Celebración desteñida
El Nacional 27 DE JULIO 2014 -
No importa de cuántos malabarismos discursivos se valga el régimen cubano para seguir celebrando su Revolución desde las promesas del 26 de julio de 1953. Entre aquellas expectativas, lo que se impuso después y el balance presente, que dichos y hechos del gobierno cubano revela, solo queda retórica de ocasión y mucho que resolver.
La actividad central del día fue en la ciudad de Artemisa, en la que las autoridades políticas de la isla han querido reconocer méritos de renovación en la administración política y administrativa, que aprecian como contribución al logro de un “socialismo próspero y sostenible”. Porque, la verdad, lo que ha padecido Cuba ha sido un sistema conculcador de las libertades que, no por casualidad, devino rápidamente en empobrecedor e insostenible, consumidor voraz e ineficiente de grandes flujos de asistencia exterior.
Después de tres años de interinato, cuando Raúl Castro asumió el poder en propiedad, hace un lustro, lo hizo bajo el lema “ahorro o muerte”, ahorro en lugar de patria en medio de severas medidas de recorte en la provisión de alimentos y energía, a la vez que en extremo dependiente de los recursos y negocios provistos por los acuerdos con Venezuela. A medida que el pragmático heredero echó a andar lentamente algunas reformas económicas, ha otorgado muy limitadamente algunas libertades, sin renunciar a la represión y control de la disidencia.
Cada 26 de julio suele recordarse el alegato de Fidel Castro en su defensa y la del movimiento que intentó sin éxito la toma de los cuarteles Moncada y Céspedes. Es bien conocido por su exclamación final –“¡La historia me absolverá! “– pero poco se habla de los argumentos allí presentados. Una vez en el poder, el Fidel uniformado y armado los echó al olvido: el derecho a la defensa y transparencia en los procedimientos judiciales; la condena a la represión, las torturas y las ejecuciones sumarias; el derecho a oponerse a un gobierno despótico; el rechazo al permanente culpar a los enemigos del régimen antes que asumir responsabilidades; la promesa de nuevo impulso a la agricultura y la industrialización; la necesidad de solidaridad con los pueblos democráticos del continente, y el establecimiento de Cuba “como baluarte de libertad , y no eslabón vergonzoso de despotismo”.
Sesenta y un años después, por mucha vuelta que el régimen castrista haya dado al sentido de cada palabra y por más empeños puestos en la reescritura de su historia, no hay modo de ocultar la pobreza de su balance económico, social y político, aunque se escondan los números.
En estos días, la condonación de prácticamente todas las acreencias rusas y los acuerdos de inversiones y créditos firmados con China, que desde La Habana se difunden como si se tratara de la antesala del grupo Brics, son en realidad evidencia del giro económico que debe dar el régimen cubano, inevitablemente. Giro que va dejando cada vez más fuera de lugar, por desteñido e incómodo, el alegato por la absolución histórica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario