Razón del nombre del blog

Razón del nombre del blog
El por qué del título de este blog . Según Gregorio Magno, San Benito se encontraba cada año con su hermana Escolástica. Al caer la noche, volvía a su monasterio. Esta vez, su hermana insistió en que se quedara con ella,y él se negó. Ella oró con lágrimas, y Dios la escuchó. Se desató un aguacero tan violento que nadie pudo salir afuera. A regañadientes, Benito se quedó. Asi la mujer fue más poderosa que el varón, ya que, "Dios es amor" (1Juan 4,16),y pudo más porque amó más” (Lucas 7,47).San Benito y Santa Escolástica cenando en el momento que se da el milagro que narra el Papa Gregorio Magno. Fresco en el Monasterio "Santo Speco" en Subiaco" (Italia)

miércoles, 26 de julio de 2017

En homenaje a mi inolvidable ciudad natal: Caracas: la ciudad interrumpida Como homenaje a Caracas por sus 450 años, presentamos un texto inédito de William Niño Araque, arquitecto, crítico, curador y pensador venezolano que se destacó por sus investigaciones y aportes al urbanismo, entre ellos el libro “Caracas cenital” de la Fundación para la Cultura Urbana, de la que fuera miembro directivo


Vasco Szinetar ©
 Los arquitectos William Niño Araque, Oriol Bohigas y Manuel Delgado, en el techo de la Torre Mene Grande 
Por WILLIAM NIÑO ARAQUE
23 DE JULIO DE 2017 05:53 AM
Desde la distancia, el cañón del Valle de Caracas puede considerarse como el espléndido escenario geográfico amurallado por la montaña que le impide la salida al mar, y como un frondoso territorio interior en el que ha crecido una brutal retícula urbana que, asombrosamente, niega la existencia de los irregulares contornos montañosos. Caracas lleva implícita la aventura de una tipología paisajística, que surge de los parques, jardines, caminos en rampa, y cubiertas sinuosas que permiten la resonancia de las curvas costaneras de la lluvia y del calor.
Sin embargo, Caracas es una ciudad interrumpida, porque, desde los años 60 hasta hoy, se ha dejado de imaginarla y se ha comenzado a proyectarla mal. En Caracas, la cuestión es más de tiempos que de espacios. Las mareas de las épocas han subido y se han retirado, dejando, sobre la arena, restos de lejanos naufragios. Es una ciudad que ha vivido de saqueos, después de ruinas, y hoy, lamentablemente, pareciera sobrevivir a una inundación.
Aquí, a diferencia del espacio, que es opaco, el tiempo es transparente; nadando por debajo del agua, por la verdadera ciudad sumergida, se ven las claves de otros tiempos recientes, se ven los monumentos como escollos, las ruinas como arbusto de coral. Es la ciudad que los hombres de la primera modernidad imaginaron para un espacio, disputando sobre la forma de obtener la salvación para la ciudad del futuro, la ciudad de hoy.
En Caracas, no existe solamente el tiempo de la arquitectura o de la historia, sino también el de la naturaleza, mudable como el cielo, como la luz, como los vientos intempestivos y las lluvias descomunales. Aquí el paisaje entra en la ciudad como una brisa, y a lo largo de su tránsito, siempre se hacen presentes los despeñaderos como bastiones espontáneos en el campo. Desde su origen, las colinas y los pequeños valles del sur, como en un archipiélago, han desplazado una ensambladura de promontorios y ensenadas: arquitectura y paisaje, historia y naturaleza.
La geografía se convierte, así, en el primer reto para los años que se aproximan; a través de ella, y de su entendimiento, se representa otro tipo de experiencias dirigidas a proponer, sobre todo, una redefinición física del territorio caraqueño: el modelado, en último término, del propio suelo. Esta ciudad necesita proyectos basados en el trabajo directo sobre el paisaje, un paisaje redescubierto, convertido así, en materia prima, en posibilidad instrumental “recuperada”, capaz de propiciar al caraqueño nuevas experiencias espaciales, y por lo tanto, arquitectónicas, sobre unos parajes de conflictiva realidad, terrenos ambiguos seminaturales: la salida hacia la Urbina, grandes bandas marginales de frontera, como la Autopista del Este; cuando no vastas extensiones simplemente de desecho, como la llegada a Coche.
