O sea vivir su misión "en la verdad que no cambia según las modas pasajeras", sin levantar el dedo para juzgar a los demás, sin olvidar que Jesús también dijo: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar justos, sino pecadores».
Recordó cuando san Juan Pablo II decía: «El error y el mal deben ser condenados y combatidos constantemente; pero el hombre que cae o se equivoca debe ser comprendido y amado».
Concluyó exhortando: “La Iglesia debe buscar al hombre, acogerlo y acompañarlo, porque una Iglesia con las puertas cerradas se traiciona a sí misma y a su misión, y en vez de ser puente se convierte en barrera”. Y pidió al Señor “que nos acompañe en el Sínodo y que guíe a su Iglesia a través de la intercesión de la Santísima Virgen María y de San José, su castísimo esposo”.  
Texto completo del Papa Francisco en la misa de apertura del Sínodo de la Familia
Reitera la indisolubilidad del vínculo familiar e invita a desafiar las modas pasajeras y aceptar el significado auténtico de la pareja y de la sexualidad humana en el plan de Dios
Por Redacción
Ciudad del Vaticano, 04 de octubre de 2015 (ZENIT.org)
El Papa Francisco abrió este domingo 4 de octubre la Asamblea Ordinaria del Sínodo sobre la Familia, con una misa solemne en la basílica de San Pedro.

En su homilía recordó lo oportuno de las lecturas de la misa del día en las que se recuerdan cuando Dios dio a Adan una compañera, y que pidió que los que une Dios no lo separe el hombre. Invitó a animar a las numerosas familias que viven su matrimonio como un espacio en el cual se manifiestan el amor divino; para defender la sacralidad de la vida; para defender la unidad y la indisolubilidad del vinculo conyugal. Y a desafiar las modas pasajeras, y el mezquino egoísmo, para aceptar el significado auténtico de la pareja y de la sexualidad humana en el plan de Dios. Sin levantar el dedo para señalar, y ayudando a quien se encuentra en dificultad.
A continuación el texto completo:
"«Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros su amor ha llegado en nosotros a su plenitud» (1 Jn 4,12).
Las lecturas bíblicas de este domingo parecen elegidas a propósito para el acontecimiento de gracia que la Iglesia está viviendo, es decir, la Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre el tema de la familia que se inaugura con esta celebración eucarística.
Dichas lecturas se centran en tres aspectos: el drama de la soledad, el amor entre el hombre y la mujer, y la familia.
La soledad 
Adán, como leemos en la primera lectura, vivía en el Paraíso, ponía los nombres a las demás creaturas, ejerciendo un dominio que demuestra su indiscutible e incomparable superioridad, pero aun así se sentía solo, porque «no encontraba ninguno como él que lo ayudase» (Gn 2,20) y experimentaba la soledad.
La soledad, el drama que aún aflige a muchos hombres y mujeres. Pienso en los ancianos abandonados incluso por sus seres queridos y sus propios hijos; en los viudos y viudas; en tantos hombres y mujeres dejados por su propia esposa y por su propio marido; en tantas personas que de hecho se sienten solas, no comprendidas y no escuchadas; en los emigrantes y los refugiados que huyen de la guerra y la persecución; y en tantos jóvenes víctimas de la cultura del consumo, del usar y tirar, y de la cultura del descarte.
Hoy se vive la paradoja de un mundo globalizado en el que vemos tantas casas de lujo y edificios de gran altura, pero cada vez menos calor de hogar y de familia; muchos proyectos ambiciosos, pero poco tiempo para vivir lo que se ha logrado; tantos medios sofisticados de diversión, pero cada vez más un profundo vacío en el corazón; muchos placeres, pero poco amor; tanta libertad, pero poca autonomía... Son cada vez más las personas que se sienten solas, y las que se encierran en el egoísmo, en la melancolía, en la violencia destructiva y en la esclavitud del placer y del dios dinero.
Hoy vivimos en cierto sentido la misma experiencia de Adán: tanto poder acompañado de tanta soledad y vulnerabilidad; y la familia es su imagen. Cada vez menos seriedad en llevar adelante una relación sólida y fecunda de amor: en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, en las buena y en la mala suerte. El amor duradero, fiel, recto, estable, fértil es cada vez más objeto de burla y considerado como algo anticuado. Parecería que las sociedades más avanzadas son precisamente las que tienen el porcentaje más bajo de tasa de natalidad y el mayor promedio de abortos, de divorcios, de suicidios y de contaminación ambiental y social.
