La Sociedad Patriótica
Con el nombre de Sociedad Patriótica se conoce a la
organización revolucionaria proindependentista que realizó importantes
actividades en Caracas y otras poblaciones venezolanas, durante la Primera
República (1810-1812). La idea de la creación de la Sociedad Patriótica o Club
Patriótico, como lo llamó luego Manuel Palacio Fajardo, ha debido ser de
Miranda y Bolívar que conocieron el valor de la propagación de las ideas a
través de este tipo de sociedades; sobretodo gracias a las experiencias de
Miranda en el París de la Convención y del Directorio. Esto explica que un
francés de apellido Leleux haya venido al país en diciembre de 1810 en para
contribuir a la creación de la Sociedad Patriótica. En esta organización de
carácter revolucionario figuraron como miembros (además de Miranda, Bolívar y
Leleux), Antonio Muñoz, Vicente Salias, Francisco Espejo, Pedro Pellín, Casiano
de Medranda, Miguel Peña, Lorenzo Burros, Francisco Antonio Paúl (llamado Coto
Paúl), Pedro Pablo Díaz, José Antonio Pelgrón, Pedro Salias, Rafael Castillo,
Carlos Núñez, José María Núñez, Carlos Soublette, Ramón García Cádiz, entre
muchos otros. La presidencia de la Sociedad Patriótica se turnaba, y en
diversos momentos se sabe que la ejercieron Francisco de Miranda, Antonio Muñoz
Tébar y Francisco Espejo.
Las sesiones de la Sociedad Patriótica se llevaban a cabo
durante lanoche a partir de las 6 pm y a veces se extendían hasta la madrugada,
participando en las mismas miembros de todas las clases sociales e incluso
algunas mujeres representativas de diversos estamentos. Para mantener cierto
orden en las reuniones, existía un reglamento de debates. En términos
generales, los objetivos de la Sociedad consistían fundamentalmente en lograr
la declaración de la Independencia de Venezuela y el establecimiento de un
régimen republicano y democrático. Su órgano de difusión era El Patriota de
Venezuela, cuyo primer ejemplar apareció a fines de 1810, siendo sus redactores
Vicente Salias y Antonio Muñoz Tébar Durante el año de 1811 y los primeres
meses de 1812 circularon 7 números. El 19 de abril de 1811, al celebrarse el
primer aniversario del movimiento de 1810, los miembros de la Sociedad
conmemoraron la fecha levantando un "Árbol de la Libertad" y
exponiendo en la fachada de su sede, ubicada en la esquina de las Ibarras
(donde antes había vivido el gobernador y capitán general Vicente Emparan)
retratos de Manuel Gual y José María España, lo que identificaba a dicha
organización con las ideas igualitarias de los promotores del movimiento
revolucionario de 1797.
Cuando aún no se habían iniciado en el Congreso
Constituyente de 1811 los debates relativos a la declaración de la
Independencia de Venezuela,ya el tema había sido ampliamente discutido en la
Sociedad Patriótica, por lo menos desde fines de mayo de 1811. En tal sentido,
cuando algunas personas expresaron su preocupación de que la Independencia
abriese la puerta Anarquía, uno de sus miembros, Francisco Antonio Paúl,
manifestó que la emancipación absoluta era la única salida. Por estas razón a
fines de junio de 1811, se comentaba en Caracas que existían dos congresos: el
Congreso Constituyente y la Sociedad Patriótica, que supuestamente quería
suplantarlo. Un hecho histórico ocurrido en el seno de la Sociedad, fue el
pronunciamiento en la noche del 3 al 4 de julio, del primer discurso político
conocido de Simón Bolívar, en el que se rechazaba la tesis de los 2 congresos y
reafirmaba el respeto de la Sociedad patriótica hacia el Poder Legislativo,
planteando además la necesidad de que éste declarase sin demora la
Independencia. El 5 de julio de 1811, cuando el Congreso declaró la
Independencia de Venezuela, un grupo de miembros de la Sociedad que estaban en
la barra prorrumpieron en aclamaciones y encabezaron una manifestación que
dirigida por Francisco de Miranda (quien también era diputado) y Francisco de
Miranda, recorrió las calles y plazas de Caracas y entró al palacio arzobispal
para pedirle al arzobispo Narciso Coll y Pratt que jurase la Independencia. A
pocos días de declarada la Independencia, estalló una insurrección en Valencia
por parte fuerzas realistas, para sofocarla fue conformada un ejército
integrado por varios miembros de la Sociedad y comandada por Miranda. Uno de
los miembros de la organización que marchó a Valencia, fue Lorenzo Burros,
quien murió en agosto combatiendo a los insurrectos.
