Razón del nombre del blog

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El por qué del título de este blog . Según Gregorio Magno, San Benito se encontraba cada año con su hermana Escolástica. Al caer la noche, volvía a su monasterio. Esta vez, su hermana insistió en que se quedara con ella,y él se negó. Ella oró con lágrimas, y Dios la escuchó. Se desató un aguacero tan violento que nadie pudo salir afuera. A regañadientes, Benito se quedó. Asi la mujer fue más poderosa que el varón, ya que, "Dios es amor" (1Juan 4,16),y pudo más porque amó más” (Lucas 7,47).San Benito y Santa Escolástica cenando en el momento que se da el milagro que narra el Papa Gregorio Magno. Fresco en el Monasterio "Santo Speco" en Subiaco" (Italia)

martes, 7 de julio de 2015

En homenaje a mi (Maestro y amigo desde 1982 hasta su muerte):José Manuel Briceño Guerrero, Víctor Bravo dedica este dossier semanal a su obra “Amor y terror de las palabras”, publicada por primera vez 1987 por la Editorial Mandorla y en una segunda edición por la Universidad de Los Andes en 1997

De la opacidad del lenguaje

 José Manuel Briceño Guerrero, filósofo venezolano | Foto: Sandra Bracho / Coleccion Archivo El Nacional
José Manuel Briceño Guerrero, filósofo venezolano | Foto: Archivo El Nacional
En homenaje a José Manuel Briceño Guerrero, Víctor Bravo dedica este dossier semanal a su obra “Amor y terror de las palabras”, publicada por primera vez 1987 por la Editorial Mandorla y en una segunda edición por la Universidad de Los Andes en 1997