En este sentido, y profundizando en las condiciones con las que habitualmente debe medirse buena parte de dichos proyectos, el centro de una acción debería orientarse hacia diversas actuaciones en una estrategia de reutilización, con fines de ocio, de paisajes reciclados. Una buena idea podría ser recuperar los terrenos de las antiguas instalaciones industriales, dándole algún sentido a esos “paisajes de residuos”, presentes a lo largo de la ciudad.
La Autopista sintetiza la memoria de lo caraqueño y el emblema de su contemporaneidad, representa todo un universo formal diverso, pero emparentado de elementos situados en un singular punto de encuentro entre lo artificial y lo natural. El reto estaría pues, para el año que se inicia, en inventar mecanismos de modelado para una topografía de onduladas siluetas, “accidentes” proyectados, incorporados a una nueva geografía, sinuosos meandros, canales, caminos, pasarelas, objetos de aleatoria configuración, torreones, puentes, elementos infiltrados, casi depositados sobre el terreno.
Formas surgidas de una especial relación con el territorio caraqueño, entendido hoy como una realidad abierta a latentes metamorfosis. Nuevos recursos arquitectónicos, derivados, en buena parte de las recientes preocupaciones ambientales, alejados de aquellos más familiares, tectónicos, compositivos, axiales, durante largos años preferidos por una disciplina, demasiado tiempo quizás, anclada prioritariamente en lo urbano.
Las ideas, como la ciudad, no pertenecen a ningún Alcalde y mucho menos a las visiones partidistas. El conocimiento del espacio público lo lideriza, inobjetablemente, la élite de sus arquitectos, ecólogos y urbanistas. Las ideas, aquellas ideas futuras que harán diferente el porvenir respecto al presente, simplemente no crecen, su modalidad de existencia no es biológica ni botánica. La condición de las ideas urbanas, de su ser, es condición de conflicto de debate y de conocimiento, surgen a través del calor y del frío de la controversia, y a partir del choque de las mentalidades.
Hay una realidad que se impone como tal, pero que, sin duda, debe ser revisada críticamente para poder ser “formalizada”, a través de una ordenanza y de una nueva cultura de la ciudad. Cultura de la ciudad que no corresponde a visiones partidistas, ni a institutos de urbanismo, ni a un grupo de arquitectos. Cultura de la ciudad que corresponde a todos, al acuerdo que no va a depender de aceptar el desorden como un hecho natural, pero, tampoco, de planes y regulaciones que tengan poco que ver con el desarrollo de la realidad a la que se refieren.
El enfrentamiento debe contribuir a esa discusión, se requiere normar los “fragmentos de ciudad”, fragmentos que tratan, entre otras cosas, de problemas que van desde el caos y las discontinuidades urbanas hasta la arquitectura como hito y como evento urbano. Propuesta afortunadamente otorgada a diecinueve arquitectos, en un esperanzador “laboratorio de arquitectura”, previsible hoy para la ciudad de fin de siglo. De cualquier manera, aceptar la idea de fragmento no significa creer en el desorden como fin en sí mismo, sino en la posibilidad de crear un nuevo tipo de referencias para que una nueva unidad e identidad caribeña sean posibles. Aspiramos que estos fragmentos propuestos para el Municipio Libertador pretendan, finalmente, ser alegorías de la ciudad.
Un proyecto de normativa para Santiago de León de Caracas, debería superponer dos cuestiones, reordenar la periferia y estructurar un eje para el siglo XXI, continuación del eje histórico, es decir, eje y periferia como sinónimos de orden y desorden. Aquí, la unidad requerida por la idea de continuidad del eje, está dada por la propuestas de “piezas urbanas”, que se articulen con toda la ciudad, con la periferia y con el centro de Caracas de hoy. Una Caracas que atesora como columna la Autopista que nace en el litoral y culmina en Guarenas, Autopista entendida desafortunadamente como un incómodo “patio de atrás”.
La Autopista, como fenómeno geográfico y formal, es uno de los ejemplos de una nueva manera de intervenir en la ciudad y de cómo un sistema de transporte puede crear referencias para el desarrollo de nuevas formas de identidad urbana. Las Estaciones Urbanas, por ejemplo, podrían corresponder a estaciones terminales que se prolongan en edificios para oficina, centros comerciales, estacionamientos y servicios. La normativa debe constituir un esfuerzo por convertir los simples edificios-estaciones en hitos urbanos de un nuevo sistema de referencia; un caso opuesto y patéticamente perdido constituye la abominable Estación de la Bandera. No se trata tanto de actuar persuasivamente a través de una gran operación urbana, sino de convertir esa operación en un nuevo y estimulante fenómeno de la cultura de la ciudad.
