Vasco Szinetar ©
Los arquitectos William Niño Araque, Oriol Bohigas y
Manuel Delgado, en el techo de la Torre Mene Grande
Por WILLIAM NIÑO ARAQUE
23 DE JULIO DE 2017 05:53 AM
Desde la distancia, el cañón del Valle de Caracas puede
considerarse como el espléndido escenario geográfico amurallado por la montaña
que le impide la salida al mar, y como un frondoso territorio interior en el
que ha crecido una brutal retícula urbana que, asombrosamente, niega la
existencia de los irregulares contornos montañosos. Caracas lleva implícita la
aventura de una tipología paisajística, que surge de los parques, jardines,
caminos en rampa, y cubiertas sinuosas que permiten la resonancia de las curvas
costaneras de la lluvia y del calor.
Sin embargo, Caracas es una ciudad interrumpida, porque,
desde los años 60 hasta hoy, se ha dejado de imaginarla y se ha comenzado a
proyectarla mal. En Caracas, la cuestión es más de tiempos que de espacios. Las
mareas de las épocas han subido y se han retirado, dejando, sobre la arena,
restos de lejanos naufragios. Es una ciudad que ha vivido de saqueos, después
de ruinas, y hoy, lamentablemente, pareciera sobrevivir a una inundación.
Aquí, a diferencia del espacio, que es opaco, el tiempo es
transparente; nadando por debajo del agua, por la verdadera ciudad sumergida,
se ven las claves de otros tiempos recientes, se ven los monumentos como
escollos, las ruinas como arbusto de coral. Es la ciudad que los hombres de la
primera modernidad imaginaron para un espacio, disputando sobre la forma de
obtener la salvación para la ciudad del futuro, la ciudad de hoy.
En Caracas, no existe solamente el tiempo de la arquitectura
o de la historia, sino también el de la naturaleza, mudable como el cielo, como
la luz, como los vientos intempestivos y las lluvias descomunales. Aquí el
paisaje entra en la ciudad como una brisa, y a lo largo de su tránsito, siempre
se hacen presentes los despeñaderos como bastiones espontáneos en el campo.
Desde su origen, las colinas y los pequeños valles del sur, como en un
archipiélago, han desplazado una ensambladura de promontorios y ensenadas:
arquitectura y paisaje, historia y naturaleza.
La geografía se convierte, así, en el primer reto para los
años que se aproximan; a través de ella, y de su entendimiento, se representa
otro tipo de experiencias dirigidas a proponer, sobre todo, una redefinición
física del territorio caraqueño: el modelado, en último término, del propio
suelo. Esta ciudad necesita proyectos basados en el trabajo directo sobre el
paisaje, un paisaje redescubierto, convertido así, en materia prima, en
posibilidad instrumental “recuperada”, capaz de propiciar al caraqueño nuevas
experiencias espaciales, y por lo tanto, arquitectónicas, sobre unos parajes de
conflictiva realidad, terrenos ambiguos seminaturales: la salida hacia la
Urbina, grandes bandas marginales de frontera, como la Autopista del Este;
cuando no vastas extensiones simplemente de desecho, como la llegada a Coche.
En este sentido, y profundizando en las condiciones con las
que habitualmente debe medirse buena parte de dichos proyectos, el centro de
una acción debería orientarse hacia diversas actuaciones en una estrategia de
reutilización, con fines de ocio, de paisajes reciclados. Una buena idea podría
ser recuperar los terrenos de las antiguas instalaciones industriales, dándole
algún sentido a esos “paisajes de residuos”, presentes a lo largo de la ciudad.
La Autopista sintetiza la memoria de lo caraqueño y el
emblema de su contemporaneidad, representa todo un universo formal diverso,
pero emparentado de elementos situados en un singular punto de encuentro entre
lo artificial y lo natural. El reto estaría pues, para el año que se inicia, en
inventar mecanismos de modelado para una topografía de onduladas siluetas,
“accidentes” proyectados, incorporados a una nueva geografía, sinuosos
meandros, canales, caminos, pasarelas, objetos de aleatoria configuración,
torreones, puentes, elementos infiltrados, casi depositados sobre el terreno.
Formas surgidas de una especial relación con el territorio
caraqueño, entendido hoy como una realidad abierta a latentes metamorfosis.
