Comunicado de la RCSur sobre Situación
en Venezuela
La Red Conceptualismos del Sur se posiciona mediante el
siguiente comunicado sobre los acontecimientos que se vienen sucediendo en
Venezuela desde hace algo más de una semana, condenando el plan de desestabilización
puesto en marcha por la facción fascista de la oposición venezolana con el
apoyo económico y mediático de intereses transnacionales afincados en Estados
Unidos, España y Colombia.
La imagen de Venezuela promovida por diario español El
País, la CNN y algunos medios de comunicación pertenecientes a grupos de la
derecha neoliberal colombo-venezolana, es la de una nación inestable cuyas
masas dóciles son pastoreadas por líderes carismáticos y manipuladores. Esta
ficción mediática ha sido creada para ocultar que el proceso bolivariano se
sostiene en la fuerza del movimiento popular, en su poder de autoconvocatoria y
autorganización y en el tejido social que permanentemente exige y empuja la
agenda de izquierda del gobierno venezolano.
La hegemonía conservadora reedita tras cada conato
golpista la mitología de la civilización versus la barbarie, mostrando el
profundo calado racista de las clases medias y altas latinoamericanas,
imitadoras de sus pares europeas y norteamericanas. Internacionalmente, este
mito colonial se traduce como la supuesta imposibilidad natural que tendrían
las clases bajas venezolanas para autodeterminarse, decidir su modelo de
gobierno y funcionamiento e impulsar su devenir como nación y como pueblo. Una
mitología racial que pretende reproducir las condiciones de marginalización y
exclusión en que viven las mayorías pobres latinoamericanas.
Nos pronunciamos en contra de la campaña que los medios
de comunicación internacionales emprenden cíclicamente frente al proyecto
político bolivariano, atacando tanto a su gobierno como, muy especialmente, a
las organizaciones de base que lo apoyan. La imagen de la base popular chavista
ha sido sistemáticamente falseada por los medios de comunicación, representada
como una masa inerte al servicio del poder, o como una horda violenta y
anárquica cuya criminalización y estigmatización pretenden ocultar la raíz
histórica que permite comprender el apoyo que las clases populares le dieron al
proyecto político bolivariano. Los medios de comunicación y los intelectuales
que actúan al modo de analistas y especialistas tarifados pretender desviar la
atención del conflicto económico, racial y anticolonial que define la política
venezolana y que ha marcado el triunfo sostenido del chavismo durante quince años.
Diversas facciones reaccionarias y fascistas de la
política venezolana, apoyadas por intereses transnacionales, han promovido la
acción de grupos paramilitares que desde el pasado 12 de febrero han ocasionado
más de ocho muertes entre opositores y militantes chavistas, creando confusión
e intensificando la guerra psicológica que sirve de telón de fondo para
propiciar un plan de golpe de Estado suave. Los medios internacionales se hacen
eco de falsas matrices de información y de versiones distorsionadas y
convenientes sobre la procedencia política tanto de los tiradores como -más
gravemente- de los muertos. La versión extendida de que los grupos armados son
chavistas y los asesinados son, exclusivamente, estudiantes opositores, forma
parte de este plan y busca socavar la legitimidad del gobierno democrático y la
credibilidad en el proyecto político que encabeza el giro progresista
latinoamericano, además de contribuir a agudizar el ambiente de zozobra y
desconfianza entre la población venezolana.
Nuestra posición no nos impide ser críticos con algunos
aspectos de la gestión del actual gobierno, como la poca capacidad de reacción
que ha mostrado con motivo de la crisis económica que atraviesa Venezuela y,
especialmente, con las instancias de represión vividas durante los últimos
días. Sin embargo, en una tesitura como la actual estimamos que ha de
prevalecer el apoyo sin fisuras al proyecto político popular bolivariano. No se
trata de caer en la tentación de plantear una defensa a ultranza del gobierno
chavista en base a la reproducción de la polaridad demonizadora proyectada por
los medios sobre la realidad venezolana. Apostamos porque la vocación
progresista del legado bolivariano logre impulsar aquellas medidas económicas y
políticas que contribuyan a extender los procesos de democratización sobre la
vida social del país. Eso implica garantizar tanto el cumplimiento de las
libertades individuales y colectivas recogidas por la Constitución bolivariana
como la necesidad de consolidar la soberanía frente a las injerencias
imperialistas, otorgando un creciente protagonismo a los procesos de
empoderamiento popular.
