El valor
EDILIO PEÑA | EL UNIVERSAL
martes 18 de junio de 2013 12:00 AM
El valor es una pulsión tan ciega como el miedo. Mas no es posible asegurar que siempre se tendrá valor. No sin razón, Jorge Luis Borges dijo que pueden heredarse muchas cosas, pero no el valor. Sin embargo, el propio despertar de la conciencia nos revela que no solo es necesario tener valor para morir, igualmente hay que tenerlo para vivir, aun contando con la gracia de una existencia prolongada. Aunque no seamos dueños del destino y sus formas, que nos sorprenden como caprichos de un Dios. La demanda del valor es tan grande para algunos, que estos últimos prefieren refugiarse en la cobardía para no asumirlo. Entonces, viven mirando hacia los lados o hacia abajo. La tolerancia es convertida en resignación, y la espera, en una condena impotente. La misma idea de libertad puede causar miedo. El miedo a veces llega a ser más poderoso que el propio valor. La esperanza está en que el miedo es un umbral que se puede cruzar; pero para cruzarlo, paradójicamente, hay que tener valor. Mucho valor y no dejarle todo a la voluntad. Porque es probable que el valor anide en el alma y no en la mente. La gente valerosa, por lo general, es profundamente espiritual. Por eso, algunos hombres se hacen matar cuando ven en peligro su dignidad. Por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, dice el hombre de la triste figura a Sancho Panza, en uno de los momentos más inspirativos de esa magna novela, Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes. Un escritor que tuvo que tener valor para escribirla en una época de oscurantismo e inquisición.
Los espartanos diseñaron un yugo o disciplina muy singular, para sembrar el valor entre los miembros de sus escuelas militares. A muy temprana edad arrancaban a los niños varones del seno de su madre y los sometían a un rígido y brutal entrenamiento. Sus tutores no tenían compasión con ellos. Sometidos a exigencias físicas extremas, los futuros espartanos comenzaban a cruzar umbrales de conciencia hasta encontrar, en el fondo del padecimiento y la fatiga, una resistencia y un valor sorprendente y admirable. La formación militar de los espartanos tenía un secreto o una modalidad instrumental de propiciar el valor, que consistía en tratar de sustraerle el miedo natural a la muerte con que nacía cada futuro soldado, e introducirle a través del dolor y la desenfrenada matanza, un profundo amor por ella. De esa manera, creían estar convencidos de que construían a un soldado temible e imbatible, al hacer de la muerte su amante predilecta. Porque la muerte es la única capaz de agotar los besos de la boca. En el frenesí del combate, y seguros de la hora final de sus vidas, los soldados espartanos entraban en tal éxtasis que hasta llegaban a creer que los propios ríos desatados de la sangre, los celebraban a borbotones. Los persas fueron testigos y víctimas de esta condición excepcional de estos guerreros de la antigua Esparta. Esa introyección tanática, después sería tema de estudio clínico por los primeros psicoanalistas, pero no precisamente para averiguar las pulsiones secretas del valor.
Mucho después, los militares harán de la patria su inestimable amor. El valor y el honor estarán unidos a ella de una forma entrañable, tanto es así que para los civiles, resulta extraño tan singular matrimonio. A algunos pensadores y poetas, les parece hasta ridículo este excesivo y reducido amor que recuerda antiguas y legendarias épicas. Una de las deshonras más grandes para un militar, es ser enjuiciado o condenado a muerte, por traición a la patria. Ni la modernidad ni la posmodernidad han podido cejar esa afectividad entre el militar y la patria. Mientras exista el país y el Estado que le da sentido, los militares estarán allí para defenderla. De un enemigo interno o extranjero.
Para un militar que valore su dignidad marcial, resulta impensable la entrega de su patria a otro Estado, y mucho menos rendirse sin batallar, ante un ejército invasor. Un patriota es un nacionalista potencial. Paradójicamente, los nacionalismos extremos se sustentan en ideologías excluyentes; sacrifican una parcialidad de la visión de patria para hacer prevalecer la del interés -casi siempre- de un dictador. Y esta modalidad, justamente, es terreno fértil para que se pierda una patria. El Honor es nuestra Divisa, recordaba con nostalgia un soldado venezolano, mientras arrodillado lustraba las botas de un general cubano.
