Jurate Rosales* / Revista Zeta No. 1639 (Venezuela) - 13/12/07
Alberto Rafael Garrido García. Se graduó de filosofía
política en Argentina. Muy joven, se unió a los montoneros, fue encarcelado y
posteriormente se exilió en Venezuela, donde ejerció el profesorado en la
Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Mérida donde se desempeñó
en diversos cargos académicos. Fue testigo presencial de los inicios
ideológicos del movimiento bolivariano y al estudio de sus orígenes y evolución
dedicó la última parte de su vida. Fallece en Caracas, a la edad de 58 años. (Foto
archivo: Soberania.org / 03-11-2005)
Última semana del mes de noviembre 2007. Suena una sorpresiva llamada de Alberto Garrido, el hombre que reveló al mundo, a través de 17 libros, los inicios y metas de la revolución que Chávez trata de imponer en Venezuela: "Jurate, quiero pedirle algo. Que me entreviste". Generalmente, es a Garrido a quien los periodistas piden una entrevista. Estoy sorprendida. Garrido tiene periodistas mucho más cercanos a él que yo. Es hermano de la izquierda venezolana y escuchado por la derecha. No soy ni lo uno, ni lo otro. Nuestras conversaciones, estrictamente intelectuales, generalmente terminaban en opiniones divergentes y Garrido me llamaba irónicamente "mi maestra". ¿Por qué me llama a mí?
Pausadamente, me informa que le acaban de diagnosticar cáncer con metástasis en el tracto digestivo. Como si se tratara de un tema académico, me explica que pone el punto final a una nueva y ampliada edición de su libro, "Guerrilla y Conspiración Militar en Venezuela" donde agregó una muy reciente entrevista con Douglas Bravo.
Lo corto e insisto que luche contra la enfermedad. Me asusta su resignación y falta de ánimo. Trato de darle aliento, y quedamos que dentro de cinco días, el martes después del Referendo, nos reuniremos para la entrevista. Quedo impresionada por la ausencia de lucha que percibo en sus palabras. Vuelve a insistir en que lo entreviste: "usted no me cambiará nada", explica. Agradezco la confianza.
Llamada del lunes en la mañana
El lunes temprano después del referendo que se alargó
casi toda la noche, vuelve a llamar Alberto Garrido a mi teléfono celular.
Acaba de ingresar en la clínica, donde le harán una operación exploratoria. Me
dice: la llamo para que me entreviste.
Le explico que necesitaría un grabador y me presiona repitiendo con insistencia: "Ahora". Pregunto si puedo llamarlo por el teléfono de la clínica, para colocar el "manos libres" y el grabador. Me dice que acaba de ingresar, en el cuarto hay teléfono que todavía no está conectado y no puede esperar. Vuelve a repetirme con voz más fuerte: "Ahora". Dentro de una hora, lo llevan al quirófano, explicó.
La inusual entrevista empezó tomando notas desde el teléfono celular y terminó, después de conectado el teléfono de la clínica, con un grabador.
Al día siguiente, llamó su hija, Blanca Garrido: "Por favor, venga". Lo encontré sedado con dosis masivas de morfina, sin embargo inquieto y su gran masa corporal, en medio de sus movimientos, era sostenida, abrazada, apretada, por su hijo Albertico y por Blanca. Los tres intercambiaban palabras de inmenso cariño y parecían un solo ser compacto, Albertico con el rostro desencajado y Blanca llorando. Ese mismo día lo trasladaron al Hospital Militar donde murió de un paro cardiaco al llegar.
Le explico que necesitaría un grabador y me presiona repitiendo con insistencia: "Ahora". Pregunto si puedo llamarlo por el teléfono de la clínica, para colocar el "manos libres" y el grabador. Me dice que acaba de ingresar, en el cuarto hay teléfono que todavía no está conectado y no puede esperar. Vuelve a repetirme con voz más fuerte: "Ahora". Dentro de una hora, lo llevan al quirófano, explicó.
La inusual entrevista empezó tomando notas desde el teléfono celular y terminó, después de conectado el teléfono de la clínica, con un grabador.
