Cesares y gendarmes doscientos años después
Mayo 25, 2010
Fue allá por lo años setenta, a raíz del primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, que se revivieron las viejas tesis del Cesarismo Democrático y del Gendarme Necesario, con el fin de interpretar la realidad política existente en aquel entonces y tratar de conciliar así conceptos como autocracia y democracia que, en principio, parecían antagónicos. Para unos, la figura de un autócrata, es de decir, de un hombre enérgico, que supiese imponer su autoridad con mano férrea dentro de las liberalidades de la democracia, era el ideal de lo que se requería en Venezuela como gobernante; otros lo expresaban de una manera menos sofisticada y desvestida de tapujos intelectuales, afirmando que aquí lo que se necesitaba era un militar.
Quienes así pensaban creían que solo el autoritarismo y disciplina de los cuarteles podían poner orden en el país y acabar con los excesos de los partidos políticos y de sus dirigentes. Algunos menos, con vivencias de un pasado perezjimenista no tan lejano, llegaron incluso a manifestar su predilección por las “dictaduras buenas”, que al menos hacían obras y mantenían la ley y el orden entre los ciudadanos mientras estos no se metieran en política. Esta suerte de conciencia sociopolítica se mantuvo en la sensibilidad de muchos venezolanos durante las dos décadas siguientes. Lo demás, es historia reciente.
Se puede asegurar que las elecciones de diciembre de 1998, con los resultados harto conocidos, han puesto todas estas suposiciones, deseos y leyendas urbanas a prueba, con efectos más que demostrativos. Esta última década llena de elecciones y de gobiernos castrenses, ha servido para mostrarnos que los militares no necesariamente traen el orden con el brillo de sus uniformes, que las leyes y las instituciones no son fines, sino medios, y que las ideologías, mas que credos, solo son propagandas y proclamas. También ha servido para concluir que la larguísima etapa de los personalismos y caudillismos que motorizan toda la historia patria desde Boves para acá, pues no se trata de un fenómeno post independentista a partir de Páez, como creen algunos, aún no ha sido superada después de dos cientos años de existencia. En pleno siglo XXI, el caudillismo sigue siendo nuestra cara más visible, más llamativa y, al mismo tiempo, nuestro Talón de Aquiles. Ni siquiera en conceptos modernos, pero tan universales como el de descentralización administrativa o política, hemos podido avanzar lo suficiente, a pesar del federalismo que ha animado nuestras constituciones de la última centuria, siendo los últimos diez años, en todo caso, un retroceso en el terreno ganado. Como muestra reciente de ello, ahí está la orden presidencial de que nadie al frente de una empresa del estado, como Pequiven, por ejemplo, o de un ente publico cualquiera, puede tomar decisiones importantes, aunque sean meramente operativas o relativas al negocio en si, sin que lo sepa o las respalde el propio Jefe del Estado. Cualquier acción en dicho sentido se considera como un desacato, como un estado dentro del estado, como una traición.
Laureano Vallenilla Lanz Planchart, Ministro del Interior de Pérez Jiménez.
PARÍS, FRANCIA, 6 DE AGOSTO DE 1912
SAINT MORITZ, SUIZA, 31DE AGOSTO DE 1973
Laureano Vallenilla Lanz, padre (Barcelona, Venezuela, 11 de noviembre de 1870 - París, Francia16 de noviembre de 1936) escritor, periodista, sociólogo e historiador, uno de los principales representantes del pensamiento positivista venezolano
Ya en 1902, la atinada pluma de Laureano Vallenilla Lanz escribía: “Desde hace algunos años, puede observarse en Venezuela el fenómeno de que ya no se busca en las instituciones sino en los hombres el mejoramiento de nuestra condición. Andamos como el filósofo cínico, buscando el hombre, perdidos, como se hallan las esperanzas, tras los sistemas que hemos ensayado….”. Lamentablemente, un siglo después, Venezuela aun sigue buscando desesperadamente quien la salve.