El amor entre el hombre y la mujer 
Leemos en la primera lectura que el corazón de Dios se entristeció al ver la soledad de Adán y dijo: «No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude» (Gn 2,18). Estas palabras muestran que nada hace más feliz al hombre que un corazón que se asemeje a él, que le corresponda, que lo ame y que acabe con la soledad y el sentirse solo. Muestran también que Dios no ha creado el ser humano para vivir en la tristeza o para estar solo, sino para la felicidad, para compartir su camino con otra persona que es su complemento; para vivir la extraordinaria experiencia del amor: es decir de amar y ser amado; y para ver su amor fecundo en los hijos, como dice el salmo de hoy (cf. Sal 128).
Este es el sueño de Dios para su criatura predilecta: verla realizada en la unión de amor entre hombre y mujer; feliz en el camino común, fecunda en la donación reciproca. Es el mismo designio que Jesús resume en el Evangelio de hoy con estas palabras: «Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne» (Mc 10,6-8; cf. Gn 1,27; 2,24).
Jesús, ante la pregunta retórica que le habían dirigido – probablemente como una trampa, para hacerlo quedar mal ante la multitud que lo seguía y que practicaba el divorcio, como realidad consolidada e intangible-, responde de forma sencilla e inesperada: restituye todo al origen de la creación, para enseñarnos que Dios bendice el amor humano, es él el que une los corazones de dos personas que se aman y los une en la unidad y en la indisolubilidad. Esto significa que el objetivo de la vida conyugal no es sólo vivir juntos, sino también amarse para siempre. Jesús restablece así el orden original y originante.
La familia 
«Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre» (Mc 10,9). Es una exhortación a los creyentes a superar toda forma de individualismo y de legalismo, que esconde un mezquino egoísmo y el miedo de aceptar el significado auténtico de la pareja y de la sexualidad humana en el plan de Dios.
De hecho, sólo a la luz de la locura de la gratuidad del amor pascual de Jesús será comprensible la locura de la gratuidad de un amor conyugal único y usque ad mortem.
Para Dios, el matrimonio no es una utopía de adolescente, sino un sueño sin el cual su creatura estará destinada a la soledad. En efecto el miedo de unirse a este proyecto paraliza el corazón humano.
Paradójicamente también el hombre de hoy –que con frecuencia ridiculiza este plan– permanece atraído y fascinado por todo amor autentico, por todo amor sólido, por todo amor fecundo, por todo amor fiel y perpetuo. Lo vemos ir tras los amores temporales, pero sueña el amor autentico; corre tras los placeres de la carne, pero desea la entrega total.
En efecto «ahora que hemos probado plenamente las promesas de la libertad ilimitada, empezamos a entender de nuevo la expresión “la tristeza de este mundo”. Los placeres prohibidos perdieron su atractivo cuando han dejado de ser prohibidos. Aunque tiendan a lo extremo y se renueven al infinito, resultan insípidos porque son cosas finitas, y nosotros, en cambio, tenemos sed de infinito» (Joseph Ratzinger, Auf Christus schauen. Einübung in Glaube, Hoffnung, Liebe, Freiburg 1989, p. 73).
En este contexto social y matrimonial bastante difícil, la Iglesia está llamada a vivir su misión en la fidelidad, en la verdad y en la caridad.
Vive su misión en la fidelidad a su Maestro como voz que grita en el desierto, para defender el amor fiel y animar a las numerosas familias que viven su matrimonio como un espacio en el cual se manifiestan el amor divino; para defender la sacralidad de la vida, de toda vida; para defender la unidad y la indisolubilidad del vinculo conyugal como signo de la gracia de Dios y de la capacidad del hombre de amar en serio.
Vivir su misión en la verdad que no cambia según las modas pasajeras o las opiniones dominantes. La verdad que protege al hombre y a la humanidad de las tentaciones de autoreferencialidad y de transformar el amor fecundo en egoísmo estéril, la unión fiel en vinculo temporal. «Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente. Éste es el riesgo fatal del amor en una cultura sin verdad» (Benedicto XVI, Enc. Caritas in veritate, 3).
Vivir su misión en la caridad que no señala con el dedo para juzgar a los demás, sino que -fiel a su naturaleza como madre – se siente en el deber de buscar y curar a las parejas heridas con el aceite de la acogida y de la misericordia; de ser «hospital de campo», con las puertas abiertas para acoge a quien llama pidiendo ayuda y apoyo; de salir del propio recinto hacia los demás con amor verdadero, para caminar con la humanidad herida, para incluirla y conducirla a la fuente de la salvación.
