La amenaza de EI logra unir hasta a enemigos históricos
El avance del grupo yihadista obligó a varios países a dejar de lado sus rivalidades; el mapa de alianzas de Medio Oriente comienza a transformarse
La fulgurante irrupción de Estado Islámico (EI), el grupo jihadista que controla una amplia franja de territorio en Siria e Irak, sacude, como pocos otros sucesos recientes, el mapa de alianzas en Medio Oriente.
Incluso naciones que mantuvieron, durante décadas, una relación de abierta hostilidad, como Estados Unidos e Irán, colaboran en la lucha contra un grupo que, por diferentes motivos, representa una amenaza para prácticamente todos los países y grupos étnicos y religiosos de la región. Según informó BBC anteayer, el ayatollah Khamenei, el guía supremo del régimen iraní, autorizó a la cúpula del ejército a coordinar sus operaciones militares contra EI con Washington y con los peshmergas, los combatientes de la región autónoma del Kurdistán iraquí.
Esa autorización supone un giro copernicano en la posición de Teherán, que siempre rechazó categóricamente cualquier intervención de Estados Unidos en los asuntos internos de Irak. Desde la invasión estadounidense de 2003, ambos países compiten intensamente por ejercer la máxima influencia sobre el gobierno iraquí. Aunque ningún miembro del gobierno iraní confirmó públicamente la información, varias filtraciones apuntan a que ya se habrían celebrado varias reuniones entre los responsables militares de ambos países, presentes en el norte de Irak.
Si bien esta colaboración entre tradicionales adversarios es coyuntural, podría generar una necesaria dinámica de cooperación que se extendería a otros escenarios de una región plagada de conflictos. El binomio Estados Unidos-Irán no es el único eje de enfrentamiento que se vio alterado por la creciente amenaza de EI.
Arabia Saudita e Irán son los protagonistas de una de las rivalidades más antiguas en el tablero geoestratégico de Medio Oriente, que las revueltas árabes han estimulado incluso más. En buena parte de los conflictos de la región, como los de Yemen, Bahrein, Siria o el Líbano, se encuentran apoyando a bandos opuestos. Sin embargo, por primera vez, la aparición de EI los sitúa en el mismo barco.
El régimen saudita rechaza al grupo jihadista porque cuestiona sus credenciales religiosas. Irán, porque EI considera a los chiitas como unos herejes que deben convertirse o morir. Este realineamiento no se ha traducido en una cooperación directa, al menos que se sepa. Sin embargo, constituye un incentivo más para un futuro acercamiento entre las dos potencias.
Ante la posibilidad de que las negociaciones entre las potencias occidentales y Teherán sobre el plan nuclear culmine con un acuerdo, el régimen de los ayatollahs podría intentar suavizar la hostilidad saudita hacia el acuerdo haciendo alguna concesión importante.
La lucha contra EI también podría convertir en aliados a Estados Unidos y Siria. Washington está planteando extender a Siria los bombardeos contra posiciones jihadistas que ya efectúa en territorio iraquí, pero dejó claro que no piensa pedir permiso a Damasco.
El gobierno sirio, por su parte, declaró que no tolerará una intervención extranjera en su territorio. Ahora bien, más allá de la retórica, Washington y Damasco podrían encontrar alguna forma tácita de cooperar contra un enemigo común.
Dos actores que ya dejaron atrás sus rencillas para formar un frente común son el gobierno autónomo del Kurdistán iraquí y el poder ejecutivo central de Bagdad.
Las tensiones entre ambos habían crecido en los últimos meses, sobre todo debido a la voluntad de los dirigentes kurdos de atesorar íntegramente los ingresos por la exportación del petróleo. A principios de julio, parecía que la crisis había llegado a un punto de no retorno y el presidente kurdo, Massoud Barzani, anunciaba la celebración de un referéndum de secesión.
Sin embargo, la exitosa ofensiva militar de EI contra algunos enclaves importantes del territorio kurdo a fines de julio, que incluso hizo temer la caída de su capital, Erbil, modificó sustancialmente la ecuación política en el Kurdistán iraquí. Conscientes del peligro que representa el grupo jihadista, los líderes kurdos aceptaron que sus combatientes, los peshmergas, cooperen con el ejército iraquí, aplazando sus anhelos de independencia.
Dos adversarios que podrían compartir también un nuevo eje son Turquía e Israel. Ankara se sumó ya a la alianza internacional que teje el presidente Barack Obama, quizá para disipar las acusaciones de que Recep Erdogan no evitó que su país fuera, durante largo tiempo, un santuario para EI. El presidente turco se ve ahora empujado a poner fin a cualquier tipo de ambigüedad, pero deberá ser cuidadoso: entre los rehenes del grupo jihadistas figuran diplomáticos turcos.
