EL PAPA FRANCISCO
El papa recuerda que Jesús continúa rezando por nosotros ante el Padre
En la homilía de Santa Marta Francisco habla de la importancia de rezar los unos por los otros
Por Redacción
CIUDAD DEL VATICANO, 28 de octubre de 2013 (Zenit.org) - El valor de la oración por nosotros y por los hermanos ha sido la idea sobre la que se ha centrado el santo padre en la homilía de esta mañana en Santa Marta.
El papa Francisco ha comenzado reflexionando sobre el pasaje del evangelio de Lucas donde se narra la elección de los doce apóstoles por parte de Jesús. Es un día "un poco especial por la elección de los apóstoles", ha dicho el santo padre. Una elección - ha añadido - que sucede solo después de que Jesús ha rezado al Padre "Él solo". Así ha explicado Francisco que cuando Jesús reza al Padre está solo con Él. Después se encuentra junto a sus discípulos y elige a los doce a los que llama apóstoles. De este modo, el santo padre ha señalado tres momentos que caracterizan la jornada: Jesús que pasa "una noche entera rezando al Padre" en el monte; Jesús entre sus apóstoles; Jesús entre la gente.
Apoyándose en este fragmento del evangelio, el pontífice ha explicado que la oración es el punto central: Jesús reza al Padre porque con Él tenía intimidad; le reza por la gente que iba a encontrarlo y le reza también por los apóstoles.
Para ayudar a comprender mejor el sentido de la oración de Jesús, Francisco ha recordado "aquel bonito discurso después de la cena del Jueves Santo, cuando reza al Padre diciendo: Yo rezo por estos, los míos; pero también rezo por todos, también por los que vendrán y creerán".
La oración de Jesús es universal, aunque es también una oración personal, ha matizado el papa, y ha manifestado su deseo de que todos miremos a Jesús que reza.
Por eso el papa se ha preguntado que si Jesús rezaba en aquel tiempo, sigue rezando ahora. A lo que ha contestado que sí, "lo dice la Biblia". Ha explicado que "es el intercesor, el que reza", y reza al Padre "con nosotros y delante de nosotros. Jesús nos ha salvado. Ha hecho esta gran oración, el sacrificio de su vida para salvarnos. Estamos justificados gracias a Él. Ahora se ha ido. Y reza".
Sobre Jesús, el santo padre ha recordado que "es una persona, es un hombre con carne como la nuestra, pero en gloria. Jesús tiene las llagas en las manos, en los pies, en el costado. Y cuando reza hace ver al Padre el precio de la justificación y reza por nosotros. Es como si dijera: Padre, que no se pierda esto". El papa Francisco ha continuado indicando que "por esto, cuando rezamos decimos: por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo. Porque Él es el primer en rezar, es nuestro hermano. Es hombre como nosotros. Jesús es el intercesor".
Al respecto, el santo padre ha hablado de las veces que pedimos oración entre nosotros: "reza por mí, ¿eh?" Algo bueno, porque debemos rezar unos por otros, ha recordado Francisco. Así, ha invitado a que pidamos a Jesús "reza por mí, tú que eres el primero de nosotros, tú reza por mi. Seguro que reza; pero dile: "Reza por mí Señor, tú eres el intercesor". Esto demuestra una gran confianza, ha señalado Francisco.
Para finalizar la homilía, el obispo de Roma ha subrayado: "pensamos mucho en esto y damos las gracias al Señor, damos gracias al hermano que reza con nosotros y reza por nosotros, intercede por nosotros. Y hablemos con Jesús. Digámosle: Señor, tú eres el intercesor, tú me has salvado, me has justificado, pero ahora reza por mí". Y ha exhortado a que le confiemos a Jesús nuestros problemas y nuestra vida, para que Él lo lleve al Padre.
Fuente: Osservatore Romano
La oración y la hipocresía
Comentario al evangelio del 30° Domingo del T.O./C
Por Jesús Álvarez SSP
SANTIAGO DE CHILE, 24 de octubre de 2013 (Zenit.org) - "Jesús, al ver que algunos estaban convencidos de ser justos y que despreciaban a los demás, dijo esta parábola: «Dos hombres subieron al Templo a orar. Uno era fariseo y el otro publicano. El fariseo, puesto de pie, oraba en su interior de esta manera: 'Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos, adúlteros, o como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y doy la décima parte de todas mis entradas'. Mientras tanto el publicano se quedaba atrás y no se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: 'Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador'. Yo les digo que este último regresó a su casa en gracia de Dios, pero el fariseo no. Porque el que se enorgullece será humillado, y el que se humilla será enaltecido»" (Lc. 18, 9-14).
El fariseo, que se creía bueno, oró mal. Más bien, ni siquiera oró, sino que presentó a Dios la factura de sus méritos. Y el publicano que se veía malo, como era, oró bien, reconociendo su condición de pecador y exponiendo su deseo confiado de perdón y conversión. Dios escuchó la oración del publicano y marcó el principio de una vida nueva. Mientras que el fariseo salió del templo más pecador, por su orgullo, pues oró con los labios, mas no con el corazón.