Palabras del teniente-coronel Hugo Chávez el 4 de febrero de 1992 por la televisión
"Primero que nada quiero dar buenos días a todo el pueblo de Venezuela, y este mensaje bolivariano va dirigido a los valientes soldados que se encuentran en el Regimiento de Paracaidistas de Aragua y en
Pieza clave de José Ignacio Cabrunas.
Buscando al gorila
El Diario de Caracas, domingo 15 de marzo de 1992
Recogido en la recopilación El país según Cabrujas, Caracas: Monte Ávila, 1992, p. 208-12.
Pero ni en la peor de mis pesadillas después de la caída de Pérez Jiménez soñé vivir un día donde en el Aula Magna de
Como se ha demostrado hasta el estrépito, al Gobierno no le sobran los dolientes. Más los tuvo el Negro Antonio en su funeral del ranchito, con todo y la terrible fama de ser el peor hombre del mundo. Pero esta gente de ceniza, no provoca lágrimas ni palmadas solidarias ni consuelos de buen samaritano. Así he vivido dos noches memorables de tanto código: la del lunes y la del martes, escuchando en el Aula Magna de la Universidad Central o en el panorama que se abarca desde la azotea de mi casa, gritos, denuestos y hasta cacerolas que expresan un repudio unánime a todo lo que proviene de Miraflores. bien sea la congelación del aceite o la canonización del doctor Hemández, por hablar de dos aspiraciones nacionales de enorme validez.
El presidente Pérez, alguna vez secretario de Rómulo Betancourt y su mano derecha en tiempos de penoso exilio es, desde luego, el blanco, la conclusión y de alguna manera el personaje trágico del sistema recientemente caceroleado. Suele sucederle a los herederos. Pero no hay que olvidar, so pena de pasar por tontos o desprevenidos, que muchos propietarios de esas ollas, tan vigorosamente esportilladas, ahora cuando la revolución es un sonido, votaron por él, de lo más esperanzados y hasta renovados, hace apenas tres años. como quien invoca un hechizo, un «hocus focus», que no otra cosa han sido estas sustituciones quinquenales a las que nos hemos acostumbrado a denominar democracia, por falta de mejor palabra y más adecuada manera de entendemos.
Más de uno. vivió y se inventó su propio Pérez instantáneo, su personal saltarín de charcos, aguardando el nuevo ritual, el pajarraco fénix, la resurrección de los años setenta, democracia y energía, cuando Nueva York era un weekend trivial y la clase media sustituía el atávico Cafenol, tan de bodeguita radiofónica, y Frijolito y Robustiana, por las excelencias del Tylenol adquirido minutos antes de abordar el avión de regreso a la patria junto a las ristras de chocolate Babe Ruth y la revista People. Más de una cacerola de esas, me corto la cabeza, fue adquirida en Macy’s a cuatro treinta, cifra que en Venezuela tiene aún las características de un calibre. Era ese el país que muchos querían cuando Pérez perdió el equipaje, se le olvidó que era político y comenzó a jugar Atari con el programa de Miguel Rodríguez.
Ahora hemos comenzado a mirarlo como un pasado plúmbeo incapaz de decir nada en la hora. Ni la sal ni la migajita. El hombre habla, promete, anuncia y su suerte parece sellada por no decir, concluida. Fernández, que en estas cosas se comporta como un empresario de
Hoy en día, en Miraflores, se ha comenzado a hablar pasito, como en el quinto piso del Centro Médico. Pasito y penitente porque nada como los arrepentimientos, ninguna soledad, como el afán de los confesionarios, cuando la vida se le cuenta a una rejita, que hace las veces de oreja.
Eso, y no otra cosa es lo que hemos asumido, a partir de la madrugada de las tanquetas. A la historia de la comunicación social pasará, para desvelo de muchísimos tesistas universitarios el quintacolumnista que autorizó la repetición exhaustiva de la cuña de Chávez, premio especial de Anda, donde el teniente coronel, con fondo de escudo nacional y caballito incluido dijo lo de «por ahora», y «yo asumo la responsabilidad». Ni el mismísimo Marshall McLuhan en la mejor de sus premoniciones. El país pasó de símbolo a símbolo, del Pérez nuestro de cada día, al Chávez Todopoderoso del San Carlos, de invento a promesa, de ilusión a ficción, pero en todo caso, de video a video. En realidad, seguimos siendo apóstatas seriales. Muera Páez y viva mi mariscal Falcón. Abajo Castro y adelante Gómez. Saquen a Medina y pongan a Betancourt. Fuera Gallegos y que venga Delgado. Bolívar Libertador, y Bolívar Longaniza. De la deificación del padre de
La promesa del hombre nuevo o lo que es igual, la esperanza del desconocido. Maisanta o Pedro Armendáriz, que en el fondo es lo mismo.
