Una noche trágica para la patria
RICARDO GIL OTAIZA | EL UNIVERSAL
viernes 25 de julio de 2014 12:00 AM
La figura de Francisco de Miranda es arquetípica del héroe truncado; de aquel que estando predestinado para acometer una tarea trascendente e histórica, que producirá un necesario punto de inflexión en el destino de un pueblo, una mala pasada cercena de un solo tajo su devenir echándolo todo por la borda, hasta hacerse cuento, y luego leyenda. Se pierde de vista el ingente cúmulo de páginas que a lo largo de las décadas se han ido acumulando en torno a la figura de Miranda, transformándose en personaje de ficción, al ser tomado por los narradores para desde su compleja travesía vital construir mundos ideales, a la vez que posibles e imaginables.
Hace 3 años salió al mercado editorial hispanohablante una novela del escritor español (de origen canario) J.J. Armas Marcelo, titulada La noche que Bolívar traicionó a Miranda (Narrativas Históricas Edhasa, 2011), en la que se nos cuenta las trágicas horas vividas por el generalísimo desde que capitulara ante Domingo Monteverde, aquella madrugada de su detención por parte de los republicanos (sus subordinados en armas, con el coronel Simón Bolívar a la cabeza, quienes lo acusan de traición a la patria y de pretender huir con el patrimonio de la República), la inmediata reclusión en los calabozos del Castillo de San Carlos en La Guaira, hasta su vil entrega al sanguinario jefe realista (a cambio de los salvoconductos para la salida de Venezuela de los complotados), su paso por el Castillo de San Felipe en Puerto Cabello, la partida hacia la fortaleza de El Morro en Puerto Rico y la reclusión final en el penal del arsenal de La Carraca, Cádiz, en el piso alto de las Cuatro Torres, lugar en el que falleciera a causa de una apoplejía el 14 de julio de 1816.
Interesante sin duda este libro, que busca con pasión histórica revivir los últimos momentos de Francisco de Miranda, sin desdeñar, como se ha de suponer, por tratarse de un personaje con una vida exultante, los episodios cumbres de su agitada existencia. Se detiene Armas con milimétrica precisión en todo aquello que nos dibuje la personalidad de Miranda, auscultando su pensamiento, sus numerosos escritos, su pasión libresca, sus sueños de libertad cercenados por la incomprensión y traición de su entorno. Ante nuestros ojos se nos muestra un hombre en plena vejez (63 años), pero con una inmensa fortaleza física moldeada en los más intrincados escenarios mundiales: España, Estados Unidos, Asia Menor, Rusia, Atenas, Hungría, Venecia, Roma, Estambul, Crimea, San Petersburgo, Inglaterra y París. Su relación con los más importantes personajes de su tiempo, entre quienes se cuentan George Washington, Samuel Adams, Hamilton, Knox, Napoleón Bonaparte, la emperatriz Catalina II y William Pitt. Su osadía al burlar a lo largo de su existencia la permanente persecución del Santo Oficio, su famosa defensa hecha ante un tribunal revolucionario francés que lo acusa de ser el responsable de la pérdida de Neerwinden, que lo libra milagrosamente de la guillotina, sus fallidos desembarcos en Venezuela, el primero el 27 de abril de 1806, cuando a bordo del Leander llega a las costas de Ocumare y es atacado por los barcos españoles Argos y Celoso, teniendo que huir hacia Barbados. Y luego, el 2 de agosto del mismo año, cuando desembarca en La Vela de Coro e iza la bandera tricolor después de tomar el fortín. Pocos días después se marcha hacia las Antillas. A finales de 1810 llega Miranda de nuevo a Venezuela y se incorpora de inmediato en el movimiento secesionista y es nombrado teniente general de los ejércitos de Venezuela y se incorpora también en la Sociedad Patriótica. En 1811 firma el Acta de Independencia. Un año después es designado jefe de Tierra y Mar de la Confederación de Venezuela y pocos meses después deviene la hora aciaga de la capitulación ante Monteverde lo que trunca su destino.
