El testigo
Por NARCISA GARCÍA
El Nacional Papel Literario 28 DE ABRIL DE 2017
El cineasta húngaro nacido en Checoslovaquia, Péter Bacsó,
vivió tan solo unos veinte años de su vida bajo un gobierno no totalitario.
Nacido en 1928, y educado en Hungría, Bacsó vivió los veinticuatro años de
mando de Miklós Horthy, regente de Hungría, luego de que la contrarrevolución
acabase con el gobierno bolchevique de Béla Kun. Horthy dejaría entrar a los
alemanes a Hungría habiéndose plegado a las potencias del Eje, hasta que fue
arrestado por ellos mismos en 1944. Bacsó vivió luego la larga caterva de
primeros ministros y presidentes socialistas intercambiables en su cretinez
hasta la llegada de Matvei Rákosi, una suerte de incompetente mayor con mucha
suerte.
Rákosi fue capturado en la Primera Guerra Mundial, participó
en el gobierno breve de Kun, huyó a la Unión Soviética, y al volver a Hungría
fue capturado nuevamente. Tras salir a la Unión Soviética una vez más y volver
a Hungría, esta vez con el ejército rojo instaurando el nuevo gobierno
soviético, es nombrado secretario general del Partido y hasta se reúne con
Stalin como uno de los suyos. El escritor Simon Sebag Montefiore (La corte
del zar rojo, Crítica) cuenta el favoritismo de Stalin hacia Rákosi, entre
otros líderes, en una temporada determinada: “Estaba luego la nueva corte de
vasallos europeos: sus favoritos eran el líder polaco Boleslaw Beirut (…), su
segundo, Jakob Berman, el presidente checo, Clement Gottwald, y el de Hungría,
Matvei Rákosi. Los orgullosos yugoslavos, el mariscal Tito y Milovan Djilas,
eran menos de su agrado”. Tras la muerte de Stalin, Tito haría que depusiesen a
Rákosi como primer ministro para ser reemplazado por Imre Nagy, quien relajó
los controles económicos y políticos hasta producirse la Revolución húngara de
1956, aplastada con la entrada de las tropas soviéticas a Budapest ese mismo
año. Nagy, amigo cercano del cineasta Péter Bacsó, fue ahorcado dos años
después.
La sátira de Bacsó El testigo (1968) se
completó ese año pero no se estrenó sino diez años después, tras haber sido
censurada por el Partido. Razones, tenía de sobra: expuestas quedan la
incompetencia, la torpeza casi subnormal y el sinsentido de las vidas de
aquellos que forman parte del engranaje comunista –Rákosi parece haber sido
inspiración para uno de los personajes–. Aunque es evidente que si razones
necesitan, aunque no existan, se las inventan. “Lo que es sospechoso es que no
levante sospechas”, dice uno de los funcionarios.
Ambientada a finales de los cuarenta y principios de los
cincuenta, y divertida a más no poder, El testigo cuenta la
historia de József Pelikán (Ferenc Kállai), padre de ocho niños, miembro del
Partido Comunista húngaro y cuidador de una represa. Su mujer lo abandonó por
un camionero rumano, y para alimentar a sus hijos, tras llegar tarde a la
tienda donde de manera extraordinaria había llegado carne, decide matar al
noveno miembro de la familia: Desirée, un cerdo. Es ilegal matar cerdos sin
permiso del Estado, de modo que debe hacerlo sin que se entere nadie.
Lamentablemente Pelikán ha sido denunciado por un hombre que ya lo ha
denunciado antes y que le valió que le arrancasen los dientes (por eso lleva
ahora dientes postizos metálicos). En la cárcel Pelikán
se encuentra con su torturador, con quien comparte la celda. A partir de aquí,
Pelikán saldrá y entrará de nuevo a la cárcel por lo menos cuatro veces, a
petición del general Virág (György Kézdy), quien insiste en otorgarle al
cuidador de la represa cargos que exigen de él algo de lo que carece: cinismo.
La primera vez que sale de la cárcel: “―¿Libre? Pero, ¿y el cerdo? ―No existió.
Está usted libre sin cargos. ―Pero yo lo maté. Estoy aquí con razón. ―No
discuta. Es inocente y ya está. Órdenes de arriba”.
Entre los trabajos impuestos a Pelikán por el general Virág
están dirigir la piscina pública –a la cual deja entrar al público sin darse
cuenta de que su superior, el camarada Bástya, la usa para nadar en soledad,
creando un caos cuando montones de jóvenes se tiran al agua y el coronel grita
¡traición, traición! mientras sus guardaespaldas se echan al agua con gabardina
y todo a sacarle de la piscina–; dirigir un parque de atracciones –de Parque
Inglés pasa a Parque de la Felicidad: “¿Parque Inglés? ¿Y que esos
imperialistas se rían de nosotros? ¡Nunca!” exclama el general Virág–; y
dirigir una plantación de naranjas. Encargado de cultivar “la nueva naranja
húngara”, Pelikán conserva la única naranja que maduró de la cosecha escasa con
el cuidado suficiente como para que estuviese perfecta para el día de la
“fiesta homenaje a los desarrolladores de la naranja”, donde acudirían los
“héroes de la batalla de la naranja”. Uno de los diálogos más divertidos de la
cinta ocurre durante el magno evento, entre Virág y Pelikán: “―Ganamos. Mereció
la pena, ¿verdad? ―No me parece bien. Después de todo estamos engañando a la
gente. ―¿A quién engañamos? ¿A nosotros mismos? No, porque ya lo sabemos. ¿Al
pueblo? No pueden permitirse naranjas ni limones pero al menos disfrutan con la
celebración. ¿A los imperialistas? A esos sí les hemos dado una lección”.
El nombre de la cinta responde al último encargo de Virág
para Pelikán: debe ser testigo de un juicio al estilo de la Purga en contra de
un exministro amigo suyo. Le acusan de lo mismo que siempre: traidor, fascista.
Justo antes de testificar, Virág se encuentra con Pelikán en una habitación contigua
y le pide que repase el testimonio de nuevo, sacando un lote de papeles de su
maletín. Al revisarlos le dice Pelikán: “Perdone camarada, pero esta es la
sentencia”.
El testigo no matiza ni hace sutiles sus
intenciones: en la primera escena Pelikán recorre los alrededores del Danubio
junto a Ficko, su perrito. En la tierra, escrito con piedras blancas: “¡Larga
vida a nuestro sabio y amado líder!”. Ficko se orina sobre la frase mientras su
amo grita llamándole la atención. Hilarante de principio a fin, la cinta de
Bacsó es reconocida hoy como una de las mejores sátiras del cine sobre el
comunismo, enfermedad que si no tuviese cien millones de cadáveres encima,
sería desternillante.
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