Incluso naciones que mantuvieron, durante décadas, una relación de abierta hostilidad, como Estados Unidos e Irán, colaboran en la lucha contra un grupo que, por diferentes motivos, representa una amenaza para prácticamente todos los países y grupos étnicos y religiosos de la región. Según informó BBC anteayer, el ayatollah Khamenei, el guía supremo del régimen iraní, autorizó a la cúpula del ejército a coordinar sus operaciones militares contra EI con Washington y con los peshmergas, los combatientes de la región autónoma del Kurdistán iraquí.
Esa autorización supone un giro copernicano en la posición de Teherán, que siempre rechazó categóricamente cualquier intervención de Estados Unidos en los asuntos internos de Irak. Desde la invasión estadounidense de 2003, ambos países compiten intensamente por ejercer la máxima influencia sobre el gobierno iraquí. Aunque ningún miembro del gobierno iraní confirmó públicamente la información, varias filtraciones apuntan a que ya se habrían celebrado varias reuniones entre los responsables militares de ambos países, presentes en el norte de Irak.
Si bien esta colaboración entre tradicionales adversarios es coyuntural, podría generar una necesaria dinámica de cooperación que se extendería a otros escenarios de una región plagada de conflictos. El binomio Estados Unidos-Irán no es el único eje de enfrentamiento que se vio alterado por la creciente amenaza de EI.
Arabia Saudita e Irán son los protagonistas de una de las rivalidades más antiguas en el tablero geoestratégico de Medio Oriente, que las revueltas árabes han estimulado incluso más. En buena parte de los conflictos de la región, como los de Yemen, Bahrein, Siria o el Líbano, se encuentran apoyando a bandos opuestos. Sin embargo, por primera vez, la aparición de EI los sitúa en el mismo barco.
El régimen saudita rechaza al grupo jihadista porque cuestiona sus credenciales religiosas. Irán, porque EI considera a los chiitas como unos herejes que deben convertirse o morir. Este realineamiento no se ha traducido en una cooperación directa, al menos que se sepa. Sin embargo, constituye un incentivo más para un futuro acercamiento entre las dos potencias.
Ante la posibilidad de que las negociaciones entre las potencias occidentales y Teherán sobre el plan nuclear culmine con un acuerdo, el régimen de los ayatollahs podría intentar suavizar la hostilidad saudita hacia el acuerdo haciendo alguna concesión importante.
La lucha contra EI también podría convertir en aliados a Estados Unidos y Siria. Washington está planteando extender a Siria los bombardeos contra posiciones jihadistas que ya efectúa en territorio iraquí, pero dejó claro que no piensa pedir permiso a Damasco.
El gobierno sirio, por su parte, declaró que no tolerará una intervención extranjera en su territorio. Ahora bien, más allá de la retórica, Washington y Damasco podrían encontrar alguna forma tácita de cooperar contra un enemigo común.
Dos actores que ya dejaron atrás sus rencillas para formar un frente común son el gobierno autónomo del Kurdistán iraquí y el poder ejecutivo central de Bagdad.
Las tensiones entre ambos habían crecido en los últimos meses, sobre todo debido a la voluntad de los dirigentes kurdos de atesorar íntegramente los ingresos por la exportación del petróleo. A principios de julio, parecía que la crisis había llegado a un punto de no retorno y el presidente kurdo, Massoud Barzani, anunciaba la celebración de un referéndum de secesión.
Sin embargo, la exitosa ofensiva militar de EI contra algunos enclaves importantes del territorio kurdo a fines de julio, que incluso hizo temer la caída de su capital, Erbil, modificó sustancialmente la ecuación política en el Kurdistán iraquí. Conscientes del peligro que representa el grupo jihadista, los líderes kurdos aceptaron que sus combatientes, los peshmergas, cooperen con el ejército iraquí, aplazando sus anhelos de independencia.
Dos adversarios que podrían compartir también un nuevo eje son Turquía e Israel. Ankara se sumó ya a la alianza internacional que teje el presidente Barack Obama, quizá para disipar las acusaciones de que Recep Erdogan no evitó que su país fuera, durante largo tiempo, un santuario para EI. El presidente turco se ve ahora empujado a poner fin a cualquier tipo de ambigüedad, pero deberá ser cuidadoso: entre los rehenes del grupo jihadistas figuran diplomáticos turcos.
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