Desde otra perspectiva, aspiramos a que los pequeños proyectos, Centros Multifuncionales, propuestos para las diecinueve parroquias, se conviertan en cualificadoras piezas urbanas que le otorguen identidad a zonas que actualmente se encuentran en vías de transformación. El hecho de tener que cumplir con las normas particulares, que exige cada parroquia, da lugar a la construcción de pequeñas ciudadelas, que intentan generar una situación urbana específica para cada trozo de ciudad.
Si pensamos en la Caracas del siglo XXI, no se hace solamente necesario resolver el problema de los ranchos. Aquí, los elementos de referencia de la “ciudad del Caribe”, son el paisaje y la autopista, lo amorfo se da por carencia de ciudad y por exceso de paisaje. Una normativa por lo tanto debe reconstruir el paisaje, recurrir a la idea de la ecología y las grandes ingenierías del territorio, las quebradas, los acantilados, los puentes, los caminos, los faros y torreones. La imagen total es la transformación del paisaje a través de una arquitectura de nueva escala.
Reconvertida en un evento social y crítico, la arquitectura caraqueña del nuevo siglo debe aprovechar esta tendencia para desarrollar en profundidad un nuevo rol, tratando de evitar el convertirse, solamente, en la responsable del carácter persuasivo de fenómenos consumidos acríticamente. Lo importante debiera ser que, como resultado de las nuevas relaciones entre el espacio y el tiempo, la arquitectura de una Escuela de Caracas se pudiera convertir en articuladora de una nueva cultura, pero de una nueva cultura que sea expresión de este caluroso Caribe, de estos barrancos, de esta manera de hablar, de la vida cotidiana de este maravilloso lugar.



Vasco Szinetar ©
 William Niño Araque
Caracas, la malquerida
Nos resulta inevitable: pensar en Caracas nos trae a la memoria la pasión y el pensamiento de William Niño Araque (1953-2010), arquitecto, crítico de las artes, curador y pensador de la ciudad. El día de Caracas, le recordamos, volviendo a publicar un texto suyo, publicado en estas mismas páginas, el 24 de julio de 2001
Por WILLIAM NIÑO ARAQUE
23 DE JULIO DE 2017 05:43 AM
Caracas es un aro perimetral que, en su lado anverso, esconde el jardín más gigantesco del mundo, el Litoral, mientras que en su interior resguarda el cañón del valle central. Sin embargo, es una ciudad fracturada. Durante los últimos veinte años ha sido duramente castigada, se ha propuesto incluso el quiebre de su condición rectora, partiendo de la idea anacrónicamente positivista que propone trasladar la capital al centro geométrico del país. Caracas, víctima de una tragedia, remonta el nuevo siglo con un doble desafío que debilita esa condición histórica y que establece un clima de incertidumbre, cuya imagen se desprestigia en la región: hoy ocupa el 24° lugar de interés, para las grandes inversiones, entre las capitales de Latinoamérica: con relación a su dimensión, es la 16°; en cuanto a la violencia y la inseguridad, es la 1°; mientras que La Habana, Bogotá, San Juan de Puerto Rico o Cartagena de Indias apuntalan sus presencias geográficas en el Caribe, hacemos de Caracas, también, la víctima –o victimaria– de una descentralización hacia dentro.
Inexplicablemente, olvidamos que esta ciudad constituye el escenario de la inmensa fortuna de su historia instalada en su naturaleza proverbial, invertida en infraestructura, resguardada en su potencialidad turística y de servicios. La bizarra designación de un estado Vargas (1997), al arrebatar el derecho y la responsabilidad caraqueña sobre el Litoral, plantea una contradicción de consecuencias catastróficas que podrían concluir en la inexorable pérdida de su frente marítimo y del puerto de La Guaira y del aeropuerto de Maiquetía, como la oferta única que garantiza la mejor ciudad implantada en el Caribe. Aquí surge el verdadero desafío: el derecho a la reconstrucción del paisaje como parte insustituible de la Caracas de siempre. Pues la catástrofe no está en la naturaleza, sino en las consecuencias de las malas decisiones. Detrás de toda esta temible controversia, asumida a partir de una iniciativa separatista acentuada por la malquerencia de la última democracia, se esconde la clave del asunto: ¿hacer de Caracas la capital del Caribe es un problema de Estado?, ¿es Caracas un prodigio de oportunidades para el dominio de la geopolítica y el trueque de las riquezas?, ¿cómo neutralizar la intención de un gobierno descentralizador para hacer de la ciudad lo que su geografía demanda como una prioridad?