Porque fue esto lo que sentí en el Aula Magna de la UCV, cuando por inmensa gentileza del
rector Fuenmayor y de los organizadores de un acto que quiso ser foro y terminó siendo desgarramiento, tuve el privilegio de compartir el escenario con el
doctor Rafael Caldera y con
el gobernador Andrés Velásquez. Pocas cosas me han sucedido en la vida, como esa hora, junto a gente tan hermosa y auténtica. Pero al mismo tiempo, jamás he necesitado tanto del idioma, y de la exactitud de las palabras, como en estos párrafos que ahora deseo escribir, para narrar lo sentido y entender, si no lo que me rodea, por lo menos lo que me sucede.
Para decirlo de una vez, no pocos estudiantes en la asamblea del Aula Magna, jóvenes y caballones, estaban solicitando a gritos y hasta a cohetes de tipo tumbarrancho, un auténtico golpe militar bananero de esos con sello Norven y apropiado control de calidad, como la única salida de esta grave crisis. ¿Mayoría? ¿Minoría? ¿Ahí, ahí? No lo sé. ¿Quién diablos puede saberlo? Las muchedumbres suelen ser mezclas de tímidos y exaltados, gente que vocifera campante y gente que otorga y da legitimidad, vale decir, silencio, a quienes son capaces de gritar más duro. Pero ni en la peor de mis pesadillas después de
la caída de Pérez Jiménez soñé vivir un día donde en el Aula Magna de
del tenor Alfredo Kraus, durante una representación del Werther de Massenet, muy diferente por cierto al sonido de los tumbarranchos, podrá imaginar mi estado de ánimo en hora tan extrema. Aquello me sonó a parlamento brechtiano y de la impresión imaginé a
Nicolás Curiel, mi director en el Teatro Universitario, indicándome a voz en cuello: ¡José Ignacio! ¡Ahora, cuando los boinas rojas tiren su cohete sales de escena con el doctor Caldera, por el practicable de la derecha, mientras Enrique León dice su vaina!
Felizmente no hizo falta un mutis y el acto arribó, si no a conclusiones, por lo menos, a despedidas, que no era poco en ese momento.
Ahora ha llegado la ocasión del deslinde, la posible palabra que esa noche fue difícil pronunciar en
el Aula Magna por culpa del estrépito. En todo caso, la raya que me trazó.
Arnaldo Esté, mi camarada de hermosos años, irradiaba júbilo y orgullo a la salida del acto universitario.
Chávez y compañeros del 4 de febrero 1992.
Vislumbrando otro país y otras posibilidades, cónsonas con su inmensa bondad de vida, sus sentimientos tenían que ver con una euforia de esas que se constatan ante los cambios de rumbo. Tiene razón. Tabla rasa o como se llame, lo cierto es que nunca volveremos a ser lo que éramos. Fin de una época. Tajo de la historia. Vuelta de página. Mejor o peor, no es el tema. El tema es el arquetipo que los venezolanos estamos haciendo del teniente coronel Chávez reconocido, por no decir, percibido mediante fragmentos, ímpetus de honestidad, frases donde se reconoce el común, referencias a Alí Primera y fotografías de un hombre fornido, terco, sonriente y de buen humor.
«La historia me absolverá».