El plan desplegado en Venezuela persigue no solamente el
fin del proceso bolivariano, sino sobre todo exhibir su cabeza cortada como un
aviso a los proyectos emancipatorios de signo posneoliberal que tanto en
América Latina como en diferentes países del sur de Europa tratan de rebelarse
contra la lógica implacable de desposesión asociada al actual ciclo económico
de globalización capitalista. El estrangulamiento financiero padecido por los
países de la periferia europea se sitúa en línea de continuidad con las
criminales políticas neoliberales implantadas en América Latina desde la década
de los setenta, contra cuyas atrocidades reaccionaron precisamente los
gobiernos populares de la región.
Ante la situación actual pedimos sumar fuerzas en la
denuncia masiva de la manipulación mediática internacional: atender fuentes de
información contrastadas, cortar el flujo de socialización de fotos y datos
falsos y evidenciar las falacias provenientes de los grandes diarios
pertenecientes a grupos oligárquicos son actuaciones que nos pueden ayudar a
conseguirlo. Sostener aun críticamente al gobierno bolivariano de Venezuela
resulta imprescindible en base no solo a un imperativo ético-político hacia ese
país en particular y hacia América Latina en general, sino en pro de la
supervivencia de los movimientos anticapitalistas de otros lugares del mundo,
que en hermandad con los pueblos latinoamericanos luchan contra el genocidio
social derivado de la aplicación de las políticas neoliberales y neocoloniales
a escala planetaria.
El Comité Directivo del Consejo Latinoamericano de
Ciencias Sociales (CLACSO), reunido en la Ciudad de México, expresa su más
profunda preocupación por la escalada de violencia que está viviendo
Venezuela.
El país atraviesa una profunda crisis política, económica y social a la que se le ha sumado un cada vez más alto número de muertos, de heridos y detenciones que ponen en riesgo el orden democrático. Desde CLACSO, hacemos un urgente llamado a la paz, al diálogo y a la definición de una agenda consensuada de medidas que protejan, en primer lugar y de forma inmediata, la vida de miles de ciudadanos y ciudadanas. Cuando muere un venezolano o una venezolana no muere un chavista o un miembro de la oposición: muere un ser humano. Una pérdida irreparable que podría haber sido preservada, si hubiéramos sido capaces de preservar, ante todo, la dignidad y la inviolabilidad de la vida, base de los derechos humanos sobre los que se debe edificar cualquier democracia. En Venezuela se han cometido muchísimos errores. Los ha cometido la oposición y los ha cometido el gobierno. No será la agudización de estos errores lo que sembrará el camino de la paz y del entendimiento. Exaltar o radicalizar cualquiera de estas dos posiciones, no hará más que profundizar un conflicto que derivará, muy probablemente, en más muertes y en una guerra civil que despunta en el horizonte de un horror que podemos y debemos evitar de manera urgente. En noviembre de 2016, CLACSO realizó su reunión del Comité Directivo en Caracas. Allí, exhortamos a profundizar todos los esfuerzos necesarios para avanzar en el camino del diálogo y del acuerdo político abierto y sincero. Desde aquel momento, todo ha empeorado. El desafío del entendimiento y del compromiso, basado en la protección del orden constitucional y de la seguridad ciudadana, siguen plenamente vigentes. Condenamos la actitud irresponsable de algunos gobiernos latinoamericanos y de organismos multilaterales, como la OEA, quienes, en un momento de extrema tensión y habiendo centenas de vidas en juego, en vez de contribuir a que primen el acuerdo, la sensatez y la reconciliación, exacerban las tensiones, alimentan la voluntad desestabilizadora o la prepotencia de quienes hoy se enfrentan, volviendo a esta gran nación, un verdadero campo de batalla. Resulta lamentable que nuestros países poco hayan aprendido de las experiencias todavía recientes de incubación de la barbarie en una región en que, la fragilidad de la democracia, sea por la razón que fuera, siempre ha afectado la vida de los más pobres, de los más vulnerables y excluidos. Los