Un día como hoy, un 24 de julio de 1783 a horas más
avanzadas de la noche, Simón Bolívar nació como el hijo de Juan
Vicente Bolívar y Ponte-Andrade, y su madre, María de la Concepción Palacios y
Blanco aristócratas de la ciudad de Caracas, sin imaginar que en los primeros
años de su infancia perdería a sus padres.
El ideal del libertador se formó a través del tiempo de la
mano de grandes influencias en su vida como el maestro Simón Rodríguez de
quién aprendió a amar la libertad y de quien aunque no fue su madre le enseñó a
desenvolverse en la vida y formó ese sentir inicial por la justicia, la
Negra Hipólita.
Pero sin duda alguna, sus grandes amores despertaron un
mayor compromiso con la independencia y la libertad, más allá de su esposa
María Teresa Rodríguez del Toro, Manuela Sáenz fue quien con su pasión le
encaminó aún más en el salvaje y difícil camino para dar un nuevo rumbo a Venezuela
y a Colombia.
“El sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce
mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de
estabilidad política”, fueron las palabras que utilizó Simón Bolívar mientras
instauraba el Congreso de Angostura en 1813 como un paso a la
constitución de una nación grande y libre.
Hoy la república lleva su apellido en uno de sus períodos
más sombríos y ni siquiera lo dejaron tranquilo en el sepulcro. Aunque es
difícil conseguir un erudito que valide una leyenda negra alrededor del Simón
de la Santísima Trinidad —apartando a las tres raíces—, la mayoría coincide en
sus defectos: ego desproporcionado, apetito por el poder, predilección por las
formas monárquicas y una capacidad visionaria más bien limitada
En su cumpleaños número 234, que pasará metido dentro de un
mausoleo que los memes de las redes sociales convirtieron en la pista de
patinaje ideal para Bart Simpson, cabría preguntarse si con Simón Bolívar
habría que emprender hoy un ejercicio de desacralización —para desandar la
exacerbación abyecta de su figura que inició la ideología en el poder hace 18
años— o ha llegado más bien la hora de otra reivindicación. Dicho de otra
manera: ¿vuelve a ser el Libertador un personaje simpático?
Si coincidimos en que Bolívar sigue siendo central en la
constitución de una identidad venezolana —si es que los venezolanos de 2016,
en medio de sus pesares cotidianos, conceden tiempo o importancia a una
identidad nacional o a la historia—, y atendemos a las mediciones de
encuestadoras como Datanálisis, queda la impresión de que pocos se tragan el
cuento de un hilo conductor entre el primer presidente de Colombia y Nicolás
Maduro, a través del conducto seminal de Hugo Chávez.
“Desde hace años ya ni se nombra a Bolívar. Fue un
recurso fácil de usar, sobreusar y exaltar hasta la ridiculez además de un
recurso retorcido para polarizar: si estas en la oposición eres
antibolivariano, ergo antipatria, pues Bolívar es la patria”
En todo caso, ¿merece Bolívar la desgracia bíblica
de que Venezuela lleve su apellido justo en uno de los períodos de
mayor crisis económica y debilidad institucional de su historia republicana, o
de que la moneda metálica con su efigie se haya devaluado hasta el extremo de
su absoluta inutilidad para intercambiarse por algo, o de que sus presuntos
huesos se exhibieran en un macabro striptease televisado hace ya seis años?
“Ciertamente destacó entre los protagonistas de entonces por sus miras altas y
por el desprendimiento de sus acciones, por su tenacidad de hierro, por las
hazañas militares y por el deseo de proponer instituciones capaces de iniciar
la sociabilidad republicana”, sopesa inclusive su muy crítico biógrafo Elías
Pino Iturrieta en El Divino Bolívar (2003), un ensayo crucial en el desmontaje
de la liturgia-orgía que ofició Chávez desde 1999 y que, hay que decirlo,
ilustra la inevitable desviación que nos induce a analizar el pasado al golpe
de las marejadas del presente.
Mentalidad autoritaria
Los historiadores consultados, en general, tampoco muestran
disposición a validar una leyenda totalmente negra que contrarreste la habitual
idealización del héroe intocable según el culto oficial. Aunque más o menos
coinciden en el diagnóstico de sus aspectos más sombríos: un ego
desproporcionado; inocultable apetito por el poder; predilección más o menos
abierta por las formas monárquicas, más allá de cierto barniz republicano;
y por supuesto, el genocidio documentado en su Decreto de Guerra a Muerte de
1813 —mucho antes de que se inventara la palabra—, cierto que en la etapa menos
reflexiva de su carrera militar.
“Una república ordenada, guiada por una élite,
mientras la educación y la prosperidad, que los cambios económicos de carácter
liberal implementaban surtieran efecto y el pueblo fuera hábil para gobernarse,
es la síntesis de lo que a lo largo de su vida mantuvo”.
