Razón del nombre del blog

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El por qué del título de este blog . Según Gregorio Magno, San Benito se encontraba cada año con su hermana Escolástica. Al caer la noche, volvía a su monasterio. Esta vez, su hermana insistió en que se quedara con ella,y él se negó. Ella oró con lágrimas, y Dios la escuchó. Se desató un aguacero tan violento que nadie pudo salir afuera. A regañadientes, Benito se quedó. Asi la mujer fue más poderosa que el varón, ya que, "Dios es amor" (1Juan 4,16),y pudo más porque amó más” (Lucas 7,47).San Benito y Santa Escolástica cenando en el momento que se da el milagro que narra el Papa Gregorio Magno. Fresco en el Monasterio "Santo Speco" en Subiaco" (Italia)

viernes, 5 de septiembre de 2014

Mujeres yazidíes a 250 dólares El Estado Islámico pone la venta cientos de secuestradas para casarlas con su fieles Entre los compradores hay hombres llegados de algunos países del Golfo Pérsico...¿Qué te está pasando?

El espejismo del califato baña en sangre al mundo islámico

Riccardo Redaelli 
Marx no querría que parafraseáramos su famosa frase, pero la verdad es que “un fantasma recorre Oriente Medio: el fantasma del califato”. Y en este caso se trata propiamente de un fantasma de la historia, puesto que el califato es la forma política por excelencia del islam desde sus orígenes.
Muerto el profeta Mahoma, la umma (la comunidad de los creyentes) decidió, tras duras discusiones, confiarse a un Vicario (khalifa en árabe, para nosotros califa), que debería guiar el imperio árabe-musulmán naciente, tanto desde el punto de vista político como religioso, aunque privado de poderes sobrenaturales o teológicos. Un hombre normal, en definitiva, que tenía la tarea de dirigir a los combatientes y guiar la oración.
La historiografía islámica considera el periodo de Muhammad y de los cuatro califas “rectamente guiados” (622 -661 d.C.) como la edad de oro del islam, aunque hay quien señala –con cierta malicia– que de aquellos cuatro guías, tres terminaron siendo asesinados. El último fue Ali, primo y yerno de Mahoma, casado con su adorada hija Fátima. Por defender el derecho exclusivo de Alí y de sus descendientes a suceder al Profeta como imán, los chiítas se separaron de la mayoría suní, generando una división que aún hoy sufre el mundo islámico.
Después de Ali, vinieron los califatos Omeya (661-750) y el larguísimo periodo Abasí (750-1258), cuyo califa más famoso, Harun al-Rashid, aparece en los cuentos de “Las mil y una noches”. Pero antes de su desaparición a manos de los mongoles, que eliminaron a los últimos abasidas durante el saqueo de Bagdad, el califato se había convertido en una cáscara vacía, sin un poder real. Desde entonces no volvió a haber una guía unitaria, ni siquiera formal, de la umma.
No fue hasta después de la Primera Guerra Mundial cuando Mustafa Kemal Ataturk pensó en convertir al depuesto sultán otomano en el nuevo califa, transformando así su poder político en guía religiosa o, según una interpretación más cínica, para encontrarle una ocupación al depuesto soberano. Pero fue un experimento fallido en pocos años.
Un siglo de nacionalismos fracasados
Durante todo el siglo XX, el califato fue tan solo una hipótesis académica, privada de cualquier perspectiva política. Por lo demás, ese fue el siglo de los estados nacionales y del crecimiento, a veces perjudicial, de un nacionalismo celoso de sus fronteras y lleno de sospechas hacia cualquier idea supranacional (como bien sabemos los europeos). Oriente Medio se rediseñó malamente en 1918 con la creación de estados frágiles que debían servir para saciar los apetitos coloniales de Francia y Gran Bretaña, más que para encontrar soluciones racionales a la maraña de personas, etnias y religiones de aquella región.
No es de extrañar, por tanto, que la idea de estado-nación diera a luz guerras, golpes de estado, movimientos independentistas, sin que Oriente Medio pudiera hallar su estabilidad. La decepción que siguió a la independencia de las potencias coloniales y el fracaso de muchos regímenes revolucionarios, militares, socialistas, panarabistas, que nacieron y cayeron en varios estados regionales favorecieron el emerger de los movimientos islamistas, que se encontraron en una situación paradójica: por un lado, según la tradición, rechazaban la idea de nación, percibida como una contaminación europea; por otro, se encontraban actuando dentro de estados propios, adoptando agendas políticas cada vez más nacionales. Es el caso, por ejemplo, de la Asociación de los Hermanos Musulmanes, el famoso movimiento del islam político, nacida en Egipto en 1928 y luego difundida por todo el mundo árabe. Como se ha demostrado en estos últimos años con las Primaveras árabes, los Hermanos Musulmanes se mueven como partidos políticos que actúan a nivel nacional, tratando de gestionar el poder en los estados. De hecho, se han adaptado a la idea nacional.
El retorno del mito califal
Quien, por el contrario, ha rechazado siempre esta lógica ha sido el activismo islámico violento, que propugnaba la yihad global, interpretada primero por la Al-Qaeda de Osama Bin Laden y luego por la multitud de grupos yihadistas inspirados en el al-qaedismo. Rechazando toda contaminación occidental y favoreciendo una lucha total contra los enemigos del islam, la dimensión nacional era para ellos evidentemente contraproducente, tanto más porque estos movimientos viven del apoyo de voluntarios que proceden de todo el mundo (no solo islámico, dado el creciente peso del yihadismo europeo y americano).
La vieja idea del califato ofrecía así una solución pacífica fácil y no comprometedora: permitía deslegitimar a los líderes a combatir, ya fueran presidentes laicos como Hosni Mubarak en Egipto o Bashar al-Assad en Siria, o monarcas como los “jeques de los petrodólares”. A nivel doctrinal, el califato respondía perfectamente a la obsesiva necesidad de varios ideólogos del yihadismo de retornar al verdadero islam de los orígenes. Además, políticamente comprometía a poco, puesto que anhelar la reunificación de toda la umma islámica, de Marruecos a Indonesia, pasando por Europa y África central, era un sueño tan alejado de la realidad que no suscitaba tensiones entre las distintas etnias ni discusiones políticas.