Al día siguiente, llamó su hija, Blanca Garrido: "Por favor, venga". Lo encontré sedado con dosis masivas de morfina, sin embargo inquieto y su gran masa corporal, en medio de sus movimientos, era sostenida, abrazada, apretada, por su hijo Albertico y por Blanca. Los tres intercambiaban palabras de inmenso cariño y parecían un solo ser compacto, Albertico con el rostro desencajado y Blanca llorando. Ese mismo día lo trasladaron al Hospital Militar donde murió de un paro cardiaco al llegar.
Foto archivo: Alberto Garrido es entrevistado por el periodista Norman Gall, 3 de nov. 2005 (Foto: Soberania.org)
La última entrevista
Esto es lo que reúno ahora, de mis notas y las palabras
grabadas ese lunes después del trasnocho del Referendo. Hice la
primera pregunta tratando de no dramatizar: "¿Se da cuenta que
ganó el No?" Garrido: - Ganó Baduel.
-En su opinión ¿qué pasó ayer en la madrugada del 3 de
diciembre?
-Fue una explosión de un largo proceso de confrontaciones de
dos posiciones del movimiento bolivariano. Una liderada por Chávez que
podríamos llamar revolucionarios en trance y otra liderada por Baduel. Eso
se fue desarrollando a través de varias etapas, con múltiples discrepancias
entre Baduel y Chávez, siendo la última de ellas, cuando ya Baduel decide
dejar el Ministerio de la Defensa en medio de una serie de
cuestionamientos sobre la naturaleza de las Fuerzas Armadas y
sobre la naturaleza del socialismo del siglo XXI.
Ya anteriormente, en conversación sobre Baduel y
Chávez, Alberto Garrido había asomado que las primeras desavenencias
graves acerca de la interpretación de la Revolución y sus
metas, habían surgido casi inmediatamente después de asumir Chávez la
presidencia.
-¿La primera diferencia de enfoques se asomó cuando
Baduel estaba en la Secretaría de la Presidencia?
-Allí trascendió incluso en medios internacionales, que
había roces incluso personales entre los dos, y había un
cuestionamiento permanente también de Chávez de que Baduel no se había alzado
el 4 de febrero 1992, pero eso creó un nivel tan fuerte de que Chávez no
lo aceptara, que todavía siendo militar activo, Baduel no quiere
seguir en el cargo de Secretario de la Presidencia y pasa a un
puesto de Comandante de los paracaidistas en Maracay.
El pacto de La Orchila
Según explica Garrido, después del 11 de abril 2002,
aparece una unión de Arias Cárdenas y Raúl Baduel, ambos del Ejército,
considerando que uno debe desempeñarse en el Ministerio de la Defensa y el otro
en la Comandancia del Ejército. Garrido ve a Arias y Baduel, ya en aquel
momento, como los institucionalistas, contra Chávez que se presenta como el
revolucionario anti-institucional.
Prosigue Garrido: Baduel y Arias, en aquel momento se encuentran contra un muro: la Marina, cuyos almirantes plantean que el Ejército no puede tener directiva, debido a su corrupto desempeño en el Plan Bolívar 2000. "Esta situación tuvo como doble efecto, alejar a Baduel y reagrupar a los bolivarianos que se encuentran fuera del poder".
Añade Garrido que después del 11 de abril 2002, hubo una larga negociación, que internamente llamaron el Pacto de La Orchila. Apenas termina el peligro del golpe, a Chávez le exigen una convivencia democrática y Chávez admite sus errores. Baduel sigue su ascenso, y será el único de los conjurados del Samán de Güere, en culminar su carrera militar en los más altos cargos.
Sin embargo, "Chávez no queda tranquilo y fractura la alianza Baduel-Arias". Siempre en la óptica de Garrido, siendo Ministro de la Defensa, Raúl Baduel se asegura lealtades y se acerca al grupo chavista de Soberanía, donde adopta "una línea ultra nacionalista en cuanto al petróleo e incluso escribe sus puntos de vista en el sitio de Soberanía [Soberania.org], denunciando la corrupción petrolera".
Agrega Garrido: -Cuando Baduel abandona el Ministerio de la Defensa, allí vuelve a pronunciar un discurso muy duro de cuestionamiento de la revolución bolivariana.