gobiernos de América Latina podrían haber tratado de contribuir mejor a la crisis venezolana, que echando gasolina en un incendio que parece no tener otro limite que la destrucción generalizada de todo lo que ese gran país y ese inmenso pueblo, han sabido construir colectivamente a lo largo de las últimas décadas. Poco favor le hacemos hoy a Venezuela, incitando al odio, profundizando las divisiones, cavando abismos que separan y alejan cada vez más a los venezolanos y a las venezolanas del camino de la paz y del diálogo democrático. Condenamos la injerencia externa en Venezuela, particularmente, la que ejerce el gobierno norteamericano con sus persistentes y ahora renovadas ambiciones coloniales e imperiales sobre la región. Condenamos también el ataque que sufre el país y, en especial, su gobierno, por parte de monopolios mediáticos que desinforman, distorsionan y ocultan el origen complejo de la profunda crisis vivida. CLACSO se suma a quienes, desde dentro y fuera de Venezuela, exigen la paz y el fin inmediato de todas las formas de violencia, sea quien fuera que las ejerce. Exhortamos al gobierno y a la oposición a respetar la Constitución de la República, dirimiendo sus diferencias en la más estricta observancia a las leyes y al estado de derecho. La violencia no puede continuar siendo el camino que el país encuentre para dirimir sus desacuerdos y para edificar su futuro de prosperidad, justicia y libertad. Estamos con la paz. Estamos con el diálogo y con la democracia; con una democracia que se nutre y alimenta de la diversidad y de la divergencia política, no que se derrumba impotente ante ellas. Estamos hoy, más que nunca, con el pueblo venezolano. Comité Directivo Secretaría Ejecutiva CLACSO Ciudad de México, 27 de abril de 2017 |
VENEZUELA Y LA IZQUIERDA DISNEY
Gisela Kozak Rovero | agosto 9, 2017 Web del
Frente Patriótico
Al leer los comunicados “Situación de Venezuela”, de la Red
Conceptualismos Sur, y el correspondiente a la directiva del Consejo
Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), los cuales circulan por
distintas redes sociales, no se puede sentir menos que sorpresa al ver la
reedición de los maniqueísmos de la guerra fría en círculos académicos,
intelectuales y artísticos en los que suponíamos había calado la
reflexión sobre el fracaso de los socialismos reales del siglo XX. Estos
círculos han tenido una indudable hegemonía dentro de las convencionalmente
llamadas ciencias sociales y humanidades y, luego de dicho fracaso, se
empeñaron en renovar sus armas contra el neoliberalismo y contra el
enemigo de siempre, la hegemonía norteamericana, con un nuevo discurso. El
postmarxismo ─con autores como Ernesto Laclau, Chantal Mouffe, Judith Butler,
Slavoj Žižek, Michael Hardt, Toni Negri entre otros─ se propone superar
esquemas como la lucha de clases en el contexto del materialismo
histórico, teoría que suponía el socialismo como destino inevitable del
capitalismo. El Foro Social Mundial asume por su propia naturaleza y organización
la imposibilidad del estado nacional como vía de transformación de la sociedad
y la noción de movimientos sociales sustituye el vocablo mágico revolución.
Jesús Martín Barbero y Néstor García Canclini nos enseñaron que nuestras
múltiples culturas y maneras de ver el mundo sobrepujan la identidad nacional,
el impacto de los medios de comunicación y de la hegemonía cultural
norteamericana y dejan claro que no somos unos autómatas manejados por la
ideología dominante. En los terrenos de la crítica cultural lo más
radical de este período hasta inicios del siglo XXI fue el empeño de un sector
de los llamados estudios culturales (con figuras como John Beverley con
gran influencia sobre unos cuantos venezolanos que han estudiado literatura
en Estados Unidos) en subrayar la fuerza colonialista, racista, patriarcal y
hegemónica de la literatura. Beverley califica de neo-conservadores a críticas
como la argentina Beatriz Sarlo por plantearse la cultura no solamente como el
brazo ideológico del poder hegemónico para aplastar a los subalternos sino como
la expresión de las complejidades inherentes a toda sociedad.