En estas memorables páginas de Armas Marcelo nos retrata a Francisco de Miranda como al héroe por antonomasia: el hombre que no cejó ni un solo minuto de su existencia en urdir la liberación de Venezuela del imperio español, el hombre que soñó con cambiar el nombre de América por el de Colombia y hacer de todas estas naciones una gran mancomunidad que nos daría representatividad y fuerza geopolítica; el hombre que se vio obligado a capitular ante su más enconado adversario para así evitar una degollina inútil en el suelo patrio. Miranda, el hombre incomprendido en su grandeza, y cuyo legado marcó para siempre nuestro destino; y el suyo también, al tener que morir miserablemente en una cárcel española, sin auxilios espirituales y quedar su cuerpo perdido en una fosa común. Venezuela aguarda aún por sus restos mortales.
rigilo99@hotmail.com
@GilOtaiza
Hace 3 años salió al mercado editorial hispanohablante una novela del escritor español (de origen canario) J.J. Armas Marcelo, titulada La noche que Bolívar traicionó a Miranda (Narrativas Históricas Edhasa, 2011), en la que se nos cuenta las trágicas horas vividas por el generalísimo desde que capitulara ante Domingo Monteverde, aquella madrugada de su detención por parte de los republicanos (sus subordinados en armas, con el coronel Simón Bolívar a la cabeza, quienes lo acusan de traición a la patria y de pretender huir con el patrimonio de la República), la inmediata reclusión en los calabozos del Castillo de San Carlos en La Guaira, hasta su vil entrega al sanguinario jefe realista (a cambio de los salvoconductos para la salida de Venezuela de los complotados), su paso por el Castillo de San Felipe en Puerto Cabello, la partida hacia la fortaleza de El Morro en Puerto Rico y la reclusión final en el penal del arsenal de La Carraca, Cádiz, en el piso alto de las Cuatro Torres, lugar en el que falleciera a causa de una apoplejía el 14 de julio de 1816.
Interesante sin duda este libro, que busca con pasión histórica revivir los últimos momentos de Francisco de Miranda, sin desdeñar, como se ha de suponer, por tratarse de un personaje con una vida exultante, los episodios cumbres de su agitada existencia. Se detiene Armas con milimétrica precisión en todo aquello que nos dibuje la personalidad de Miranda, auscultando su pensamiento, sus numerosos escritos, su pasión libresca, sus sueños de libertad cercenados por la incomprensión y traición de su entorno. Ante nuestros ojos se nos muestra un hombre en plena vejez (63 años), pero con una inmensa fortaleza física moldeada en los más intrincados escenarios mundiales: España, Estados Unidos, Asia Menor, Rusia, Atenas, Hungría, Venecia, Roma, Estambul, Crimea, San Petersburgo, Inglaterra y París. Su relación con los más importantes personajes de su tiempo, entre quienes se cuentan George Washington, Samuel Adams, Hamilton, Knox, Napoleón Bonaparte, la emperatriz Catalina II y William Pitt. Su osadía al burlar a lo largo de su existencia la permanente persecución del Santo Oficio, su famosa defensa hecha ante un tribunal revolucionario francés que lo acusa de ser el responsable de la pérdida de Neerwinden, que lo libra milagrosamente de la guillotina, sus fallidos desembarcos en Venezuela, el primero el 27 de abril de 1806, cuando a bordo del Leander llega a las costas de Ocumare y es atacado por los barcos españoles Argos y Celoso, teniendo que huir hacia Barbados. Y luego, el 2 de agosto del mismo año, cuando desembarca en La Vela de Coro e iza la bandera tricolor después de tomar el fortín. Pocos días después se marcha hacia las Antillas. A finales de 1810 llega Miranda de nuevo a Venezuela y se incorpora de inmediato en el movimiento secesionista y es nombrado teniente general de los ejércitos de Venezuela y se incorpora también en la Sociedad Patriótica. En 1811 firma el Acta de Independencia. Un año después es designado jefe de Tierra y Mar de la Confederación de Venezuela y pocos meses después deviene la hora aciaga de la capitulación ante Monteverde lo que trunca su destino.
En estas memorables páginas de Armas Marcelo nos retrata a Francisco de Miranda como al héroe por antonomasia: el hombre que no cejó ni un solo minuto de su existencia en urdir la liberación de Venezuela del imperio español, el hombre que soñó con cambiar el nombre de América por el de Colombia y hacer de todas estas naciones una gran mancomunidad que nos daría representatividad y fuerza geopolítica; el hombre que se vio obligado a capitular ante su más enconado adversario para así evitar una degollina inútil en el suelo patrio. Miranda, el hombre incomprendido en su grandeza, y cuyo legado marcó para siempre nuestro destino; y el suyo también, al tener que morir miserablemente en una cárcel española, sin auxilios espirituales y quedar su cuerpo perdido en una fosa común. Venezuela aguarda aún por sus restos mortales.
rigilo99@hotmail.com
@GilOtaiza
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