Es imposible que haga oración verdadera quien se jacta de ser justo, que cree no tener nada de qué arrepentirse y nada que agradecer a Dios. El fariseísmo es el cáncer de la oración, de la vida cristiana y de toda religión.
Es necesario verificar si ese mal convive con nosotros, pues sólo reconociendo la enfermedad se puede desear, pedir y recibir la curación. La autosuficiencia hipócrita induce a creer que se puede ser cristianos sin creer en Cristo, sin estar unidos a él, sin amar al prójimo; sin oración amorosa de presencia mutua con él, sin humildad, sinceridad y confianza. La oración es tiempo del corazón, tiempo de amistad y de relación personal con Dios.
La verdadera oración y contemplación nos impulsa a interesarnos en la real promoción de los valores del reino de Dios: la vida y la verdad, la justicia y la paz, la libertad y la solidaridad, el amor y la alegría. La oración se convierte así en amor social y en política evangélica. Empezando por la familia.
La oración verdadera nunca es tiempo perdido, sino el más rentable, porque renta para la vida eterna. Cuando oramos de corazón, Dios trabaja por nosotros, dando eficacia divina, liberadora y salvífica a nuestra vida y a las obras humanas de nuestras pequeñas manos, pues “Quien está unido a mí, produce mucho fruto” (Jn 15, 5).
Debemos tener un tiempo de oración en el que nos presentamos ante Dios libres de preocupaciones y trabajos, para que Dios pueda entrar en nuestras vidas, preocupaciones y trabajos, y les confiera valor eterno de salvación.
Con estas disposiciones tenemos que vivir sobre todo la Eucaristía. Es la oración más eficaz que podamos hacer por nosotros y por los otros, vivos y difuntos.
Necesitamos orar continuamente para vivir orientados hacia la Fuente de todo lo que somos, tenemos, amamos, gozamos y esperamos. Oración, jaculatorias, invocaciones, acción de gracias, adoración, petición de perdón… Ahí está la verdadera felicidad. Pruébalo.
En toda oración pidamos al Espíritu Santo que “ore en nosotros con gemidos inefables, pues no sabemos pedir como conviene” (Rom. 8, 26); y a María supliquémosle que presente a Dios nuestras oraciones como si fueran suyas.
El fariseo, que se creía bueno, oró mal. Más bien, ni siquiera oró, sino que presentó a Dios la factura de sus méritos. Y el publicano que se veía malo, como era, oró bien, reconociendo su condición de pecador y exponiendo su deseo confiado de perdón y conversión. Dios escuchó la oración del publicano y marcó el principio de una vida nueva. Mientras que el fariseo salió del templo más pecador, por su orgullo, pues oró con los labios, mas no con el corazón.
Es imposible que haga oración verdadera quien se jacta de ser justo, que cree no tener nada de qué arrepentirse y nada que agradecer a Dios. El fariseísmo es el cáncer de la oración, de la vida cristiana y de toda religión.
Es necesario verificar si ese mal convive con nosotros, pues sólo reconociendo la enfermedad se puede desear, pedir y recibir la curación. La autosuficiencia hipócrita induce a creer que se puede ser cristianos sin creer en Cristo, sin estar unidos a él, sin amar al prójimo; sin oración amorosa de presencia mutua con él, sin humildad, sinceridad y confianza. La oración es tiempo del corazón, tiempo de amistad y de relación personal con Dios.
La verdadera oración y contemplación nos impulsa a interesarnos en la real promoción de los valores del reino de Dios: la vida y la verdad, la justicia y la paz, la libertad y la solidaridad, el amor y la alegría. La oración se convierte así en amor social y en política evangélica. Empezando por la familia.
La oración verdadera nunca es tiempo perdido, sino el más rentable, porque renta para la vida eterna. Cuando oramos de corazón, Dios trabaja por nosotros, dando eficacia divina, liberadora y salvífica a nuestra vida y a las obras humanas de nuestras pequeñas manos, pues “Quien está unido a mí, produce mucho fruto” (Jn 15, 5).
Debemos tener un tiempo de oración en el que nos presentamos ante Dios libres de preocupaciones y trabajos, para que Dios pueda entrar en nuestras vidas, preocupaciones y trabajos, y les confiera valor eterno de salvación.
Con estas disposiciones tenemos que vivir sobre todo la Eucaristía. Es la oración más eficaz que podamos hacer por nosotros y por los otros, vivos y difuntos.
Necesitamos orar continuamente para vivir orientados hacia la Fuente de todo lo que somos, tenemos, amamos, gozamos y esperamos. Oración, jaculatorias, invocaciones, acción de gracias, adoración, petición de perdón… Ahí está la verdadera felicidad. Pruébalo.
En toda oración pidamos al Espíritu Santo que “ore en nosotros con gemidos inefables, pues no sabemos pedir como conviene” (Rom. 8, 26); y a María supliquémosle que presente a Dios nuestras oraciones como si fueran suyas.
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