Si queremos hacer de Caracas una ventana al mundo, no por la dimensión de las inversiones, sino por el ejercicio de la inteligencia, el frente marítimo herido, su corazón monumental arruinado, extendido desde El Silencio hasta Los Caobos, con una Hoyada invadida, impune y en ebullición y sobre todo los tres paredones monumentales de miseria (Petare, Artigas y Gramoven), corresponde a los sitios de la estrategia. Sin embargo, esta estrategia nacional –que también es de la caraqueñidad– resulta imposible de imaginar, a ningún plazo, si se mantiene fracturada entre tanta contradicción e interés opuesto: un alcalde mayor encarnado hoy como patética carne de cañón, resentido por la falta de solidaridad del Presidente mismo; una Autoridad única absolutamente desconocida; un Centro Simón Bolívar protagonista de la más absurda devastación; una acción que desmantela lentamente el Conavi, como la garantía única para la dotación de servicios a esos paredones monumentales de miseria; un ministro de Planificación y Desarrollo, cuya anacrónica ideología de la economía hoy se orienta insistentemente a la satanización de la capital y finalmente, nosotros, los caraqueños, testigos mudos y ausentes del derecho a la territorialidad como una herencia prodigiosa que, sin embargo, se dilapida ferozmente.
Si queremos una capital memoriosa, hay que abandonar tanto prejuicio bucólico y calvinista, en torno a la gran ciudad, hay que abordar el puerto y el aeropuerto, a los “viviendistas”, quienes solo piensan en la contrariedad y la contingencia, hay que dar un paso adelante en la exigencia de proyectar el espacio público de una ciudad que neutralice tanto ghetto y marginalidad, es decir, diseñar la ciudad del ocio y del placer. Se trata, en todo caso, de revertir la tendencia, prevenir la ciudad del siglo XXI, como la capital de toda una región, ampliar su oferta más allá de los trabajos y los servicios hacia el turismo y el placer, neutralizar la marginalidad que como un fuego cunde, evidenciar un papel prioritario en la defensa de Caracas que alejaría la intervención de todo impacto ambiental y violento y centraría su eficacia en su disposición casi aleatoria o en la sorpresa que significa el descubrimiento de esta ciudad al mundo, el descubrimiento de este paisaje olor a salitre de la caraqueñidad.

Aurelio del Casar González
 Alcachofas Casa de Campo

Caracas, la alcachofa
“Cierro los párpados ante la decadencia y la veo a través de tus letras, en la madurez de mis días. El amor no se extinguirá en una casta indiferencia mientras tenga deseos de soñarla acompañada por una urbanidad, tejida, que honre su naturaleza. Buscaré adentro, con ternura, el corazón de la alcachofa”
Por HELENA ARELLANO MAYZ
23 DE JULIO DE 2017 04:21 AM | ACTUALIZADO EL 23 DE JULIO DE 2017 04:35 AM
Cualquier cosa que digamos sobre las características generales de
una ciudad, sobre su alma o su esencia, acaba convirtiéndose de
forma indirecta en una confesión sobre nuestra vida y,
especialmente, sobre nuestro estado espiritual.
La ciudad no tiene otro centro sino nosotros mismos.
Orhan Pamuk
Caracas es como una alcachofa. Hay que deshojar la belleza en el verdor de sus árboles. Encontrar lo tierno en el corazón de lo vivido entre sus laderas. Evitar en la garganta el aruño del obsceno maltrato. Caracas, la cada vez más vulnerable por dentro y combustible por fuera.
Literalmente, comía una alcachofa mientras pensaba en cómo abordar escribir sobre el valle. Parto del detalle. De encararte, te prefiero en tu ciudad, en “el verde que te quiero ver”. El mundo es grande, lo sé. Tendrías tanto qué mostrarme; y sé yo disfrutaría mucho el andar a tu lado; pero, primero vino, tu amada, Caracas, y después está todo ese mundo inmenso que estamos por descubrir en lo “infinitamente pequeño”.
