ESCRIBO PARA RECORDAR QUE FUI FELIZ…
Orlando Viera-Blanco
Semanario ABC Marzo 17, 2017
Madrugo en casa. Hora de escribir ¿Cuál casa, sobre qué
escribo? Desconozco donde vivo realmente. Una extraña dimensión que sin
sentirla, lo ocupa todo. La incertidumbre. La resistencia. La lejanía.
“Padre por qué escribes”, pregunta mi hijo. Al rompe le respondo:
-Morocho ahora no, estoy ocupado -sic- ¿Ocupado de qué? Como sufro de déficit
de concentración, me veo atrapado en la pregunta… Súbitamente dejo de escribir
[de lo que todos escribimos, Trump, MUD, gobierno, su permanencia o salida] y
me invade un intenso dolor. No me quedó más…que escribir lo que ahora leerán.
Han pasado más de 30 años que viajo en este transitar entre
el espíritu y lo mundano: escribir. La verdad poco me he detenido a pensar por
qué lo hago. El escritor y crítico zaragozano, Félix Romeo, reflexiona en un
texto autobiográfico sobre sus inicios en la escritura y los motivos que le
llevaron a dedicarse a ella. “Escribo para vivir, para ser feliz, para leer
más, para que me lean; para decir mis verdades, mis mentiras, mis anhelos.
Escribo para expresar lo pensado, para dar mi versión de la historia o para
compartir una experiencia. Escribo por vergüenza, para cultivar, para cosechar
o para sentirme con vida. Escribo para no ocultar mi insatisfacción o por
remordimiento…” Pero una línea de Romeo, fue la que me cautivó: “Escribo para
alcanzar ese estado febril y fabril que es recordar…” ¿Recordar para qué? Para
no olvidar quien soy, quienes fuimos y quienes seremos. Porque en los últimos
18 años de supresión, un mejor futuro sólo se cree (y se crea), si se recuerda
lo que fuimos y no dejaremos de ser: gente feliz, decente y bregadora. Y esa
cédula de identidad, no nos la expropia nadie…
Consternado pero convencido que el despertar es inminente,
tengo la obligación de reanimar. Es recurrente el sembradío de pesimismo que llevamos
a flor de labios, por lo que hoy os quiero recordar. No somos lo que vemos ni
padecemos. Venezuela ha tenido historias buenas y malas, evolutivas o
regresivas, pero emancipadoras. Fuimos conquista, colonia, capitanía,
república, dictadura y democracia. En medio de cada episodio, hubo montoneras,
guerras, agites y represión. Pero salíamos a flote, además potenciados y
fortalecidos. De la ruralización de los 20, y 30, pasamos a la urbanidad de los
50, 60 y 70. Al país de “plantas, cemento y petróleo”. Caímos en los 80 y 90. Y
van tres lustros de bacanal y miseria. Pero el repunte llegará, precisamente
por lo que hay que reconstruir y resembrar.
El “código” sigue. Todos venimos de la capital o de
la provincia; de abajo hacia arriba, de un hermoso mestizaje. Tenemos
atavismos, pero redimibles. Hemos sido un país movilizado, industrioso,
urbanizado, educado, pero lamentablemente clientizado gracias a una tierra
generosa. No somos un pueblo malvado ni irrecuperable. Hemos tenido malos
gobiernos: celestinos, corruptos y ahora muy, muy violento. Pero la tiranía
tiene sus días contados porque la libertad es insaciable. No somos inmigrantes,
somos lugareños. No somos delincuentes, somos un noble matriarcado. No somos
“tronco torcido, ni enfermedad sin remedio”. Somos seres humanos mal liderados.
Los cretinos (dixit Pocaterra) son minoría, y a los gentiles mayoría. Lo que
nos falta es dejar brotar la humildad, para consensuar más.
Escribo para recordar que mi madre me ha
inculcado-juiciosamente-el buen ejemplo. Estudiar, ser un buen padre y un buen
esposo. Ella jamás ha pedido nada. Sólo reza por el bienestar de sus hijos, sus
amigos y su país. Mamá que conoció a papá de rural en rural… y él, galeno de
San José, huérfano de madre a temprana edad, criado entre 11 hermanos y un
canario incansable, el abuelo. En la mesa era un arte compartir bocado. Cada
mano servía la otra. Y nací y crecí en esa generosidad. Un niño libre, muy
libre; caminando cerros, jugando pelota o de veleta en veleta… Recordar tanto
albedrío y alegría, tanto amor y autonomía, no me deja caer y abandonar. Sin
duda Dios trajo al mundo a Venezuela como hija preferida, pero nos toca a
nosotros redimirla…
Escribo para no ocultar vergüenza por un presente que no me
siento libre de responsabilidad. Escribo para rendirle tributo a todos los
padres de mi generación que no merecen ver a sus nietos en tanta desolación.
Escribo para prometer a mis hijos que también serán libres, orgullosos de su
linaje, y que regresar a casa es inevitable. Escribo para sembrar confianza,
para no rendirnos. Escribo a mis amigos de la infancia, a mis compañeros de
aulas, a mis vecinos, a mis estudiantes, a mis hijos, a mis lectores, para que
no crean y reboten, cuentos ni de dominios, ni depresivos. Escribo porque te
pienso Venezuela, porque te recuerdo como no he visto otra pradera; porque no
es verdad que no hay salida o que la suerte nos abandonó. La suerte la hacemos
todos… Escribo para agradecerles a mamá y papá, el aprecio, compromiso y
respeto, que me sembraron por mi familia, por ustedes, por otra Venezuela.
Y escribo para que no olvidar quienes fuimos y quienes
seremos [felices], alertando que del país reciente, poco o nada escribiré, ni
en chiste ni en apariencia, porque no lo reconozco, porque no vale la pena.
¡Escribo porque falta poco!
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