Nuevos recursos arquitectónicos, derivados, en buena parte de las recientes
preocupaciones ambientales, alejados de aquellos más familiares, tectónicos,
compositivos, axiales, durante largos años preferidos por una disciplina,
demasiado tiempo quizás, anclada prioritariamente en lo urbano.
Las ideas, como la ciudad, no pertenecen a ningún Alcalde y
mucho menos a las visiones partidistas. El conocimiento del espacio público lo
lideriza, inobjetablemente, la élite de sus arquitectos, ecólogos y urbanistas.
Las ideas, aquellas ideas futuras que harán diferente el porvenir respecto al
presente, simplemente no crecen, su modalidad de existencia no es biológica ni
botánica. La condición de las ideas urbanas, de su ser, es condición de
conflicto de debate y de conocimiento, surgen a través del calor y del frío de
la controversia, y a partir del choque de las mentalidades.
Hay una realidad que se impone como tal, pero que, sin duda,
debe ser revisada críticamente para poder ser “formalizada”, a través de una
ordenanza y de una nueva cultura de la ciudad. Cultura de la ciudad que no
corresponde a visiones partidistas, ni a institutos de urbanismo, ni a un grupo
de arquitectos. Cultura de la ciudad que corresponde a todos, al acuerdo que no
va a depender de aceptar el desorden como un hecho natural, pero, tampoco, de
planes y regulaciones que tengan poco que ver con el desarrollo de la realidad
a la que se refieren.
El enfrentamiento debe contribuir a esa discusión, se
requiere normar los “fragmentos de ciudad”, fragmentos que tratan, entre otras
cosas, de problemas que van desde el caos y las discontinuidades urbanas hasta
la arquitectura como hito y como evento urbano. Propuesta afortunadamente
otorgada a diecinueve arquitectos, en un esperanzador “laboratorio de
arquitectura”, previsible hoy para la ciudad de fin de siglo. De cualquier
manera, aceptar la idea de fragmento no significa creer en el desorden como fin
en sí mismo, sino en la posibilidad de crear un nuevo tipo de referencias para
que una nueva unidad e identidad caribeña sean posibles. Aspiramos que estos
fragmentos propuestos para el Municipio Libertador pretendan, finalmente, ser
alegorías de la ciudad.
Un proyecto de normativa para Santiago de León de Caracas,
debería superponer dos cuestiones, reordenar la periferia y estructurar un eje
para el siglo XXI, continuación del eje histórico, es decir, eje y periferia
como sinónimos de orden y desorden. Aquí, la unidad requerida por la idea de
continuidad del eje, está dada por la propuestas de “piezas urbanas”, que se
articulen con toda la ciudad, con la periferia y con el centro de Caracas de
hoy. Una Caracas que atesora como columna la Autopista que nace en el litoral y
culmina en Guarenas, Autopista entendida desafortunadamente como un incómodo
“patio de atrás”.
La Autopista, como fenómeno geográfico y formal, es uno de
los ejemplos de una nueva manera de intervenir en la ciudad y de cómo un
sistema de transporte puede crear referencias para el desarrollo de nuevas
formas de identidad urbana. Las Estaciones Urbanas, por ejemplo, podrían
corresponder a estaciones terminales que se prolongan en edificios para
oficina, centros comerciales, estacionamientos y servicios. La normativa debe
constituir un esfuerzo por convertir los simples edificios-estaciones en hitos
urbanos de un nuevo sistema de referencia; un caso opuesto y patéticamente
perdido constituye la abominable Estación de la Bandera. No se trata tanto de
actuar persuasivamente a través de una gran operación urbana, sino de convertir
esa operación en un nuevo y estimulante fenómeno de la cultura de la ciudad.
Desde otra perspectiva, aspiramos a que los pequeños
proyectos, Centros Multifuncionales, propuestos para las diecinueve parroquias,
se conviertan en cualificadoras piezas urbanas que le otorguen identidad a
zonas que actualmente se encuentran en vías de transformación. El hecho de
tener que cumplir con las normas particulares, que exige cada parroquia, da
lugar a la construcción de pequeñas ciudadelas, que intentan generar una
situación urbana específica para cada trozo de ciudad.
