Lo malo del comunismo
El Nacional 15 DE SEPTIEMBRE 2014 - 00:01
Mis hermanos y yo debemos agradecerle a mi padre, además de nuestro nacimiento, la extraordinaria capacidad de hacernos millonarios y felices a punta de imaginación.
La casa de mi infancia era una mezcla de ateneo y bunker subversivo. Mi padre, una especie de mecenas pobre, protegió a grandes artistas cuando eran grandes desconocidos: Jacobo Borges, Alirio Palacios, Luis Lucsik, Abilio Padrón y Régulo Pérez, entre otros. Con mi papá a la cabeza, estos genios creaban obras de arte y, con ingenio artístico y literario, le hacían la vida difícil a Rómulo Betancourt.
Vivíamos en la avenida San Martín, en una casa grande que tenía un garaje que servía de taller, y a veces de dormitorio para talentosos y subversivos artistas. En ese garaje, aparte de pintura, lienzos, pinceles y todo tipo de material para las artes, había un clandestino multígrafo donde se imprimían manifiestos revolucionarios por los que, más de una vez, la Digepol nos allanó. Existía un plan: cuando sospechosos tocaban, corríamos a esconder el multígrafo y los panfletos impresos.
Pero el cuento de hoy es que en ese garaje mi padre inventaba decorados, disfraces y utilerías hechas por esos artistas, para El Teatro Cómico Pampero, programa de TV antecesor de Radio Rochela y transmitido en vivo por RCTV. A mí lo que más me gustaba era usar los disfraces más raros que alguien haya inventado: el de pantalón, el descabezado, el de enano y el de bañera.
Yo era una especie de mono de prueba. Recuerdo que me ponían un sombrerote de cartón que me cubría hasta los hombros, el “pelo” era de cocuiza, que es una fibra de coco que pica muchísimo, y con eso me ocultaban los brazos. Mi barriga era el rostro del enano dibujada por Jacobo Borges con pintura gouache. En la cintura me ponían un saquito con una camisa con corbata, de donde colgaban los brazos del enano, que terminaban en unos guantes rellenos.
Siempre ganaba el concurso de disfraces de la escuela, pero veía con envidia a los muchachitos disfrazados de Superman o Batman corriendo por el patio, mientras que yo sudaba bajo el pesado sombrerote. Arrepentido, pensaba: “¿Por qué no tendré un papá normal que me disfrace de Superman?”.
El disfraz de bañera consistía en una enorme bañera de cartón guindada al hombro que tenía unos pies falsos, al que le echaban jabón Lux en escama batido y me bañaban de espuma.
Un día, la maestra Digna de Rivas me preguntó:
—Nazoa, ¿cómo es que a su papá se le ocurren disfraces tan raros?
Yo, dentro de mí pesada bañera y baboso por el jabón, contesté:
—Es que él es comunista maestra
Uno de mis libros mas preciado es “Erase una vez una muñeca de trapo” de Aquiles Nazoa, que el mismo Aquiles me regaló pues tuve la suerte de ver al poeta todos los días a las 10,00 am cuando llegaba a la Biblioteca Nacional para preparar su programa "Las cosas más sencillas"...Esta tarde siento mucha nostalgia de esos tiempos al leer el artículo de su hijo Claudio, hoy en El Nacional...El libro fue publicado en 1975 por la Corporación de Turismo de Venezuela. En ese libro está el celebérrimo “Credo” del escritor, periodista, poeta y humorista venezolano.
La foto aquí publicada es de ese libro y representa a Nazoa en todo su esplendor de gran artista e insigne ser humano. Lamentablemente, Aquiles Nazoa muere en un accidente automovilístico en 1976, perdiendo Venezuela uno de sus mejores escritores.
Credo de Aquiles Nazoa
Creo en Pablo Picasso, Todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra; creo en Charly Chaplin, hijo de las violetas y de los ratones, que fue crucificado, muerto y sepultado por el tiempo, pero que cada día resucita en el corazón de los hombres, creo en el amor y en el arte como vías hacia el disfrute de la vida perdurable, creo en el amolador que vive de fabricar estrellas de oro con su rueda maravillosa, creo en la cualidad aérea del ser humano, configurada en el recuerdo de Isadora Duncan abatiéndose como una purísima paloma herida bajo el cielo del mediterráneo; creo en las monedas de chocolate que atesoro secretamente debajo de la almohada de mi niñez; creo en la fábula de Orfeo, creo en el sortilegio de la música, yo que en las horas de mi angustia vi al conjuro de la Pavana de Fauré, salir liberada y radiante de la dulce Eurídice del infierno de mi alma, creo en Rainer María Rilke, héroe de la lucha del hombre por la belleza, que sacrificó su vida por el acto de cortar una rosa para una mujer, creo en las flores que brotaron del cadáver adolescente de Ofelia, creo en el llanto silencioso de Aquiles frente al mar; creo en un barco esbelto y distantísimo que salió hace un siglo al encuentro de la aurora; su capitán Lord Byron, al cinto la espada de los arcángeles, junto a sus sienes un resplandor de estrellas, creo en el perro de Ulises, en el gato risueño de Alicia en el país de las maravillas, en el loro de Robinson Crusoe, creo en los ratoncitos que tiraron del coche de la Cenicienta, en Beralfiro el caballo de Rolando, y en las abejas que laboran en su colmena dentro del corazón de Martín Tinajero, creo en la amistad como el invento más bello del hombre, creo en los poderes creadores del pueblo, creo en la poesía y en fin, creo en mí mismo, puesto que sé que alguien me ama.
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