El Nacional 19 DE MARZO DE 2017
Elias Pino Iturrieta
Elias Pino Iturrieta
Nadie aprende de la experiencia ajena, dice el refrán. Sin
embargo, el recuerdo de sucesos que son esencialmente escandalosos, y que han
sucedido en latitudes que no son extrañas en épocas que no son remotas, puede
arrojar luz sobre aprietos del futuro, ocurridos en otros lugares, que
necesitan el acicate de una memoria dispuesta a utilizarlo. De allí la
referencia a la situación de los escritores mexicanos frente al régimen de
Gustavo Díaz Ordaz, en 1969, que hoy se hace aquí para ver si deja beneficios.
La información se toma de una muestra publicada hace poco por Guillermo
Sheridan en la revista Letras Libres.
Díaz Ordaz gobernaba el México de cercanías olímpicas,
contra las cuales conspiraba el descontento de los estudiantes frente al
crecimiento de la autocracia. El secretario de Gobernación era Luis Echeverría,
futuro presidente. Resolvieron detener a toda costa la creciente ola de
incomodidad, que traspasaba los límites de las protestas corrientes, empeño en
el cual llegaron al extremo de consumar la matanza de jóvenes en Tlatelolco.
Después del episodio ordenaron una represión de carácter general que detuvo las
manifestaciones de indignación, pero que dejó testimonios de rechazo y apoyo de
parte de los intelectuales más destacados. La correspondencia que entonces
cruzan dos cumbres de la escritura en lengua española, Octavio Paz y Carlos
Fuentes, que debemos a la recopilación de Sheridan, un autor que, por fortuna,
no deja de meter el dedo en llagas dolorosas, ilustra con creces sobre el
asunto.
Acerca de la vigilancia que entonces se realiza contra los
intelectuales sospechosos de disidencia habla Fuentes a Paz. Asegura que los
espías del régimen “rondan las casas” de Rosario Castellanos y de Fernando
Benítez, quienes han declarado contra la pavorosa matanza; mientras hacen
llamadas a media noche para interrumpir con amenazas el sueño de otros autores
que estaban indignados por lo sucedido. La situación llega al extremo de que se
pretenda impedir la entrada de Paz a París, escala del itinerario que realizaba
después de renunciar a su cargo de embajador en la India porque le espantaba la
idea de permanecer en la nómina oficial después del baño de sangre. Lo curioso
del punto radica en el hecho de que fuera el destacado historiador Silvio
Zavala, autor de importantes volúmenes de historia de América, quien propusiera
a las autoridades mexicanas el designio de entorpecer el viaje del poeta.
La posición de Zavala no fue insólita. De acuerdo con las
misivas que ahora leemos, un elenco de autores que formaban parte esencial del
trabajo intelectual lo acompañaron como puntales de la opresión. En la cabeza
de la nómina de ese repertorio estaban, “secundados por algunos locutores de
televisión”: Martín Luis Guzmán, “un pobre enano momificado”, Juan José
Arreola, Jaime Torres Bodet y Salvador Novo, a quien mis compañeros mexicanos
de entonces llamaban Nalgador Sobo. Lograron atraer la compañía de otros
colegas de relevancia, como Arturo Arnáiz, Gorostiza en silla de ruedas, Rufino
Tamayo y, en alguna ocasión, Juan Rulfo, quienes participaron en actos públicos
como acompañantes de Luis Echeverría. Veamos ahora la nómina de los disidentes,
a quienes segregaban y sometían al vilipendio: Octavio Paz, Carlos Fuentes,
Fernando Benítez, Rosario Castellanos, Arnaldo Orfila, Gabriel Zaid, Vicente
Rojo, Luis Buñuel, José Emilio Pacheco, Juan García Ponce, Luis Villoro, Daniel
Cosío Villegas, Ramón Xirau, Carlos Monsiváis, José Revueltas, José Luis
Cuevas, Jesús Silva-Herzog, Ricardo Guerra, Gastón García Cantú, Víctor Flores
Olea, Julio Scherer y Manuel Becerra Acosta. Una lista brillante, como lo era
también la de los perseguidores, si nos atenemos al contenido de sus obras.
Ante la profundidad de la arremetida, capaz de llegar a una
esperada extralimitación, Carlos Monsiváis, dice Paz, tiene la idea de iniciar
una cruzada de rescate de la literatura nacional que empezara por la defensa de
los poemas de sor Juana. Fuentes llega a escribir así: “Yo me siento habitante
de la Italia de Mussolini o de la Alemania de Hitler, primeras épocas”. Yo me
conformo con repetir la historia, por lo que le pueda reflejar en algún rincón
de nuestro espejo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario