Razón del nombre del blog

Razón del nombre del blog
El por qué del título de este blog . Según Gregorio Magno, San Benito se encontraba cada año con su hermana Escolástica. Al caer la noche, volvía a su monasterio. Esta vez, su hermana insistió en que se quedara con ella,y él se negó. Ella oró con lágrimas, y Dios la escuchó. Se desató un aguacero tan violento que nadie pudo salir afuera. A regañadientes, Benito se quedó. Asi la mujer fue más poderosa que el varón, ya que, "Dios es amor" (1Juan 4,16),y pudo más porque amó más” (Lucas 7,47).San Benito y Santa Escolástica cenando en el momento que se da el milagro que narra el Papa Gregorio Magno. Fresco en el Monasterio "Santo Speco" en Subiaco" (Italia)

lunes, 19 de noviembre de 2012

Día de la Virgen de la Chiquinquirá, gran celebración en el país pero sobre todo en el Estado Zulia

La Pistolada de Hoy


Lectura Tangente
Notitarde 01/12/2012 

Así lo cuentan


Soledad Morillo Belloso
Se llamaba Zulia. Era la más hermosa princesa indígena. Hija del gran cacique Cinera, había nacido hacia 1538, en tierras del lago de Coquivacoa. Dicen que era fiel heredera de la prosapia de su padre, jefe sabio y justo. Dicen que Zulia tenía magia en su mirada, que su voz suavizaba las penas y que cuando caminaba esparcía bondad. Dicen que su padre la había criado para la gloria y la paz, no para la guerra. 

Cuentan que fue la "majayura" más paciente y la más ansiada. Todos querían casar con ella. Luego de un largo palabreo con la familia del mejor pretendiente, se hizo el matrimonio. La novia vistió la más espléndida manta, una cinta tejida sujetaba su cabellera y sus pies estaban adornados con borlas de mil colores.

A los pocos meses su cuerpo anunció prosperidad. Padre y esposo se llenaron de dicha. En la aldea hubo fiesta. Una tarde, mientras se estaba sola en el monte, sintió los dolores. Presintió lo peor. No habían transcurrido ni siquiera ocho lunas de las llenas. Cayó a tierra y todo su cuerpo se retorció en sudores y espasmos. Allí, sobre la misma tierra, a solas, comenzó a alumbrar. Horas y horas de sentir que el vientre se le partía en dos. En su soledad, temió la noche y el acecho de las fieras.

De rodillas, mordía un cuero para soportar y así no llamar al mal con los gritos. Pujar, pujar, pujar. Eso había visto hacer en la aldea a otras mujeres en igual trance. Tal fue su esfuerzo, que comenzó a desangrarse. Presintió la muerte y el miedo más intenso le invadió la vida. 

La sangre manó de su cuerpo. Fue tal la cantidad que cuentan que dio origen a un río nuevo con aguas rojizas que alimentaron al Catatumbo y lo hicieron más fiero. Sus gritos estallaron en la noche y taladraron el cielo como fogonazos de luz, el río se iluminó con un relámpago con cada grito. Esos haces de luz pusieron sobre aviso a las mujeres que Zulia estaba en grave peligro y que necesitaba ayuda. Alertaron a los hombres y una comisión de valientes se internó en el monte.

Despuntando el alba, la hallaron, en un charco de sangre, medio muerta, con un niño en los brazos que apenas se movía. Los llevaron a la aldea y allí la más vieja de las viejas ordenó ponerlos en la más alta de las hamacas. La anciana la desvistió, lavó al niño y a la madre, le puso cataplasmas de hierbas y escupitajos y les rezó. Ofreció cambiar su vida por las de aquellos dos cuyos corazones apenas palpitaban. 

Tres días y tres noches pasaron y madre e hijo debatiéndose entre la vida y la muerte. Un silencio de miedo profundo se posó sobre la aldea. Las hormigas cesaron en su andar y los animales callaron. La anciana seguía cuidándolos, colocando cataplasmas y rezando. El cuerpo inconsciente de la parturienta producía leche en sus pechos. El niño le fue pegado, para tentarlo a la vida. 

A la cuarta noche, cuando la luna se puso encinta, Zulia abrió los ojos. Vio a su hijo pegado en su pecho. Alargó la mano y rozó a la vieja que dormitaba a su lado. La anciana acercó sus arrugados dedos y le palpó la frente. Su piel estaba fresca y el niño había abierto los ojos. "Bobarey", balbuceó, indicándole así a la yaya cómo debía llamarse el niño.

Con el crío en brazos, la vieja caminó hacia el cacique Cinera. Lo miró y le dijo: "Él es tu herencia. Ella lo ha parido con dolor. Ese dolor lo ha marcado con el sello de la valentía". Se lo colocó en los brazos y se fue al monte, a morir con la dignidad de la promesa que debe ser cumplida.

A la muerte de Cinera, Zulia, viuda de un valiente, lucha en contra del conquistador español y se convierte en la primera cacica de su pueblo. En 1561, en combate, Zulia siente la daga de un español que sabía que ella no era una simple mujer sino la cacica. Herida de muerte la llevaron junto al hijo y allí a su lado murió. Dejaba un solo hijo, Bobarey. 

Por varios siglos, el nombre de Zulia se mantuvo en el corazón de todos, pero acallado. Cuentan que le temían y que ese miedo se convertía en terror cada vez que el relámpago estallaba en el cielo. Como en las narraciones bíblicas, se produjo un edicto que condenaba a muerte al niño. Para salvarlo, la hija de la yaya se lo llevó a tierras del otro lado del lago, en lo que hoy es Colombia, y allí lo crió. Años más tarde Bobarey, convertido en robusto y valiente hombre, volvió a su aldea y buscó al asesino de su madre. Se engarzó en pelea y venció pero, herido de gravedad, murió a las horas, pero en su tierra. Ese día el relámpago brilló más fuerte que nunca.

En 1824, en la unión de naciones que se conoció como Colombia, a la vieja provincia de Maracaibo se la convierte en departamento y se le nombra "Zulia", en honor a la corajuda princesa. Con el tiempo el departamento tornó en estado, un estado que lleva tatuado en su tierra el nombre de una mujer que amó y fue amada y que ofreció su vida por la libertad.

El silencio es el asesino de la democracia
Soledad Morillo Belloso 

(*) Comunicador social
E-mail: smorillobelloso@gmail.com
Twitter: solmorillob
www.soledadmorillob.blogspot.com

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