Antonio Sánchez García | agosto 19,
2017 | Web del Frente Patriotico
Es, repito, un momento aciago. Lo sufrimos abandonados por
un liderazgo incapaz de reaccionar a tanta humillación con fortaleza y hombría.
Pero profundamente convencidos del inmenso valor y el coraje de un pueblo
decidido mayoritariamente a romper las cadenas y volver a lucir con orgullo su
genética libertadora. Diría, parafraseando a un hombre digno y justo, así haya
estado profundamente equivocado, quien a punto de pagar con su vida sus errores
en medio de su tragedia dijera: “Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano
que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para
construir una sociedad mejor”. Ella espera por nosotros.
Antonio Sánchez
García @sangarccs
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Hitler aceptó a
regañadientes la abyecta sumisión de Neville Chamberlain, que desafiando todos
sus pronósticos aceptara todas sus exigencias, exageradas al máximo por el
Führer para obligar al conciliador dirigente inglés a asumir con hombría la
natural gallardía que debía ser el principal atributo de jefe del gobierno de
Su Majestad británica. Jamás imaginó que el canciller del imperio sería tan
porfiadamente obsecuente y entreguista, que satisfaría todas sus exigencias a
cambio de atarle sus ímpetus guerreros y evitar que desatara la ya inevitable
Segunda Guerra Mundial. Su Segunda Guerra Mundial. Hablamos delos acuerdos
de Múnich, aprobados y firmados durante la noche del 30 de
septiembre de 1938 por los jefes de gobierno del Reino Unido, Francia, Italia y Alemania,
con el objeto de solucionar la Crisis
de los Sudetes, que sin la presencia de aquellos a quienes se les
arrebataba ese pedazo de territorio y de historia de un solo zarpazo – los
representante de Checoslovaquia -, se arrodillaron ante el Führer demostrando
estar absolutamente incapacitados para defender sus naciones.
Confesaría luego
su indignación. Que el baboso y obsecuente jefe de la política inglesa le atara
las manos, así fuera con lazos de terciopelo y sólo por algunos meses, lo
obligaría a retrasar en exactamente un año la apertura de las hostilidades, la
invasión a Polonia y el inicio de la aventura que acariciaba desde el fin de la
Gran Guerra, la del 14, saldada con la humillación y el ultraje a la ofendida grandeza
germana. Así, mientras Chamberlain era recibido en Times Square por la
ingenuidad de sus conciudadanos como el gran defensor de la paz europea, Hitler
decidía acelerar los preparativos y aprovecharse de ese ominoso signo de
cobardía y debilidad soltando sus furibundos mastines blindados en la ofensiva
bélica más deslumbrante desde los tiempos de Alejandro Magno, Julio César y
Napoleón Bonaparte. En un año aplastaría a la Europa continental y se la
tragaría desde el Atlántico a los Urales. Pero no todo estaba dicho.
No sabía
Chamberlain que había dado el paso fatal que acabaría con su aristocrática
carrera política, depositándolo en el basurero de la historia. Un extrovertido
marino y parlamentario inglés, rechoncho y bohemio, bebedor de escocés de 18
años y empedernido fumador de voluminosos habanos, escritor consumado y pintor
de talento, caprichoso en sus fidelidades políticas y por quien nadie daba un
centavo, le cogió el guante al dictador austriaco, apartó de un manotazo
al nobilísimo y ya desvencijado ejemplar victoriano – alto, flaco,
bigotudo, elegante, siempre de bastón y chistera -, decidió arremangarse los
pantalones, meterse hasta el pescuezo en el pantano del enfrentamiento con el
caporal germano, y liarse a golpes en la epopeya más deslumbrante de la
historia de Occidente desde la Guerra de Troya y las Termópilas. En ya célebres
cinco días que harían historia, entre el 24 y el 28 de mayo de
1940, los miembros del Gabinete de Guerra británico, presidido por ese
excéntrico noble inglés llamado Winston Churchill, debatieron si una Inglaterra
debilitada negociaba finalmente con Hitler o continuaba en guerra. La decisión
que se tomó en circunstancias tan dramáticas – rendida Francia y medio millón
de hombres del ejército inglés atrapados en Dunquerque – marcó el destino de la
Segunda Guerra Mundial y alteró el curso de la historia del siglo
XX. Demostrando fehacientemente que en política la traición, el guabineo,
la cobardía y la pusilanimidad no pagan. Mientras que el coraje, la decisión y
la voluntad son las únicas llaves para abrir los portones del futuro. Una
lección inolvidable, desgraciadamente olvidada por la élite política más
mediocre, mezquina y pusilánime de la historia de Venezuela desde los tiempos
fundacionales. Hoy recibimos la merecida bofetada. Raúl Castro ha
decidido liquidar el último resquicio democrático que les quedaba a los catorce
millones de venezolanos que la eligieran, anexarse finalmente los sudetes
parlamentarios y declararle la guerra a las democracias del hemisferio y nada
más y nada menos que a los Estados Unidos de Norteamérica. ¿Estará Donald Trump
a la altura de Winston Churchill? ¿Aceptará el envite? Ya está claro: una
región podrida de populismo y estatismo izquierdoso no lo respalda. Es lo
que los venezolanos se estarán preguntando en esta hora aciaga para le
voluntariosa resistencia democrática.
