Comentario a la liturgia dominical
Domingo 18 del Tiempo Ordinario - Ciclo B - Textos: Ex 16, 2-4.12-15; Ef 4, 17.20-24; Jn 6, 24-35
Por Antonio Rivero
Brasil, 28 de julio de 2015 (ZENIT.org)
P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil).
Idea principal: Del pan material hay que pasar al pan espiritual.
Síntesis del mensaje: El ser humano no es sólo cuerpo. También tiene alma, y afecto y sentimientos y espíritu. Querer saciar sólo el cuerpo es vivir sólo a nivel biológico y como los paganos (2ª lectura). Querer alimentar sólo el alma es angelismo. Atender cuerpo y alma es humano y divino, al mismo tiempo.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, el maná del desierto (1ª lectura), que consiguió Moisés para su pueblo durante el desierto, es una prefiguración del Pan celestial que Cristo nos dará en la Eucaristía. Moisés quiso que su pueblo superase el cansancio, el desánimo y la rebelión. El maná del Antiguo Testamento no daba la vida; todos los que de él se alimentaban, tarde o temprano sucumbían. En cambio, el Pan verdadero que es Cristo, da la vida que no muere, pues el hombre también tiene otras hambres profundas: hambre de amor, de felicidad, de verdad, de seguridad, de sentido de la vida. El pan corporal era pan de muerte, porque sólo se ordenaba a restaurar temporalmente las fuerzas, sin evitar con ello la muerte ulterior. Por el contrario, el pan espiritual vivifica, porque destruye la muerte. Por eso, Cristo es el Pan verdadero, del cual el maná era tan sólo figura. Y Dios se preocupa de dar su “pan” a los cansados. Y ese Pan es su Hijo en dos platos gratuitos en cada misa: el pan de la Palabra y el pan de la Eucaristía. Es una pena que algunos se contenten con la “olla de carne” de Egipto. Lo malo no es tener hambre, sino no tener hambre de las cosas que valen la pena, no saber que nos falta el auténtico pan. Lo malo es quedarse satisfecho de la “olla de carne” que ofrece el mundo, con valores que no son los últimos.
En segundo lugar, todos sabemos cómo es el proceso del pan. Grano que se entierra en la tierra y pasa su invierno. Después florece en espiga. La espiga es cortada y llevada al molino y se tritura. Así también pasó con Cristo que es el Pan vivo, hecho Palabra y Eucaristía. También Él se enterró 30 años en Nazaret. Brotó la espiga de su madurez. Y antes de hacerse comible y digerible como alimento de inmortalidad, pasó por la Pasión, donde se dejó triturar por los golpes, por los azotes, por el odio, por la lanza, para hacerse pan de nuestra Eucaristía. Como el trigo, Cristo debe ser molido antes de volverse Pan de vida eterna. A esto la Iglesia llama la Eucaristía como sacrificio. Es verdad que Cristo ya ofreció el sacrificio en la cruz una vez por todas aquel primer Viernes Santo. La Eucaristía prolonga este aspecto sacrificial: es el sacrificio de Cristo renovado, perpetuado, actualizado sobre nuestros altares. Al celebrar ese sacrificio en la misa hacemos conmemoración de su muerte, de esa muerte que fue una y no muchas. La Eucaristía es, pues, el sacramento del sacrificio de la Cruz, donde nos da a comer el Pan que es su Palabra y su Cuerpo.
Finalmente, así como el pan material nos hace crecer en el cuerpo, así también el Pan de la Eucaristía, que es Cristo mismo, nos hace crecer en virtudes. Crecemos para arriba, para una visión sobrenatural, superando la visión rastrera y humana. Crecemos para los lados, tendiendo nuestra manos para ayudar a los demás, superando nuestro egoísmo y cerrazón. Crecemos para adentro, para poder tener en nosotros los mismos afectos y sentimientos de Cristo Jesús. No somos nosotros quienes asimilamos a Cristo, sino que es Cristo quien nos asimila, nos dirá san Agustín. Y nos hace crecer, hasta alcanzar su estatura, como dice san Pablo en la carta a los Efesios. No sólo nos hace crecer, sino que también nos une a su propio sacrificio. En la Eucaristía nosotros también comemos y participamos de su pasión, muerte, resurrección y ascensión. Su sacrificio pasa también por nuestras manos y por nuestra vida; completando en nosotros “lo que falta a la Pasión de Cristo”.
Para reflexionar: ¿Deseo ese pan que es Cristo, o me conformo con otros panes que el mundo me ofrece? ¿Me contento con asistir pasivamente a la misa o también yo me inmolo interiormente con Cristo para la vida del mundo? ¿Soy pan tierno que me ofrezco a mis hermanos mediante la entrega generosa, la disponibilidad sin medida, la escucha atenta? ¿Qué busco en Dios: sólo soluciones a problemas materiales y humanos? ¿O también busco soluciones para mis problemas espirituales?