Recién Venezuela fue gobernada por un militar, pero éste esencialmente no era un espartano. Mucho menos, un patriota. Por debilidad egocéntrica regaló su patria. En la adversidad nunca tuvo valor, pero tampoco compasión para sus semejantes. Era bravucón y de naturaleza cruel. En la hora culminante de su partida, entre gritos y llantos, le rogó a Dios clemencia. La misma que su amigo, Muammar al-Gadafi, había rogado a sus asesinos. Pero Dios no le escuchó o le fue indiferente.
edilio2@yahoo.com
edilio_p
Los espartanos diseñaron un yugo o disciplina muy singular, para sembrar el valor entre los miembros de sus escuelas militares. A muy temprana edad arrancaban a los niños varones del seno de su madre y los sometían a un rígido y brutal entrenamiento. Sus tutores no tenían compasión con ellos. Sometidos a exigencias físicas extremas, los futuros espartanos comenzaban a cruzar umbrales de conciencia hasta encontrar, en el fondo del padecimiento y la fatiga, una resistencia y un valor sorprendente y admirable. La formación militar de los espartanos tenía un secreto o una modalidad instrumental de propiciar el valor, que consistía en tratar de sustraerle el miedo natural a la muerte con que nacía cada futuro soldado, e introducirle a través del dolor y la desenfrenada matanza, un profundo amor por ella. De esa manera, creían estar convencidos de que construían a un soldado temible e imbatible, al hacer de la muerte su amante predilecta. Porque la muerte es la única capaz de agotar los besos de la boca. En el frenesí del combate, y seguros de la hora final de sus vidas, los soldados espartanos entraban en tal éxtasis que hasta llegaban a creer que los propios ríos desatados de la sangre, los celebraban a borbotones. Los persas fueron testigos y víctimas de esta condición excepcional de estos guerreros de la antigua Esparta. Esa introyección tanática, después sería tema de estudio clínico por los primeros psicoanalistas, pero no precisamente para averiguar las pulsiones secretas del valor.
Mucho después, los militares harán de la patria su inestimable amor. El valor y el honor estarán unidos a ella de una forma entrañable, tanto es así que para los civiles, resulta extraño tan singular matrimonio. A algunos pensadores y poetas, les parece hasta ridículo este excesivo y reducido amor que recuerda antiguas y legendarias épicas. Una de las deshonras más grandes para un militar, es ser enjuiciado o condenado a muerte, por traición a la patria. Ni la modernidad ni la posmodernidad han podido cejar esa afectividad entre el militar y la patria. Mientras exista el país y el Estado que le da sentido, los militares estarán allí para defenderla. De un enemigo interno o extranjero.
Para un militar que valore su dignidad marcial, resulta impensable la entrega de su patria a otro Estado, y mucho menos rendirse sin batallar, ante un ejército invasor. Un patriota es un nacionalista potencial. Paradójicamente, los nacionalismos extremos se sustentan en ideologías excluyentes; sacrifican una parcialidad de la visión de patria para hacer prevalecer la del interés -casi siempre- de un dictador. Y esta modalidad, justamente, es terreno fértil para que se pierda una patria. El Honor es nuestra Divisa, recordaba con nostalgia un soldado venezolano, mientras arrodillado lustraba las botas de un general cubano.
Recién Venezuela fue gobernada por un militar, pero éste esencialmente no era un espartano. Mucho menos, un patriota. Por debilidad egocéntrica regaló su patria. En la adversidad nunca tuvo valor, pero tampoco compasión para sus semejantes. Era bravucón y de naturaleza cruel. En la hora culminante de su partida, entre gritos y llantos, le rogó a Dios clemencia. La misma que su amigo, Muammar al-Gadafi, había rogado a sus asesinos. Pero Dios no le escuchó o le fue indiferente.
edilio2@yahoo.com
edilio_p
Capriles hace lo que debe... ¿y nosotros?
ORLANDO VIERA-BLANCO | EL UNIVERSAL
martes 18 de junio de 2013 12:00 AM
El cabo le habló a su comandante: "Listo mi Teniente. Alfa y bravo ya están en línea". El jefe del pelotón raudo y sorprendido le contestó: "Quien le dijo que los formara en línea. ¡Dónde y a quién vamos a asaltar! Regrese de inmediato y colóquelos en cuña, que el terreno sigue difuso". El cabo-confundido-regresó a su pelotón y los vio en descanso. "No hay nada que hacer. Mi comandante se quedó dormido. Todos a la cama", sentenció (¿?).