El país funciona ahora en dos cárceles:
Miraflores y
el Cuartel San Carlos. Pérez, atrapado en el Palacio, no admite otro destino que la conclusión de su gobierno en el plazo que la Constitución establece. No tenemos un gobernante. Tenemos un persistente. Un aferrado Chávez, prisionero en el Cuartel San Carlos, actúa como la conciencia de la nación y a la manera de un dilema estrictamente ético. Nadie ha emitido un juicio, sobre lo que este hombre pueda o no pensar, como no sea el desacierto de compararlo con el general Pérez Jiménez, o el calificativo de felón, propio de un acto reflejo en el lindero de lo dawiniano: simple conservación de la especie, Chávez provoca una inhibición de la crítica, e incluso del análisis entre otras razones porque ningún argumento podrá convencernos de la pertinencia de ese calabozo que hoy en día encierra a quienes insurgieron en contra de la corrupción y a favor de los desposeídos. Exigir la libertad de esos oficiales, como lo hizo Andrés Velásquez en el Aula Magna, es una simple manifestación de sentido común, puesto que Chávez preso, es el triunfo de los ladrones y no el rehén de la democracia.
Digámoslo así, a la manera de mi profesor Casanova cuando hablaba de Aristóteles:
a) Hay ladrones.
b) Un ciudadano quiere descabezar a los ladrones.
c) El ciudadano que prometía el descabezamiento de los ladrones está preso.
d) Los ladrones están en libertad.
Pregunta: ¿Se ha hecho justicia?
El resto es rubor y si
don Luis Piñerúa, el mismísimo, el constitucional relevo del 4 de febrero y mi Santa Bárbara de este instante a quien le tengo encendidas varias velas, Dios me lo guarde, procede y encarcela a unos cuantos pillos, amén de las otras bondades que pueda tener su paso por el Ministerio de Relaciones Interiores, tendrá muy a pesar suyo y de sus convicciones tradicionales, que echarse una pasadita por el Cuartel San Carlos y llevarle alguna manzana a San Chávez por haber logrado el formidable milagro de que el adeco emblemático de la decencia, el creador y defensor del tribunal de ética de su partido, el hombre burlado en aquel bochornoso acto donde Acción Democrática decidió el regreso de unos delincuentes del amable seno de la organización, a la
diestra del doctor Morales Bello, haya sido elegido en la hora del trueno, como el responsable de las instituciones políticas del país. Y si el propio Carlos Andrés Pérez, hablando en el Congreso, está anunciándoles a los venezolanos, en el momento que escribo este artículo más correcciones de rumbo que la bitácora de Cristóbal Colón, no habrá manera ni forma de convencer a nadie de que esas medidas justísimas y largamente anheladas salen de sus meandros, de sus antecedentes, del tranquilo discurrir de su gobierno y no de los oficiales arrestados en el Cuartel San Carlos. Pérez habla de una crisis, de algo que sucedió y nos hizo variar los hábitos y las malas costumbres. Pérez se refiere a un antes y a un después. Incluso en el programa de
Marcel Granier, llegó a decir que los venezolanos (ellos) necesitaban de esta remezón, supongo que renunciando a la ciudadanía, porque desde esa noche, creo que Pérez, de la impresión, se nos nacionalizó holandés.
Pero, ¿qué fue lo que sucedió? ¿En qué consiste la remezón? ¿Qué hizo ese antes y ese después que está aún por verse? ¿Una aparición en el Ávila de
San Ignacio de Loyola? Que yo sepa, no. Que yo recuerde, sucedió Chávez y más nada.
Tanqueta atacando Miraflores. 4 de febrero 1992
Las tanquetas, sirvieron entre otros asombros para recordarle al gobierno que el período laboral del doctor Zoppi había concluido y es tan simple, como que antes no había pasado más nada y ahora pasa de todo y cada ratico desde que Pérez se volvió Baltazar, camino de Belén. Desde el 4 de febrero, Venezuela es pura corregidera. Entonces, ¿cómo diablos va estar preso el corregidor? ¿Cómo es posible que no destapemos, a quien nos hizo este inmenso favor?