“Nunca dejó de ser un hombre de su época, lo que no se dice
en son de crítica, sino porque difícilmente podría ser de otro modo. Su
mentalidad no trascendía mucho más allá del autoritarismo de cuño español”,
reflexiona la historiadora María Elena González Deluca, que no encuentra
demasiadas contradicciones en el pensamiento político de Bolívar: “Sus
preocupaciones esenciales son la ruptura con España, la defensa contra un
contraataque imperial y un gran tema, en definitiva: la gobernabilidad. El
control político de la sociedad. Su admiración por el modelo monárquico
británico es manifiesta. En el discurso de Angostura de 1819 apuesta por una
autoridad vitalicia: un ‘sol firme en su centro que da vida al universo’ que,
si bien no es hereditario, conserva la potestad de elegir a su sucesor. Un
monarca con una cantidad de atribuciones que pueden perfectamente convertirle
en tirano. Observa las elecciones y la alternabilidad como una puerta abierta a
la anarquía. Su republicanismo es más de nombre que de esencia, y lo plasmará
de nuevo en la constitución de Bolivia de 1826. El ciudadano que propone no
puede elegir a su poder ejecutivo. Que Bolívar es un monárquico no lo puede
tumbar nadie”.
“Tampoco podemos decir que es una figura que haya
impulsado el nacionalismo, no en nuestro sentido actual. Se consideraba el primero
de los ciudadanos colombianos”.
“Al principio se opuso a la independencia del Alto Perú,
pero la aceptó cuando conoció la propuesta de que un país completo llevara su
nombre: Bolívar, luego Bolivia. Imagínate, lo de Ciudad Trujillo en República
Dominicana queda como una minucia. Su concepción fue totalmente centralista,
tuvo un gran afecto por el poder y le encantaba ser centro de atención”, señala
el también profesor de Universidad Central de Venezuela (UCV) Daniel
Terán-Solano acerca del que se autodeclara dictador de Colombia luego del
fracaso de la Convención de Ocaña de 1828. Terán-Solano admite que, usando un
poco el fórceps, alguien pudiera argumentar la existencia de un cordón
umbilical entre la querencia monárquica de Bolívar y la reelección indefinida
de la reforma constitucional de 2009.
“Pero es cierto que no se le conocen los rasgos vesánicos o
enfermizos de otros caudillos militares, una acumulación grosera de los
beneficios de la autoridad. Quizás se deba a que nace rico. Como suele ocurrir,
su divinización posterior tiene una explicación racional y otra irracional,
derivada de casualidades, hados e imponderables. ¿Quién pudo haber sido el
Bolívar alternativo en el centro de nuestro imaginario? Quizás Sucre, Páez o
Miranda. Pero a diferencia de José Antonio Páez, o de Bernardo O’Higgins en
Chile, o de Andrés Santa Cruz en Bolivia, que lucharon por la independencia y
luego se atornillaron en el poder, Bolívar tuvo la buena suerte, por
decirlo de alguna manera, de morir en el momento indicado. Fue más
comandante que presidente. Además es exaltado luego como héroe presuntamente
sacrificado y desprendido dentro del contexto cultural del romanticismo”,
equilibra Terán-Solano, que, acerca del Decreto de Guerra a Muerte, cree que es
necesario diferenciar entre el Simón radical, jacobino, comecandela y torpe
estratega de la Primera y Segunda Repúblicas y el moderado y profundamente
conservador que regresa luego del exilio en Jamaica y la cura de humildad
recibida por el apoyo de una nación independiente con un presidente negro:
Haití.
“Bolívar fue muy de su clase. Le había exigido a su
hermana que vendiera sus propiedades y depositara el dinero en Europa porque
sabía que aquí perdería todo su valor”.
Ni socialista ni nacionalista
“—El pueblo en su engaño cree que la alta burguesía va a
llevarte flores al Panteón Nacional cada aniversario de tu muerte.
—¿Y entonces a qué van, pequeño compatriota?
—A asegurarse de que estés bien muerto, Libertador. Bien
muerto”.
El fragmento de “Canción bolivariana” de Alí Primera, cantor
popular fallecido en 1985, invita a reflexionar acerca de los vínculos que se
fueron tejiendo entre el prócer mitificado y cierta izquierda ñángara —entonces
cool por antiadeca— que creyó llegar finalmente al poder al montarse sobre la equívoca
tanqueta de Hugo Chávez. Da escalofríos pensar que, mientras Luis Herrera
Campins organizaba en 1983 los festejos del bicentenario del que el grupo Un
Solo Pueblo llamaba “un segundo Jesucristo”, una logia militar presuntamente ya
había trazado ante el samán de Güere la ruptura constitucional de 1992.