El 25 de agosto de 1811, fue fundada en Valencia una
Sociedad Patriótica, filial de la de Caracas. Casiano de Medranda, miembro de
la organización de Caracas, pronunció un discurso en el acto de instalación de
la Sociedad valenciana. Sus primeros presidente y vicepresidente, fueron los
presbíteros Francisco j. Narvarte y José Félix Blanco, respectivamente. Otra
filial de la Sociedad se instaló en Puerto Cabello, el 26 de septiembre de
1811, siendo su presidente el coronel Manuel Ruiz. Posteriormente, siguió el 10
de octubre la de Barcelona, donde pronunció el discurso inaugural Francisco
Espejo; tocándoles a los sacerdotes Manuel Antonio Pérez y Ramón Godoy,
desempeñar la presidencia y la vicepresidencia. Una última Sociedad de la que
se tiene testimonio de su existencia fue la de Barinas. Durante los meses
finales del año 1811 y los comienzos de 1812 El Patriota de Venezuela, asumió
una actitud más radical con relación a las virtudes que republicanas que debían
existir para el establecimiento de un verdadero gobierno democrático. No se
tienen datos precisos acerca de las actividades de la Sociedad Patriótica
después del terremoto de marzo de 1812 Sin embargo, es probable que muchos de
sus miembros se alistasen en el ejército de Miranda. Asimismo, cuando se
acercaba el fin de la Primera República, el capitán Pedro Pellín intentó salvar
los archivos de la organización, llevándolos a una hacienda de Cacao que poseía
Francisco Espejo en Barlovento; desconociéndose en el presente el paradero de
dichos documentos. En definitiva, la Sociedad Patriótica dejó de funcionar a
mediados de 1812.
16 Abril, 2017 \ Rafael Poleo
Una acumulación de circunstancias que escapan a la intención
de esta crónica hace que cada tantos años en un país determinado un grupo de
jóvenes iluminados coincida en un propósito y provoque un salto hacia adelante
en la formación de ese país. En Venezuela eso ocurrió en 1810 y 1928, y está
ocurriendo ahora en 2017.
Tal
recurrencia merece estudio especialmente por parte de los jóvenes que con sudor
y sangre ahora mismo se ganan el respeto y la solidaridad de las generaciones
anteriores. Ojalá internalicen su rol más allá del éxito aparente,
de la notoriedad y de precarios triunfos electorales que no tienen sentido si
no conducen a realizaciones estables en la tarea de construir un país, lo que
generaciones anteriores no pudieron hacer porque se lo impidió el afán de
lucro, la ideologización y el protagonismo. El lucro viene como
subproducto del esfuerzo, pero no puede ser un fin en sí mismo. Ideas hay que
tener, pero sin convertirlas en sistemas de los cuales se esperen todas las
respuestas. En cuanto al protagonismo, su antídoto es cierto sentido filosófico
de la existencia que debería exigirse a toda persona con aspiración de poder.
De la
generación de 1810, que como esta de 2017 emergió en un abril, quienes
sobrevivieron a la guerra no llegaron a acordarse en torno a un proyecto.
Sucesivos gobiernos fueron más o menos estériles y pronto se cayó en la
aberración de mirar el poder como un fin en sí mismo, cuando poder no tiene
sentido si no es poder hacer.
En años de
muerte y destrucción, o de letal estancamiento o vertiginoso retroceso -como es
el caso actual-, se ha considerado buen político al que sabe ganar batallas que
la república siempre pierde, puesto que es ella, de hecho es cada ciudadano,
quien paga los costos. Se ha perdido el respeto por la dignidad y el decoro, la
ilusión de crear y la admiración por quienes son capaces de hacerlo. Hemos
tenido un solo período de crecimiento físico e institucional, el que empezó con
López Contreras (1936), continuó con la Revolución de Octubre (1945) y se
extinguió cuando ésta cumplió su programa sin que quienes seguimos fuéramos
capaces de diseñar uno nuevo siquiera practicable. Hubo ciudadanos de moralidad
ejemplar, pero de ellos sólo quedó el gesto: “Mi cadáver lo llevarán, pero
Fermín Toro no se prostituye”. Héroes patéticos esterilizados por la
dispersión. Faltó la cohesión generacional con unidad de propósito.
Desde la
Independencia y con excepción de la Generación del 28 (la de Betancourt, Leoni,
Villalba, Caldera, Pérez Alfonzo, etc.), cada hornada ha sido una frustración,
hasta caer en una dictadura sin grandeza, deprimente por su ridiculez, esa que esta
semana perdió la segunda batalla de San Félix, la de los huevos amorosos que
cantó Aristóbulo. Con semejante esperpento hemos tocado fondo. El rebote para
volver a ascender pudiera estar en esta Generación del 17.
Pedro Pablo
Aguilar, estadista que destaca en la ya extinguida Generación del 45, con
simple hondura cristiana dijo que “Dios no nos puede castigar toda la vida”.
La generación nuestra, la mía, la de 1958, que ha pasado sin pena ni
gloria, debe su apoyo a esta del 2017 que nos sigue. Démosle ejemplo aunque sea
el de nuestros errores, reconociéndolos para que ellos no los repitan y puedan
entre todos hacer un país civilizado en el campamento minero que nos legaron
los libertadores.
Dios los
bendiga como él mejor sabe hacerlo: iluminándolos.
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