Mi raya, sin embargo, mi «hasta aquí», la paz de mi conciencia, se detiene, junto a lo que expresó
Manuel Caballero, hace una semana en este diario al hablar de golpe militar. Firmo al lado. Chávez preso, es un encono y más nada, un simplismo peronista mediante el cual, cada venezolano es libre de fabricarse su teniente coronel particular. Chávez no habla una palabra completa. Chávez dista aún del chavecismo, a menos que nos embarquemos en la demagógica simpleza de confundir unos reaños y un coraje con un programa de gobierno. Más de una cacerola caraqueña, a las diez de la noche del martes estaba llamando a un gorila selvático o atribuyéndole a Chávez esa escala zoológica que tanta ignominia y tanto desastre ha ocasionado a América Latina. Más de un frustrado, ciego de odio por esa democracia menguada, anhela la pateadura del tablero,
Manuel Alfonso Noriega, Panamá
un Norieguita, cualquier vaina, cualquier mierda, cualquier déspota, cualquier anteojudo chaparro en Miraflores, con tal de presenciar un cambio escudado en las buenas costumbres.
Conservaré en mi memoria, puesto que daba por extinguida esa especie, el rostro y el gesto de una estudiante (después supe que de Derecho, nada menos) en el Aula Magna, gritando con histeria digna de mejor causa y más apropiada solución, la palabra «golpe», ¡golpe, ya! ¡Golpe ahora! , junto a otros denuestos, demasiado sucios como para ofender lo que escribo. Poco tenía que ver ese gesto, esa obscenidad de vida, absolutamente repugnante, mediocremente simplista, con la desbordada emoción de tres mil universitarios al borde de un dilema. El momento, como decía mi amigo Arnaldo, es de crisis. Bienvenido. Para ella, era de éxito. La victoria del macho. Ya. Ahora. Cualquiera. La primera. El matón más cercano. La cachucha tradicional, aquella capaz de emparentar las cacerolas de Caracas con la salvación nacional del
general Augusto Pinochet revestido de protesta cívica y bálsamo académico.
¿Golpe ya? No, señor. Jamás, señor. Nunca más. Señor. El gobierno, lo elijo yo, señor, aunque sea votando por los perdedores.
Emblema y discursito: de no separarse en este momento las expectativas de un cambio digno, vía de la razón, manifestación de la inteligencia, frente a la posibilidad de lo que en toda mi vida, se llamó «un golpe militar de derecha», es decir, un caos, una banda de delincuentes al frente de unas instituciones, la hora está convocando al matadero y no a la superación ni mucho menos a la conciencia.
Inútil decir que no soporto un salvador más. Prefiero y elijo regresar al tonto 23 de Enero, cuando los venezolanos entendimos que era posible alzar la historia. Entonces la democracia llegó a ser una razón de vida, un punto de partida mediante el cual podíamos empinamos y disimular unas cuantas canalladas atávicas. Nadie pensaba en un desenlace de pillos, ni es culpa de quienes celebramos esa hora.
Bienvenido Chávez, convertido en idea. Chávez libre o atado a la opinión, que es lo mismo. Chávez civil, dado que una inmensa estupidez prohíbe a nuestros militares opinar sobre angustias nacionales, Chávez alternativa, Chávez, chavecismo, Chávez papeleta y sellito.
Gorilas, favor abstenerse.
La generación incrédula
Roberto Visier El Carabobeño
09 septiembre 2010 pág. Opinión 4
Estoy leyendo un libro que se titula “la primera generación incrédula” de Armando Matteo. Realiza el autor un buen análisis de la juventud actual. Se pregunta por qué los jóvenes están alejados de la Iglesia. La respuesta es compleja y tiene muchas matices. Los jóvenes de hoy son hijos y nietos de la generación que vivió la llamada revolución del 68, que en aras de la libertad sin límites propagó la cultura del “haz lo que quieras”. Un fin a los tabúes, a las normas de conducta, a los dogmas. Se habrían las puertas al relativismo moral. Las familias que surgieron en aquellos años todavía conservaban en gran medida los valores cristianos y la mentalidad que concebía a la familia como una comunidad estable, muy sólida. Se creía todavía en el amor para siempre y en la fidelidad, y tener varios hijos no era una tragedia. Sin embargo la tendencia era educar a los hijos en consonancia con los aires de libertad que se respiraban y los vínculos con la iglesia eran cada vez más débiles. Esto unido a una catequesis bastante deficiente, trajo consigo una generación donde una gran mayoría empezaba a vivir al margen de Dios. Los hijos de estos, que son los adolescentes y jóvenes de hoy, no reciben por lo general en la familia ningún tipo de instrucción religiosa o moral. La única exigencia suele ser que estudien para labrarse un futuro en la sociedad, pero poco más. Los jóvenes de hoy han aprendido a vivir sin Dios y sin criterios morales.
