Axel Capriles
Semanario ABC 24 de marzo 2017
Las máscaras de Terminator las
venden en todos lados. En mercadolibre.com las hay desde los $10.
Las vemos con frecuencia en
fiestas de carnaval y en películas de ficción. Los niños se divierten con
ellas. Pero ver máscaras de la muerte bajo los oscuros cascos de efectivos de
la Dirección General de Contrainteligencia Militar (DGCIM) en la Operación de
Liberación Humanitaria del Pueblo (OLHP) realizada el pasado viernes 11 de
marzo en Jardines del Valle, me causó peculiar desazón, una especie de
subrepticio escalofrío.
No sé si el uso de máscaras de la
muerte es una táctica policial habitual que sigue estándares internacionales,
como señaló el diputado oficialista Ricardo Sánchez en respuesta a las fotos de
Carlos Ramírez difundidas por Víctor Amaya. Yo me enteré por una alumna que me
escribió por WhatsApp enviándome la imagen: “¿Qué dice de esto, Dr. Áxel? ¡Qué
horror! Aquí se desataron todos los demonios”. Cuando leí la noticia y sentí la
pausada aceptación, la normalidad, con que las páginas noticiosas narraban el
operativo sorpresa con 250 uniformados armados que dejaron 9 muertos en la
búsqueda del Coqui, líder de una banda dedicada al homicidio, el secuestro y la
extorsión en las zonas de El Valle, El Cementerio y la Cota 905, pensé que,
ciertamente, vivíamos en un estado de posesión por la Sombra.
Permítanme, por ello, hacer una
breve aclaratoria conceptual de términos de psicología junguiana. C.G.
Jung llamó “sombra” al arquetipo del mal, a la destructividad, a la parte del
psiquismo que recoge lo sombrío y tenebroso, lo inadaptado, vandálico y
corrosivo en cada uno de nosotros. La “máscara”, por su lado, es la parte de la
personalidad con la que nos identificamos por motivos de adaptación al mundo
exterior, el segmento de la psique con que cubrimos nuestra interioridad y que
mostramos a los demás. Por lo general, los vicios, nuestra faceta lóbrega y
destructiva, se esconde en la opacidad el inconsciente, en la sombra. ¿Qué
pasa, sin embargo, cuando la maldad, lo sombrío, se convierte en máscara?
Primo Levi, superviviente de
Auschwitz, desarrolló el concepto de “zona gris” para describir una franja del
psiquismo en la vida los judíos que colaboraban con los nazis y contribuían a
su propia destrucción en los campos de exterminio. También Bruno Bettelheim y
Víctor Frankl estudiaron lo que llamaron “la identificación inconsciente con el
agresor”, un estado de indiferenciación en que agresor y víctima toman el mismo
rostro, la misma máscara de la muerte, adoptan el mismo comportamiento, se
identifican el uno con el otro. La “zona gris” dificulta el análisis moral
porque borra la frontera y normal distinción entre verdugos y víctimas, una
condición confusa propia del sistema de destrucción del totalitarismo.
En días pasados, caminando por
el Paseo de la Castellana, en Madrid, escuché el habla característica de unos
venezolanos. Volteé a verlos. Eran tres jóvenes, probablemente,
estudiantes, con buena apariencia, perfecto corte de pelo y lujoso vestir. Se
decían los unos a los otros: “-Dale guevón.” “-No joda, marico dale tú” “Coño,
marico, eres un mamaguevo. Échale bolas tú.” Y así prosiguieron con su
diferenciada y refinada conversación bajo los arces, magnolios, madroños y
cipreses del bulevar. ¿Qué nos dice el lenguaje de una sociedad? ¿Por qué se
extiende una manera de hablar que hace del insulto un intercambio amistoso y
jovial? ¿Por qué jóvenes de familias pudientes adoptan el habla de las zonas marginales?
¿Qué indica que la mímica y la retórica del malandro se haya extendido a todos
los niveles de la sociedad?
Cuando al lado de los 9 muertos
en un sólo Operativo de Liberación Humanitaria del Pueblo aparece la noticia
del hallazgo de 14 cadáveres en una fosa común en la Penitenciaría General de
Venezuela, cuando los secuestros y las violaciones dejan de ser noticia, cuando
un pueblo se acomoda a niveles instintivos de supervivencia y las formas de
vida que debían yacer en la “sombra” se convierten en máscara para la
adaptación, estamos ante un proceso de involución y regresión colectiva que es
muy difícil atajar.
Es una transformación profunda
que va más allá de la problemática económica y política, un movimiento con
inercia propia, autónomo. La paz y las formas políticas por las que lucha la
oposición democrática pueden ser arrasadas por este proceso de decadencia que
viene de más lejos y va más allá de Chávez y Maduro. Necesitamos grandes
gestos, ideas, imágenes y símbolos que puedan compensarlo.
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