Prosigue Garrido: Baduel y Arias, en aquel momento se encuentran contra un muro: la Marina, cuyos almirantes plantean que el Ejército no puede tener directiva, debido a su corrupto desempeño en el Plan Bolívar 2000. "Esta situación tuvo como doble efecto, alejar a Baduel y reagrupar a los bolivarianos que se encuentran fuera del poder".
Añade Garrido que después del 11 de abril 2002, hubo una larga negociación, que internamente llamaron el Pacto de La Orchila. Apenas termina el peligro del golpe, a Chávez le exigen una convivencia democrática y Chávez admite sus errores. Baduel sigue su ascenso, y será el único de los conjurados del Samán de Güere, en culminar su carrera militar en los más altos cargos.
Sin embargo, "Chávez no queda tranquilo y fractura la alianza Baduel-Arias". Siempre en la óptica de Garrido, siendo Ministro de la Defensa, Raúl Baduel se asegura lealtades y se acerca al grupo chavista de Soberanía, donde adopta "una línea ultra nacionalista en cuanto al petróleo e incluso escribe sus puntos de vista en el sitio de Soberanía [Soberania.org], denunciando la corrupción petrolera".
Agrega Garrido: -Cuando Baduel abandona el Ministerio de la Defensa, allí vuelve a pronunciar un discurso muy duro de cuestionamiento de la revolución bolivariana.
La institucionalidad
-Lo profundo en la posición de Baduel fue
en el aspecto de la institucionalidad, reclamaba que su posición
institucional ha tenido que tener el respeto. Entonces allí es cuando viene,
digamos, la gran montura pública que es la del Ministerio de la Defensa,
cuando ya Baduel dice: no estoy de acuerdo, tenemos inquietudes de la
parte hacia donde esto se dirige.
-¿Esto fue cuándo?
- Recuerda, cuando deja el Ministerio de la Defensa.
De ahí viene la discrepancia con Müller, cuando se le acusa a Baduel del
liderazgo del sector conservador de las Fuerzas Armadas y todo
termina con Baduel fuera del Ministerio de la Defensa,
y planteando cuáles van a ser sus próximos pasos y el próximo paso fue el
cuestionamiento, o mejor dicho el rechazo a la Reforma.
-¿Cómo explica usted el atentado?
-De este atentado contra Baduel, todavía sabemos
poco, pero lo cierto es que tiene que haber producido un detonante interno. Es
posible que el atentado frustrado haya servido para que la gente de Baduel se
sienta unida.
-¿Entre la gente de Baduel?
- Bueno, realmente en todos, se pueden leer muchos factores.
El planteamiento entre Chávez y Baduel es un planteamiento
serio, siempre va más allá de toda anécdota. Fue una larga pulseada de Baduel en
dos estaciones: qué hacer con la FAN y 2da. - es esta última.
-La decisión de Baduel fue largamente elaborada.
-La decisión de Baduel fue largamente elaborada.
-¿Con cuánta gente podría contar Baduel?
-Es imposible saber con cuánta fuerza cuenta Baduel,
pero debe ser importante, para que él tome la decisión de abrirse.
-¿Es una confrontación de largo plazo?
-Chávez nunca
abandonará su proyecto. Se dedicará ahora a agrupar a su gente,
trabajará en eso. No abandonará el proyecto.
-¿Cómo interpreta la idea lanzada por Baduel de una
Constituyente?
-Aquí hay muchos factores empolvados. También están los
radicales.
-¿De la izquierda?
-También ellos.
La voz de Alberto Garrido empieza a vacilar. Le deseo
salir bien de la operación. Responde: -Bueno, vamos a ver. Murió al llegar la
noche del siguiente día.
TIEMPOS CRUCIALES
Antonio Sánchez García | abril 10, 2017 7Web
del Frente Patriotico
De allí mi extrañeza ante algunos corresponsales de medios
extranjeros muy importantes y de comentaristas políticos del patio, que dan por
hecho el valor de tal inhabilitación y ya lanzan pronósticos para los
candidatos opositores que se enfrentarán a Maduro en el 2019. Creen, realmente,
que esta crisis es agua de borrajas y no ha fracturado al régimen en su columna
vertebral. Yo te aviso Chirulí. Si el régimen resiste el embate de todos estos
factores, se acabaron las elecciones presidenciales en Venezuela. Es bueno ir
bajándose de esa nube y olvidar las mezquindades. Es ahora o nunca.