“Los lugares no son como las personas, de acuerdo, pero son parte de nosotros, el escenario de nuestras vidas y el consuelo del tiempo ido. He dicho muchas veces que el espacio es el depositario del tiempo, lo que finge retener un poco lo que nunca vuelve ni tropieza, según Quevedo”, lo dijo Javier Marías en El País, de España. Tú, para mí, eres Caracas. El escenario que retiene lo que nunca “vuelve ni tropieza”. La ciudad de mis afectos. Del dolor y del desgarro. De lo necesario cada vez más urgente, y lo posible cada vez más lejano. ¿Acaso, “el lugar y uno”, no termina siendo el espacio que se crea “entre dos”? Como en el amor: todo se centra en el espacio que nos une y nos separa, el espacio para compartir con goce lo común y caminar con paciencia las diferencias. No olvido aquel joven en la plaza de Los Palos Grandes, en medio del “zafarrancho”, leía su libro recogido como un ovillo. Se escuchaban gritos. Reinaba el desorden. Cerraban las rejas y los comercios. Él, impávido, disfrutaba del espacio compartido entre su convulsa ciudad y el goce de su lectura. Lo observé, con envidia.
A Caracas, aplasta verla convertida en un campo de batalla. En vez de sentir las cosquillas de su brisa, soplan ráfagas de odio. El cuenco convertido en olla, un hervidero de pasiones donde se revuelcan las furias desatadas. Sus niños “de la calle” han tomado “las calles” para defenderla. Liberarla. Yo, cobarde, huyo de la violencia. Alguien me preguntó sobre un libro de un filósofo francés titulado La joie. Lo comencé, respondí, pero se me quedó en Caracas, la alegría… de ver los chaguaramos panzones y despelucados moviendo sus hojas al viento.
Una amiga, venezolana, vivía en Francia desde hacía más de quince años. “Con los años en vez de sentir arraigo siento cada vez más nostalgia”, me dijo. “Es que uno debe reconocer cuál es la geografía de su alma, cuáles son los paisajes que la habitan”, le repliqué. “¿Para qué vuelves a Caracas?”, me preguntó otro, “ese país no tiene nada que ofrecerte”. Mi amiga tiene mucho que ofrecer, ella, a su país. Volvió decidida a activarse políticamente. Quizá se decepcione, quizá encuentre el paraíso, perdido. Cierto es que el “deseo” por alguien, por algo, ese motor que “afecta” no aparece todos los días. De pronto, ella se sube a un peñero de ilusiones y se queda sin gasolina, varada en un país devastado, o se le funde el motor y tiene que retornar a París en remo. ¿Quién sabe?, pero el entusiasmo de hoy le pertenece. Ella volvió para recorrer los accidentados parajes de su alma, transitar la topografía de un valle quebrado, saqueado, donde clama la agonía, dictan las pautas la sordidez, los improperios, los insultos, las mentiras, las barbaridades, las vejaciones, las humillaciones, las palabras sin sustento, devaluadas, pisoteadas. Ella, convencida, regresó a fin de encontrar tierra fértil donde florecer. Caracas es fértil.
Mientras otras ciudades presentan proyectos ingeniosos para rescatar franjas de tierra, áreas para resembrar naturaleza y posibilidad de esparcimiento dentro y fuera de la periferia, a Caracas se le considera una ciudad “verde”. Gracias a la nobleza de su montaña, aguantadora e inamovible, coronada por las nubes, bañada por la generosidad inagotable de su clima y bendita por la benevolencia persistente de sus vientos. Somos, los ciudadanos, los llamados a sembrar el terreno con “mejor calidad de vida”. Plantar árboles de paz. O seremos los responsables de ver desaparecer la posibilidad. El lugar lo reclama y el tiempo lo exige. Se agota. La naturaleza se renueva, pero acusa cansancio y fatiga. Es hora de irrigar al valle de ideas y acciones por parte del hombre que hagan de Caracas una ciudad – realmente– fértil. Basta de oportunidades perdidas.