Si pensamos en la Caracas del siglo XXI, no se hace
solamente necesario resolver el problema de los ranchos. Aquí, los elementos de
referencia de la “ciudad del Caribe”, son el paisaje y la autopista, lo amorfo
se da por carencia de ciudad y por exceso de paisaje. Una normativa por lo
tanto debe reconstruir el paisaje, recurrir a la idea de la ecología y las
grandes ingenierías del territorio, las quebradas, los acantilados, los
puentes, los caminos, los faros y torreones. La imagen total es la
transformación del paisaje a través de una arquitectura de nueva escala.
Reconvertida en un evento social y crítico, la arquitectura
caraqueña del nuevo siglo debe aprovechar esta tendencia para desarrollar en
profundidad un nuevo rol, tratando de evitar el convertirse, solamente, en la
responsable del carácter persuasivo de fenómenos consumidos acríticamente. Lo
importante debiera ser que, como resultado de las nuevas relaciones entre el
espacio y el tiempo, la arquitectura de una Escuela de Caracas se pudiera
convertir en articuladora de una nueva cultura, pero de una nueva cultura que
sea expresión de este caluroso Caribe, de estos barrancos, de esta manera de
hablar, de la vida cotidiana de este maravilloso lugar.
Vasco Szinetar ©
William Niño Araque
Caracas, la malquerida
Nos resulta inevitable: pensar en Caracas nos trae a la
memoria la pasión y el pensamiento de William Niño Araque (1953-2010),
arquitecto, crítico de las artes, curador y pensador de la ciudad. El día de
Caracas, le recordamos, volviendo a publicar un texto suyo, publicado en estas
mismas páginas, el 24 de julio de 2001
Por WILLIAM NIÑO ARAQUE
23 DE JULIO DE 2017 05:43 AM
Caracas es un aro perimetral que, en su lado anverso,
esconde el jardín más gigantesco del mundo, el Litoral, mientras que en su
interior resguarda el cañón del valle central. Sin embargo, es una ciudad
fracturada. Durante los últimos veinte años ha sido duramente castigada, se ha
propuesto incluso el quiebre de su condición rectora, partiendo de la idea
anacrónicamente positivista que propone trasladar la capital al centro
geométrico del país. Caracas, víctima de una tragedia, remonta el nuevo siglo
con un doble desafío que debilita esa condición histórica y que establece un
clima de incertidumbre, cuya imagen se desprestigia en la región: hoy ocupa el
24° lugar de interés, para las grandes inversiones, entre las capitales de
Latinoamérica: con relación a su dimensión, es la 16°; en cuanto a la violencia
y la inseguridad, es la 1°; mientras que La Habana, Bogotá, San Juan de Puerto
Rico o Cartagena de Indias apuntalan sus presencias geográficas en el Caribe,
hacemos de Caracas, también, la víctima –o victimaria– de una descentralización
hacia dentro.
Inexplicablemente, olvidamos que esta ciudad constituye el
escenario de la inmensa fortuna de su historia instalada en su naturaleza
proverbial, invertida en infraestructura, resguardada en su potencialidad
turística y de servicios. La bizarra designación de un estado Vargas (1997), al
arrebatar el derecho y la responsabilidad caraqueña sobre el Litoral, plantea
una contradicción de consecuencias catastróficas que podrían concluir en la
inexorable pérdida de su frente marítimo y del puerto de La Guaira y del
aeropuerto de Maiquetía, como la oferta única que garantiza la mejor ciudad
implantada en el Caribe. Aquí surge el verdadero desafío: el derecho a la
reconstrucción del paisaje como parte insustituible de la Caracas de siempre.
Pues la catástrofe no está en la naturaleza, sino en las consecuencias de las
malas decisiones. Detrás de toda esta temible controversia, asumida a partir de
una iniciativa separatista acentuada por la malquerencia de la última
democracia, se esconde la clave del asunto: ¿hacer de Caracas la capital del
Caribe es un problema de Estado?, ¿es Caracas un prodigio de oportunidades para
el dominio de la geopolítica y el trueque de las riquezas?, ¿cómo neutralizar
la intención de un gobierno descentralizador para hacer de la ciudad lo que su
geografía demanda como una prioridad?