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¿Son compatibles el secuestro y la liquidación de la
Asamblea Nacional electa bajo las normas de este mismo CNE y bajo el imperio de
este mismo régimen por más de 14 millones de electores, hoy aherrojada por un
ente reconocidamente fraudulento e ilegitimo como la llamada Asamblea Nacional
Constituyente, repito: son compatible estos hechos burda y toscamente
dictatoriales con el llamado a elecciones regionales? ¿Tiene algún sentido
salir a buscar alcaldes y gobernadores cuando la tiranía se ha tragado a todos
los diputados, legítimamente electos y, por ello mismo, de una legitimidad
incuestionable? ¿Tiene algún sentido que lo haga un ente tan esperpéntico,
ilegítimo y fraudulento como la llamada Asamblea Nacional Constituyente?
¿Deberemos aceptar la lógica del absurdo y recibir esta bofetada de los nuevos
cocodrilos castristas sin emitir un suspiro? ¿Aceptará la presidencia de la
Asamblea pasar del empujón del coronel Lugo a la patada en el trasero de Delcy
Eloína Rodríguez Gómez?
Vivimos el momento más aciago, más inaceptable, ofensivo y
ominoso de la historia de la República, incluidos la Cosiata, la Guerra
Federal, los desplantes y asesinatos anti parlamentaristas de Monagas, los
caprichos y corruptelas de Antonio Guzmán Blanco, el aventurero y audaz asalto
del andino Cipriano Castro al Poder, la traición de su compadre Juan Vicente
Gómez, los crímenes de La Rotunda, los asesinatos de Pérez Jiménez y la larga y
tortuosa decadencia de las élites democráticas, que culminan en esta ominosa
claudicación electorera de la llamada Mesa de Unidad Democrática. Que nos hace
recordar otras claudicaciones, como las que llevaran finalmente a los espantos
de la Primera Guerra Mundial, cuando según el gran historiador Max Husting la
feroz crisis que acompañó ese matadero fuera enfrentada por la élite política
más miserable que conociera Europa en su historia moderna. Vivimos, como
entonces, así sea guardando las debidas distancias, el colmo de una gran
crisis: no tener para enfrentarla más que a una élite política de bajísimos
kilates.
De allí el asombro: jamás, en estos casi veinte años de este
asalto implacable del castro comunismo cubano aliado con el golpismo y la
corrupta oficialidad del militarismo venezolano, el régimen había osado llegar
tan lejos como para exhibir las vísceras de su hamponato gansteril de manera
tan obscena y desenfadada. Quienes desde lejos, en un muy infeliz traspié
intelectual pretenden comparar la dictadura del general Augusto Pinochet con la
dictadura de Nicolás Maduro, olvidan que aquella fue comisariada por todos los
poderes constituidos de la República, desde la Corte Suprema de Justicia y el
Parlamento, a la Contraloría y la Fiscalía General de la República. Que el
Estado Mayor de las Fuerzas Armadas chilenas tuvieron un comportamiento cónsono
con su alto sentido profesional, patriótico y moral, que supieron enfrentar los
rigores de una auténtica guerra interna, superar los graves problemas derivados
del intento por imponer una dictadura castrocomunista en Chile, restablecieron
el orden y pusieron la economía chilena a valer en la región, situándola a la
vanguardia del desarrollo y del progreso. No me agrada reconocerlo: fui
perseguido por ella y condenado a 10 años de cárcel, que debí sortear en el
exilio. Para mi inmensa fortuna, en un país maravilloso, que hice mío, al que
le debo mi felicidad y con cuyo destino me he comprometido con todas las fuerzas
de mi espíritu.
Es, repito, un momento aciago. Lo sufrimos abandonados por
un liderazgo incapaz de reaccionar a tanta humillación con fortaleza y hombría.
Pero profundamente convencidos del inmenso valor y el coraje de un pueblo
decidido mayoritariamente a romper las cadenas y volver a lucir con orgullo su
genética libertadora. Diría, parafraseando a un hombre digno y justo, así haya
estado profundamente equivocado, quien a punto de pagar con su vida sus errores
en medio de su tragedia dijera: “Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano
que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para
construir una sociedad mejor”. Ella espera por nosotros.
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