Razón del nombre del blog

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El por qué del título de este blog . Según Gregorio Magno, San Benito se encontraba cada año con su hermana Escolástica. Al caer la noche, volvía a su monasterio. Esta vez, su hermana insistió en que se quedara con ella,y él se negó. Ella oró con lágrimas, y Dios la escuchó. Se desató un aguacero tan violento que nadie pudo salir afuera. A regañadientes, Benito se quedó. Asi la mujer fue más poderosa que el varón, ya que, "Dios es amor" (1Juan 4,16),y pudo más porque amó más” (Lucas 7,47).San Benito y Santa Escolástica cenando en el momento que se da el milagro que narra el Papa Gregorio Magno. Fresco en el Monasterio "Santo Speco" en Subiaco" (Italia)

domingo, 15 de diciembre de 2013

¡Por Dios! ¡Ese hombre necesita que el doctor Vethencourt lo vea de inmediato!

Drama en el consultorio

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Cuando exponíamos ideas para financiar la revista literaria Sardio (1958-1961), propuse seriamente comprar y curar los odres, llenarlos de manzanilla de Andalucía y venderlos en las inmediaciones del Nuevo Circo en tardes de toros. Mis compañeros me vieron con estupor y desconfianza y luego con la piedad con la que se mira a los débiles mentales. Quedó establecida mi inutilidad para hacer cualquier clase de negocios: comprar, vender, hacer intercambios; incursionar incluso en aquella economía del trueque que alguna vez propuso el difunto junto con los gallineros verticales y la ruta de la empanada como mecanismos eficaces para arruinar al país y obligarlo a hacer colas en los supermercados y pulperías: su mayor logro en catorce años de continuos disparates y despilfarros.
De hecho, el único aviso que conseguí para la revista fue uno de la gobernación en el que advertía que se suspendían todos los pagos por concepto de publicidad en revistas como la que lo estaba anunciando.
Con el mismo propósito de proteger la salud financiera de nuestra publicación, Rómulo Aranguibel (1933-1980), miembro de su consejo de redacción, poeta y estudiante de Psiquiatría declaró que podía solicitar un aviso a José Luis Vethencourt (1924-2008), su profesor y acreditado psiquiatra en la absoluta seguridad de que, siendo hombre de sólida cultura, no iba a negarse. Salvador Garmendia (1928-2001) pidió acompañarlo porque quería conocer a Vethencourt y yo me agregué por ociosa curiosidad.
Llegamos al consultorio y Rómulo con el aplomo de saberse en territorio conocido preguntó a la secretaria por el doctor Vethencourt. El doctor no estaba, pero la mujer fijó la mirada en Salvador y con voz suave pero firme y sin dejar de mirarlo dijo: El señor viene a la consulta, ¿verdad? No miró a Rómulo; tampoco a mí. Miró a Garmendia con el ojo de quien conoce las tribulaciones de las almas extraviadas y de los espíritus en zozobra. Y Salvador, visiblemente inquieto, hizo el amago de retroceder como si intentase huir y gritó, más bien, rugió: ¿Yo? Y moviendo los brazos, rechazando cualquier insinuación y negando con la cabeza seguía diciendo: ¡No! ¡No! ¡Yo no! ¡Claro que no! Y la secretaria, acostumbrada a semejantes situaciones y conocedora tal vez de otras más furiosas y encrespadas, adoptó de inmediato un aire persuasivo y conciliador. Se levantó del escritorio, avanzó hacia Salvador a quien veía ya acostado en el diván de José Luis Vethencourt y trató de calmarlo: ¡Tranquilo, serénese!  ¡El doctor Vethencourt no tardará en llegar!
Aranguibel y yo nada hicimos en defensa de Salvador. Nos reíamos por dentro y dejamos que la situación siguiera su curso en aquella antesala psiquiátrica en la que nuestro amigo luchaba contra el infortunio porque mientras más negaba no estar allí para ninguna consulta más solícita se mostraba la secretaria, lo que acrecentaba la angustia del presunto paciente y se reafirmaba en ella su disposición a dominar los ramalazos de terror que zarandeaban al futuro autor deMemorias de Altagracia.
De pronto, la mujer dio un paso a un lado y se aproximó a una mesita anexa como si quisiera tomar algo de ella, lo que Garmendia interpretó como la certeza de una inyección tranquilizante, tal como había visto hacer en el cine a pacientes que, estando sanos de la cabeza, quedan en irreversible estado catatónico hasta el final de la película, y retrocedió con violencia, abrió la puerta y salió del consultorio pegando lecos. Detrás salimos nosotros no sin antes mirar a la secretaria que, decepcionada más que desconcertada, solo atinaba a decir: ¡Por Dios! ¡Ese hombre necesita que el doctor Vethencourt lo vea de inmediato!