Si queremos hacer de Caracas una ventana al mundo, no por la
dimensión de las inversiones, sino por el ejercicio de la inteligencia, el
frente marítimo herido, su corazón monumental arruinado, extendido desde El
Silencio hasta Los Caobos, con una Hoyada invadida, impune y en ebullición y
sobre todo los tres paredones monumentales de miseria (Petare, Artigas y
Gramoven), corresponde a los sitios de la estrategia. Sin embargo, esta
estrategia nacional –que también es de la caraqueñidad– resulta imposible de
imaginar, a ningún plazo, si se mantiene fracturada entre tanta contradicción e
interés opuesto: un alcalde mayor encarnado hoy como patética carne de cañón,
resentido por la falta de solidaridad del Presidente mismo; una Autoridad única
absolutamente desconocida; un Centro Simón Bolívar protagonista de la más
absurda devastación; una acción que desmantela lentamente el Conavi, como la
garantía única para la dotación de servicios a esos paredones monumentales de
miseria; un ministro de Planificación y Desarrollo, cuya anacrónica ideología
de la economía hoy se orienta insistentemente a la satanización de la capital y
finalmente, nosotros, los caraqueños, testigos mudos y ausentes del derecho a
la territorialidad como una herencia prodigiosa que, sin embargo, se dilapida
ferozmente.
Si queremos una capital memoriosa, hay que abandonar tanto
prejuicio bucólico y calvinista, en torno a la gran ciudad, hay que abordar el
puerto y el aeropuerto, a los “viviendistas”, quienes solo piensan en la
contrariedad y la contingencia, hay que dar un paso adelante en la exigencia de
proyectar el espacio público de una ciudad que neutralice tanto ghetto y
marginalidad, es decir, diseñar la ciudad del ocio y del placer. Se trata, en
todo caso, de revertir la tendencia, prevenir la ciudad del siglo XXI, como la
capital de toda una región, ampliar su oferta más allá de los trabajos y los
servicios hacia el turismo y el placer, neutralizar la marginalidad que como un
fuego cunde, evidenciar un papel prioritario en la defensa de Caracas que
alejaría la intervención de todo impacto ambiental y violento y centraría su
eficacia en su disposición casi aleatoria o en la sorpresa que significa el
descubrimiento de esta ciudad al mundo, el descubrimiento de este paisaje olor
a salitre de la caraqueñidad.
Aurelio del Casar González
Alcachofas Casa de Campo
Caracas, la alcachofa
“Cierro los párpados ante la decadencia y la veo a través de
tus letras, en la madurez de mis días. El amor no se extinguirá en una casta
indiferencia mientras tenga deseos de soñarla acompañada por una urbanidad,
tejida, que honre su naturaleza. Buscaré adentro, con ternura, el corazón de la
alcachofa”
Por HELENA ARELLANO MAYZ
23 DE JULIO DE 2017 04:21 AM | ACTUALIZADO EL 23 DE JULIO DE
2017 04:35 AM
Cualquier cosa que digamos sobre las características
generales de
una ciudad, sobre su alma o su esencia, acaba
convirtiéndose de
forma indirecta en una confesión sobre nuestra vida y,
especialmente, sobre nuestro estado espiritual.
La ciudad no tiene otro centro sino nosotros mismos.
Orhan Pamuk
Caracas es como una alcachofa. Hay que deshojar la belleza
en el verdor de sus árboles. Encontrar lo tierno en el corazón de lo vivido
entre sus laderas. Evitar en la garganta el aruño del obsceno maltrato.
Caracas, la cada vez más vulnerable por dentro y combustible por fuera.
Literalmente, comía una alcachofa mientras pensaba en cómo
abordar escribir sobre el valle. Parto del detalle. De encararte, te prefiero
en tu ciudad, en “el verde que te quiero ver”. El mundo es grande, lo sé.
Tendrías tanto qué mostrarme; y sé yo disfrutaría mucho el andar a tu lado;
pero, primero vino, tu amada, Caracas, y después está todo ese mundo inmenso
que estamos por descubrir en lo “infinitamente pequeño”.
“Los lugares no son como las personas, de acuerdo, pero son
parte de nosotros, el escenario de nuestras vidas y el consuelo del tiempo ido.