Un proyecto que va de Iraq a África
La historia de estos últimos años parece relanzar esa visión transnacional. La disgregación del viejo orden político árabe post-colonial que siguió a las primaveras árabes, con el colapso de los viejos regímenes, las guerras civiles, la formación de estados fallidos y áreas ajenas a todo tipo de control estatal, de Mali a Libia, de Yemen a Siria o a Iraq, parecen haber infligido un durísimo golpe a los viejos estados nacionales creados hace un siglo.
Los feroces milicianos del Estado Islámico de Iraq y Levante (ISIS) combaten tanto en Siria como en Iraq: las fronteras entre ambos estados no significan nada para ellos, puesto que su objetivo es crear un área bajo su control que vaya más allá de los gobiernos nacionales. Lo mismo se puede decir de los movimientos al-qaedistas que se mueven por el Sáhara, entre Argelia, Libia, Níger y Mali. Todos estos movimientos desean un califato que está mucho más allá de sus posibilidades. Sin embargo, este ideal permite crear ciertas potestades regionales que descomponen y recomponen los estados meridionales, dominados por varios jefes guerrilleros que mezclan el islam radical con el tráfico ilícito, el sectarismo étnico-religioso con los vínculos con el crimen organizado internacional.
Paradójicamente, parece revivir la decadencia de los califas abasidas de los siglos XI y XII: los jefes tribales y militares, que habían vaciado el poder y que luchaban ferozmente unos contra otros, exaltaron siempre la restauración de los poderes del califa de Bagdad, que ellos mismos minaban con sus acciones. Lo mismo sucede ahora con esa banda de asesinos y crueles guerrilleros que está bañando en sangre toda la región: mientras masacran a decenas de miles de civiles desarmados (casi todos musulmanes como ellos) para crear sus potestades del terror, ansían una unidad para todo el islam y el fin de las divisiones internas.