Esta etapa de redefinición política y teórica no ha
significado una renovación profunda a juzgar por los comunicados antes
mencionados. Con cuánta rapidez se vuelve a lugares comunes del pasado y
con cuanto entusiasmo cierta izquierda se hace eco del discurso
antinorteamericano del gobierno venezolano y de su decidida disciplina de la
mentira respecto a la historia de mi país y las luchas de los sectores
populares. Esta izquierda abreva en las fantasías anticapitalistas al uso
en América Latina y convierte a todo el continente en un solo bloque en el que
todos los fenómenos pueden ser interpretados y explicados de la misma manera.
Es una izquierda que en lugar de (post)marxista parece galeanista pues da la
impresión de concebir cada país como una ilustración del tendencioso
panfleto Las venas abiertas de América Latina, del uruguayo Eduardo
Galeano. En lugar de estudiar con detenimiento y honestidad intelectual las
realidades nacionales es prisionera de un discurso sobre nosotros heredado del
siglo XX que tiene su génesis en el apoyo a la revolución cubana, la nueva
esperanza de la izquierda radical después de la triste historia de sangre y horror
del estalinismo. En estos grupos de izquierda ─verdaderos neo-estalinistas dado
su dogmatismo así se vistan con los ropajes de Laclau o Hardt─, el
principio del placer, la satisfacción ideológica fácil en este caso, se impone
por sobre el principio de realidad. Como diría Raymond Aron (horror, un
pensador liberal) la “ideocracia” importa más que la democracia. De este modo
Venezuela viene a sustituir a Cuba y a Nicaragua para esta izquierda, a las que
algunos venezolanos en redes sociales calificamos de “Disney” por su propensión
a contemplar a América Latina como un parque de diversiones anti-hegemónicas.
Aunque unos cuantos de los hombres y mujeres que la integran viven en
América Latina, es muy frecuente que estén radicados en Estados Unidos o en
Europa Occidental porque, que duda cabe, mejor trabajar en estos lugares que
hacerlo en Cuba o Irán de modo permanente o quedarse en Venezuela a devengar
los sueldos de hambre de la academia nacional. No: ser chavista en una
universidad del imperio es mucho mejor: ¿será por aquello de la “distancia
analítica”?
Desde la perspectiva de esta izquierda, el 49% de los
votantes venezolanos que estamos en la oposición (según cifras oficiales del
Consejo Nacional Electoral en las elecciones presidenciales de abril de 2013)
protestando por vivir unas tasas de inflación, inseguridad personal y
desabastecimiento de las más altas del mundo, somos unos supremacistas blancos,
descendientes de inmigrantes europeos que antes de 1998 mantuvimos una suerte
de “apartheid” sobre afrodescendientes, indígenas y mestizos. De acuerdo a
estos cuentos de horror de la izquierda Disney, este 49%, poco más de
siete millones de personas, pertenecemos a las clases medias acomodadas o a la
burguesía y hemos explotado a los otros poco más de siete millones de
venezolanos seguidores del oficialismo, a los que odiamos y despreciamos por
motivos de clase y raza. Es decir, en Venezuela hay un explotado por cada
explotador, curiosísima circunstancia que supongo nos hace únicos en el mundo.
De más está decir que somos los sirvientes del gobierno norteamericano y la
derecha colombiana y nuestros líderes son unos fascistas, peones de USA, gente
blanca que de llegar al poder inmediatamente cancelará la educación pública,
los programas de salud y las pensiones de vejez para poner el petróleo en manos
de las transnacionales, porque, por supuesto, nada en Venezuela pasa al margen
de los intereses de Estados Unidos.