He aquí una generación sin fundamentos morales y religiosos, sin valores familiares, sin una respuesta a las preguntas trascendentales sobre el sentido de la vida, del mundo, del hombre mismo, de Dios, del más allá de la muerte. En gran medida es una generación herida porque sufre las consecuencias de la desintegración familiar. No creen en Dios ni en la Iglesia, pero tampoco en la familia, en el amor y la fidelidad, en la honestidad, en el esfuerzo y sacrificio por los demás, en la cultura y el arte, en la política, en los valores patrios. Se pudiera pensar que creen en sí mismos por el marcado individualismo de la cultura actual, pero en gran medida los jóvenes ni siquiera creen en sí mismos.
La generación incrédula no está compuesta simplemente por personas que no rezan y no van a la Iglesia. Precisamente porque las consecuencias de la falta de fe son muchas, profundas y devastadoras, la generación incrédula está formada por jóvenes inestables, indecisos, confundidos, asustados. Alguno, quizás exagerando, la ha llamado “la generación inexistente”. Inexistente porque no dejará huella, porque no parece dispuesta a construir nada, más bien corre el peligro de destruir lo poco que queda en pie. Todos, especialmente los jóvenes, estamos llamados a desmentir esta “acusación”. Si existimos tenemos que dejar huella y estar dispuestos a luchar y a rescatar a la humanidad de la profunda crisis en el que está inmersa.
rvisier@gmail.com. Publicado en horadeverdad.blogspot.com
CAP no renunció
26 Noviembre, 2010
Al ser reelegido Carlos Andrés Pérez como Presidente de Venezuela para el período 1989-1994, apoyado por una caudalosa votación, tuvo que enfrentar una complejísima situación social, política y económica, heredada de Jaime Lusinchi (1984-1989), quien había logrado evadir la toma de decisiones que afectaran el triunfo de de su compañero de partido.
Una vez en el poder, CAP no pudo hacer lo mismo. Sólo un dato puede esbozar la crisis: 300 millones de dólares era el exiguo monto de las reservas internacionales. Para revertir tal desastre a CAP lo convencieron y se convenció de cambiar el rumbo de la economía nacional y por ello impulsó un programa de shock que intentaría modernizarla y liberalizarla.
En cuanto a lo estrictamente político, CAP había dado su palabra en enero de 1988 para abrir paso a la reforma que implantaría la elección directa de los gobernadores y la descentralización administrativa. Así, puso en una posición desairada a la mayoría del Comité Ejecutivo Nacional de su partido Acción Democrática (inicialmente opuesta), obligada entonces a aceptar este cambio que influiría tanto en la nueva correlación de fuerzas partidistas.
Son estos dos grandes retos (la reforma económica y la política) los primeros a enfrentar por Pérez en su segunda Presidencia. En otros muchos frentes tuvo que batallar “El Presidente” (eslogan principal de la campaña electoral) y también en otros tantos que él abrió con su manera de actuar y pensar.
Democracia con energía El Caracazo 27 de febrero 1989
Entonces vino la fastuosa toma de posesión bautizada “La Coronación”, el horror del Caracazo, la pérdida electoral para el partido de gobierno de los estados más poblados, la guerra interna de AD, la altísima inflación de los primeros años (1989 y 1990) para luego ser rebatida y lograr un extraordinario crecimiento económico, la apertura comercial y la oposición hipócrita de la mayoría de los grandes empresarios, la miopía presidencial ante la conspiración militar que estalló en los golpes fracasados del 4F y
el 27N de 1992, el rechazo a CAP de la élite movilizada, los cacerolazos de la clase media que exigían su renuncia, la indiferencia de las mayorías populares ante su declive, la crítica ilimitada de Los Notables
(comandados por “el náufrago” Arturo Uslar Pietri y Juan Liscano, la demagogia de la telenovela “Por estas calles”, las coincidencias de Rafael Caldera (quien no quería que CAP le entregara la banda presidencial) con
José Vicente Rangel y
el Fiscal General Ramón Escovar Salom, la denuncia de los 250 millones de bolívares de la partida secreta, el antejuicio aprobado por la Corte Suprema y la suspensión del Presidente por el Senado de la República.