El sabio Vethencourt

Por Venezuela Real - 20 de Agosto, 2008, 11:26, Categoría: Testimonios

Elio Gómez Grillo
Ultimas Noticias
20 de agosto de 2008

José Luis Vethencourt (1924-2008) fue un venezolano de Trujillo, médico psiquiatra y profesor universitario. Ejerció la psiquiatría en la consulta privada y, recién graduado, en la penitenciaría general de Venezuela, en San Juan de los Morros. Fruto de sus experiencias en este penal, publicó un libro que contiene los informes de los estudios que realizó sobre la personalidad de los presos. Otra obra suya, Lo psicológico en la enferme dad obtuvo merecidamente el Premio Municipal de Prosa de Caracas a fines de los setenta. 

Es autor, además, de numerosas y excelentes monografías sobre temas sociales, psiquiátricos, criminológicos y penitenciarios, algunas publicadas y otras inéditas. Sus estudios sobre la delincuencia juvenil y sobre la clasificación criminológica de las constelaciones conductuales, figuran entre sus ensayos más calificados. 

Maestro sabio, Vethencourt escribió que "en el delito se resume la condición humana y siempre ha sido el crimen el compañero de la historia del hombre. Da la impresión –agregaba– que flotáramos en el delito, que aparece por todas partes casi risueño, casi legitimado". 

Por eso, ahondó en la temática criminológica y penitenciaria. 

Dictó la cátedra de Psicología Criminal en el posgrado de la Universidad Católica y fue uno de los históricos fundadores del Instituto Universitario Nacional de Estudios Penitenciarios (Iunep), dónde enseñó criminología. Participó en numerosísimos cursillos, foros, ciclos de conferencias, debates, sobre el tema. En 1958, a la caída de Pérez Jiménez, había sido el cerebro penitenciario del ministro Andrés Aguilar, y entonces presidió el logro de una verdadera reforma de nuestro sistema penológico. 

La voluntad de estudio, la experiencia laboral y académica y su privilegiada inteligencia hicieron que él fuese el maestro en el saber criminológico y penitenciario, no sólo del país, sino del mundo hispanoamericano y aún más allá. Porque fue original y creador, aportó concepciones propias e incorporó principios y postulados que han hecho escuela. Sabio y maestro por antonomasia, ofreció ejemplos de sencillez y aun de humildad, convirtiéndose en una referencia científica y ética imprescindible en el país. 

Acaba de morir. Su legado de humanidad y de sabiduría enriquece la patria de todos y la hacen mejor. Descanse, maestro y amigo. 

Editando lo inédito del inolvidable José Luis Vethencourt

Dimas Ibarra
Dimas Ibarra
Los tiempos que vivimos en esta convulsionada Venezuela están ávidos de la aparición del arquetipo del sabio tan bien personificado en el querido e inolvidable maestro para que en serenidad y profundidad nos encaminemos por la vía de la paz

Nota previa En un gesto de confianza que en el Centro de Investigaciones Populares nunca sabremos agradecer suficientemente, José Luis Vethencourt, inolvidable, nos entregó diez carpetas rebosantes de escritos autógrafos suyos para que dispusiéramos de ellas. "Hagan con eso lo que bien crean", nos dijo. Entendimos que ese "hagan" se refería a decidir sobre su publicación, pues la entrega vino después de que le hubiéramos pedido alguno de sus trabajos para incluirlos en un número de Heterotopía, nuestra revista.

Con la colaboración de A. Campos, emprendí la tarea de ir descifrando su apretada, sintética y tan rápida escritura de médico que obvia, con mucha frecuencia, trazos, tildes, comas y puntos como si las palabras hubieran tenido prisa en perseguir a las ideas que se les adelantaban, surgiendo brillantes de su extraordinaria capacidad creadora. Aprendí poco a poco a reconocer cada letra por su repetición, su contexto y su diferencia o parecido con otras. Afortunadamente no tacha mucho y corrige rara vez, porque ahí la dificultad aumenta dado que la corrección se incrusta entre lo ya escrito con letra diminuta de no fácil intelección. Parece que mientras escribía, o al releer lo escrito, se le ocurrían añadidos y explicaciones que remitía a unas notas en los márgenes y al final, las cuales era claro que debían ser intercaladas en ese punto marcado con un asterisco o con un número de orden.