Transparencia y Opacidad
El mayor bien del humano ser, aquel que lo levanta en dos pies y lo prepara para recibir la servidumbre o la libertad, es el lenguaje. En él se incuba la palabra del amo, desde la santa manifestación del dogma a las más contemporáneas instrumentaciones de la ideología, produciendo gozosos siervos encadenados en el fondo de la caverna; pero también se incuba la palabra en fuga hacia otro mundo, mundo del pensamiento, de la libertad, de la conciencia crítica, de la melancolía. Es posible ver, quizás, en este arco el trazado del mito de la caverna. Pero también el encuentro reflexivo entre Hermógenes, Cratilo y Sócrates sobre el lenguaje, de la transparencia de su manto de signos para nombrar las cosas; y sobre su opacidad, ese inusitado poder, ese inusitado misterio que el lenguaje oculta en los pliegues de la misma transparencia, opacidad que se despliega en la creación de mundos y grietas entre mundos. La hermosa frase heideggeriana, “la piedra es sin mundo” (weltlos), “el animal es pobre de mundo” (weltarm) y “el hombre configura mundos” (weltbild) parece señalar el poder de la opacidad del lenguaje de hacer brotar mundos de su seno cuando los horizontes de la libertad y de la subjetividad le son propicios.
Es un prodigio que estas intuiciones fundamentales del pensamiento y el lenguaje confluyan en una de las obras más hermosas de J. M. Briceño Guerrero, Amor y terror de las palabras, de 1987, texto que revela, en la tensión entre el asombro y el juego,  reflexividad y poética de la opacidad en el lenguaje.
Desde el ámbito de la transparencia, el narrador, en tensión reflexiva que no cesa y que corresponde a juegos de humor e ironía, se dispone a la primera tarea del humano creador: nombrar el mundo. Desde “la región más transparente del habla”, como se denomina en el texto ese primer lugar de enunciación, sin duda en clara referencia a la famosa frase de Alfonso Reyes, el lenguaje y su transparencia hacen posible la inteligibilidad del mundo; el sentido, ese gran cono de luz de la lámpara del lenguaje. “La región más transparente del habla –se dice en el texto–, aquella donde se produce la comunicación con los demás sobre asuntos pequeños y prácticos de la vida diaria”. De este modo se muestra la primera de las tareas del lenguaje: la revelación del sentido y la inteligibilidad del mundo: “La región más transparente es un lugar de acoplamiento válido para nuestra vida, es un territorio conquistado, habitable”, y afirma, en resonancia heideggeriana, “es la casa del hombre”.
En esas tareas el lenguaje lleva consigo los hilos del orden. Píndaro decía del orden que es  rey de todo, mortales e inmortales”, pues es en un ámbito de orden donde objeto y horizonte alcanzan su visibilidad, su presencia, su gravitación, en contextos de presuposiciones y normalidad. El saber moderno sobre el lenguaje ha interrogado esa tarea del lenguaje; en este sentido la filosofía analítica y el pragmatismo, de Wittgenstein a R. Carnap, de J. L. Austin a Searle interrogan la prodigiosa tarea del nombrar para hacer inteligible el mundo. Desde “el lugar más transparente del alba”, el narrador deAmor y terror de las palabras ve en el nombrar la tesitura misma de lo humano. Pero el narrador desde su conciencia crítica alcanzará el hallazgo de otra dimensión del lenguaje, oculta, como hemos dicho, en los pliegues de la transparencia: suerte de opacidad donde se evidencia una brecha entre palabra y mundo, y donde el lenguaje, más allá o más acá de su incansable tarea de designación deviene creador de mundos y escena fundamental de juego. El narrador alcanzara,  en la revelación de la opacidad, una nueva perspectiva, la que llamará “la región intermedia” y desde la que asistirá a los juegos de creación de mundos, a la expresión estética de la palabra, a la experiencia más extrema del estremecimiento: del terror.
El narrador alcanza de este modo la experiencia fundamental de los poetas de intuir la posibilidad de mundos en el interior de la palabra, tal como ha señalado Novalis: “la palabra es un pequeño universo de signos y sonidos”. La palabra alcanza de este modo su resistencia ante los referentes del mundo y hace del lenguaje el lugar de mundos. Steiner lo ha descrito en una frase “el lenguaje es la creación incesante de mundos paralelos alternos”. Amor y terror de las palabras dramatiza esta capacidad creadora y la vive con la intensidad a la vez del amor y el terror.
Lo Fronterizo
Descubierta “la región intermedia”, que se convertirá en el nuevo lugar reflexivo del narrador, se revela también su fragilidad, su “inminente catástrofe” que la convierte en el lugar no del estar sino del “pasaje”, tal como podríamos decir con palabras de Benjamin; desde allí se tendrá “una relación lateral” con las palabras creadoras del mundo; y con la huida de las palabras hacia el mundo hacia la “cosa”. Así dirá: “Yo me había propuesto entonces huir hacia las cosas mismas, salir del lenguaje, poder abandonarlo cuando fuera necesario…”. Son inevitables aquí las correspondencias con las “coseidad” heideggeriana, y con la noción de “númeno” Kantiana que nos dice que no todo lo real es atrapado por la red del lenguaje. Dice el narrador: “¿podría ser que la red sutil del lenguaje no hubiera atrapado en realidad (a las cosas), sino constituido un tejido ilusorio que parecía contenerlas al reflejarlas especularmente?”. Es sorprendente la confluencia de esta intuición, con la interpretación postlacaniana de númeno, la “cosa en sí” Kantiana, por ejemplo en Slavoj Zizek para quien la realidad es lo significado en el lenguaje, siempre en términos de normalización; y lo real, donde brotan los estallidos de lo terrible, de lo que se resiste a la verbalización. Desde la opacidad del lenguaje o de la cosa, y en el brillo de la brecha que separa lenguaje y mundo, y que ha sido señalada por De Saussure en el carácter arbitrario del signo, en el sentido de que en el lenguaje el significante es arbitrario a priori y no a posteriori; y que ha sido descrita con rigor lógico por Frege en teoría que ha sido considerada la revolución copernicana en el pensamiento lingüístico, se abre el abismo, como se dice en el texto, hacia “el sagrado temor de la locura” hacia las fuentes enigmáticas de la poesía, hacia la sabiduría. El texto parece decirnos que no hay posibilidad poética y del conocimiento sin esa desgarradora experiencia de lo fronterizo.
La conciencia reflexiva se desplaza por las tierras movedizas del “pasaje”, de lo fronterizo hacia los sueños; hacia la danza corporal de la letra; hacia la Naturaleza, en celebración de la defensa ecológica; hacia los signos climáticos e intensos del deseo y del dolor como tatuajes del cuerpo, en una suerte de juegos secretos entre los extremos del goce y del asombro; en un viaje profundo hacia los interminables caminos interiores de la subjetividad; en estallidos de humor, como fogatas indicadoras del camino; en la búsqueda intransferible del conocimiento entre los desfiladeros del enigma griego y del misterio cristiano, que no son sino una sola sombra acompañando la existencia; en una hermosa historia de la formación estética del hombre que emerge con firmeza del asombro inocente y abismal de la infancia, que avanza, como se dice en el texto, “con la sensación de llevar en mí una Atlántida sumergida”: hacia la reflexividad del hombre con su enceguecedora claridad, con sus escudos y sus distancias de silencio en la extrema soledad del desamparo, de la angustia, de la melancolía.
Traducción
En el arco del asombro la conciencia reflexiva llega a la revelación como destino del más noble de los saberes, el saber de las lenguas, el conocimiento del “retrato de mundos” que cada lengua entraña, hacia la más persistente significación del ser como pasaje, como situación “entre”: la traducción. Umberto Eco decía de la traducción que era el verdadero lugar de la preservación de la cultura, “la lengua de la modernidad”. El narrador de Amor y terror de las palabras nos muestra, en el arco de arcoíris de final de viaje la traducción como la más humilde, como la más sabia y la más noble de las tareas, lo que hace posible la confluencia, en ámbitos de goce e inteligibilidad de los múltiples signos de las culturas.

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