Antonio Sánchez García @sangarccs
A Henrique Capriles
1
Quien haya sido protagonista de estos veinticinco años de
oposición al asalto totalitario del caudillismo golpista protagonizado por Hugo
Chávez y su camarilla militar, y estos dieciocho años de gobierno dictatorial
subordinado al castrocomunismo, como es el caso de muchos de nosotros, no puede
menos que asombrarse de los profundos cambios acontecidos en el curso de los
últimos meses. Quizá incluso en el curso de los últimos días.
El primero de ellos tiene que ver con el derrumbe del
principal escollo que encontramos quienes tuvimos plena conciencia, desde la
aparición del teniente coronel por nuestras pantallas, de que el proyecto que
se traían entre manos él y los restantes comandantes – todos ellos, sin
excepción ninguna – era dictatorial, suponía un regreso a la barbarie y
provocaría un desencajamiento telúrico de la institucionalidad democrática
construida al precio de tantas vidas y con tantos sacrificios por los sectores
más lúcidos y patrióticos de nuestra sociedad a lo largo de los últimos ochenta
años de luchas sociales y políticas. Un período de dictaduras, represión,
mazmorras y sufrimientos sin cuento, que comienza el Siglo XX con Cipriano
Castro, se profundiza y extiendo por otros 27 años con Juan Vicente Gómez, se
interrumpe brevemente con la revolución de octubre para continuar con la
dictadura de Marcos Pérez Jiménez, hasta desembocar en el acontecimiento más
significativo de nuestra historia republicana, el 23 de enero de 1958 y el
Pacto de Punto Fijo.
Ese escollo era la incomprensión de la naturaleza
dictatorial del proyecto chavista, escorado desde un principio, así fuera a
media conciencia, hacia el castrocomunismo, tanto como la naturaleza
tendencialmente totalitaria del llamado socialismo del siglo XXI. Incomprensión
que de buena o mal fe sostenían y profundizaban en la conciencia popular y en
los restantes sectores de nuestra sociedad, en primer lugar la vieja y nueva
izquierda socialista, así se hubiera distanciado de participar en dicho
proyecto; el llamado chiripero agrupado en torno a Rafael Caldera, que sirviera
una de las plataformas de lanzamiento al llamado “proceso”; amplios sectores
académicos vinculados al marxismo leninismo y, aunque suene escalofriante,
parte importante de la institucionalidad estatal y esa oligarquía mercantílista
aferrada a las ubres del Estado dispensador de las riquezas obtenidas por la
explotación del petróleo. En términos más genéricos, nos referimos a ese
sustrato sociocultural estatista, estatólatra, socializante y caudillesco que
ha lastrado a la clase política venezolana y a sus fuerzas armadas desde el fin
de la dictadura y la formulación del proyecto sociopolítico encarnado en el
Pacto de Punto Fijo.
Los mayores esfuerzos intelectuales realizados por algunos
pocos historiadores, economistas, psicólogos, sociólogos y juristas que
pudieron demostrar con prolijidad científica la naturaleza dictatorial del
régimen implantado por Hugo Chávez con el concurso de Fidel Castro y las
fuerzas agrupadas en el Foro de Sao Paulo no consiguieron romper el muro
blindado de esa incomprensión. A lo cual coadyuvaron de manera sustancial los
gigantescos recursos dispensados por el alto precio del petróleo y el carisma
demagógico del héroe de la circunstancia, lo que le permitió a la dictadura ponerse
la máscara de un simple y vulgar populismo capaz de mantener una democracia
desordenada sostén de un mal gobierno. Al que se debía y se podía enfrentar con
las herramientas tradicionales en el marco de los hábitos y usos electoreros
enraizados en la conciencia popular. Y en todos sus partidos políticos de
esencia democrática.