Por lo que se puede ver, él, así, no interrumpía la corriente de su pensamiento que fluía como el agua clara de un río de montaña remansándose, sólo a veces para profundizar y ampliar un aspecto del tema que desarrollaba.

La rápida fluidez explica alguna rara y poco importante imperfección de gramática o de organización en alguno de los textos que se han corregido. Estos son muy variados tanto por el género al que pertenecen como por el estilo y la forma en que están redactados. Algunos son prólogos para libros cuyo autor se los ha solicitado, otros son conferencias, intervenciones en foros, artículos para revistas, esquemas de las clases de Psicología y Psiquiatría que claramente preparaba con esmero para la universidad o algún postgrado en el Hospital Vargas, proyectos políticos de partidos y gobiernos con los que en algún momento entró en relación. Se destacan por su indudable valor creativo y de profundidad los que parecen escritos sólo para expresar sus más profundas preocupaciones existenciales y como fruto de largas y detenidas reflexiones. Entre los textos más significativos se encuentran algunos poemas, demasiado pocos, y pensamientos sueltos expuestos en forma de breves aforismos, esos que, como decía fray Luis de León de sus versos, pueden verse cual "obrecillas que se me caían de las manos".

El estilo varía según el objetivo que el trabajo persigue y el público al que se dirige y va desde el narrativo, al expositivo y al aforístico ya señalado.

Siempre más allá De José Luis Vethencourt se puede empezar a hablar pero es difícil callarEl límite a la palabra lo ponen el tiempo, el espacio y los márgenes que se fije el hablante, no los temas, los valores de su existencia, los infinitos matices de su calidad humana.

Podemos enuclear todo ello, para darle unidad en torno a su profesión de psiquiatra, a su dominio de la psicología, a su integridad moral e intelectual, a su desempeño como universitario ilustre, a su honestidad como ciudadano o como padre y esposo y a muchos otros posibles centros de integración. Por mi experiencia personal y la compartida con muchos colegas y compañeros, enfocaré esta semblanza desde su magisterio pues fue maestro de muchos, fue mi maestro, sigue siendo nuestro maestro.

Como tal, en sus clases no entusiasmaba con un fugaz y lábil chispazo de genialidad. Lo suyo no era el fogonazo sino la suave iluminación morosamente detenida sobre los contenidos de la ciencia que ante nosotros desplegaba, estiraba y adelgazaba de modo que estos acabaran por volverse trasparentes al más allá de sí mismos y, así, pudieran ser contemplados en toda su integridad y profundidad. El pensamiento, de ese modo, accedía, rebasando toda descripción y explicación, a la comprensión de las razones de su existencia, a su significado y a su sentido. Entonces sí surgía el entusiasmo pero no como un movimiento de exaltación, sino como un hondo sentimiento de relación comunicativa plenamente lograda y de convicción.

Era un camino que él ya había recorrido, que siempre recorrió y que llegó a constituir el nervio dinamizador de su pensar, de su sentir y de su trato cálidamente humano, sencillo, humildemente claro para quienes entrábamos en relación con su persona. Vida y saber en él se fundían en un todo orgánicamente integrado. Eso era lo que percibíamos sus alumnos, lo que enseñaba más allá de los contenidos de sus lecciones académicas y lo que nos daba paz, plenitud, seguridad y confianza. Comunicaba aquella sabiduría que al decir de la Escritura (Eclo. 15,10) "la boca del sabio la pronuncia y el que la posee la enseña".

Hoy sigue prodigando su magisterio a través del saber que dejó fijado en sus escritos.

Leer cualquiera de sus textos es ir entrando, como en un viaje iniciático, en un mundo que nos parece familiar y poco sorprendente al principio para, lentamente, paso a paso, ir descubriendo el detalle inesperado, la observación que subvierte, la reflexión que desubica y la afirmación decidida de lo que replantea el tema desde otras raíces de cuya existencia quizás nunca habríamos sospechado.