Una Iglesia que enseña y defiende los valores fundamentales, sin olvidar que «el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado» (Mc 2,27); y que Jesús también dijo: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar justos, sino pecadores» (Mc 2,17). Una Iglesia que educa al amor autentico, capaz de alejar de la soledad, sin olvidar su misión de buen samaritano de la humanidad herida.
Recuerdo a san Juan Pablo II cuando decía: «El error y el mal deben ser condenados y combatidos constantemente; pero el hombre que cae o se equivoca debe ser comprendido y amado [...] Nosotros debemos amar nuestro tiempo y ayudar al hombre de nuestro tiempo.» (Discurso a la Acción Católica italiana, 30 de diciembre de 1978, 2 c: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 21 enero 1979, p.9). Y la Iglesia debe buscarlo, acogerlo y acompañarlo, porque una Iglesia con las puertas cerradas se traiciona a sí misma y a su misión, y en vez de ser puente se convierte en barrera: «El santificador y los santificados proceden todos del mismo. Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos» (Hb2,11).
Con este espíritu, le pedimos al Señor que nos acompañe en el Sínodo y que guíe a su Iglesia a través de la intercesión de la Santísima Virgen María y de San José, su castísimo esposo". 
Sínodo: entre la verdad y la misericordia
'Palabra y Vida' del arzobispo de Barcelona
Por Card. Lluís Martínez Sistach
Barcelona, 04 de octubre de 2015 (ZENIT.org)
Del 4 al 25 de este mes de octubre se reúne en el Vaticano el Sínodo de los Obispos, en el que me ha invitado a participar como miembro el Papa Francisco. Esta asamblea tiene como tema central "La vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo", y es continuación de la asamblea extraordinaria celebrada durante el mes de octubre del año pasado. Estos trabajos han suscitado muchas expectativas en toda la Iglesia y los medios de comunicación han recogido la noticia. En cierto modo, el Sínodo del año pasado fue como una primera fase o una preparación del Sínodo que ahora comienza, el cual -por decirlo así- llega a la hora de las decisiones, que pondrá en manos del papa Francisco, a quien corresponde tomar las últimas disposiciones para toda la Iglesia.
Este interés tiene una explicación: las dos asambleas han sido precedidas de una amplia consulta a todos los fieles, que han podido hacer llegar a la Secretaría del Sínodo -que dirige el cardenal Lorenzo Baldisseri- los problemas de los matrimonios y las familias actuales y sus opiniones sobre cómo la Iglesia debería ayudarles en el cumplimiento de su misión.
El documento de trabajo de la asamblea que hoy comienza -hecho público el pasado 23 de junio- reafirma la voluntad de la Iglesia de presentar al mundo de hoy el Evangelio de la familia; es decir, los valores incluidos en la visión cristiana de la familia que propone para el bien de las personas, de la sociedad y de la misma Iglesia, como por ejemplo la monogamia y la indisolubilidad. Se puede prever que el Sínodo reafirmará estos valores del matrimonio y la familia, sometidos a una fuerte erosión en el mundo actual.
Pero el Sínodo no quiere quedarse ahí. Dentro de pocas semanas -el 8 de diciembre-, se abrirá el Año Santo extraordinario convocado por el Papa dedicado a la misericordia. El lema es "Misericordiosos como el Padre". El Papa Francisco ha dado el tono de esta celebración presentando una Iglesia que, como el samaritano de la famosa parábola, se acerca a las personas heridas en su experiencia matrimonial o familiar con la actitud de Cristo, que se mostró siempre compasivo con todos, y sobre todo con las personas en situaciones de especial sufrimiento, exclusión y marginación.
La Iglesia tendrá que encontrar caminos prácticos para acoger y ayudar a los católicos casados o divorciados que han iniciado una nueva unión y siguen siendo miembros de la Iglesia, y no están excluidos ni excomulgados. Este es el reto del Sínodo que ahora comienza: recoger el espíritu y las disposiciones de la asamblea anterior, profundizar en ellos y encontrar caminos operativos para acercarse y ayudar a todas estas personas.
Así, la Iglesia podrá mostrar al mundo de hoy el rostro de la misericordia, que es la misión que ha recibido de Jesucristo. Sólo así, la Iglesia estará en condiciones de realizar este deseo que el papa Francisco ha expresado en el documento con el que convoca el Jubileo de la Misericordia.
+ Lluís Martínez Sistach
Cardenal arzobispo de Barcelona

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