Doce Uvas para la Eternidad
El simbolismo de las Doce Uvas, que se comen al pasar de uno a otro ciclo anual, merece comentario… Me lo suscita el de María Luisa Becerra en facebook, que considero muy acertado, cuando propone reformar eso que podríamos llamar el “rito profano-burgués” de la Noche Vieja. Su propuesta es “respirar las 12 campanadas”, y escribe al respecto: “… quiero explicaros la trascendencia que tiene. Hacemos muchas cosas en la vida sin conciencia, sin permitir a nuestros sentidos que vibren más allá. La costumbre de comerse las 12 uvas me parece un cómico reflejo de nuestro nacimiento doloroso, prisas por acabarlas, ahogo, ¡alguien llega y yo no!, rivalidad, no puedo, voy a ser insuficientemente bueno, lucha, lucha……los granos que se me atraviesan y la boca llena de la piel de las uvas….¡Lo conseguí, pero no! me siento culpable… y nadie está en el momento presente sino en el próximo grano a tragarse. ¿Alguien había hecho este paralelismo con el principio de nuestra vida terrena? Es por eso que lo vamos a cambiar por la dulzura, unión, Presencia, amor, vida, paz y en donde TODOS GANAMOS y no hay que luchar, sin pasado ni futuro. INSPIRANDO EXHALANDO. ¡Bienvenido 2013 con facilidad y placer!”
Yo, desde luego, me sumo a tan acertadas consideraciones sobre las Doce Uvas de de esta Noche, en espera de comerlas muy pronto. Quiero apuntar a propósito de lo que explica María Luisa, que yo siempre me las he comido a mi ritmo, tranquilamente, respirando, disfrutándolas una a una (sin tragarme la piel ni los huesos, que no me gustan!), y pasando de los comentarios y las prisas de los comensales. Pero ante todo merece comentario el simbolismo de esta singular manducación, que ¡no es moco de pavo! El sentido del “Año Nuevo” está implícito en este rito especial, que nos remite al simbolismo del Número Doce, ampliamente comentado en La Ciudad Cautiva, con referencia a la cosmología.
En el caso de la Noche Vieja, las Doce Uvas que nos comemos (asociadas SIMBÓLICAMENTE -no literalmente- a las Doce Campanadas) son símbolo de los Doce Soles (uno para cada mes del año, o para cada signo zodiacal). En el hinduismo son los “Doce Adityas”, doce “dioses”, “signos”, “apóstoles” o “energías vivientes”, que aparecen simultáneos al final de cada ciclo (año,anillo, etc), para recapitular el tiempo sucesivo (tiempo “profano”, como diría Mircea Eliade) en el “sagrado instante” de la Eternidad. La Eternidad, siempre Presente en el Aquí-y-Ahora, es el Tiempo que no transcurre, el que siempre está siendo y nosotros con él. Al comernos las Doce Uvas, nos identificamos con Ello, con la Eternidad que somos, representada por el número Trece. Usando de la geometría para poder comprenderlo, situamos el número Trece en el centro de la Rueda Zodiacal, compuesta de los Doce Signos o “soles”, que representan el movimiento sucesivo. Ese cíclico fluir de los años, las estaciones, los días, las horas, los sucesos, los pensamientos y las emociones, sólo se hace comprensible cuando lo contemplamos desde la quietud y la Paz, respirando nuestra Presencia en el Aquí-y-Ahora, que con nosotros siempre está siendo. Así podemos vivenciar en cualquier momento el verdadero Año Nuevo, que ya no tiene nada que ver con el tiempo sucesivo. Año Nuevo que, como un Divino Niño naciendo de un Año Viejo (“Papá Noel”, Cronos con la guadaña, Saturno devorador de sus hijos, etc), nos situa en el estado de tranquilidad y goce. Con él renacemos a nuestra Inocencia.