Caracas es el lugar donde Jacques Lacan en 1980 pronunció: “lalengua solo es eficaz al pasar al escrito”. La frase la escuché en boca de un autor, psicoanalista, filósofo, en la presentación de su libro a la que asistí por el título en el afiche de la vitrina de una librería: La langue de l’amour. Me senté entre desconocidos y al escuchar el nombre de Caracas, apareciste como un fantasma, sorpresivo, asomado. Doy risa. Coincidirás es una frase digna de un escritor caraqueño que describe una ciudad sin lengua. Quizá por eso, tantos otros escritores, habitan el Fervor por Caracas. La quieren proteger, al pasar al escrito. Conservar su memoria. Me has enseñado a quererla más. Cierro los párpados ante la decadencia y la veo a través de tus letras, en la madurez de mis días. El amor no se extinguirá en una casta indiferencia mientras tenga deseos de soñarla acompañada por una urbanidad, tejida, que honre su naturaleza. Buscaré adentro, con ternura, el corazón de la alcachofa.
En las relaciones frágiles y desvencijadas de la vida cotidiana, no todos los habitantes de la ciudad exaltan el lenguaje, más bien, lo maltratan tanto como a la urbe. Hoy la mayoría entona con vehemencia un canto de LIBERTAD. Los habitantes libres, del valle, son fuente de jocosa inspiración. En cada día que despierta, los pájaros amanecen exaltados, alebrestados. Silban en diversas tonalidades, se preguntan, se responden, danzan de un lado a otro, entre las ramas de los chaguaramos, los mangos, los jabillos y todas las hojas verdes que circundan las cuadras a mi alrededor, las que alcanza a ver mi vista desde un enorme ventanal. Son un espectáculo –de vuelo– en libertad. Ellos no obedecen a un reglamento militar. No profesan devoción a ideologías ni dogmas; solo persiguen el dictamen de su singularidad. Baten sus alas hasta cumplir expansivos su ciclo vital. Son muestra de algarabía colorida en un escenario de naturaleza indómita. La alegría que merecemos, sobre todo los acallados ruiseñores, los jóvenes, la sangre derramada por el albor de futuro.
Caracas son sus recuerdos. Sus reminiscencias al desplazarnos. Fui a almorzar, con mi amiga caraqueña en un lugar con el mismo jaleo, la misma comida, el mismo ambiente de los buenos años de Sabana Grande. Observé retratada a la Caracas que yo conocí más joven, inclusive en las presumidas parejas comiendo en restaurantes de moda en el barrio de Salamanca. Sí, Caracas fue la altiva del continente, como una sevillana de velo y peineta. Y, entre tanta vanidad moderna, fuimos marginando a aquellos que son parte de la historia. Protagonistas oprimidos de este capítulo agobiante que vivimos, con “sangre, sudor y lágrimas”: una segunda guerra de independencia. El mal se arraiga en la porosidad del suelo propicio. Lo hubo. Lo hay. Debemos arrancar la mala hierba, remover la tierra, abonarla, re-plantearla con ánimo de integración. De encontrar una función “trascendente”, un justo medio. Una visión transversal de ciudad.
Hoy llevo una camisa roja. Rojo bermellón. Tendré que cambiarla por una negra, más tarde. Voy a una misa de muerto. En tu Caracas, las misas de muerto son parte del “quehacer” de un mundo privilegiado. Hoy lloramos todos. Juntos. Lloramos tantas muertes crueles, injustas e injustificadas, por falta de medicinas, por hambre, por hampa. Por pura maldad. Avaricia de poder. Venceremos el atropello con la fuerza natural del valle tropical. Caracas vigorosa, ella no se deja doblegar. Retoña por doquier.
Las noches en Caracas hace tiempo dejaron de brillar, titilan solo las estrellas. Son hoy más solitarias, sobre todo, más encarceladas. Solamente juntos encontraremos la llave para salir de la celda a caminar hacia un “país posible”, de legítimas oportunidades. En nuestra Caracas, verde, paralizada, replegada por las noches, muerta en vida, parece “no pasar nada” y “pasa de todo”. Lo siento en la pesadez en el alma, lo veo en la aflicción del cuerpo de tantos, escucho el desespero en el verbo o el grito ahogado en el silencio del pecho. Dos vertientes de un cuenco común. El espacio es depositario del tiempo, solo que es silencioso y no cuenta nada. ¿O sí?, hablan los escombros y las ruinas. Yo, un ser de verbo, escribo: hubo Caracas en 1567, hay Caracas en 2017 como una alcachofa áspera y tierna en el corazón; habrá Caracas… … pues “la ciudad no tiene otro centro sino nosotros mismos”.

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