He dicho muchas veces que el espacio es el depositario del tiempo, lo que finge
retener un poco lo que nunca vuelve ni tropieza, según Quevedo”, lo
dijo Javier Marías en El País, de España. Tú, para mí, eres Caracas. El
escenario que retiene lo que nunca “vuelve ni tropieza”. La ciudad de mis
afectos. Del dolor y del desgarro. De lo necesario cada vez más urgente, y lo
posible cada vez más lejano. ¿Acaso, “el lugar y uno”, no termina siendo el
espacio que se crea “entre dos”? Como en el amor: todo se centra en el espacio
que nos une y nos separa, el espacio para compartir con goce lo común y caminar
con paciencia las diferencias. No olvido aquel joven en la plaza de Los Palos
Grandes, en medio del “zafarrancho”, leía su libro recogido como un ovillo. Se
escuchaban gritos. Reinaba el desorden. Cerraban las rejas y los comercios. Él,
impávido, disfrutaba del espacio compartido entre su convulsa ciudad y el goce
de su lectura. Lo observé, con envidia.
A Caracas, aplasta verla convertida en un campo de batalla.
En vez de sentir las cosquillas de su brisa, soplan ráfagas de odio. El cuenco
convertido en olla, un hervidero de pasiones donde se revuelcan las furias
desatadas. Sus niños “de la calle” han tomado “las calles” para defenderla.
Liberarla. Yo, cobarde, huyo de la violencia. Alguien me preguntó sobre un
libro de un filósofo francés titulado La joie. Lo comencé,
respondí, pero se me quedó en Caracas, la alegría… de ver los
chaguaramos panzones y despelucados moviendo sus hojas al viento.
Una amiga, venezolana, vivía en Francia desde hacía más de
quince años. “Con los años en vez de sentir arraigo siento cada vez más
nostalgia”, me dijo. “Es que uno debe reconocer cuál es la geografía de su
alma, cuáles son los paisajes que la habitan”, le repliqué. “¿Para qué vuelves
a Caracas?”, me preguntó otro, “ese país no tiene nada que ofrecerte”. Mi amiga
tiene mucho que ofrecer, ella, a su país. Volvió decidida a activarse
políticamente. Quizá se decepcione, quizá encuentre el paraíso, perdido. Cierto
es que el “deseo” por alguien, por algo, ese motor que “afecta” no aparece
todos los días. De pronto, ella se sube a un peñero de ilusiones y se queda sin
gasolina, varada en un país devastado, o se le funde el motor y tiene que
retornar a París en remo. ¿Quién sabe?, pero el entusiasmo de hoy le pertenece.
Ella volvió para recorrer los accidentados parajes de su alma, transitar la
topografía de un valle quebrado, saqueado, donde clama la agonía, dictan las
pautas la sordidez, los improperios, los insultos, las mentiras, las
barbaridades, las vejaciones, las humillaciones, las palabras sin sustento,
devaluadas, pisoteadas. Ella, convencida, regresó a fin de encontrar tierra
fértil donde florecer. Caracas es fértil.
Mientras otras ciudades presentan proyectos ingeniosos para
rescatar franjas de tierra, áreas para resembrar naturaleza y posibilidad de
esparcimiento dentro y fuera de la periferia, a Caracas se le considera una
ciudad “verde”. Gracias a la nobleza de su montaña, aguantadora e inamovible,
coronada por las nubes, bañada por la generosidad inagotable de su clima y
bendita por la benevolencia persistente de sus vientos. Somos, los ciudadanos,
los llamados a sembrar el terreno con “mejor calidad de vida”. Plantar árboles
de paz. O seremos los responsables de ver desaparecer la posibilidad. El lugar
lo reclama y el tiempo lo exige. Se agota. La naturaleza se renueva, pero acusa
cansancio y fatiga. Es hora de irrigar al valle de ideas y acciones por parte
del hombre que hagan de Caracas una ciudad – realmente– fértil. Basta de
oportunidades perdidas.
Caracas es el lugar donde Jacques Lacan en 1980 pronunció:
“lalengua solo es eficaz al pasar al escrito”. La frase la escuché en boca de
un autor, psicoanalista, filósofo, en la presentación de su libro a la que
asistí por el título en el afiche de la vitrina de una librería: La
langue de l’amour. Me senté entre desconocidos y al escuchar el nombre de
Caracas, apareciste como un fantasma, sorpresivo, asomado. Doy risa.
