Dulce María Loynaz (La Habana, Cuba, 10 de diciembre de 1902 - ibídem, 27 de abril de 1997)
Permaneció el resto de sus días en la La Habana, viviendo en su antigua casona de El Vedado. Falleció a causa de cáncer el 27 de abril de1997, a los 94 años de edad. 12 días antes había hecho su última aparición pública, cuando la Embajada de España le rindió homenaje por el 45º aniversario de su obra El Jardín .
Es bueno señalar que los premios que recibió esta poeta -como le gustaba ser llamada, no poetisa- fueron principalmente internacionales, así como el grueso de la publicación de sus obras.. Es cierto que la artista mantuvo un recogimiento propio de su carácter que la mantuvo aislada durante largo tiempo a pesar de su valía, pero más que su naturaleza fue su actitud nada genuflexa hacia el régimen castrista, al mantenerse al margen de la política, lo que le costó el desconocimiento de su obra en su propia tierra. En algún momento se quejó de no figurar en los textos escolares, pero la luz no se puede ocultar y la paciencia era su mayor virtud. Con el premio Cervantes se borró cualquier intento de opacar una estrella que brillaba con luz propia. María Mercedes Loynaz Muñoz, como se llamaba realmente nuestra Dulce María, es un regalo que nos llegó un poco tarde, pero valió la pena la espera; sobre todo la suya que parece ser como dice en el poema LIX "...para esperarte tendré la inmovilidad de la piedra. O más bien la del árbol, agarrado a la tierra rabiosamente".
Eso he pensado luego de leer el artículo de Adriana Villanueva "Pupitres vacíos" In: El Nacional 22 de enero 2011 pág. Opinión 8...En la marginalidad, no pobreza trabajadora sino miseria marginal, de tantos ciudadanos de países que antes ni nos visitaban, de que somos receptáculos ahora en Venezuela después que nos caracterizara una inmigración productiva y fuerte, asunto que aumenta el problema socio-político que nos agobia...En la ausencia de una de mis hijas desde hace 12 años y quién sabe si de los otros y de los nietos algún día...
Pupitres vacíos
A finales del 2010 publicaron una crónica en el New York Times sobre
cómo en Venezuela, mientras emigra la clase media profesional,
llegan cientos de inmigrantes que en sus países de origen vivían en la
miseria. Nada reprochable en tenderle una mano a los menos
afortunados, pero cómo no preguntarse qué será de esta tierra de
gracia, sufriendo una masiva fuga de talento nacional,
llevándose a sus familias con ellos.
Hace poco vi una foto de mi hija Isabel con sus dos mejores amigas
de preescolar: Sofía y Claudia, la foto es del 2000,
(las mías son del 1997,1998 y 2000 cuando se graduaron de
bachilleres en los Colegios
"Los Cedros" y"Calasanz" de Valencia, Edo.Carabobo)
cuando tenían seis años, mas allá del típico cómo pasa el tiempo,
tan cuchis que eran, impresiona que de las
tres niñas solo Isabel aún vive en Venezuela: Claudia se fue en
primer grado
a España, de donde eran oriundos sus abuelos, y Sofía se mudó hace
años a Canadá donde su mamá trabaja como maestra.
2010 ha sido un comienzo de año escolar particularmente duro, al
regresar
a clases Isabel encontró varios pupitres vacíos: de un grupo de 40
de lo que sería la promoción 2012,
8 estudiantes se fueron a vivir al exterior,
seis se sabía que no regresarían, pero dos de ellos fue en vacaciones
que sus padres tomaron la decisión de emigrar.
No soportaron más la incertidumbre de barco a la deriva en la
que muchos nos sentimos
navegando en la actual Venezuela. Una de las familias se fue a
Panamá, la otra a Houston.
En enero de 2011, Valentina fue la novena amiga de Isabel en
menos.de un año que se mudó al exterior con su familia.
Otro pupitre quedó vacío.
En la crónica del NYT llaman a este fenómeno: “balseros del
aire”,
porque en lugar de en balsa como tantos cubanos,
los emigrantes venezolanos se van en avión.
No hablamos de familias ricas que vivirán de las rentas, sino de
clase media profesional que además de la inseguridad,
del álgido ambiente político de lo últimos 12 años,
de cuánto ha disminuido la calidad de
vida ciudadana, sienten cómo sus posibilidades de producir en
Venezuela se van reduciendo... y si
tan solo fuera eso, temen por sus hijos, que puedan ser víctimas
de la violencia,
o que una vez graduados en las excelentes universidades que
seguimos teniendo,
un Estado cada vez más voraz y exigente en su fidelidad
política sea su único empleador.
Estos pupitres vacíos no se llenan fácilmente, la historia de
escolares, que emigran se repite desde hace años en muchos
colegios caraqueños, con un notable incremento en el 2010.
Recuerdo que en la década del 70
–cuando yo estudiaba en el colegio Santiago de León de Caracas-
los compañeros que se iban era porque cambiaban de escuela,
rara vez porque emigraran,
(los venezolanos no emigrábamos, no hacia falta)
pero llegaban estudiantes nuevos a ocupar esos pupitres vacíos,
algunos huyendo con sus familias de gobiernos militares.
Son pocos los niños, hijos de profesionales, que hoy inmigran a
Venezuela.
Qué profesional extranjero criaría a su familia en un país violento y
revolucionado. Quizás algunos aplauden revoluciones ajenas desde
lejos y hasta hacen negocios con ellas,
pero invítenlos a vivir en esta utopía roja
para ver cuántos aceptarían mudar a los suyos al paraíso
socialista.
No todos los profesionales de este país revolucionado tenemos
armado un Plan B, muchos apostamos hasta el final por
Venezuela.
(Nota: Mis planes A y B son Venezuela, además ya tengo 60 años).
Mi amiga Ana, que tampoco tiene
plan B pero es más ácida que yo, suspira: “con tal de que no nos
pongamos viejitas tomando cocuy casero y comentando a la luz
de una vela que,tarde o temprano, la situación en Venezuela tiene
que mejorar”.
Por eso pienso tanto en Dulce María Loynaz, la gran
poeta cubana encerrada en su cada de El Vedado.
Su historia, que veía lejana e imposible, la veo hoy muy
cercana y posible...Además la entiendo y me identifico
con ella.
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