Nadie que sea operador de mando quiere ser responsable de una derrota. Mientras podamos relajar las cosas, mejor. Historia miserable de sociedades apocadas, mediocres y depauperadas por su galbana. Mitos de poder y de riqueza que se diluyen en falsos imaginarios... El perro que se muerde la cola, pretendiendo que no es la suya. Son reflexiones que vienen a cuento a raíz de una larga sesión de cultura comparada en la UQAM (Université de Québec a Montréal), revisando la fascinante historia de Québec. Poco de mitos. Nada de indisciplinas... Valores profundos -admirables- que le permitieron defender y mantener su cultura... desde la llegada de Jacques Cartier en 1535 a la Ville de Mount Royal, pasando por la fundación de Québec y la Nouvelle France por Samuel De Champlain (1608), hasta The Quite revolution de Jean Lesage, Henri Bourassa y Rene Lavesque (1960 a 1980/ Partido liberal Québécoises). Obstinados lugareños que jamás conocieron de victorias con las armas pero poco de derrotas con la palabra. Valores de perpetuidad cultural que convirtieron a unos colonos francófonos famélicos, lánguidos e iletrados en una sociedad moderna, educada y pujante, bajo la triada de las tres cuñas: arraigo, perseverancia y carácter.
La prosapia francesa se impuso en Québec porque aman su ancestralidad, se organizan para preservarla y han sido leales a un liderazgo auténtico que los condujo al progreso de una raza. Fueron derrotados militarmente pero no moralmente. Más pudo la fuerza de su identidad que la banalidad de un imperio (el británico)... Cuánto tenemos que revisar los venezolanos sobre nuestras identidades, nuestras empatías y nuestra disposición al orden. Tanto que repensar de nuestra debilidad ancestral y nuestra inclinación improvisa, violenta y pícara. Vamos como "pelotones en línea" con apariencia de frontalidad y asalto, cuando en realidad estamos pegados a un espejo o si acaso, a un retrovisor viendo en retroceso...
En 1963 René Lavesque, ministro de Recursos de Québec, nacionalizó la energía eléctrica. Nace Hydro-Québec, hoy base fundamental de la economía de la región y la mayor generadora de energía del mundo. En estos tiempos se hablaría de comunismo. Pero la diferencia no ha sido estatizar o privatizar para ser eficaz. Ha sido servir y rendir cuenta, sin corrupción y con sentido ponderado de lo público. Hoy Hydro-Québec suministra electricidad a toda la provincia (con tarifas moderadas), a gran parte de Ontario y Noreste de EEUU, incluyendo NY. Bajo este esquema las revoluciones aun siendo tranquilas triunfan. Pero bajo nuestro modelo, la anarquía y la represión subsisten infinitamente, porque cabalgan perversamente sobre la frustración del contrario, la corrupción y la permisividad.
No dudo que Capriles está haciendo lo que tiene que hacer. Mantiene un discurso contundente, recorre día a día y metro a metro el país (y el mundo), y desconoce un gobierno que lo despojó del triunfo. Además lo hace con una frontalidad, como pocos lo han hecho. ¿Qué no termina de pasar lo que queremos que pase? En política -recuerda Maquiavelo- más interviene la fortuna que la anticipación del príncipe. Pero el alea también se controla si los pueblos deciden movilizarse. ¿Lo hacemos los venezolanos? ¿Hemos trabajado sólidamente, solidariamente? ¿Comportamos una misma identidad? ¿Tenemos disposición de sacrificio? ¿Confiamos los unos en los otros? ¿A qué le teme Capriles cuando recula? ¿A sus adversarios o a sus seguidores?
Capriles ha sido el único candidato de oposición desde la llegada de Chávez, que ha demostrado disposición de sacrificio (a extremos de inmolación) para combatir al chavismo. Y lo derrotará. Pero no solo. Nadie piense que es tarea de un hombre ¿Qué se equivoca? Claro. Es humano. Pero ha aprendido a ripostar con una madurez como pocos han sabido hacerlo. Un hombre que dejó hace poco de ser muchacho, adoptando una virtud esencial, en un país embriagado de odios, desconfianza y soberbia: humildad. Y nosotros, ¿qué hacemos? ¿Verle, escucharle o acaso reclamarle?
El Capriles de hoy no es el mismo que fue a la embajada de Cuba, estuvo preso en El Helicoide, confrontó a Chávez o derrotó a Maduro. Es un hombre que ha evolucionado. Que acepta críticas como poco lo toleran sus seguidores... Hay voces del liderazgo intermedio de oposición que no están funcionando, que no llegan. La articulación nace por casa, y urge revisar los procesos de reintegración ciudadana e incorporación de liderazgos de base. No somos quebequenses, lo sé. Pero me basta con el valor libertario y gentil de la venezolanidad.