Todavía hoy hay quienes se niegan a reconocer la naturaleza
dictatorial del régimen. Y son mayoría los que piensan que aún siéndolo,
aseguran que se le puede derrotar electoralmente. Hasta hace unos días podían
contarse con los dedos de las manos aquellos dirigentes que no sólo reconocían
la naturaleza dictatorial y castrocomunista del régimen sino que sobrevivían
transmitiendo el mensaje de que era posible, si se le dejaba continuar en paz,
terminar por acorralarlo y derrotarlo en las elecciones presidenciales del
2019. No faltaron los ofendidos por la insistencia del Secretario General de la
OEA en querer aplicar la Carta Democrática al caso venezolano. Podía aguarles
sus expectativas. Gracias a Dios, lo logró. Quien hoy sostenga que es posible
salir de esta pesadilla con las elecciones del 2018, o es un imbécil o un
agente del régimen. Como lo dice la lógica: tertium non datur.
2
Pasarán a la historia venezolana los protagonistas “salvíficos”
del giro copernicano que ha sufrido la situación venezolana. Y uso el término
salvífico, de savia religiosa, pues me refiero a la Iglesia católica
venezolana. Cuya Conferencia Episcopal, yendo incluso contra lo que pareciera
creer el papa Francisco I, aseguró como la primera institución de validez
universal en hacerlo, la naturaleza dictatorial del régimen imperante. Fue más
lejos y acogiendo lo que algunos académicos y columnistas hemos sostenido desde
hace muchos años, puso de relieve la necesidad imperiosa, cristiana, de
rebelarse contra la dictadura, pacífica y constitucionalmente, pero en la
calle, haciendo uso de todos los instrumentos que nos reconoce, legaliza y
legitima la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. En particular
el artículo 350, que reza: El pueblo de Venezuela, fiel a su
tradición republicana, a su lucha por la independencia, la paz y la libertad,
desconocerá cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe los
valores, principios y garantías democráticos o menoscabe los derechos humanos.
Más explícito fue su rechazo al denunciar la naturaleza
engañosa del llamado diálogo, usado como instrumento de disgregación de las
fuerzas opositoras y postergación de cualquier solución pactada entre el
gobierno y las fuerzas políticas opositoras. Se opuso, aún cuando dicho diálogo
contara con la aprobación, incluso participación del Vaticano. Y
desenmascarando nollen vollen la consciente o inconsciente complicidad de la
dirigencia opositora que se plegara a los llamados del régimen, fracturando
nuestro frente interno en uno de los capítulos más oscuros de la lucha
democrática contra la dictadura.
El otro factor desencadenante de la crisis política en que
naufraga la dictadura, posiblemente ya de manera irreversible, que pasara por
encima incluso de la dirigencia opositora dispuesta a conciliar con el régimen,
es tan sorprendente que hace unos años nadie hubiera podido ni siquiera
imaginar que podría acontecer. Es la acción protagónica asumida por el
Secretario General de la OEA Luis Almagro, que ha llevado a la Organización de
Estados Americanos a asumir el papel al que la obliga su Carta Fundacional,
pero por sobre todo la Carta Democrática firmada en Lima el 11 de septiembre de
2001 por todos los Estados miembros: velar por la vigencia del orden
democrático y oponerse a todo régimen dictatorial en la región.
A la condena unánime de la Iglesia venezolana, se sumó la
valiente e intransigente condena de Luis Almagro, quien en dos informes
exhaustivos y demoledores no sólo demostrara la naturaleza dictatorial del
gobierno de Nicolás Maduro sino que, al describir las reiteradas y contumaces
violaciones del gobierno Maduro, propusiera la inmediata aplicación de la Carta
Democrática, que en su primer artículo dispone: “Los pueblos de
América tienen derecho a la democracia y sus gobiernos la obligación de
promoverla y defenderla.” Y en su artículo 21, luego de enumerar
distintas vías de acción política y diplomática para resolver los conflictos
internos que la alteración de los valores establecidos en dicha carta por
alguno de sus miembros hubiera provocado, establece: “Artículo 21 Cuando
la Asamblea General, convocada a un período extraordinario de sesiones,
constate que se ha producido la ruptura del orden democrático en un Estado
Miembro y que las gestiones diplomáticas han sido infructuosas, conforme a la
Carta de la OEA tomará la decisión de suspender a dicho Estado Miembro del
ejercicio de su derecho de participación en la OEA con el voto afirmativo de
los dos tercios de los Estados Miembros. La suspensión entrará en vigor de
inmediato.”
