Obsesiones guerreras
El Nacional 17 DE JUNIO 2013 -
Muchos observadores de la realidad política de Venezuela podrían pensar que el país está al borde de un conflicto sin remedio. La oposición acusa al Gobierno de ser ilegítimo y el Gobierno denuncia que la oposición está conspirando para derrocarlo. Se habla de aviones de combate clandestinos, sicarios con el mandato de cometer asesinatos a diestra y siniestra, fraudes electorales, persecución a la prensa libre, corrupción desenfrenada, armas y explosivos a granel.
¿Todo está perdido? Creo que no. La historia está llena de experiencias parecidas o mucho peores. Aquí les cuento un caso que pudo haber terminado en la mayor catástrofe de la historia y tuvo en cambio un final medianamente feliz.
Corría el mes de octubre de 1962. Cuba y la URSS compartían el temor a una nueva invasión estadounidense a la isla. El recelo y la paranoia eran los ingredientes esenciales del momento y Washington, en plena Guerra Fría, sencillamente no aceptaba la vecindad de una sociedad en marcha hacia el comunismo. Por su parte, La Habana, sobre todo después de la fracasada invasión de Bahía de Cochinos, sólo veía en Estados Unidos a un enemigo estratégico resuelto a borrar la Revolución cubana de la faz de la Tierra.
En agosto del año anterior, durante una reunión del Consejo Interamericano Económico y Social (CIES) de la OEA, celebrada en Punta del Este para aprobar la propuesta estadounidense de la Alianza para el Progreso, Ernesto Che Guevara, quien presidía la delegación cubana, sostuvo una reunión secreta con Richard Goodwin, asesor del presidente John F. Kennedy. ¿Su objetivo? Explorar la posibilidad de limar asperezas en las relaciones de Cuba con Estados Unidos. Al menos para acordar un modus vivendi provisional.
Lamentablemente, no se pudo avanzar en esa dirección. Tanto en Cuba como en Estados Unidos prevalecían los recelos y los prejuicios, y a pesar de esporádicos contactos “subterráneos” entre los dos gobiernos, Fidel Castro y Nikita Jruschov decidieron instalar en territorio cubano baterías de cohetes nucleares de alcance intermedio con el propósito (o la excusa) de disuadir a Estados Unidos de un nuevo ataque militar a la isla. Así las cosas, a mediados de octubre, un avión espía U-2 registró con sus cámaras fotográficas lo que sin duda era una base en construcción de esos misiles. Kennedy y Jruschov tuvieron que apelar a todas sus habilidades políticas durante los 13 días siguientes para frenar la obsesión guerrera de sus asesores más radicales, a quienes evidentemente no les quitaba el sueño la eventualidad de iniciar una guerra definitiva entre Estados Unidos y la Unión Soviética.
La sangre, por fortuna, no llegó al río. Kennedy supo superar el desafío que le presentaban los halcones del Pentágono y a la vez impedir que Moscú se saliera con la suya. Al final, los cohetes y las bombas soviéticas salieron de Cuba, Washington se comprometió privadamente a no intentar ni apoyar ninguna otra operación militar contra Cuba y finalmente aceptó retirar de Turquía, aunque seis meses más tarde, docenas de obsoletos cohetes Júpiter. Una paz nuclear duradera se le acababa de imponer al mundo.
Walter Lippman, el más influyente periodista norteamericano de su tiempo, escribió en su columna de The Washington Post que “estos resultados no se podían haber conseguido simple y pacíficamente si el presidente Kennedy se hubiera fijado como objetivo no desmantelar las bases de cohetes soviéticos en Cuba, sino una rendición incondicional, es decir, el desmantelamiento del régimen comunista de Castro”.
Salvando las enormes distancias que nos separan de aquella escalofriante encrucijada, es bueno recordar que la crisis, guerra nuclear incluida, se solventó gracias a los esfuerzos de Kennedy y Jruschov para alcanzar en el último minuto un compromiso político salvador. En lugar del todo o nada imposibles, la negociación y los acuerdos. Por muy insuficientes y transitorios que fueran. A fin de cuentas, y eso es lo que importa tener presente, ¿qué habría sido de la humanidad si sus dirigentes no hubieran tenido el coraje de luchar contra viento y marea para controlar las devastadoras obsesiones guerreras que se habían apostado firmemente en tantos corazones de Washington y Moscú? Mutatis mutandi, ¿qué pasará en Venezuela si el Gobierno y la oposición no comprenden que el porvenir de la nación depende de lo que ellos decidan, no por sí solos y en solitario, sino en diálogo con el otro? En las manos de ellos está tropezarnos de pronto con la guerra entre venezolanos o conquistar la paz.
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