Cristian Mungiu
Historias de la edad de oro (2007)
Por NARCISA GARCÍA
Papel Literario El Nacional 11 DE AGOSTO DE 2017
Un carrusel es lo más importante del cortometraje “La
leyenda de la visita oficial”, el que abre la sátira colectiva rumana Historias
de la edad de oro (Cristian Mungiu, 2007). En esta cinta escrita por
Mungiu y dirigida a cinco pares de ojos, se cuentan correspondientemente,
episodios o “leyendas” de la vida durante el comunismo de Ceaucescu, y aunque
todas sean muy elocuentes sobre lo que significa vivir en el paraíso de la
igualdad, esta primera es de las más claras.
La palabra “carosella” significa pequeña batalla. En
el siglo VI los jinetes practicaban subirse a cestas colgadas de un poste
central que hacían girar hombres o bestias, desde donde entrenaban su puntería
con lanzas que debían atravesar aros dispuestos a su alrededor. Carrusel
terminó siendo la palabra para este artefacto ya tecnologizado, puesto en
movimiento con motor y con luces y adornos dispuestos en su superficie. Ahora
es para el entretenimiento infantil, pero se inventa con fines militares.
Las estampas que componen esta cinta van desde unos
estafadores de poca monta (“La leyenda de los vendedores de aire”), pasan por
el retoque de una fotografía de un líder comunista (“La leyenda del fotógrafo
del Partido”), un hombre que necesita sacrificar a su cerdo sin que nadie se
entere (“La leyenda del policía codicioso”), y un hombre que vende los huevos
que transporta para ganarse el amor de una chica (“La leyenda del conductor de
pollos”), hasta la ya mencionada llegada de una comisión del Partido a un
pueblo rumano. Esta última cuenta que ese pueblo será el final del recorrido de
la célebre comitiva, y por lo tanto debe estar preparado: el secretario
(Alexandru Protocean) recibe la llamada para que ponga a todos a arreglar el
pueblo, con demandas tan absurdas como conseguir unas palomas para liberar al
momento de la llegada. El hombre se pone manos a la obra, exige que todos estén
vestidos acordes a la línea del Partido, que se exhiban pancartas, frutas,
ovejas. “Los árboles se ven un poco vacíos”, dice uno de los personajes. “Pues
les colgamos unas frutas para que no se vean tan solos”, le responden. Ante la
inminencia de la visita, un supervisor del Partido (Emanuel Parvu) es enviado
al pueblo para asegurarse de que todo está en orden. “Aquí están los niños,
camarada inspector”, le dice el secretario. “Pero mira qué orejas”, les
responde. Y el secretario: “es el hijo del alcalde, camarada inspector”.
Un personaje más se cuela en este circo: el dueño del
carrusel. Viene una vez al año por tres días, y le han indicado que debe
desarmar el carrusel por la visita. Preocupado, sabe que perdió todo el
trabajo, pues se tardará en desarmarlo y no tendrá sentido volver a dejarlo
listo porque tiene que partir. El inspector, ya preparado para la visita,
recibe la noticia de que se ha cancelado, y decide quedarse a cenar junto al
alcalde (Teodor Corban). En la borrachera, ya bastante avanzada, le dicen al
dueño del carrusel que no lo desarme: subirán todos. Una vez arriba, chillando
y riendo, el secretario se da cuenta de que el alcalde está por vomitar. “¡Pare
el carrusel!” grita el secretario al dueño, “¡el camarada alcalde se siente
mal!”. “El camarada inspector dijo que subiéramos todos”, dice el dueño, subido
en uno de los asientos del tiovivo. No queda nadie para detenerlo. Se hace de
noche y la leyenda dice que en la madrugada la comitiva llegó para encontrarlos
a todos dando vueltas cubiertos por el vómito del alcalde. No podía ser de otra
manera. La “pequeña batalla”, con sus propiedades militares e infantiles, hecha
escenario del absurdo comunista.
Mungiu ha declarado en varias ocasiones que filma
convirtiéndose en testigo de lo que pasa, no favorece los primeros planos,
trata de mantener la distancia pues trata de no abusar de la manipulación de la
que disponen los cineastas. Este estilo neorrealista muestra los tiempos
muertos de las historias y trabaja con un flujo de tiempo continuo, por lo
tanto hay muchos planos secuencia. Hacerlo así significa que Mungiu se aparta
de la ideología que hizo posible el contenido de lo que filma, puesto que el montaje
continuo no responde a una necesidad de fulminar la realidad, sino todo lo
contrario. Y demuestra asimismo que, como la realidad se representa en su
ambigüedad, el humor puede y debe estar presente, como se ve en esta sátira
divertidísima.
“Los grandes tiranos han temido la risa mucho más que el
dolor”, dice Martin Amis en una entrevista en el diario ABC de España. Polacos,
albanos, checos y rumanos saben muy bien cómo contar la experiencia
totalitaria, pero sobre todo estos dos últimos lo hacen con el humor que
corresponde. La experiencia comunista sería hilarante, de no ser por la montaña
de cadáveres que trae consigo. Ya lo contaba con una anécdota Amis en Koba
el temible: el joven de catorce años Pavlik Morozov fue condecorado y se le
erigió una estatua por haber denunciado a su padre ante el régimen, además de
convertirlo en héroe de la patria y obligar estudiar su vida en los colegios.
Escribe Amis que Stalin interrumpió la pompa para comentar en privado: “qué
pequeño sinvergüenza, denunciando a su propio padre”.
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