No me detendré aquí en explicitar cómo ello es verdadero en los múltiples y variados aspectos de la idiosincrasia humana que estudió a lo largo de su recorrido intelectual, porque quiero dejar al lector que lo vaya experimentando y descubriendo, con satisfacción y gozo, como espero, en los escritos que esta publicación le ofrece.

Siempre consideró sus trabajos como ensayos, no tratados, dentro de la más clásica tradición de este género literario. El ensayo, en efecto, permite la investigación integral de un tema, esto es, en todos sus principales aspectos y con el nivel de profundidad del que sea capaz su autor, sin las limitaciones, reglas y rigidez a las que un tratado, por su afán de exhaustividad y pretensión de agotar el objeto en estudio, está expuesto. En el ensayo, el autor se encuentra de lleno comprometido y a la intemperie pues en él se muestra en su desnudez, aunque no lo parezca, el acervo de conocimientos acumulados y procesados a lo largo de toda su vida, aunados a la formación de su persona. Si todo ello es pobre en calidad, pobre será también el resultado. Si en cambio, el texto proviene de una historia de estudio sólido, amplio y responsable, de una inteligencia eximia y esclarecida y de una personalidad superior en calidad humana, el producto tendrá la excelencia que lo hará confiable y provechoso. No por nada el más alto pensamiento en la historia de la cultura ha sido expuesto por los grandes científicos, filósofos y escritores en general, en las muy variadas formas del ensayo.

En la nota preeliminar a su extraordinario libro sobre "Lo psicológico y la enfermedad" agradece al doctor Otto Lima Gómez "por haberle dado la oportunidad de expresarse en forma heterodoxa" en un congreso científico, según él muy "riguroso". De su trayectoria intelectual y de los testimonios escritos que nos quedan, no podemos sino deducir que nunca le tuvo miedo a la heterodoxia ni en el campo científico ni en el social ni en el político. Tampoco en la vivencia de su profunda religiosidad. No era su apertura a la heterodoxia la muestra de una clamorosa capacidad de crítica, rebeldía, o brillante afirmación de una conciencia individual. Nada más alejado de su personalidad que el clamor, la exhibición o el protagonismo.

Su heterodoxia era una humilde, confiada y atrevida fidelidad al sentido, esto es, al trasfondo último sobre el que se asienta y del que proviene la posibilidad de dar razón de la realidad que se estudia, más allá del cual no se puede ir sino dando un salto a una realidad absolutamente distinta. Al sentido no se accede por la ciencia sino por la filosofía y más allá, al sentido más radical, totalmente otro, por la fe. Heterodoxia como ortodoxia del sentido. De esta manera pudo ser libremente heterodoxo pero nunca hereje, el que rompe con los suyos, ni en la ciencia, ni en la filosofía ni en la religión. Libertad ponderada, razonada, serena y pausadamente masticada, saboreada y, así, plenamente asumida, que nos incitaba a no depender de teorías "validadas" y aceptadas, de conclusiones enfáticamente "demostradas", de métodos "infalibles" y de ese bagaje declarado como "científico", sino a cernirlo todo con detenida reflexión para, sin depreciar nada, tomar decisiones desde un convencimiento personal autónomo, apoyado sobre bases sólidas.

"La ciencia es siempre lo penúltimo, nunca lo último", nos repitió más de una vez en clase.

Por eso, nunca se quedó en lo penúltimo. Iba hasta el límite y después de luchar con él, lo traspasaba. Cuando en sus escritos de puño y letra, que tantas horas de desciframiento me han ocupado, la línea llega al final de la página y todavía sobra palabra, esta no se vuelve al siguiente renglón sino que se retuerce sobre sí misma descontenta con el límite, como si buscara superarlo yendo más allá. Me pareció siempre un buen símbolo del proceder de su pensamiento insatisfecho con lo dado, lo aceptado, lo supuestamente logrado, en procura de aquello que se oculta al otro lado de esa fachada que lo oscurece para liberar la luz que pueda alumbrar la complejidad del todo.

La complejidad de la que tanto se habla hoy como si fuera un descubrimiento y no la recuperación de lo constitutivo de la sabiduría perenne que para muchos, infatuados por las apariencias observadas con sistemática y súper controlada simplicidad, se les perdió por los caminos de un cientificismo mecanicista, simplista y deshumanizado, fue para José Luis la única, espontánea y libremente fluyente manera de pensar.