Los encadenamientos simbólicos no tienen fin. Entre los muchos que aquí quedan activados (y no podemos comentar ahora) debemos por lo menos mencionar el de Jesucristo (Niño Divino, Sol de Justicia, Yo Verdadero) presidiendo la Santa Cena de los Doce Apóstoles, donde él, que es Dios, se entrega para ser comido como “pan” y “vino” (alimentos de Vida) en doce porciones. “Quien no come de mi cuerpo y bebe de mi sangre no puede tener la Vida Eterna”.
Evocación de "Las Uvas del Tiempo"
JOSÉ FÉLIX DÍAZ BERMÚDEZ | EL UNIVERSAL
martes 31 de diciembre de 2013
El 31 de diciembre de 1923, hace hoy 90 años, en una fría y solitaria noche en Madrid donde permanecía en ocasión a los homenajes que se le tributaron por su admirable obra: "Canto a España", Andrés Eloy Blanco escribió uno de los más recordados y significativos versos de literatura venezolana: "Las Uvas del Tiempo".
En medio de aquella noche singular en una: "gran ciudad histérica" –como la definió– donde hombres y mujeres se confundían en la alegría de las celebraciones, nuestro poeta se atrevió a confrontar en el recuerdo y en el sentimiento dos presencias entrañables suyas y de todos: a la madre y su tierra. Era, pues, el momento en el que todos se: "colocan las vendas", olvidando el pasado, disfrutando el presente para recibir el porvenir.
En un primer instante el poeta indicó que se encontraba solo, pero luego advirtió que no lo estaba al evocar a la madre distante y a la patria de todos. Observó la tradición de aquella tierra próxima: "las doce uvas de la Noche Vieja...", extrañando sin embargo que: "...aquí no se abrazan ni gritan: ¡FELIZ AÑO!, /como en los pueblos de mi tierra...". "¡Oh nuestras plazas, donde van las gentes/ sin conocerse, con la buena nueva!/ Las manos que buscan con la efusión unánime/ de ser hormigas de la misma cueva;/ y al hombre que está solo, bajo un árbol,/ le dicen cosas de honda fortaleza: / "¡Venid, compadre, que las horas pasan;/ pero aprendamos a pasar con ellas!", evocando también: "... el cañonazo en La Planicie, / y el himno nacional desde la iglesia, / y el amigo que viene a saludarnos: /"feliz año, señores", y a los criados que llegan/ a recibir en nuestros brazos/ el amor de la casa buena".
En su texto, Andrés Eloy exaltó la cena familiar, a los padres, a los hijos, a los íntimos amigos y a pesar que probó las: "ácidas uvas de la ausencia", su poema se iluminó de pronto al recordar: "mi casona oriental..." donde el parral crecido daba uvas también: "más dulces que la miel de abejas", uvas que pudieron salvarse de las: "avispas negras". Añoraba igualmente su infancia cuando permanecía en el estanque, "el corral con guayabos y almendros", "el corral con peonías y cerezas", "los grandes libros de la biblioteca", en la placidez de los años hermosos que formaron al hombre, en esa calidez humana que tanto le distinguió.
No obstante que las glorias de sus letras le llevaron a España a la que cantó de elevada manera a su cultura y a su historia, se preguntaba en su poema si se justificaba el no encontrarse cerca y cómo las aparentes grandes cosas resultaban pequeñas si se comparaban con lo entrañable y principal de la vida.
Mientras así reflexionaba, Andrés Eloy se definió entonces como: "un hombre en busca de un camino...", camino que encontraría plenamente en su obra literaria, ciudadana y política, al descubrir también, como lo hizo entonces, la vereda más próxima al afecto, al hogar, donde su imaginación y su poesía eran libres, "sin críticos".
"Las Uvas del Tiempo" constituye una de sus más altas y populares expresiones poéticas de Andrés Eloy Blanco con la que nos permite valorar a la madre, al hogar, a la patria, la que fue, la que es y debe seguir siendo en el gesto cordial que forma parte de la esencia de lo venezolano y que tanto nos caracterizó en otro tiempo, una patria fraterna, con expresión sincera de sentimientos y propósitos en los que todos participaban y que, en definitiva, es lo que identifica y fortalece a una nación: su encarnadura humana, su actitud ante los otros, su presencia en la vida, "el buen racimo" que señaló el poeta, producto de ella misma y de todos.