3
Tan sólida parecía la alianza entre la dictadura y algunos
factores opositoras dispuestos a acompañarla hasta las elecciones de diciembre
del 2018, que todo hacía pensar en que a pesar de la acción de la Iglesia y el
empuje del Secretario General de la OEA, el gobierno Maduro parecía disponer de
un cómodo margen de maniobra como para evadir, una vez más, el juicio
condenatorio y final de un pueblo absolutamente desesperado por la grave crisis
orgánica y existencial que padece. Pero carente, hasta ese momento, de un
liderazgo decidido a acompañarlo en su rebeldía hasta sus últimas
consecuencias.
Fue entonces que surgió, cosa insólita, y del seno mismo de
la propia dictadura, el tercer factor desencadenante del que podría llegar a
ser a corto o mediano plazo el fin del régimen dictatorial. Ante la urgente y
drástica necesidad de firmar algunos convenios internacionales para obtener
financiamiento que le permitiera capear el temporal económico que enfrenta y
encontrándose con la oposición de la mayoría opositora en el parlamento, Maduro
optó por la vía más directa e inmediata: liquidar las pocas potestades que le
restan a la Asamblea Nacional, entre ellas la de autorizar tales gestiones
crediticias, y transferírselas a si mismo mediante el artilugio de una ley
especial dictada por un TSJ ad hoc montado por él mismo violando todas las
disposiciones constitucionales y pasando a llevarse en el juego la inmunidad
parlamentaria de los diputados opositores. Fue la famosa ley con la que el TSJ
liquidó al parlamento, declarando urbi et orbi la naturaleza
definitivamente dictatorial, de iure y de facto, del gobierno Maduro.
Venezuela ha comenzado a vivir la vorágine que conociéramos
en Ucrania y en la llamada Primavera Árabe. Un pueblo decidido a sacarse de
encima la tiranía de un gobierno dictatorial, para mayor INRI al servicio de
Cuba. En medio de un contexto internacional que termina constituyendo el cuarto
elemento del ajedrez del giro copernicano señalado: ya no gobiernan los
demócratas y Donal Trump parece decidido a retomar el liderazgo político,
diplomático y militar de los Estados Unidos en el mundo. Si decidió incluso
bombardear Siria por haber cruzado la linea roja, ¿tolerará un gobierno
dictatorial a las puertas de su patio trasero que baile sobre todas las líneas
rojas ventiladas en la OEA?
Si faltara algún otro elemento de perturbación del proyecto
castrochavista – entronizar una tiranía de sesgo cubano en Venezuela per secula
seculorum – la inhabilitación del líder opositor Henrique Capriles ha terminado
por poner la guinda sobre la torta. Perteneciente al sector moderado y
visceralmente contrario al uso de cualquier recurso que no se subordine a
pactos y acuerdos electoreros con el régimen, su inhabilitación lo ha empujado
definitivamente al campo de los radicales, que hoy por hoy dominan la escena y
no parecen dispuesto a abandonarla. Poco importan los años de inhabilitación:
parten del supuesto negado que Maduro gobernará por ese mismo período y que la
dictadura habrá terminado por tragarse a la democracia venezolana como la
ballena a Jonás. Un supuesto absolutamente negado. Tal como lucen los tiempos,
esa inhabilitación durará lo que el viento en un chinchorro. Si hoy vale poco y
no es más que un espantajo, mañana no valdrá nada.
De allí mi extrañeza ante algunos corresponsales de medios
extranjeros muy importantes y de comentaristas políticos del patio, que dan por
hecho el valor de tal inhabilitación y ya lanzan pronósticos para los
candidatos opositores que se enfrentarán a Maduro en el 2019. Creen, realmente,
que esta crisis es agua de borrajas y no han fracturado al régimen, Yo te aviso
Chirulí. Si el régimen resiste el embate de todos estos factores, se acabaron
las elecciones presidenciales en Venezuela. Es bueno que se vayan bajando de
esa nube y olvidar las mezquindades. Es ahora o nunca.
2 comentarios:
👍🏻
Excelente el artículo. Me gustaría descargar los libros de Garrido conocerás alguna página web donde se encuentren ubicados
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