El espejismo del Estado Islámico

La organización yihadista ha conquistado una base territorial en la que ha proclamado su propio califato, dispone de una red de financiación que le aporta grandes recursos y utiliza el terror como su mejor arma

     

EULOGIA MERLE
La proclamación de un nuevo califato el pasado 29 de junio de 2014 ha sorprendido a propios y extraños, tanto en los países occidentales como en el propio mundo árabe. Y su brutalidad, que ha mostrado su lado más perverso con el asesinato del periodista James Foley, ha despertado ya todas las alarmas. Abubaker al Bagdadi, que ahora se hace llamar califa Ibrahim, es el artífice del fulgurante ascenso del Estado Islámico, que domina buena parte de Siria e Irak.
Desde la caída de Mosul, el Estado Islámico no ha dejado de ganar posiciones tomando plazas estratégicas en torno a Bagdad y amenazando Erbil, la capital del Kurdistán autónomo, lo que ha constatado la descomposición del Estado iraquí. Este creciente poderío ha obligado al presidente estadounidense Barack Obama a abandonar su tradicional mutismo y autorizar ataques selectivos para contener el avance yihadista.Con este movimiento del todo insuficiente intenta redimirse de su nefasta gestión del dossier sirio, ya que ha sido precisamente el vacío de poder provocado por la guerra civil el que ha permitido la irrupción del Estado Islámico. Como advirtiera hace dos años el International Crisis Group: “La guerra siria ofrece a los salafistas un entorno propicio: violencia y sectarismo, desencanto con Occidente, líderes seculares y figuras islámicas pragmáticas, así como acceso a la financiación del golfo Árabe y el saber hacer militar yihadista”.
Si bien es cierto que Al Qaeda no tenía presencia en territorio sirio antes de marzo de 2011, también lo es que aprovechó la guerra para implantarse sobre el terreno. En un vídeo difundido en febrero de 2012, su líder Ayman al Zawahiri invitó a todos los musulmanes a acudir a Siria para combatir al régimen “apóstata” de Bachar el Asad. El desembarco de Al Qaeda en Siria se realizó por medio de su franquicia local: el Frente al Nusra. Sin presencia en los primeros compases de la contienda fue precisamente la inmovilidad de la comunidad internacional y la regionalización del conflicto lo que provocó un efecto llamada entre los yihadistas internacionales paralelo a la progresiva sectarización de la guerra siria. Este proceso se debe a varias razones, pero quizá la más relevante es el respaldo de los países del Golfo a las facciones islamistas ante la pasividad de los países occidentales.
En realidad, el Frente al Nusra no era otra cosa que la rama siria del Estado Islámico de Irak comandado por Abubaker al Bagdadi. No obstante, las relaciones se tensaron cuando este último anunció la fusión de ambos grupos el 8 de abril de 2013. Unos meses más tarde, el propio Ayman al Zawahiri intercedió en la disputa exigiendo que cada grupo se centrara en su propio país de origen, orden que no fue acatada por Bagdadi. Desde entonces, ambos mantienen un enconado enfrentamiento por el control del movimiento yihadista internacional. De hecho, la conquista de una base territorial por parte del Estado Islámico y el establecimiento de un nuevo califato representan una amenaza sin precedentes para Al Qaeda, que ve peligrar su monopolio de la ideología yihadista detentado desde los atentados del 11-S.