Que nadie se marche a la cama. Capriles sigue en el frente. El terreno se mantiene siendo difuso... pero despejará. Sigamos con él.
vierablanco@gmail.com t @ovierablanco
Nadie que sea operador de mando quiere ser responsable de una derrota. Mientras podamos relajar las cosas, mejor. Historia miserable de sociedades apocadas, mediocres y depauperadas por su galbana. Mitos de poder y de riqueza que se diluyen en falsos imaginarios... El perro que se muerde la cola, pretendiendo que no es la suya. Son reflexiones que vienen a cuento a raíz de una larga sesión de cultura comparada en la UQAM (Université de Québec a Montréal), revisando la fascinante historia de Québec. Poco de mitos. Nada de indisciplinas... Valores profundos -admirables- que le permitieron defender y mantener su cultura... desde la llegada de Jacques Cartier en 1535 a la Ville de Mount Royal, pasando por la fundación de Québec y la Nouvelle France por Samuel De Champlain (1608), hasta The Quite revolution de Jean Lesage, Henri Bourassa y Rene Lavesque (1960 a 1980/ Partido liberal Québécoises). Obstinados lugareños que jamás conocieron de victorias con las armas pero poco de derrotas con la palabra. Valores de perpetuidad cultural que convirtieron a unos colonos francófonos famélicos, lánguidos e iletrados en una sociedad moderna, educada y pujante, bajo la triada de las tres cuñas: arraigo, perseverancia y carácter.
La prosapia francesa se impuso en Québec porque aman su ancestralidad, se organizan para preservarla y han sido leales a un liderazgo auténtico que los condujo al progreso de una raza. Fueron derrotados militarmente pero no moralmente. Más pudo la fuerza de su identidad que la banalidad de un imperio (el británico)... Cuánto tenemos que revisar los venezolanos sobre nuestras identidades, nuestras empatías y nuestra disposición al orden. Tanto que repensar de nuestra debilidad ancestral y nuestra inclinación improvisa, violenta y pícara. Vamos como "pelotones en línea" con apariencia de frontalidad y asalto, cuando en realidad estamos pegados a un espejo o si acaso, a un retrovisor viendo en retroceso...
En 1963 René Lavesque, ministro de Recursos de Québec, nacionalizó la energía eléctrica. Nace Hydro-Québec, hoy base fundamental de la economía de la región y la mayor generadora de energía del mundo. En estos tiempos se hablaría de comunismo. Pero la diferencia no ha sido estatizar o privatizar para ser eficaz. Ha sido servir y rendir cuenta, sin corrupción y con sentido ponderado de lo público. Hoy Hydro-Québec suministra electricidad a toda la provincia (con tarifas moderadas), a gran parte de Ontario y Noreste de EEUU, incluyendo NY. Bajo este esquema las revoluciones aun siendo tranquilas triunfan. Pero bajo nuestro modelo, la anarquía y la represión subsisten infinitamente, porque cabalgan perversamente sobre la frustración del contrario, la corrupción y la permisividad.
No dudo que Capriles está haciendo lo que tiene que hacer. Mantiene un discurso contundente, recorre día a día y metro a metro el país (y el mundo), y desconoce un gobierno que lo despojó del triunfo. Además lo hace con una frontalidad, como pocos lo han hecho. ¿Qué no termina de pasar lo que queremos que pase? En política -recuerda Maquiavelo- más interviene la fortuna que la anticipación del príncipe. Pero el alea también se controla si los pueblos deciden movilizarse. ¿Lo hacemos los venezolanos? ¿Hemos trabajado sólidamente, solidariamente? ¿Comportamos una misma identidad? ¿Tenemos disposición de sacrificio? ¿Confiamos los unos en los otros? ¿A qué le teme Capriles cuando recula? ¿A sus adversarios o a sus seguidores?
Capriles ha sido el único candidato de oposición desde la llegada de Chávez, que ha demostrado disposición de sacrificio (a extremos de inmolación) para combatir al chavismo. Y lo derrotará. Pero no solo. Nadie piense que es tarea de un hombre ¿Qué se equivoca? Claro. Es humano. Pero ha aprendido a ripostar con una madurez como pocos han sabido hacerlo. Un hombre que dejó hace poco de ser muchacho, adoptando una virtud esencial, en un país embriagado de odios, desconfianza y soberbia: humildad. Y nosotros, ¿qué hacemos? ¿Verle, escucharle o acaso reclamarle?
El Capriles de hoy no es el mismo que fue a la embajada de Cuba, estuvo preso en El Helicoide, confrontó a Chávez o derrotó a Maduro. Es un hombre que ha evolucionado. Que acepta críticas como poco lo toleran sus seguidores... Hay voces del liderazgo intermedio de oposición que no están funcionando, que no llegan. La articulación nace por casa, y urge revisar los procesos de reintegración ciudadana e incorporación de liderazgos de base. No somos quebequenses, lo sé. Pero me basta con el valor libertario y gentil de la venezolanidad.
Que nadie se marche a la cama. Capriles sigue en el frente. El terreno se mantiene siendo difuso... pero despejará. Sigamos con él.
vierablanco@gmail.com t @ovierablanco
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