Semejante visión satisface las ortodoxias raciales y
seudo-progresistas con las cuales las viudas y viudos de las fracasadas
revoluciones comunistas del siglo XX se apropiaron de las legítimas ansias de
transformación necesarias en un mundo globalizado amenazado por el deterioro
ecológico, la violencia y la pobreza, pero es un insulto para los hombres y
mujeres de una nación enfrentada y dividida que sufrimos cada día de nuestra
vidas las consecuencias nefastas de la revolución bolivariana. Es un insulto y
es mentira, MENTIRA con todas sus letras, una mentira que cubre cual
espeso manto ideológico la historia de Venezuela, su economía y sus luchas
sociales y políticas. La oposición venezolana, al igual que el sector
oficialista, está constituida por gente de todos los sectores sociales y
colores de piel, le guste o no al puritanismo racial que cierta academia
asociada con izquierda Disney trata de imponer en sus análisis sobre
América Latina, pues solamente un puritanismo absurdo puede convertir el color
de la piel en la explicación última de lo que ocurre en Venezuela. Mientras en
Estados Unidos no permitían que las personas afroamericanas se sentaran en los
mismos asientos de los angloamericanos en los autobuses, nosotros tuvimos un
ministro negro de educación como fue Luis Beltrán Prieto Figueroa en los años
cuarenta del siglo pasado. Además, el voto es universal, directo y
secreto desde 1947. La educación, la salud públicas y gratuitas, las pensiones
de vejez y los programas sociales (conocidos como misiones) no son un
invento de la revolución pues existían desde hacía décadas. En Venezuela se
impuso una economía rentista dependiente del petróleo y el estado siempre ha
sido el gran administrador del ingreso; este modelo entró en crisis en los años
ochenta del siglo pasado por los vaivenes de los precios del crudo y porque los
gobiernos se endeudaron irresponsablemente para satisfacer un populismo
improductivo, historia que vuelve a repetirse ahora a pesar de los altísimos
precios del petróleo con las consiguientes consecuencias desastrosas para la
población y sin los resultados en obras públicas y servicios de gobiernos
anteriores. La “derecha” en Venezuela es una coalición de centroizquierda, con
organizaciones como Voluntad Popular (partido de Leopoldo López), Avanzada
Progresista, el MAS, Alianza Bravo Pueblo y AD, inscritos en la Internacional
Socialista. María Corina Machado es demócrata liberal y Henrique Capriles, de
Primero Justicia, se define como socialdemócrata. ¿Fascismo? Por supuesto que
no, desde 1958 Venezuela tiene una democracia de partidos. En cuanto a Estados
Unidos muy ocupado en otros asuntos, me permito sugerir, sobre todo a los
colegas estadounidenses, que dejen de pensar que todo gira alrededor de su
país. Aunque en su ceguera neoestalinista la izquierda Disney no lo crea, pasan
cosas en el mundo que no tienen que ver con USA porque, en el caso venezolano,
tenemos nuestra propia historia y problemas. No pareciera muy sensato creerle
al gobierno revolucionario que la mitad de los votantes son lacayos del
imperio.
Entre nosotros quienes se ha ocupado de tratar de construir
un estado corporativo y autoritario son los jerarcas rojos de la revolución
bolivariana, quienes promueven vía políticas educativas, culturales y
comunicacionales un costosísimo culto a la personalidad del Comandante Supremo,
culto que tiene las características de una religión de estado que mezcla a
Cristo, Simón Bolívar y Chávez en una santísima trinidad revolucionaria que
ocupa hasta altares domésticos. Los integrantes de la izquierda Disney deberían
preguntarse si un gobierno que para desprestigiar a su adversario dice
que es homosexual, como se ha hecho con Capriles Radonsky, es el gobierno
progresista, la marea “rosada”, que satisface sus anhelos de cambio. Si la
alternativa a las transnacionales de la información es el monopolio estricto
del gobierno venezolano sobre los canales del estado usados como instrumentos
de propaganda contra el enemigo, al mejor estilo cubano y soviético, me quedo
con los sistemas informativos de las denostadas democracias liberales en los
que es posible encontrar posiciones radicalmente distintas. Lo que para la
izquierda Disney son diversiones anti-hegemónicas para nosotros es sufrimiento,
pobreza y exclusión. Y, por favor, antes de que se piense en 11 de abril de
2002, debo señalar que el golpismo en Venezuela fue la vía con la que Chávez
comenzó a calar entre sus futuros votantes y que la gente, verbigracia
Pedro Carmona, que llevó a cabo la payasada autoritaria que devolvió al
Comandante Supremo a la presidencia a la cual había renunciado, se parece
más al propio Chávez que a la oposición venezolana actual.