La complejidad ha sido siempre la cualidad del saber en los sabios, no en aquellos a los que Ortega calificó como "bárbaros ilustrados".

Pertenecen a una larga, amplia y fecunda tradición hispana, y venezolana en particular, los médicos que, a partir de su profesión bien ejercida y comprendida, desarrollaron una profunda sabiduría en ciencia y humanidades compleja y armónicamente integradas. José Luis, médico y humanista, ocupa un eminente lugar en ella. Fue, por tanto, un fiel adicto a la sabiduría, esa que no es acumulación erudita de información sino postura vital en la que razón, conocimiento y sentir se funden sin eliminarse y, de ese modo, se convierte en guía y modelo de humanidad. Permítaseme reproducir aquí lo que en su honor me atreví a pronunciar en ocasión del muy merecido homenaje que la Fundación Polar le rindió años hace: "Sabor y saber en condensación y síntesis rica y apretada, paladeo y regusto de sabores y saberes sopesados, decantados, discernidos, ahondados, destilados de la abundancia dispersa de nociones y sensaciones múltiples hasta la escasa sustancia esencial y concentrada que pide el saboreo placentero, pausado y nutriente, componen la plenitud de la sabiduría y del hombre afortunado por ella elegido, el sabio. La sabiduría del sabio, que es producción, adquisición y compenetración de personalidad a la vez, no se queda en él como un tesoro en su cofre, sino que, como dice el Eclesiástico: "es riada que crece y fuente de vida" (Eclo, 21,13). Se derrama, pues, en todo su derredor, fecundando el limo en el que medra toda clase de plantas, se trueca en savia que las nutre para que de ellas brote toda variedad de flores y maduren copiosos frutos. De ella hemos bebido y con ella nos hemos deleitado todos cuantos fuimos y seguimos siendo sus dichosos discípulos".

La búsqueda del sentido, la persecución incansable del sentido, la franca inmersión en el sentido, hicieron de él un indisciplinado y transdisciplinado filósofo. Sin someterse a ninguna disciplina y transcendiéndolas todas después de haberse demorado en ellas, la reflexión filosófica culmina el recorrido de su pensamiento dejándolo todavía abierto, sin embargo, a un más allá. La ciencia le obliga a la filosofía y ésta le conduce inexorablemente a la fe, no a la teología, como postura integral ante la vida, el universo, la totalidad de lo real y desde la fe y en la fe a la mística. Esta se explicita en sus textos más profundos, "El niño como místico: principio del éxtasis" y "Notas sobre la materia viva", pero se diría que late en todos ellos aun en los que desnuda, disecándola con un preciso bisturí analítico, la maldad humana.

No puede sorprendernos, por eso, que en el momento de su culminación vital se identificara con los grandes místicos de nuestra cultura. Al final de su vida, cuando ya se veía cerca del término de su recorrido terrenal, le oímos decir: "ahora no leo otra cosa sino a San Juan de la Cruz y a Santa Teresa", sumergiéndose en el sentido de esa realidad absolutamente otra, radicalmente transcendente. Quizás pensaba en la heterodoxia del gran místico que dibuja la subida al monte del Señor, donde el divinum silentium es "divina sapientia", por la senda de una total libertad, esa que reduce a nada "saber, consuelo, ciencia, gozos, gusto..." y por la que se llega al alto desde donde ya "no hay camino, que para el justo no hay ley" que es la única forma de arribar al ivge convivium, el perenne banquete, el eterno gozo del sentido último.

Los tiempos que vivimos en esta convulsionada Venezuela están ávidos de la aparición del arquetipo del sabio tan bien personificado en el querido e inolvidable maestro para que en serenidad y profundidad nos encaminemos por la vía de la paz y, así, por él desplazado, vaya velándose y regresando a las profundas cavernas de donde inesperadamente salió, con fuerza terrible y seductora, el del héroe guerrero que nos pretende avasallar y tanta violencia despierta.

Sirvan como cierre estos versos del himno de la Sabiduría que Ben Sira proclama en el Eclesiástico (24,7-9): "Por todas partes busqué descanso/ Y una heredad donde habitar/ Entonces el creador del universo me ordenó,/ El creador estableció mi morada:/ Habita en Jacob, sea Israel tu heredad".

Habita, sabiduría, en Venezuela, sea esta tierra tu heredad.

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