Vyacheslav Molotov
(1890-1986)
Por ANTONIO GARCÍA PONCE
12 DE AGOSTO DE 2017 01:00 AM
En el círculo íntimo de los jerarcas bolcheviques, a
Vyacheslav Molotov (1890-1986) se le conocía con el remoquete de “Culo de
hierro”, bautizado así por Lenin, dada su especial templanza para aguantar en
su puesto de dirigente todas las responsabilidades, por más arduas o
desagradables que fueran. Había nacido en Kukarka (ahora llamada Sovetsk), en
el seno de familia distinguida, de apellido Scriabin, aunque sin parentesco con
el compositor Alexander N. Scriabin (1872-1915). Hábil y acucioso, con sus
eternos lentes redondos al aire, llegó a la edad de 27 años a ejercer la
dirección del diario bolchevique Pravda en el agitado año de 1917. Contrajo
matrimonio con una bella mujer, Polina Zemchuzhina, a la que quiso muchísimo
durante toda su vida, aunque de un modo muy particular, como veremos luego.
Molotov ejerció un papel muy activo en los años 30, durante la ofensiva contra
los ricos del campo, llamada, sin ambages, “la liquidación de los kulaks como
clase”, que provocó hambrunas y varios millones de muertos. Ejerció
ocasionalmente el cargo de primer ministro, pero su fama mundial empezó en
1939, cuando fue nombrado ministro de Relaciones Exteriores, en sustitución de
Maxim Litvinov, cuando este mostró escrúpulos por la firma del pacto
germano-soviético. Fue gracias a su cargo de canciller que el nombre de Molotov
se asoció a la bomba incendiaria de fabricación casera: una botella de vidrio,
llena de gasolina y con un trapo de tapón, que sirve a la vez de mecha
colgante. El operador enciende la mecha con un fósforo y lanza la botella al
blanco. El vidrio se hace añicos y el combustible encendido cubre su objetivo.
La bomba ya había sido usada durante la Guerra Civil Española de 1936-1939.
Pero, el nombre de Molotov le fue asociado cuando la URSS invadió Finlandia a
fines de 1939. Al comienzo de las hostilidades, la aviación soviética bombardeó
a su gusto los objetivos enemigos; el gobierno finés protestó por el
sufrimiento a que fue sometida la población civil por el bombardeo masivo, y
Molotov respondió que la acusación era falsa porque los aviones soviéticos lo
que hicieron fue lanzar bolsas de comida a la población. La contra-respuesta de
los finlandeses es de antología:
“Si los rusos nos suministran de ese modo los alimentos,
nosotros suministraremos el fuego para cocinarlos mediante las bombas
incendiarias contra los tanques del señor Molotov”.
El bautizo estaba hecho. Y fue la II Guerra Mundial la que
hizo de la bomba Molotov el arma simbólica de la resistencia, gracias a su uso
por los soldados rusos contra el invasor alemán.
Entre tanto, el canciller Molotov se convirtió en obsecuente
hombre de paja del camarada Stalin. Y, como a tantos otros, le llegó la hora de
su caída en desgracia. Hacia 1949, Stalin lo sorprende con estas palabras:
“Tienes que divorciarte de tu mujer”. Había empezado la razzia antijudía
que afectaría a más de 100 personalidades de origen hebreo, dirigentes e
intelectuales.
Durante una sesión del Buró Político del partido único se da
lectura al testimonio de uno de los prisioneros sospechosos, quien confiesa
haber practicado el sexo promiscuo en un grupo de judíos donde estaba Polina.
De inmediato, el B.P. aprueba la expulsión de Polina del partido y su arresto.
A todas estas, Molotov, clavado en su asiento, turbado, incapaz de creer tal
aberración en su mujer, no habla y se abstiene de votar. Más tarde, en carta a
Stalin, con fecha 20 de enero de 1949 y conservada hoy en los archivos del
Kremlin, se arrepiente de su abstención y vota a favor de la medida. Polina
Zemchuzhina, identificada en su prontuario carcelario como el Objeto Nº 12,
debe pagar cinco años de prisión en Asia Central. Molotov deja de ser ministro
y se refugia en la mudez para salvar a su esposa.
A la muerte de Stalin en 1953, pronuncia uno de los
discursos ante el féretro del Jefe y corre a la Lubianka a sacar a Polina. Más
tarde, se une a Malenkov y a Kaganovich para acaparar el poder, pero no
contaban con la astucia de Nikita Jrushchov, que se les adelanta. Molotov
vuelve a caer en desgracia, es nombrado embajador en Mongolia, y en 1960
representante de la URSS en la Comisión de Energía Atómica de las Naciones
Unidas.
El anonimato lo cubre durante los años de su ejecución
civil, y apenas unos cuantos turistas logran reconocerlo cuando va de compras
por la calle Gorki de Moscú. Luego de su muerte en 1986, unos banqueros
norteamericanos compran su lujoso apartamento de la calle Granovski. Afuera, la
bomba molotov sigue estallando; y el zigzagueo de quien fue “Culo de hierro”
sigue atrayendo a politólogos y psiquiatras sobre la razón de su frenético amor
por la mujer, y su silencio por conservar el puesto.
Fuentes consultadas
Simon Sebag Montefiori. La muerte del Zar rojo.
Barcelona: Crítica, 2004.
Pilar Bonet. “Muere Molotov, fiel colaborador de Stalin”. El
País. 11/1986.
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