El Nacional 19 DE MARZO DE 2017
En el libro titulado Los Diarios de Emilio Renzi,
alter ego de Ricardo Piglia, el portentoso escritor argentino cuenta una
anécdota de sus 16 años, cuando cortejaba a Elena, una estudiante con la que
cursaba el tercer año de bachillerato. Un día caminaban por la calle y ella le
preguntó qué estaba leyendo. Él, que no estaba leyendo nada realmente
trascendente como para deslumbrarla, recordó que había visto días atrás en la
vidriera de una librería un libro que le llamó la atención. Era “La
peste”, de Albert Camus. Entonces le dijo: estoy leyendo “La peste”. Y ella,
emocionada, le preguntó: “¿Me lo prestas?”. ¿Qué hizo Piglia o Renzi? Cito
textualmente: “Me acuerdo que compré el libro, lo arrugué un poco, lo leí en
una noche y al día siguiente se lo llevé al colegio. Había descubierto la
literatura”. Piglia acota que el libro particularmente no le gustó, le pareció
demasiado alegórico, profundo, pesado, pero esa noche, y son sus palabras,
“algo cambió” (…) “Pienso a veces, si no hubiera leído ese libro, o si no lo
hubiera visto en la vidriera, o si ella no me lo hubiera pedido, no estaría
aquí”. Ese aquí es una obra memorable, un lugar rotundo en la
literatura latinoamericana. Ese aquí es un hombre que testimonia que llegó a
ser quién fue por los libros que leyó.
Y esta anécdota podría ser un buen comienzo para hablar de
las distintas formas que tienen los libros de llegar a nuestras vidas e iniciar
su proceso de sedimentación. Siempre funciona invocar a algún autor prestigioso
y dejar caer el brillo irrebatible de sus palabras. Pero estamos en Venezuela,
donde la normalidad ha sido expulsada de sus fronteras. Estamos en una
república en caída libre donde hoy sucede en su territorio insular, en su
asfixiado paraíso turístico, el milagro de una feria de libros, a pesar de
todo, a pesar de tanto.
Quizás muchos venezolanos se preguntarán cuán prioritario
puede ser una feria de libros en este momento tan estremecedor que vive el
país. ¿Por qué ocuparnos de ensayos, novelas, poemarios, cuando tantos
venezolanos están sumergidos en el oprobio de la escasez, la violencia y el
hambre? Justamente, porque también estamos viviendo una pavorosa escasez
de insumos culturales, porque el Estado ha convertido al verbo en violencia y
porque la incesante diáspora y el deterioro de nuestras instituciones
educativas han generado una descapitalización severa de conocimiento. Porque
hay hambre en el cerebro también. He allí lo medular de un evento como la Feria
Internacional del Libro del Caribe en Margarita. En estos momentos, donde la
barbarie parece imponer su aliento deletéreo, su voracidad, su espíritu
aniquilador, es donde más perentorio resulta invocar las sustancias
inmateriales que constituyen el lado luminoso de la especie. Quizás hoy más que
nunca necesitamos las aguas subterráneas de los libros. Arrojarnos a sus
páginas en busca de un punto de lucidez, de pozos de imaginación, de párrafos
de reflexión y sensibilidad que nos regresen al centro de nosotros mismos,
asomarnos a ellos en busca de la memoria humana que tanto tiene que decirnos
sobre totalitarismos, abismos sociales, ideologías, miseria y triunfo, voluntad
y redención. Todos los que habitamos la comarca de los libros lo sabemos.
Muchos de ellos nos sirven como analgésico, como alimento, como proteína, como
resguardo, y sobre todo, como ejercicio de vida y civilización.
Hemos sido arrasados durante los últimos 17 años por un
lenguaje que se pretende fundacional y solo ha inoculado diferencias,
resentimiento, fanatismo y una retórica nacionalista y patriotera que muy poco
ha abonado al equilibrio de las desigualdades. Por el contrario, somos hoy un
país herido, hostil y amargo. Si no nos acercamos a la inteligencia de los
otros, si no desarrollamos la dialéctica del entendimiento, seguiremos
fracasando como sociedad. Todo libro es un gesto admonitorio contra el silencio
y la domesticación. Es la victoria del alfabeto sobre los materiales bélicos.
Es una ventisca que atiza mentes y moviliza conciencias. En los libros se va
depositando la historia de la sensibilidad humana. Toda jornada de lectura
conmemora íntimamente el triunfo de las ideas sobre la ignorancia. Por eso, no
podemos permitir que nos expropien la roca madre del conocimiento.