De todo ese proceloso transcurrir de aquellos años da cuenta el libro “La rebelión de los náufragos” (Caracas, Alfa, 2010), escrito por la venezolana Mirtha Rivero (1956). Es una exhaustiva crónica, muy bien escrita, que abarca todos los aspectos de la crisis política que culminó con la salida de CAP del poder en mayo de 1993, a escasos meses de finalizar su mandato constitucional.
El relato de los hechos incluye algunas recreaciones literarias de sucesos, como sólo lo puede hacer un gran periodista o un narrador consumado, técnica vedada a un científico social que debe dar la referencia puntual de cada afirmación histórica. La narración va acompañada de acertadas observaciones que en ningún momento se decantan por la hagiografía o la condena de los protagonistas ni tampoco hace mención de los hechos ulteriores al período estudiado para tratar de hacer retroceder la historia. También incluye entrevistas de personajes con revelaciones y comentarios del mayor interés. Hasta la para entonces amante de CAP (hoy esposa),
Cecilia Matos, confiesa los inicios de su romance, un frente íntimo que terminó igualmente pasándole factura. Es de agradecer la inclusión de una precisa cronología y de un útil índice onomástico. En fin, es un libro escrito para tratar de comprender lo que pasó, no para declarar quienes fueron los buenos y cuáles los malos. Cada lector puede hacer sus propias conclusiones e ir más allá del simple maniqueísmo de repartir culpas.
Este libro, que quizás sea el mejor editado en 2010 sobre política venezolana, tiene un error inmenso. En su contraportada dice que CAP renunció. Quien redactó tal nota no sabe de qué estaba escribiendo y ni siquiera leyó el texto de Rivero. Pero lo peor es que alguien que sólo lee las solapas y contraportadas de los libros puede quedarse con esa idea y aumentar su ignorancia de la historia. Le puede ocurrir hasta al insomne golpista que hoy habita la oficina de CAP.
Carlos Andrés Pérez murió en Miami (USA) el 25 de diciembre 2010.
Martha Barroeta || Taller de Fantasía
La justa recompensa
El justo será pagado con justicia, y el santo con santidad. No se es justo ni santo por naturaleza sino por la gracia de Dios, pero los que han sido alcanzados por su gracia aman la justicia y la santidad, y la desean en sus corazones, por eso recibirán lo que anhelan.
Por otro lado los impíos, proceden impíamente y se gozan en la maldad y en la injusticia, por eso desean lo malo y viven para satisfacer sus deseos perversos. Ellos recibirán lo que desean, porque el Dios justo y santo les pagará a ellos según sus aspiraciones. Cada quien recibe lo que desea en su corazón, por eso Dios recibirá honor, honra y gloria, y por su justicia será glorificado.
Balaam amó el premio de la maldad y recibió el pago que deseó en su corazón. David, amó los atrios de la casa de Jehová y quiso construir una casa para su Dios para estar allí todos los días de su vida. Dios recompensó a David por ese deseo y a cambio de eso le hizo casa estable y eterna donde la gloria de Dios brillará para siempre.
Judas amó la codicia y recibió su recompensa, porque eso era lo que amaba. Su ambición de dinero lo condujo a traicionar y vender a su Maestro y se perdió para siempre dejando una mancha muy negra para que sirva de escarmiento a los ambiciosos.
La Escritura dice que Dios pagará a cada uno según sus obras, y esa es la verdadera justicia donde nadie podrá acusar a Dios de injusto, porque “sea Dios verdadero y todo hombre mentiroso”.
El bien y la misericordia serán la recompensa de los que buscan el rostro del Altísimo. Busquemos todo lo que proviene de Dios y seremos saciados plenamente. “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”. Mateo 5:6.
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