Razón del nombre del blog

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El por qué del título de este blog . Según Gregorio Magno, San Benito se encontraba cada año con su hermana Escolástica. Al caer la noche, volvía a su monasterio. Esta vez, su hermana insistió en que se quedara con ella,y él se negó. Ella oró con lágrimas, y Dios la escuchó. Se desató un aguacero tan violento que nadie pudo salir afuera. A regañadientes, Benito se quedó. Asi la mujer fue más poderosa que el varón, ya que, "Dios es amor" (1Juan 4,16),y pudo más porque amó más” (Lucas 7,47).San Benito y Santa Escolástica cenando en el momento que se da el milagro que narra el Papa Gregorio Magno. Fresco en el Monasterio "Santo Speco" en Subiaco" (Italia)

sábado, 12 de agosto de 2017

Nuestro amigo común: Cuando el comunismo da risa Cristian Mungiu subvierte la desgracia totalitaria con mucho humor en “Historias de la edad de oro”, una sátira ambientada en Rumania en los años ochenta, hacia el final de la dictadura de Nicolae Ceaucescu. “Los grandes tiranos han temido la risa mucho más que el dolor”, dice Martin Amis


Cristian Mungiu
 Historias de la edad de oro (2007)
Por NARCISA GARCÍA
Papel Literario El Nacional 11 DE AGOSTO DE 2017 
Un carrusel es lo más importante del cortometraje “La leyenda de la visita oficial”, el que abre la sátira colectiva rumana Historias de la edad de oro (Cristian Mungiu, 2007). En esta cinta escrita por Mungiu y dirigida a cinco pares de ojos, se cuentan correspondientemente, episodios o “leyendas” de la vida durante el comunismo de Ceaucescu, y aunque todas sean muy elocuentes sobre lo que significa vivir en el paraíso de la igualdad, esta primera es de las más claras.
La palabra “carosella” significa pequeña batalla. En el siglo VI los jinetes practicaban subirse a cestas colgadas de un poste central que hacían girar hombres o bestias, desde donde entrenaban su puntería con lanzas que debían atravesar aros dispuestos a su alrededor. Carrusel terminó siendo la palabra para este artefacto ya tecnologizado, puesto en movimiento con motor y con luces y adornos dispuestos en su superficie. Ahora es para el entretenimiento infantil, pero se inventa con fines militares.
Las estampas que componen esta cinta van desde unos estafadores de poca monta (“La leyenda de los vendedores de aire”), pasan por el retoque de una fotografía de un líder comunista (“La leyenda del fotógrafo del Partido”), un hombre que necesita sacrificar a su cerdo sin que nadie se entere (“La leyenda del policía codicioso”), y un hombre que vende los huevos que transporta para ganarse el amor de una chica (“La leyenda del conductor de pollos”), hasta la ya mencionada llegada de una comisión del Partido a un pueblo rumano. Esta última cuenta que ese pueblo será el final del recorrido de la célebre comitiva, y por lo tanto debe estar preparado: el secretario (Alexandru Protocean) recibe la llamada para que ponga a todos a arreglar el pueblo, con demandas tan absurdas como conseguir unas palomas para liberar al momento de la llegada. El hombre se pone manos a la obra, exige que todos estén vestidos acordes a la línea del Partido, que se exhiban pancartas, frutas, ovejas. “Los árboles se ven un poco vacíos”, dice uno de los personajes. “Pues les colgamos unas frutas para que no se vean tan solos”, le responden. Ante la inminencia de la visita, un supervisor del Partido (Emanuel Parvu) es enviado al pueblo para asegurarse de que todo está en orden. “Aquí están los niños, camarada inspector”, le dice el secretario. “Pero mira qué orejas”, les responde. Y el secretario: “es el hijo del alcalde, camarada inspector”.
Un personaje más se cuela en este circo: el dueño del carrusel. Viene una vez al año por tres días, y le han indicado que debe desarmar el carrusel por la visita. Preocupado, sabe que perdió todo el trabajo, pues se tardará en desarmarlo y no tendrá sentido volver a dejarlo listo porque tiene que partir. El inspector, ya preparado para la visita, recibe la noticia de que se ha cancelado, y decide quedarse a cenar junto al alcalde (Teodor Corban). En la borrachera, ya bastante avanzada, le dicen al dueño del carrusel que no lo desarme: subirán todos. Una vez arriba, chillando y riendo, el secretario se da cuenta de que el alcalde está por vomitar. “¡Pare el carrusel!” grita el secretario al dueño, “¡el camarada alcalde se siente mal!”. “El camarada inspector dijo que subiéramos todos”, dice el dueño, subido en uno de los asientos del tiovivo. No queda nadie para detenerlo. Se hace de noche y la leyenda dice que en la madrugada la comitiva llegó para encontrarlos a todos dando vueltas cubiertos por el vómito del alcalde. No podía ser de otra manera. La “pequeña batalla”, con sus propiedades militares e infantiles, hecha escenario del absurdo comunista.
Mungiu ha declarado en varias ocasiones que filma convirtiéndose en testigo de lo que pasa, no favorece los primeros planos, trata de mantener la distancia pues trata de no abusar de la manipulación de la que disponen los cineastas. Este estilo neorrealista muestra los tiempos muertos de las historias y trabaja con un flujo de tiempo continuo, por lo tanto hay muchos planos secuencia. Hacerlo así significa que Mungiu se aparta de la ideología que hizo posible el contenido de lo que filma, puesto que el montaje continuo no responde a una necesidad de fulminar la realidad, sino todo lo contrario. Y demuestra asimismo que, como la realidad se representa en su ambigüedad, el humor puede y debe estar presente, como se ve en esta sátira divertidísima.

“Los grandes tiranos han temido la risa mucho más que el dolor”, dice Martin Amis en una entrevista en el diario ABC de España. Polacos, albanos, checos y rumanos saben muy bien cómo contar la experiencia totalitaria, pero sobre todo estos dos últimos lo hacen con el humor que corresponde. La experiencia comunista sería hilarante, de no ser por la montaña de cadáveres que trae consigo. Ya lo contaba con una anécdota Amis en Koba el temible: el joven de catorce años Pavlik Morozov fue condecorado y se le erigió una estatua por haber denunciado a su padre ante el régimen, además de convertirlo en héroe de la patria y obligar estudiar su vida en los colegios. Escribe Amis que Stalin interrumpió la pompa para comentar en privado: “qué pequeño sinvergüenza, denunciando a su propio padre”.

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