Teología de la liberación
Rafael María de BalbínLa teología es la ciencia de la Fe. Su punto de partida son las verdades reveladas por Dios. Y su instrumento ha de ser congruente con ellas. El materialismo dialéctico e histórico no es un método apto para hacer teología.
El núcleo ideológico marxista es el principio fundamental y determinante de las desviadas "teologías" de la liberación. El análisis marxista es inseparable de la «praxis» revolucionaria.
La verdad para el marxismo es solamente una verdad de clase, ya que la estructura fundamental de la historia está marcada por la lucha de clases: no puede haber neutralidad, objetividad ni universalidad de la verdad. De este modo la sociedad estaría constitutivamente fundada sobre la violencia, ley necesaria. La moralidad se disuelve al servicio de la lucha política revolucionaria.
Las consecuencias son sumamente nocivas para la vida cristiana. Siendo la lucha de clases la ley estructural fundamental de la historia, esta ley dividiría también a la Iglesia. Cuando se afirma que Dios se hace historia, y se anula con ello toda diferencia entre historia de la salvación e historia profana del mundo, lo que se está afirmando es simplemente la autorredención del hombre a través de la lucha de clases.
Toda la fe y la teología vienen subordinadas a la lucha de clases: el amor fraterno sólo será válido para con el "hombre nuevo" que surgirá de la revolución victoriosa. Se confunde al pobre de la Sagrada Escritura con el proletario de Marx. La Iglesia es iglesia de clase, del pueblo (oprimido), con opción exclusiva por los pobres. Se rechaza la estructura sacramental y jerárquica de la Iglesia, tal como Jesucristo la quiso. La Jerarquía y el Magisterio, son vistos como representantes de la clase dominante. El pueblo sería la única fuente de los ministerios sagrados. La Eucaristía sería simplemente una celebración del pueblo en lucha, la fe "fidelidad a la historia", la esperanza "confianza en el futuro", la caridad "opción exclusiva por los pobres".
Quienes no comparten la "praxis" partidista revolucionaria son excluidos de todo diálogo, como opresores. No importa la rectitud de la fe (ortodoxia), sino el compromiso revolucionario (ortopraxis). Y ése sería el único punto de partida para la Teología. La doctrina social de la Iglesia es desdeñosamente rechazada, como si fuera sólo un tímido remiendo.
Hay una nueva hermenéutica, una interpretación ajena a la Tradición y al Magisterio de la Iglesia; interpretación materialista y racionalista. Se lleva a cabo una relectura esencialmente política de la Biblia, desde el relato del Éxodo hasta el Magnificat de Santa María. El Reino de Dios aparece como de este mundo. Los dogmas de fe irían cambiando de contenido según los cambios de la historia y de la lucha revolucionaria. La misión y la muerte de Cristo son interpretadas en forma exclusivamente política, negando así la redención. La lucha de clases se presentaría dentro de la Iglesia como conflicto entre la Jerarquía y la "base".
Cuando la autoridad de la Iglesia reprueba los errores de estos falsos teólogos de la liberación, no está aprobando con ello la injusticia y la explotación. La Iglesia considera como tarea prioritaria la atención a los más pobres, y esto ha de hacerse en comunión con los Obispos y el Papa. Los teólogos han de atenerse a su misión de colaboración leal con el Magisterio de la Iglesia. Esta es universal, para todos los hombres, teniendo en cuenta "toda realidad humana, toda injusticia, toda tensión, toda lucha" (Juan Pablo II, 2-VII-1980).
Para remediar las injusticias es necesario emplear medios conformes a la dignidad humana. La violencia engendra violencia y degrada al hombre, a quien la sufre y a quien la practica.
La fuente de las injusticias es el corazón de los hombres, que ha de renovarse por la conversión interior. El "'hombre nuevo" no viene de la reforma de las estructuras, sino del Espíritu Santo. Es preciso convertirse a Dios, que es el Señor de la historia.
El verdadero camino para el mejoramiento de la sociedad es apoyarse en el Evangelio y en su fuerza de realización. Para ello hay que recuperar y potenciar el valor de la enseñanza social de la Iglesia, abierta a todas las cuestiones nuevas. Esa enseñanza contiene sólo las grandes orientaciones éticas. A los laicos, comunes fieles cristianos, corresponde el primer puesto en su puesta en práctica.
Si los cristianos sabemos ser fieles a la fe, y esmerarnos en el amor a Dios, seremos, en frase del Papa Pablo VI y de la Conferencia de Puebla, los constructores de la "civilización del amor".
E-mail: rafaelbalbin@yahoo.es
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