ASÍ PIENSO
Dulce María Tosta | 15/10/2017 /Web del
Frente Patriótico
En el libro de Dominique Lapierre y Larry Collins «O te
vestiré de luto», que es una mirada a la España de post guerra civil a través
de la figura mítica del gran torero Manuel Benítez «El Cordobés», se cuenta que
una periodista, impresionada por la temeridad del matador, le
preguntó: ¿Acaso no le duelen las cornadas de los toros?, a lo que respondió el
entrevistado: «Duelen más las cornadas del hambre».
Pocas veces se han descrito tan acertadamente las urgencias
que producen el hambre, la escasez generalizada y la incapacidad económica para
obtener bienes de absoluta necesidad; quien fuera un golfillo mil
veces apaleado por un cabo de la Guardia Civil, trastocado en próspero banquero
a fuerza de regar con su sangre las plazas de toro de España, bien podría
instruir a los políticos criollos que corren la arruga para
proteger sus egoísmos, acerca de lo lejos que está «mañana» para el famélico,
para el enfermo al que se le escapa la vida por la falta de medicamentos o para
el niño que se adentra en el horror del cretinismo, al no recibir
adecuada alimentación.
Para la gente de Venezuela, mañana puede ser demasiado
tarde. El problema, de origen eminentemente político, es de tal magnitud que se
ha convertido en una catástrofe humanitaria que requiere la inmediata
intervención del mundo entero. La pregunta no es sobre del rumbo político del
País y -mucho menos- acerca de candidatos y candidaturas; menester es indagar
acerca de cuántos niños se acostarán esta noche sin haber probado alimentos
durante todo el día, o cuántos accidentes cardiovasculares (ACV) acabarán la
vida de los hipertensos que han tenido que sustituir sus inasibles medicamentos
por cabezas de ajo, que muy pronto tampoco podrán comprar.
Hoy y aquí, millares de enfermos que podrían llevar una
existencia normal con los debidos tratamientos médicos, sienten que el tiempo
se les está acabando y en la tristeza de sus noches sin sueño, oyen cada vez
más cercas las pisadas de la muerte y la sombra de su guadaña.
Desde hace tiempo el problema venezolano dejó de ser
político, para ser humano. No son doctrinas ni teorías las que están en juego
ni intereses internacionales los urgentemente comprometidos; son las vidas de
decenas de millones de seres humanos las que peligran para el exclusivo
beneficio de la tiranía cubana y de su sucursal criolla, el narco tráfico
internacional y lejanos y absurdos intereses religiosos. Es gente de
carne y hueso la que siente que la vida se le está poniendo estrecha,
aplastada entre los muros de una oposición falsa y la perversión de un gobierno
extranjero e invasor.
La historia indica que los pueblos crean sus problemas y
paren sus soluciones, pero en estas horas venezolanas en que las máscaras se
caen a montones y la verdad empieza a prevalecer sobre el engaño, la mentira y
la traición, debemos reconocer la importancia de la ayuda internacional y
reclamarla en nombre de la humanidad, pues nuestro problemas no es de origen
doméstico, ya que fue modelado en tierras lejanas y ejecutado por apátridas que
faltaron a la fe ofrecida en su juramento militar.
Estados Unidos de Norteamérica ha puesto sobre el tapete la
posibilidad de una intervención militar para poner coto a este desastre, que a
decir del presidente Trump y del vicepresidente Pence, involucra la
seguridad de Estados Unidos. Evidentemente, una intervención militar extranjera
no es buena y nos gustaría que no fuese necesaria, pero este criterio no debe
ser ladinamente aplicado a una eventual acción de los marines estadounidenses,
mientras se esquiva la realidad de las invasiones cubana, iraní, china, del
narcotráfico internacional y de las FARC colombianas.
El asunto real consiste en que en Venezuela se desarrollan
simultáneamente varias guerras de corte foráneo, que han convertido a las
ciudades sobre un territorio de casi un millón de kilómetros cuadrados, en ghettos
similares a los de Varsovia y –si seguimos por donde vamos– en campos de
extermino como los de Auschwitz-Birkenau, Treblinka y Dachau.
Parece ser cierto que los Estados no tienen amigos, sino
intereses. Pero la heroica lucha del venezolano contra la tiranía que lo
oprime, ha incitado la admiración y la solidaridad del mundo y puesto a prueba
la subordinación de los gobiernos a los pueblos que los eligieron.
La ayuda a los venezolanos en su duro camino hacia la
libertad es una obligación ética y moral para todos los seres de este mundo que
tengan a honra llamarse humanos. Es hora de que muestren su disposición de
impedir –a cualquier precio– un nuevo y horrendo holocausto: el holocausto
del siglo XXI.
En ocasión del proceso electoral del 15O, comparto tres de
mis últimos textos, para lo que te dejo los links:
«Carta Abierta a mis conciudadanos con motivo del 15O» http://www.dulcemariatosta.com/index.php/de-dulce-maria-tosta?layout=default&id=894
Dulce María Tosta.
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