Conmovidos por las experiencias comunitarias alimentadas con
la renta petrolera, la izquierda Disney da crédito a una fantasía de democracia
directa inspirada en el pensamiento de Rousseau que tapa el drama del rentismo,
el autoritarismo y el fracaso económico. Grandes intelectuales y artistas del
siglo XX se deslumbraron con la Unión Soviética, China y Cuba para
decepcionarse muchos en el camino, pero en nosotros gente de ideas y de palabra
abunda el sueño de influir en el cambio social y caemos en el pecado tan
antiguo como la filosofía de querer guiar a los tiranos al estilo
de Platón en Siracusa. Hoy en día se hace en nombre del “pueblo”, los
“subalternos”, la “multitud” pero, como siempre, la libertad sale expulsada
cual los poetas en la república platónica y es preciso conformarse con alguna
comida tres veces al día, una beca miserable o una educación de quinta
categoría: en suma, con un superestado que reparte migajas de renta. Como dijo
nuestro joven ministro de educación Héctor Rodríguez (declaración disponible en
YouTube): “No los convertiremos en clase media para que se metan a escuálidos”
(opositores). No sigue la revolución el ejemplo de buenas políticas públicas de
Mujica, Rousseff y Bachelet cuyos intereses y formación -hay que decirlo- los
llevan a alcahuetear a la revolución bolivariana en nombre de sus
seguidores radicales, los intereses económicos de sus países o el
antinorteamericanismo militante que hace tolerable dictaduras como la cubana
pero no como la de Pinochet en Chile, doble rasero inaceptable que ningún
verdadero demócrata puede prohijar.
Para terminar, y como diría el filósofo brasileño Roberto
Mangabeira Unger en La alternativa de la izquierda, la voluntad de cambio
requiere de una opción realista que dé rienda suelta todas las
potencialidades liberadoras existentes en el mundo en el marco de una economía
mundial de mercado. El capitalismo no es un sistema homogéneo que se
manifiesta del mismo modo en todo el planeta: Suecia, Angola, Estados Unidos y
China son muy distintos. El socialismo, si seguimos usando una palabra tan
desprestigiada por los hechos pero tan esperanzadora, no puede ser una
máquina de beneficencia pública como en Venezuela, en donde a cambio de
subsidios se exige el sometimiento clientelar. Es preciso decirle adiós al
neoestalinismo y adiós a la izquierda Disney que se apropian de la
voluntad de cambio para convertirnos en esclavos de abstracciones que se
suministran desde el prestigio de sus cátedras universitarias. El gran enemigo
de esta izquierda autoritaria es la herencia del liberalismo político:
pluralismo, derechos humanos, creatividad individual, diversas visiones del
bien común. Nuestro deber como gente de estudio y escritura es ayudar a
plantear la reinvención de la democracia y hacer de la libertad la
fuerza del cambio, no retroceder al desvencijado archivo del estatismo
filantrópico del reparto de la pobreza ni conformarnos con una socialdemocracia
burocrática y apocada. Venezuela no requiere un bloque hegemónico que
persuada a la población no convencida de las virtudes de la revolución. No.
Requiere de un proyecto capaz de sacar al país adelante, respetar a las
minorías, superar el rentismo y asumir el reto de que las políticas de
estado colaboren para que las capacidades de la gente le permitan asumir las
riendas de su vida personal en función de una mejor existencia colectiva. En esto
estamos y seguiremos pues así la revolución bolivariana sea un despotismo
elegido sustentado en victorias electorales (cada vez más dudosas y
relacionadas con un descarado ventajismo), los venezolanos no chavistas tenemos
derecho a existir y a estar representados en el gobierno. Invito pues a los
colegas de la academia internacional que aún no han reparado en los graves
errores de la revolución no a dejar de apoyarla sino a mirar con mayor realismo
al sector opositor y no contentarse con las patrañas de la propaganda chavista
tan bien aceitada con los recursos de todos y cada uno de los hombres y mujeres
de Venezuela.
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