Tal es siempre el admirable testimonio que nos ofrece Andrés Eloy Blanco, a quien se hace necesario estudiar otra vez en este tiempo de inadmisibles negaciones para afirmar lo mejor del alma venezolana que no permite claudicar al deber, al verdadero patriotismo, al significado trascendente de nuestra existencia como individuos y como nación.
Jfd599@gmail.com
En medio de aquella noche singular en una: "gran ciudad histérica" –como la definió– donde hombres y mujeres se confundían en la alegría de las celebraciones, nuestro poeta se atrevió a confrontar en el recuerdo y en el sentimiento dos presencias entrañables suyas y de todos: a la madre y su tierra. Era, pues, el momento en el que todos se: "colocan las vendas", olvidando el pasado, disfrutando el presente para recibir el porvenir.
En un primer instante el poeta indicó que se encontraba solo, pero luego advirtió que no lo estaba al evocar a la madre distante y a la patria de todos. Observó la tradición de aquella tierra próxima: "las doce uvas de la Noche Vieja...", extrañando sin embargo que: "...aquí no se abrazan ni gritan: ¡FELIZ AÑO!, /como en los pueblos de mi tierra...". "¡Oh nuestras plazas, donde van las gentes/ sin conocerse, con la buena nueva!/ Las manos que buscan con la efusión unánime/ de ser hormigas de la misma cueva;/ y al hombre que está solo, bajo un árbol,/ le dicen cosas de honda fortaleza: / "¡Venid, compadre, que las horas pasan;/ pero aprendamos a pasar con ellas!", evocando también: "... el cañonazo en La Planicie, / y el himno nacional desde la iglesia, / y el amigo que viene a saludarnos: /"feliz año, señores", y a los criados que llegan/ a recibir en nuestros brazos/ el amor de la casa buena".
En su texto, Andrés Eloy exaltó la cena familiar, a los padres, a los hijos, a los íntimos amigos y a pesar que probó las: "ácidas uvas de la ausencia", su poema se iluminó de pronto al recordar: "mi casona oriental..." donde el parral crecido daba uvas también: "más dulces que la miel de abejas", uvas que pudieron salvarse de las: "avispas negras". Añoraba igualmente su infancia cuando permanecía en el estanque, "el corral con guayabos y almendros", "el corral con peonías y cerezas", "los grandes libros de la biblioteca", en la placidez de los años hermosos que formaron al hombre, en esa calidez humana que tanto le distinguió.
No obstante que las glorias de sus letras le llevaron a España a la que cantó de elevada manera a su cultura y a su historia, se preguntaba en su poema si se justificaba el no encontrarse cerca y cómo las aparentes grandes cosas resultaban pequeñas si se comparaban con lo entrañable y principal de la vida.
Mientras así reflexionaba, Andrés Eloy se definió entonces como: "un hombre en busca de un camino...", camino que encontraría plenamente en su obra literaria, ciudadana y política, al descubrir también, como lo hizo entonces, la vereda más próxima al afecto, al hogar, donde su imaginación y su poesía eran libres, "sin críticos".
"Las Uvas del Tiempo" constituye una de sus más altas y populares expresiones poéticas de Andrés Eloy Blanco con la que nos permite valorar a la madre, al hogar, a la patria, la que fue, la que es y debe seguir siendo en el gesto cordial que forma parte de la esencia de lo venezolano y que tanto nos caracterizó en otro tiempo, una patria fraterna, con expresión sincera de sentimientos y propósitos en los que todos participaban y que, en definitiva, es lo que identifica y fortalece a una nación: su encarnadura humana, su actitud ante los otros, su presencia en la vida, "el buen racimo" que señaló el poeta, producto de ella misma y de todos.
Tal es siempre el admirable testimonio que nos ofrece Andrés Eloy Blanco, a quien se hace necesario estudiar otra vez en este tiempo de inadmisibles negaciones para afirmar lo mejor del alma venezolana que no permite claudicar al deber, al verdadero patriotismo, al significado trascendente de nuestra existencia como individuos y como nación.
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