Para rezar: Señor, dame siempre de este Pan de vida eterna. Que no piense más en las cebollas del Egipto seductor.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: arivero@legionaries.org
Idea principal: Del pan material hay que pasar al pan espiritual.
Síntesis del mensaje: El ser humano no es sólo cuerpo. También tiene alma, y afecto y sentimientos y espíritu. Querer saciar sólo el cuerpo es vivir sólo a nivel biológico y como los paganos (2ª lectura). Querer alimentar sólo el alma es angelismo. Atender cuerpo y alma es humano y divino, al mismo tiempo.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, el maná del desierto (1ª lectura), que consiguió Moisés para su pueblo durante el desierto, es una prefiguración del Pan celestial que Cristo nos dará en la Eucaristía. Moisés quiso que su pueblo superase el cansancio, el desánimo y la rebelión. El maná del Antiguo Testamento no daba la vida; todos los que de él se alimentaban, tarde o temprano sucumbían. En cambio, el Pan verdadero que es Cristo, da la vida que no muere, pues el hombre también tiene otras hambres profundas: hambre de amor, de felicidad, de verdad, de seguridad, de sentido de la vida. El pan corporal era pan de muerte, porque sólo se ordenaba a restaurar temporalmente las fuerzas, sin evitar con ello la muerte ulterior. Por el contrario, el pan espiritual vivifica, porque destruye la muerte. Por eso, Cristo es el Pan verdadero, del cual el maná era tan sólo figura. Y Dios se preocupa de dar su “pan” a los cansados. Y ese Pan es su Hijo en dos platos gratuitos en cada misa: el pan de la Palabra y el pan de la Eucaristía. Es una pena que algunos se contenten con la “olla de carne” de Egipto. Lo malo no es tener hambre, sino no tener hambre de las cosas que valen la pena, no saber que nos falta el auténtico pan. Lo malo es quedarse satisfecho de la “olla de carne” que ofrece el mundo, con valores que no son los últimos.
En segundo lugar, todos sabemos cómo es el proceso del pan. Grano que se entierra en la tierra y pasa su invierno. Después florece en espiga. La espiga es cortada y llevada al molino y se tritura. Así también pasó con Cristo que es el Pan vivo, hecho Palabra y Eucaristía. También Él se enterró 30 años en Nazaret. Brotó la espiga de su madurez. Y antes de hacerse comible y digerible como alimento de inmortalidad, pasó por la Pasión, donde se dejó triturar por los golpes, por los azotes, por el odio, por la lanza, para hacerse pan de nuestra Eucaristía. Como el trigo, Cristo debe ser molido antes de volverse Pan de vida eterna. A esto la Iglesia llama la Eucaristía como sacrificio. Es verdad que Cristo ya ofreció el sacrificio en la cruz una vez por todas aquel primer Viernes Santo. La Eucaristía prolonga este aspecto sacrificial: es el sacrificio de Cristo renovado, perpetuado, actualizado sobre nuestros altares. Al celebrar ese sacrificio en la misa hacemos conmemoración de su muerte, de esa muerte que fue una y no muchas. La Eucaristía es, pues, el sacramento del sacrificio de la Cruz, donde nos da a comer el Pan que es su Palabra y su Cuerpo.
Finalmente, así como el pan material nos hace crecer en el cuerpo, así también el Pan de la Eucaristía, que es Cristo mismo, nos hace crecer en virtudes. Crecemos para arriba, para una visión sobrenatural, superando la visión rastrera y humana. Crecemos para los lados, tendiendo nuestra manos para ayudar a los demás, superando nuestro egoísmo y cerrazón. Crecemos para adentro, para poder tener en nosotros los mismos afectos y sentimientos de Cristo Jesús. No somos nosotros quienes asimilamos a Cristo, sino que es Cristo quien nos asimila, nos dirá san Agustín. Y nos hace crecer, hasta alcanzar su estatura, como dice san Pablo en la carta a los Efesios. No sólo nos hace crecer, sino que también nos une a su propio sacrificio. En la Eucaristía nosotros también comemos y participamos de su pasión, muerte, resurrección y ascensión. Su sacrificio pasa también por nuestras manos y por nuestra vida; completando en nosotros “lo que falta a la Pasión de Cristo”.
Para reflexionar: ¿Deseo ese pan que es Cristo, o me conformo con otros panes que el mundo me ofrece? ¿Me contento con asistir pasivamente a la misa o también yo me inmolo interiormente con Cristo para la vida del mundo? ¿Soy pan tierno que me ofrezco a mis hermanos mediante la entrega generosa, la disponibilidad sin medida, la escucha atenta? ¿Qué busco en Dios: sólo soluciones a problemas materiales y humanos? ¿O también busco soluciones para mis problemas espirituales?
Para rezar: Señor, dame siempre de este Pan de vida eterna. Que no piense más en las cebollas del Egipto seductor.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: arivero@legionaries.org
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