Hoy en Venezuela el libro tiene una epidemia de obstáculos
en el camino. A ese colosal rival que es la tecnología y sus señuelos lúdicos,
hay que sumarle la abulia de un régimen que, a pesar de lo que proclama su
discurso oficial, en vez de privilegiar la lectura, la soslaya, la relega a un
rol ínfimo y subalterno. Hoy la crisis económica y el rígido control de divisas
han lesionado severamente a la industria editorial. Hoy la escasez de papel y
la descomunal inflación convierten el acto de comprar un libro en un gesto
suntuario, en una acrobacia monetaria. Hoy vemos cómo día a día van cerrando
más librerías que sucumben a la devastación colectiva. Pero también hemos visto
la reacción de los devotos de la lectura. Hemos sido testigos del tenaz
ejercicio de persistencia de las editoriales independientes. Hemos contemplado
el afán de algunas empresas privadas y el empeño de las distintas ferias de
libros que surcan el país como verdaderos nichos de resistencia ciudadana. Y
hemos visto también cómo, a pesar de la tormenta, o justamente por ella, los
escritores de este país siguen escribiendo más y más.
Creo en el poder de la palabra escrita. Lanzarle al cerebro
unos cuantos libros puede ser una gran estrategia de vida. Leer es una aventura
que merece ser masiva, que merece convertirse en virus y ritual cívico. Leer,
seamos claros, es tan subversivo como el sexo en la vía pública. Leer es la
gimnasia feliz del discernimiento. No hay mejor antídoto contra la oscuridad.
Cada vez que abres un libro, prendes un fósforo en la nada. Leer te hace
distinto. Leer es esa cabriola que te permite comprender, interrogar y avanzar.
Leer es entender que un orgasmo no necesita piel. Leer en tiempos donde el odio
impone su gramática es un acto de desobediencia civil. Leer como anticuerpo a
la hipnosis del poder. Leer para ser menos vulnerables. Leer para ser mejores,
en definitiva.
Un libro, cómo no insistir en ello, es un categórico acto de
civilización. Si queremos sorprender al hastío o deponer el abatimiento, allí
esa caja de palabras que convenimos en llamar libro. Ábrela, lánzate en su
estómago blanco, suprime el decoro y los prejuicios. En los libros está la
mejor reunión de aventuras que conozca el mundo. Es un club para la
inteligencia. Una clave para acceder al misterio de la belleza. Leer es una
montaña y una gota. Una zona de revelaciones. Leemos para entender la vida,
para convertirnos en ficción, para recuperar el asombro. Leemos para reinar en
la perplejidad y el conocimiento. El libro es el espectáculo portátil más
íntimo y poderoso que ha creado el hombre.
Por eso no deja de ser heroico que hoy, en una isla que es
cada vez más isla, sitiada por la crisis nacional en ocasiones de una forma aun
más perversa y dura que el resto del país, un pequeño enjambre de ciudadanos,
unos magníficos tercos, hayan decidido desde hace tres años organizar y crear la
Filcar. Esa idea, nacida en los espacios de la Universidad de Margarita y
dimensionada por un sólido equipo de colaboradores del ámbito cultural, ha
adquirido piso y estructura gracias al abrigo de empresas locales e
internacionales, organismos públicos, donaciones privadas y hasta esa nueva
forma de conseguir aliento que son las campañas de crowdfunding. Se repite,
así, por tercer año consecutivo una propuesta de país posible en la
comarca más hechizante del Mar Caribe. Y es imposible no aplaudir esta hazaña
realizada en mitad de los escombros que somos. Hoy, hay que decirlo, dentro de
los espacios de la Filcar, triunfa el país testarudo, el país luminoso, el país
que honra el conocimiento y la convivencia.
La experiencia milenaria de la lectura inaugura entonces una
nueva fiesta. Los libros son material inflamable que pueden y deben ser parte
de nuestra cotidianidad. Por eso no es poca cosa lo que ocurre hoy en la isla
de Margarita. Que todos seamos linterna y estímulo para que la Filcar se haga
cada vez más vigorosa. Que adquiera, en cada año por venir, aún más
consistencia y brillo. Que sea referente para que en toda la cuenca del Caribe,
y mucho mas allá, en todos los confines donde respiran los libros, se sepa que
somos muchos los venezolanos que insistimos en serle fiel a la belleza y al
prodigio de la palabra escrita, y que entendemos que leer no solo tiene
sentido, como reza el lema de esta feria, sino —más aún— leer proclama el
sentido homérico de la especie humana que es la creación y el triunfo simultáneo
de la razón y la imaginación.
*Este texto fue leído por Leonardo Padrón, en calidad de
pregonero de la Filcar
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