La inmovilidad internacional produjo un ‘efecto llamada’ de radicales en la guerra siria
El principal objetivo del Estado Islámico no es sólo restablecer un califato regido por la sharía,sino también imponer su disparatada interpretación del islam basada en una lectura extrema del wahabismo. Para tratar de justificar su guerra sin cuartel contra el régimen alauí sirio y contra el Gobierno chií iraquí aluden a hadices atribuidos a Mahoma y a ciertas aleyas coránicas como la que reza: “Combate a los politeístas tal y como ellos te combaten a ti” (9:39). A los cristianos se les ofrece elegir entre el pago de un impuesto de capitación, la conversión al islam o la expulsión. Otras religiones minoritarias como el yazidismo han corrido todavía peor suerte al no ser consideradas religiones monoteístas reveladas, por lo que deben ser, simple y llanamente, erradicadas de la faz de la tierra.
Todos estos planteamientos forman parte del ADN de cualquier formación yihadista.Lo que les hace especialmente peligrosos es que ahora el Estado Islámico tiene una base territorial en la cual pasar de la teoría a la práctica. En Siria han logrado conquistar las provincias de Raqqa y Deir al Zor, aunque también tiene presencia en Idlib y Alepo. En Irak ha logrado avances aún más espectaculares en las provincias de Al Anbar y Nínive, aprovechando el hartazgo de la población suní hacia el Gobierno sectario de Nuri al Maliki, recientemente desalojado del poder por quienes antaño fueran sus principales protectores: Estados Unidos e Irán. Su objetivo final sería redibujar las fronteras establecidas un siglo atrás por británicos y franceses en los Acuerdos de Sykes-Picot. No obstante, su osadía tiene límites, ya que de manera significativa no han cuestionado la existencia de las petromonarquías del golfo Pérsico, que durante la última década han financiado generosamente a los grupos yihadistas con el pretexto de contener el avance de Irán en la región.

Al Qaeda ve peligrar su monopolio detentado desde los atentados del 11-S en la lucha
El principal éxito del Estado Islámico radica, por tanto, en haber triunfado allí donde Al Qaeda fracasó. No sólo representan una organización yihadista transnacional con una creciente facilidad para captar a islamistas de diferentes nacionalidades (incluidos españoles), sino que han sido capaces de conquistar una base territorial en la cual proclamar su propio califato. Además, disponen de una eficaz red de financiación que les aporta abundantes recursos materiales gracias a su control de campos petrolíferos y a los impuestos que recaudan en las zonas bajo su autoridad, sin olvidarnos de la extorsión a los hombres de negocios y a las minorías confesionales a las que requisan sus pertenencias. Sólo en la toma de Mosul las huestes del Estado Islámico se hicieron con 400 millones de dólares provenientes del Banco Central. Dichos recursos les permiten adquirir material militar y pagar las soldadas de sus milicianos, pero también distribuir alimentos entre la población y abrir centros de predicación para captar nuevos adeptos. En las madrazas que han establecido, la educación se reduce al Corán, la sunna y las tradiciones de los califas ortodoxos con contenidos plagiados de los textos escolares saudíes.
Los brutales métodos empleados por el Estado Islámico parecen haber generado un rechazo unánime, no obstante, la respuesta de la comunidad internacional no ha estado, ni mucho menos, a la altura de las circunstancias. Los coches bomba y los atentados suicidas empleados en el pasado han dejado lugar, a medida que controlaban cada vez mayores porciones de territorio, a las ejecuciones sumarias, las decapitaciones públicas e, incluso, la crucifixión de infieles, todo ello con el objeto de extender el terror entre sus rivales. Tras la toma de Mosul se ha intensificado la espiral de violencia, registrándose un éxodo masivo entre la diezmada minoría cristiana. Hoy en día, la espada pende sobre los yazidíes, una secta sincrética preislámica que cuenta con especial predicamento entre la población kurda y que está siendo objeto de un genocidio cuidadosamente planificado. Esta violencia irracional e indiscriminada podría pasarle factura y volverse en su contra, tal y como ocurrió en 2006 cuando los jeques tribales suníes organizaron sus propios comités de autodefensa con el objeto de expulsar a las fuerzas de Al Qaeda en Mesopotamia.
A estas alturas parece probado que el Estado Islámico se ha convertido en una amenaza no sólo para Irak y Siria, sino para el conjunto de Oriente Próximo. Los garrafales errores cometidos por Estados Unidos desde el derrocamiento de Sadam Husein, la nada soterrada guerra fría que mantienen Arabia Saudí e Irán y el creciente sectarismo de los Gobiernos iraquí y sirio han creado un monstruo incontrolable que no será fácil de domeñar mientras todos estos actores sigan atrincherados en sus posiciones maximalistas y utilicen al Estado Islámico como cortina de humo para ocultar sus respectivos fracasos.
Ignacio Álvarez-Ossorio es profesor de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad de Alicante.


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