Descartada cualquier inspiración socialista en documentos públicos o privados
de Bolívar, evidentemente su utilización como fetiche tiene la pata larga por
el lado del nacionalismo, lo que también es cuestionable: de haber tenido una
vida política más larga, ¿cuánto tiempo se hubiera sostenido en la práctica su
proyecto de la Colombia confederada? ¿Hubieran realmente aceptado los
bolivarianos de hoy las órdenes emanadas desde las alturas por la “oligarquía
bogotana”?
“No hay ningún documento que exprese alguna idea de
Bolívar contraria a la propiedad privada o favorable a la emergencia de una
nueva clase social”.
“Por supuesto, no hay ningún documento que exprese alguna
idea de Bolívar contraria a la propiedad privada o favorable a la emergencia de
una nueva clase social. Es que ni siquiera estaba planteado. Su proyecto es
principalmente la organización de una maquinaria política y militar. Bolívar
fue muy de su clase. Le había exigido a su hermana que vendiera sus
propiedades y depositara el dinero en Europa porque sabía que aquí perdería
todo valor. Propone la abolición de la esclavitud, sí, pero como un recurso más
dentro de la campaña de captación militar. Tampoco podemos decir que es una
figura que haya impulsado el nacionalismo, no en nuestro sentido actual. Se
consideraba el primero de los ciudadanos colombianos. Nacionalista, en el
sentido de venezolano, más bien sería Páez, que además venía de abajo y tenía
más conexión popular. En cuanto a la tesis del supuesto antimperialismo
estadounidense de Bolívar, está apoyada en frases que servirían de ejemplo para
una lección magistral de tergiversación””, deja claro María Elena González
Deluca.
“Su concepción fue totalmente centralista, tuvo un
gran afecto por el poder y le encantaba ser centro de atención”.
“Entre el pensamiento del Libertador y el chavismo hay la
misma relación como la habida con todos los otros regímenes que se han
declarado bolivarianos”, señala Tomás Straka, recién incorporado como individuo
de número dentro de la Academia Nacional de Historia, repasando el trayecto de
un mecate que jala primero José Antonio Páez y luego en mucha mayor medida
Antonio Guzmán Blanco, antes de llegar a la guindada grotesca de Juan Vicente
Gómez, la rinoplastia oficial en sentido inverso que le practicaron con
Photoshop en 2012 y pare de contar.
“Todo depende de cómo se evalúe al chavismo. Si lo
consideras un paso adelante en la democratización de la sociedad y la
consolidación de la soberanía, naturalmente que puede considerarse heredero o
intérprete actual de un hombre que luchó por la abolición de la esclavitud, la
educación popular y la formación de un Estado-Nación. Pero viéndolo en
conjunto, parecen más las diferencias que las similitudes, con todo y lo
complejo del pensamiento bolivariano. Una república ordenada, guiada por una
elite, mientras la educación y la prosperidad, que los cambios económicos de
carácter liberal implementaban, surtieran efecto y el pueblo fuera hábil para
gobernarse, es la síntesis de lo que a lo largo de su vida mantuvo, a pesar de
los cambios, Bolívar. Tú verás qué tanto se parece eso al chavismo”, concluye
Straka.
“Observa las elecciones y la alternabilidad como una
puerta abierta a la anarquía. Su republicanismo es más bien de nombre que de
esencia, y los plasmara de nuevo en la Constitución de Bolivia de 1826. El
ciudadano que propone no puede elegir a su poder ejecutivo. Que Bolívar es un
monárquico no lo puede tumbar nadie”.
En todo caso, esas píldoras descontextualizadas de Gingko
Biloba en que han derivado los pensamientos de Bolívar parecen haber quedado
atrás luego de la sucesión cuasi monárquica —legitimada en las urnas— de 2013:
“Nicolás Maduro quizás no es un intelectual, pero sí un leninista muy ortodoxo.
Un socialista radical como jamás habíamos tenido en la presidencia de la
República”, sostienen pensadores como el joven politólogo Guillermo Tell Aveledo. “Desde hace unos años ya ni se
nombra a Bolívar. Desde la debilidad ideológica del chavismo, fue un
recurso fácil de usar, sobreusar y exaltar hasta la ridiculez, además de un
recurso retorcido para polarizar: si estás en la oposición eres
antibolivariano, ergo antipatria, pues Bolívar es la patria. Pero no se si les
cansó a ellos mismos”, se pregunta González Deluca. Quizás la del arado en el
mar se ha vuelto una imagen particularmente incómoda.
“Nunca dejo de ser un hombre de su época, lo que no se
dice en son de crítica, sino porque difícilmente podría ser de otro modo. Su
mentalidad no trascendía mucho más allá del autoritarismo de cuño
español”.
Simón Bolívar sin duda alguna forjó la historia y
pensando en eso, ahora Venezuela busca respirar el aire que respiró Bolívar
para luchar contra las fuerzas establecidas de la injusticia y la esclavitud.
Fuente: Notiespartano/ElEstímulo
No hay comentarios:
Publicar un comentario