Coincidirás es una frase digna de un escritor caraqueño que describe una ciudad
sin lengua. Quizá por eso, tantos otros escritores, habitan el Fervor
por Caracas. La quieren proteger, al pasar al escrito. Conservar su
memoria. Me has enseñado a quererla más. Cierro los párpados ante la decadencia
y la veo a través de tus letras, en la madurez de mis días. El amor no se
extinguirá en una casta indiferencia mientras tenga deseos de soñarla
acompañada por una urbanidad, tejida, que honre su naturaleza. Buscaré adentro,
con ternura, el corazón de la alcachofa.
En las relaciones frágiles y desvencijadas de la vida
cotidiana, no todos los habitantes de la ciudad exaltan el lenguaje, más bien,
lo maltratan tanto como a la urbe. Hoy la mayoría entona con vehemencia un
canto de LIBERTAD. Los habitantes libres, del valle, son fuente de jocosa
inspiración. En cada día que despierta, los pájaros amanecen exaltados,
alebrestados. Silban en diversas tonalidades, se preguntan, se responden,
danzan de un lado a otro, entre las ramas de los chaguaramos, los mangos, los
jabillos y todas las hojas verdes que circundan las cuadras a mi alrededor, las
que alcanza a ver mi vista desde un enorme ventanal. Son un espectáculo –de
vuelo– en libertad. Ellos no obedecen a un reglamento militar. No profesan
devoción a ideologías ni dogmas; solo persiguen el dictamen de su singularidad.
Baten sus alas hasta cumplir expansivos su ciclo vital. Son muestra de
algarabía colorida en un escenario de naturaleza indómita. La alegría que
merecemos, sobre todo los acallados ruiseñores, los jóvenes, la sangre
derramada por el albor de futuro.
Caracas son sus recuerdos. Sus reminiscencias al
desplazarnos. Fui a almorzar, con mi amiga caraqueña en un lugar con el mismo
jaleo, la misma comida, el mismo ambiente de los buenos años de Sabana Grande.
Observé retratada a la Caracas que yo conocí más joven, inclusive en las
presumidas parejas comiendo en restaurantes de moda en el barrio de Salamanca.
Sí, Caracas fue la altiva del continente, como una sevillana de velo y peineta.
Y, entre tanta vanidad moderna, fuimos marginando a aquellos que son parte de
la historia. Protagonistas oprimidos de este capítulo agobiante que vivimos,
con “sangre, sudor y lágrimas”: una segunda guerra de independencia. El mal se
arraiga en la porosidad del suelo propicio. Lo hubo. Lo hay. Debemos arrancar
la mala hierba, remover la tierra, abonarla, re-plantearla con ánimo de
integración. De encontrar una función “trascendente”, un justo medio. Una
visión transversal de ciudad.
Hoy llevo una camisa roja. Rojo bermellón. Tendré que
cambiarla por una negra, más tarde. Voy a una misa de muerto. En tu Caracas,
las misas de muerto son parte del “quehacer” de un mundo privilegiado. Hoy
lloramos todos. Juntos. Lloramos tantas muertes crueles, injustas e
injustificadas, por falta de medicinas, por hambre, por hampa. Por pura maldad.
Avaricia de poder. Venceremos el atropello con la fuerza natural del valle
tropical. Caracas vigorosa, ella no se deja doblegar. Retoña por doquier.
Las noches en Caracas hace tiempo dejaron de brillar,
titilan solo las estrellas. Son hoy más solitarias, sobre todo, más
encarceladas. Solamente juntos encontraremos la llave para salir de la celda a
caminar hacia un “país posible”, de legítimas oportunidades. En nuestra
Caracas, verde, paralizada, replegada por las noches, muerta en vida, parece
“no pasar nada” y “pasa de todo”. Lo siento en la pesadez en el alma, lo veo en
la aflicción del cuerpo de tantos, escucho el desespero en el verbo o el grito
ahogado en el silencio del pecho. Dos vertientes de un cuenco común. El espacio
es depositario del tiempo, solo que es silencioso y no cuenta nada. ¿O sí?,
hablan los escombros y las ruinas. Yo, un ser de verbo, escribo: hubo Caracas
en 1567, hay Caracas en 2017 como una alcachofa áspera y tierna en el corazón;
habrá Caracas… … pues “la ciudad no tiene otro centro sino nosotros mismos”.
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